Sáenz Peña La revolución por los comicios
La política exterior de la cuarta república
 
 

Desde que el país sancionara la Constitución, la Cuarta República democrática desarrolló una política exterior coherente, de acuerdo a sus intereses. Se mantiene incólume y prestigiosa a través de los años. Su diplomacia, a pesar de las deficiencias y debilidades de algunos ministros, mantiene en el conjunto de sus actos, declaraciones, intervenciones, convenios, conferencias y tratados, una clara tradición. En ella, la doctrina surgida de sus instituciones e inspirada en sus aspiraciones, es conducida con una persistencia y dignidad que muchas veces provocó el elogio de las naciones extranjeras y el reconocimiento de su contribución al adelanto del derecho internacional, por tratadistas eminentes.


La defensa de la soberanía y de las fronteras nacionales fue invariablemente sostenida. Sin arrogancias, pero con firmeza, desechando las oportunidades que pudo ofrecerle el triunfo de sus armas para conquistar nuevos territorios. Los conflictos de fronteras con los países limítrofes, derivados de la imprecisión de los límites que heredó de España, los resolvió sin recurrir jamás a la fuerza; fueron constantemente sometidos al arbitraje. Si en alguna oportunidad sus derechos no fueron eficazmente defendidos por sus asesores, nunca dejó de acatar el fallo de los jueces, por más importante que fuera el sacrificio que significará ceder parte de su territorio.


La libertad de cultos y la de sus grandes ríos navegables al comercio internacional, la igualdad ante la ley de los extranjeros y argentinos declarada por la Constitución y garantida por tribunales de justicia federales, fueron principios invariablemente mantenidos en una época en la cual algunas grandes potencias europeas no los habían consagrado. Firmó tratados comerciales estipulando la cláusula de la nación más favorecida, sin limitaciones.


En su empeño por mantener la paz y las buenas relaciones con todas las naciones del mundo, se mantuvo neutral en las guerras y en los conflictos entre los países americanos, posición que le permitía sostener su situación geográfica y su extenso territorio. La única guerra que emprendió fue declarada cuando una potencia extranjera violó el territorio nacional y en las laboriosas gestiones para concertar el tratado de paz, no abusó de los derechos de la fuerza, llegando a sostener uno de sus ministros que la victoria no le daba derecho a posesionarse de territorio del país enemigo.


Invariablemente su diplomacia fundó su conducta política en el derecho y la justicia. No impuso el peso de su espada, ni tampoco recurrió a aumentar sus armamentos para imponer su hegemonía, limitándose a asegurar con ellos su propia defensa y seguridad. Este principio lo sostuvo siempre en sus relaciones con los estados y lo defendió constantemente en asambleas y reuniones internacionales. En las asambleas internacionales su diplomacia defendió con ahínco la igualdad jurídica de los estados, el respeto por su soberanía, la no intervención extranjera en los problemas internos y el acatamiento al régimen legal y la justicia internacional, Argentina era el campeón del arbitraje y la defensa de los países más débiles en una época en que las naciones más poderosas usaban la fuerza para imponer su predominio. El ministro Amancio Alcorta propuso una fórmula argentina que mereció la aprobación de los jurisconsultos mejor reputados que se habían reunido en la Conferencia Internacional de la Paz en La Haya.


En Washington se opuso a la política absorbente norteamericana, que pretendía desalojar del comercio con Sudamérica a los países europeos. Esta situación se planteó siete años después, en otro plano, con la competencia por vender los productos agrícolas en los mercados internacionales. Durante la violenta intervención europea en Venezuela, protestó por el empleo de las armas para cobrar la deuda pública, actitud que dio origen a la doctrina Drago. Concurrió a la Conferencia Internacional de La Haya (1907) y el desempeño de la delegación argentina fue apreciado y comparado con las mejores representaciones europeas. 1 Sostuvo el arbitraje obligatorio para dirimir los conflictos internacionales y la constitución del tribunal de justicia internacional. En las conferencias panamericanas apoyó a los estados más débiles, siempre amenazados, entonces, por la acción imperialista de los Estados Unidos en Centro América. Rechazó invariablemente las alianzas y pactos con los países vecinos y se opuso al predominio de los grandes estados. Estos eran los conceptos fundamentales que sostenía la política exterior argentina y la conducta que observó desde la organización nacional.


Durante la presidencia de Figueroa Alcorta estos conceptos y reglas de conducta experimentaron algunas variantes. Con Estados Unidos las relaciones no eran cordiales. Aumentaban las desconfianzas y resistencias a medida que aquel país crecía en poderío y extendía su hegemonía en América del Sud. A veces, la torpeza del Departamento de Estado para negociar con los países latino-americanos, provocaba situaciones de desconfianza, tan perjudiciales para América y Argentina. En el Congreso y en la prensa se exteriorizaba la falta de cordialidad entre Washington y Buenos Aires. Tuvo una manifestación más personal y expresiva en la carta que le escribió el Dr. Estanislao Zeballos al Secretario de Estado, Elliot Ruth, con motivo del acercamiento de Estados Unidos con Itamaraty. Este enfriamiento con el Departamento de Estado no le impidió a aquel país gestionar con éxito la venta de dos acorazados a la marina nacional. 2



Conflictos con Brasil, Uruguay y Bolivia


La designación del Dr. Estanislao Zeballos como ministro de Relaciones Exteriores por el presidente Figueroa Alcorta aumentó la distancia con Estados Unidos y provocó serias desconfianzas en Brasil y Uruguay. Zeballos era el exponente de un sentimiento nacionalista que se traducía en un “argentinismo” agresivo, con menos fundamento que pasión. Quería “militarizar el país y dominar por la fuerza las desavenencias con el Brasil”. Llegó, según el canciller, a convencer al presidente Figueroa Alcorta y sus ministros de guerra y marina, general Aguirre y almirante Betdeber del peligro brasileño, opinión que compartía en menor grado su sucesor el Dr. Victorino de la Plaza. 3


En Río, como en Buenos Aires, se le acusaba a Río Branco de fomentar el conflicto entre los dos países como una forma de demostrar a sus conciudadanos la necesidad de su permanencia en Itamaraty. La antigua rivalidad Zeballos-Río Branco, cuyo origen databa del arbitraje del territorio de Misiones, ambos dos representantes de sus respectivos países, debía exteriorizarse nuevamente durante el ministerio del primero, al punto de romper las relaciones diplomáticas. 4


La publicidad del telegrama cifrado número 9, cursado por Itamaraty a su embajador en Chile, que el canciller argentino guardaba en secreto, y en el cual se demostraban los propósitos bélicos del Brasil, provocó alarma en la opinión pública y en los hombres más calificados. El barón de Río Branco pudo demostrar la falsedad del texto publicado, para lo cual divulgó la clave secreta de su cancillería. Ante esta situación el presidente Figueroa Alcorta se vio obligado a pedirle la renuncia a su ministro, tan grave y peligrosa se presentaba la gestión del canciller. 5


Con la designación de Victorino de la Plaza como ministro de Relaciones Exteriores desapareció la tensión internacional, aunque no se restableció íntegramente la cordialidad entre las dos naciones. Los acontecimientos posteriores demostraron cuan temeraria fue la posición del ex canciller y la falta de fundamento de su política.


La vanidad nacional no olvidaba la actitud del Brasil en las fiestas del Centenario, “tan desabrida y torpe”. La protesta de gente exaltada obligó a retirar las banderas brasileñas de las calles de Buenos Aires. Estos hechos provocaron otros semejantes en Bahía y Pernambuco, donde se arrancaron escudos y banderas argentinas de los consulados, quemándolas en las plazas el “populacho enloquecido”. A su vez, en Entre Ríos y Corrientes, se produjeron episodios análogos contra el Brasil. Estos antecedentes crearon en la opinión pública y en un grupo de políticos apasionados y presuntuosos un sentimiento hostil hacia el Brasil que compartían en cierta medida el presidente y el ministro de Relaciones Exteriores. 6


El presidente electo había recibido del Barón de Río Branco una invitación para que se detuviera en Río a su regreso de Europa. A pesar de las numerosas cartas de sus amigos expresándole el mal efecto que produciría su visita, y de comunicaciones semejantes enviadas por el presidente Figueroa Alcorta y su ministro Victorino de la Plaza, Sáenz Peña resolvió aceptar la invitación de Río Branco y desembarcar en Río.


“El Barón no me va a engañar” decía en la intimidad y con tanto valor como buen juicio resolvió contrariar los consejos que le enviaban de Buenos Aires.


Llegó a Río de Janeiro y el recibimiento, como presidente electo, fue frío y hasta hostil. Ninguna bandera argentina ondeó en las calles a su llegada. Los funcionarios lo saludaron con amabilidad diplomática. Solamente el Barón se condujo como un viejo amigo. Por la noche fue servido el banquete en el palacio de Itamaraty y allí, en un ambiente de gran expectativa, pronuncio Sáenz Peña su frase feliz: “Todo nos une, nada nos separa”, síntesis de su meditado discurso sobre la conveniencia de afirmar la amistad y entendimiento político entre Argentina y Brasil. Su palabra fue recibida con una gran ovación. El propósito político fue logrado inmediatamente. La amistad brasileña se puso en evidencia franca y calurosa. Al día siguiente la ciudad apareció adornada con banderas argentinas y la prensa celebró al gran presidente amigo del Brasil. Tuvo que prolongar su permanencia en Río para aceptar las múltiples manifestaciones de amistad que se le tributaron, a las cuales se asoció el sentimiento popular. Fue constantemente aclamado en todos los lugares públicos donde aparecía. 7 La seguridad y clarividencia del presidente para encarar las relaciones entre los dos países disiparon resentimientos y rivalidades que en algún momento pusieron en peligro la paz en el Atlántico sur.


La actitud de Sáenz Peña con el Brasil demostró una vez, más cuan errados estaban los argentinos que veían en el país vecino una política agresiva y un principio de hegemonía continental. Sagacidad, mesura, decisión, autoridad, son condiciones que constantemente revela Sáenz Peña en sus gestiones diplomáticas.


La jurisdicción de las aguas del Río de la Plata suscitó con el Uruguay agrias disputas, controversias doctrinarias, demostraciones navales en la costa oriental, manifestaciones callejeras hostiles, todo ello estimulado en ambos países por espíritus emocionales y estadistas apasionados más que por derechos lesionados.


El presidente Figueroa Alcorta para encarar esta situación designó a Sáenz Peña embajador en el Uruguay. Se le acogió como a un sincero amigo. Veinte años antes había dicho que “concebía al Uruguay y a la Argentina como una sola sociabilidad asentada sobre dos soberanías”. Estaba vinculado a las más viejas familias uruguayas, como descendiente de los Obes, que dieron dos presidentes a la república oriental. Logró firmar un protocolo que el ministro de Relaciones Exteriores no había conseguido llevar a término. Con él concluyeron los resentimientos existentes y se mantuvo el “statu quo” en el régimen de las aguas del Río de la Plata. Es un protocolo de escaso contenido, “protocolo danzante” le llamaron sus adversarios 8 pero lo suficiente para dirimir una controversia y restablecer la amistad en el Plata. Este es el arte de la diplomacia; arte sutil e inteligente, que evita un conflicto, con palabras y documentos, en lugar de emplear las armas.


También con Bolivia estaban interrumpidas las relaciones diplomáticas. Bolivia no acató el fallo que, en calidad de árbitro, dictó el presidente argentino en el conflicto con el Perú. El hecho determinó que La Paz retirara de Buenos Aires su ministro.


La discreción de hombres eminentes en los cuatro países y la ausencia de causas fundamentales que pudieran crear conflictos insalvables, aplacaron los extremos del sentimiento público y de algunos temperamentos belicosos. Se hallaron oportunamente soluciones acertadas que restablecieron las buenas relaciones, que era necesario robustecer y afirmar para alejar, en esta parte del continente, cualquier motivo de alteración del orden. Fue ésta la gran tarea a la que dio término el presidente Sáenz Peña.


Argentina vivía una época de extraordinaria prosperidad económica. Ni el Congreso, ni los partidos políticos, ni la opinión pública se preocupaban de los asuntos exteriores, absorbidos por el espectacular progreso material del país. La política exterior era generalmente conducida por el ministro de Relaciones Exteriores; que no tenía inconvenientes en obtener el apoyo del presidente y del senado para su política, que a veces obedecía a un concepto personal, olvidando los verdaderos intereses nacionales y su tradición diplomática. Sin embargo, cuando esa conducción llegaba a un punto en que podía peligrar la paz y la convivencia entre los estados, la opinión pública, la prensa y los más destacados ciudadanos intervenían para rectificar la dirección y restablecer la confianza y la cordialidad amenazadas.


Tan ligada se halla la política interna con la política internacional que ya Alberdi lo había demostrado en su misión diplomática en Europa cuando decía: “El régimen constitucional que nos conviene, deberá ser más atento al régimen exterior del país que al interno”. 9



La diplomacia de Sáenz Peña


El Presidente Sáenz Peña era el internacionalista de mayor autoridad que tenía el país; de larga y acreditada experiencia en asuntos diplomáticos, de destacada actuación en congresos y conferencias en América y Europa. Había restablecido recientemente la cordialidad de relaciones con Uruguay y Brasil, como se ha dicho. Su amor por la paz; y el respeto por el régimen jurídico llevó hasta sostener la doctrina de Florencio Varela: “la victoria no da derechos”. Cuando los adversarios políticos le llamaron “general peruano” para recordarle su participación en la guerra el Pacífico y decirle que no sería bien acogido en Chile, él les respondió: “nunca he pronunciado una palabra mortificante” para esta nación, “ni encerraré a mi país dentro de los lineamientos de un acto personalísimo”. 10 Lo atacaban de “europeismo”; sin embargo, en el congreso de Montevideo “defendió la integridad jurídica de los estados americanos, no importa contra qué legislación o soberanía”. Posteriormente, en La Haya, sostuvo la política americana, “sin deponer sus principios ante ningún país europeo”. 11 El ministro Eduardo Wilde decía que era una buena práctica, para evitar las revoluciones en Sud América, la intervención conjunta de Estados Unidos, Brasil y Argentina. Sáenz Peña le respondía: “Me opongo a toda política de intervención a estados soberanos... ¿El derecho de evitar revoluciones no podría invocarse mañana para fomentarlas? 12 Ningún estado Americano, afirmó, tiene el derecho de asumir la representación y hablar en nombre de América, ni aceptó que existiera una norma jurídica continental diferente al derecho universal. Sostenía que la doctrina Drago debía regir para todos los países sin limitarse a las naciones americanas. 13 Su invariable simpatía por España la exteriorizó en el discurso “Por España” y en el desempeño de su embajada en Madrid. 14 Con Italia mantuvo excelentes vínculos durante sus funciones en Roma. 15 Su devoción por Francia la manifestó en el importante discurso que pronunció en el Comité de Conciliación Internacional, celebrado en París, disipando las prevenciones suscitadas por la renovación de los armamentos argentinos. Su firme actitud con el delegado de Alemania en el Instituto Internacional de Agricultura de Roma, que puso en duda la veracidad de las estadísticas argentinas, demostró hasta qué extremo defendía los prestigios del país y su “alto grado de perfeccionamiento moral e intelectual”, reclamando el mayor respeto y consideración para la República. 16 Su reciente gestión diplomática en Montevideo y la visita efectuada a Río de Janeiro, insisto, evidenciaron la discreción y habilidad para conducir, con los países vecinos, la política de paz y confraternidad que siempre inspiró su conducta.


En su juventud fue un crítico erudito y pertinaz de la política del Departamento de Estado. Su feliz, y valiente intervención en la Conferencia de Washington anuló el proyecto Zolverein norteamericano y su actitud tuvo repercusión continental. 17


Publicó importantes ensayos donde estudió la doctrina de Monroe y analizó la interpretación norteamericana del principio de no intervención. El, que era mesurado y contenido, en esta materia se torna apasionado y violento. Así aparece en la conferencia que pronuncia condenando la intervención de Estados Unidos en la guerra de Cuba, donde los adjetivos y afirmaciones denuncian la sensibilidad de su temperamento latino. 18 Posteriormente, y aún más tarde, ya candidato a la presidencia, el ánimo más sereno y la observación más ajustada a la realidad, escribió a David Dublin, representante del Departamento de Estado, para disipar toda sospecha de anti-yankismo, expresándole su adhesión a la nueva política de buena amistad con los países americanos, iniciada por el presidente de los Estados Unidos.



La diplomacia del presidente con el Brasil


La política de amistad y cordialidad del candidato con el Brasil y el Uruguay fue afirmada, por el presidente. “Algunos adversarios —decía Sáenz Peña— me atribuyen contornos belicosos que no resultan de mi pensamiento de hombre público, ni de mis sentimientos de ciudadano... Siempre que he interpretado la política de mi país ha sido para inspirarme en sus anhelos de paz y fraternidad... Soy un amigo de la paz, y un defensor decidido de la unidad de mi raza”... Durante la presidencia ratifica, su opinión: “una democracia conservadora... que si siente respetos inalterables para todas las soberanías tiene también virtudes defensivas para conservar las nacionalidades”. “La República Argentina aspira a mantener su honroso título de democracia pacífica con el alto sentimiento de su soberanía”.


Cuando se hizo cargo de la presidencia había pasado el momento álgido en los conflictos con los países vecinos pero era necesario consolidar las buenas relaciones e inspirar confianza en los propósitos de gobierno.


El discurso del presidente electo a su paso por Río de Janeiro, la espontaneidad y magnitud de la recepción de que fue objeto, producen en Buenos Aires una honda impresión de agradecimiento. “La visita de Sáenz Peña quebró el hielo existente en las relaciones de los dos países” y el presidente se empeñó en crear en Brasil sólidos vínculos de amistad y comprensión mutua, fijar “clara y lealmente” una política internacional, que estimule la convivencia y el desarrollo de ambos países sin choques, resentimientos, suspicacias y recelos que la defiendan de la repetición de arrebatos personales que pudieran dar lugar a rompimientos irreparables. Consideraba al Brasil como una “llave importantísima para Sud América”. Desde que Estados Unidos comenzó a extender su influencia y negociar con el Brasil, creía que la embajada en Río debía estar desempeñada por una gran personalidad y no por un “desdichado”. Le preocupaba la “chispa guerrera que había brotado en el Brasil sin viento ni fuego” y el hecho le “intrigaba a todas horas”. ¿Desde cuándo brotan los brasileros con espíritu guerrero y perturbador?”. Si bien había que “armarnos y estar preparados”, era indispensable aplicar la mejor diplomacia para atraerlo y asegurar la armonía y su amistad.


Argentina y Brasil resolvieron renovar su vieja marina. Habían comprado dos “dreadnought” y proyectaban adquirir un tercero. Además, del importante sacrificio económico, que significaban estas erogaciones éste era el comienzo de una política armamentista, siempre peligrosa entre dos naciones vecinas. En ambos países existían reducidos grupos nacionalistas, apasionados defensores de la política arrogante y agresiva. El presidente Sáenz Peña estaba decidido a dominar a aquéllos y terminar con ésta. Con infatigable empeño se propuso llegar a un acuerdo con Itamaraty.


Nombró al Dr. Manuel A. Montes de Oca embajador extraordinario para asistir a la transmisión del mando del presidente del Brasil general Hermes da Fonseca, y el Dr. Ramón J. Cárcano, vice presidente de la Cámara de Diputados, visitaría reservadamente al barón de Río Branco en nombre del presidente. Montes de Oca realizaba ostensiblemente un acto de cortesía y amistad internacional; Cárcano llevaba una importantísima misión política que consistía en explorar la “delicada cuestión de armamentos”. Esta debía ser tratada por un enviado confidencial de la mayor confianza del presidente para evitar las suspicacias de las demás cancillerías.


Sáenz Peña escribió al Barón, manifestándole que Cárcano, no sólo era su particular amigo, sino también de su gobierno y de su política, “especialmente en lo que atañe a la política exterior”.


La buena amistad de Cárcano con Río Branco le permitió tratar con franqueza temas espinosos que preocupaban a las dos cancillerías. Cárcano había publicado importantes ensayos sobre la historia de las relaciones diplomáticas argentino-brasilera cuyo contenido había merecido el elogio de Sáenz Peña. Era el defensor más caracterizado de la política de amistad con el Brasil. Cuando fue recibido en el Instituto Histórico y Geográfico en Río de Janeiro, en 1910, había dicho: “No existe ninguna disidencia que separe al Brasil y la Argentina; ninguna cuestión pendiente, ningún interés o ambición que en el futuro las divida”.


El Barón recibió a Cárcano en Itamaraty, el palacio del Imperio, en su gabinete de trabajo. Sus ventanales permitían contemplar los jardines interiores. Numerosos mapas colgaban de los muros. En gran escala estaban indicadas las fronteras del Brasil, que el Barón había logrado trazar con habilidad y astucia, definiendo los límites inciertos y los intrincados problemas que había dejado la colonia, tarea abrumadora y paciente de la cual se vanagloriaba por haberla llevado a buen término por negociaciones amistosas y el arbitraje. En el extremo de una de las mesas trabajaba el canciller en un lugar reducido, libre del cúmulo de documentos y expedientes, amontonados sobre las mesas, sillas y en el suelo. Muchas veces sus secretarios lo hallaron escribiendo en altas horas de la noche alumbrado por un modestísimo candil que nunca le faltaba. Junto a esa mesa tuvieron lugar las conversaciones confidenciales.


Cárcano apercibióse que no era el Barón quien inspiraba la política armamentista del Brasil. La idea de la compra de los “dreadnought” no fue de Río Branco, “para los ríos no sirven y son insuficientes para emplearlos en conflictos con otras potencias”, le dijo a Cárcano. El Barón deseaba la reconstrucción de la armada con barcos apropiados para el cuidado de las costas. El ministro de Marina había modificado su iniciativa prefiriendo los barcos “capitales” en contra de su opinión.


Acogió con simpatía la gestión que traía el enviado argentino. Estaba empeñado en adelantar el convenio del A. B. C. entre Argentina, Brasil y Chile. Con Chile había iniciado negociaciones al respecto. Leyóle a Cárcano el proyecto que le presentó el ministro Puga Borne y el suyo que había propuesto en substitución, según el cual, afirmaba el Barón, haría imposible la guerra En Sud América. El Barón trabajaba por la paz continental como Sáenz Peña. Con este antecedente la entrevista tendría un carácter francamente conciliador. Aprovechó Cárcano la oportunidad para hacer algunas observaciones al A. B. C. y demostrar su ineficacia para la situación planteada. Ni Chile tenía interés en el problema del Atlántico, ni tampoco estaba resuelta la cuestión del Pacífico. El A. B. C. de Río Branco no llegaría a firmarse.


Analizaron las dificultades que presentaba concertar un acuerdo de buena vecindad entre los dos países, que evitara las diferencias con el Uruguay y Paraguay en ocasión de los movimientos subversivos que con frecuencia se producían en las fronteras. AI tratar un posible convenio sobre equivalencia naval, en proporción a la población o la extensión de las costas, como pretendía el Brasil, Cárcano expresó al Barón, que ello significaría pactar la supremacía del Brasil y el convenio carecía entonces de objeto político y sería inaceptable e impopular en la Argentina. Desechados los tres temas, era indispensable hallar otra solución, que se redujera a los dos países, que no afectara a otros intereses americanos, ni se atribuyera a propósitos de predominio continental; un convenio que demostrara “nuestra mutua amistad y nuestra sincera unión”, como obra de paz y confraternidad. Cárcano encuentra la nueva fórmula con una claridad y sencillez que revela conocimiento del asunto y sentido realista. “No veía la necesidad de pactar la equivalencia naval, bastaba un acuerdo para limitar la adquisición de los grandes barcos. Sería útil y popular, evitaría la danza de millones a la que se habían dedicado los dos países”. El Barón aceptó la solución de Cárcano, “Eso parece más fácil”, le contestó, y después de una pausa agregó: “Sabe Ud. que nuestro tercer barco ya no viene. Eso está borrado”.


Cárcano ha logrado el objeto de su misión. La política del presidente Sáenz Peña ha triunfado. La carrera de armamentos navales entre los dos países se ha detenido. La amistad argentino-brasileña ha quedado consolidada. Todas las prevenciones se disipan. Los armamentistas argentinos y brasileños se derrumban por falta de argumentos. La frase feliz del candidato la realizan los hechos del presidente.


Los resultados de la misión Cárcano y el protocolo sobre el Río de la Plata firmado con el Uruguay restablecen la confianza y la amistad entre las naciones del Atlántico. 19


Para la paz de América es indispensable desarrollar con los países vecinos una política de franca y leal amistad, especialmente con el Brasil el más poderoso, como sostenía Sáenz Peña. 19a Las consultas entre las cancillerías sobre problemas continentales y extracontinentales es el mejor procedimiento para evitar suspicacias y malas interpretaciones entre naciones cuya política pacifista y ausencia de aspiraciones territoriales, es la base de su diplomacia. Ni tratados políticos, ni alianzas, simples entendimientos de buena vecindad y procedimientos para llevar a buen término objetivos comunes.



Confraternidad y amistad


Con los países vecinos del norte la presidencia de Sáenz Peña también realiza obra constructiva de paz, y confraternidad. El protocolo y acta adicional que se firmó con Bolivia (15-XII-1910), reconoce la sinceridad y el espíritu del presidente argentino al pronunciar en calidad de arbitro, entre Bolivia y Perú, el laudo de 1909 y restablece las relaciones diplomáticas que estaban interrumpidas, continuándose el amojonamiento de los límites entre los dos países.


Las continuas revoluciones que sufría el Paraguay y los incidentes que se producían, en la frontera, mantenían en constante actividad a las cancillerías para aclarar situaciones equívocas y demostrar la neutralidad del gobierno argentino. Los contrabandos de armas, el derecho de asilo, los buques piratas, el armamento de la costa, son algunos de los temas examinados, siempre con espíritu conciliador. El reclamo por la detención del buque argentino Hera (25-VIII-1911) que el gobierno paraguayo apresó, por contrabando de armas, terminó por el acuerdo del 16-XII-1911 y la creación de una comisión arbitral que resolvería las reclamaciones existentes y que se promovieran entre los dos países. Las relaciones diplomáticas se reanudaron (19-II-1912). Un nuevo vínculo con el Paraguay se estableció con la terminación del ferrocarril de Buenos Aires a Asunción y la convención para el tráfico internacional que permitiría viajar cómodamente entre las dos capitales (7-IV-1913).


En las instrucciones reservadas que recibían los embajadores argentinos en los países de la costa del Pacífico se procuraba disipar todas las desconfianzas que Chile pudiera tener con Argentina, observando la más estricta neutralidad, en el conflicto entre Perú y Chile. En el arbitraje entre Perú y el Ecuador su conducta se ajustaría a procedimientos de acuerdo con los Estados Unidos, sugiriendo la conveniencia de establecer el mayor acercamiento con los países vecinos.


Con Italia celebróse un importante tratado sanitario (17-VIII-1912) que puso término a una serie de rozamientos y controversias diplomáticas, a raíz de la inspección de los buques con inmigrantes italianos que llegaban al país, y por el celo que desplegaban los profesionales argentinos para prevenir el cólera, la fiebre amarilla y la peste bubónica.


El deseo del presidente de mantener cordiales relaciones con los países extranjeros se realiza con las misiones especiales nombradas para retribuir las atenciones que el país recibió durante la celebración del Centenario. Escogió personalidades de alto relieve nacional, sin preocuparse de sus afinidades políticas. Para España designó embajador extraordinario al ex-presidente José Figueroa Alcorta. A don Manuel Láines, con quien no mantenía relación personal, lo nombró para que visitara Francia e Italia. Lo representó en el Reino Unido y Alemania el Dr. Carlos Salas. A Estados Unidos envió al senador Benito Villanueva.


Durante la presidencia de Sáenz Peña el país no tuvo conflictos internacionales. Su diplomacia fue hábil y clara, oportuna y eficaz. Los recelos y desconfianzas que existieron en el período anterior fueron disipadas rápidamente, restableciéndose la cordialidad y la confianza en la gestión de la cancillería. “Amistad para Europa y fraternidad para América” fue la divisa del presidente. Los hechos demostraron la sinceridad, el valor y los beneficios de esa política.