Sáenz Peña La revolución por los comicios
El final de la presidencia
 
 

La salud del presidente


EL presidente comenzó su tarea imprimiendo a su acción el sello de su personalidad “La tarea era superior a sus fuerzas” y estuvo limitada por su precaria salud. A los cinco meses de hacerse cargo de sus funciones disminuyó su actividad. El viaje por mar a la Patagonia, más que destinado a inspeccionar obras, fue una excursión de descanso. Sin embargo, su salud no mejoró y sólo reaccionaba en períodos de corta duración. 1 Solicitó al Senado reiteradas licencias para ausentarse de la Capital y buscar en las quintas aledañas reposo y buen clima. Durante largos períodos tenía la imposibilidad física de ocuparse de los asuntos de Estado. 2 Injustamente se le atribuía despreocupación y falta de laboriosidad.


La ausencia de su acción directa facilitó las intrigas políticas y la oposición al Ministro del Interior, a quien se le atribuían ambiciones personales y una orientación distinta a la del Presidente. Este recogió la crítica a la llamada “política bicéfala” en su tercer mensaje. El Ministro ya había expresado a la Cámara que las entrañas del gobierno estaban absolutamente esterilizadas para concebir una candidatura oficial.


Estimulaba la crítica al gobierno de Sáenz Peña el interés político, atizado por los gobernadores y legisladores que se sentían desplazados por la reforma electoral. Fincaban en el Vicepresidente de la Plaza la esperanza de una reacción. Añoraban el viejo régimen y el funcionamiento de la “máquina electoral” que les aseguraba la permanencia en el gobierno. Empleaban la última munición para defender un reducto que ya había conquistado la opinión pública. El blanco de los ataques era el Ministro del Interior. Decían que mantenía conversaciones con algunos gobernadores y legisladores buscando su colaboración para apoyar su futura candidatura a la presidencia. Llegó hasta a mencionarse la fórmula: Gómez-Cárcano. En el celebrado debate de la Cámara, el ministro desmintió estos infundios expresando que nunca había alimentado semejantes ambiciones. La aceptación de su ministerio, dijo, implicaba el compromiso de servir al Presidente sin ulterioridades políticas. 3


A fines de 1913, el Presidente no se había repuesto de su mal a pesar del largo descanso. Fue necesario solicitar una prórroga de la licencia por dos meses. El mensaje dio motivo a un debate en el Senado (6-XII-1913) que reveló un plan para obligar al Presidente a presentar su renuncia. No era extraño a este propósito el Vicepresidente, a quien estimulaba el grupo de senadores contrarios a la reforma electoral. Veían en él a un factor que favorecía sus intereses políticos.


“Si esta licencia se acuerda no hará sino prolongar un estado de cosas anormal... el Dr. Sáenz Peña no puede ni podrá ejercer las funciones de gobierno”, declaraban los senadores, Irigoyen (Buenos Aires), Del Pino y Adolfo Dávila (La Rioja), apoyaban a Echagüe (Santa Fe) y solicitaban informes al Ministro del Interior. Querían aprovechar la salud quebrantada del Presidente para restablecer y consolidar sus posiciones políticas amenazadas, volver a los “viejos tiempos” para que el país recobrara con “paso firme” la senda de su grandeza y prosperidad (Echagüe). El Senador socialista Del Valle Ibarlucea (Capital) opinó que debía darse la licencia. Esta discusión provocó una reunión en casa del Vicepresidente, reclamada por sus ministros, a la que también asistieron los médicos del Presidente. Los ministros consideraban que el Vicepresidente estimulaba la crítica a su propio gabinete en cuyo caso demostraba falta de confianza en sus gestiones. El Dr. de la Plaza “turbado y muy preocupado'' rechazó las renuncias que le presentaron, expresando que se solidarizaba con el Presidente enfermo y hacía, suyo el pedido de licencia.


El Ministro Gómez, al día siguiente (9-XII-1913) leyó en el Senado una declaración, redactada de acuerdo con el Vicepresidente, en la cual se refería al pronóstico favorable de los médicos sobre la salud de Sáenz Peña, afirmando que la delegación se producía en la “integridad de las facultades constitucionales” y que con ella todo el Poder Ejecutivo estaba de acuerdo. La declaración desconcertó la maniobra de los senadores. Sin embargo, insistieron en provocar la renuncia del Ministerio. Esta campaña la conducían con violencia el Senador Adolfo Dávila, apoyado por “La Nación” y “La Prensa”. 4 La licencia fue concedida por dos meses. A su término, el Presidente aún no se había restablecido y solicitó una nueva prórroga sin fijar término (4-II-1914). El hecho provocó en el Senado nuevos ataques. Los senadores pedían francamente la renuncia del Ministerio y del Presidente. “La renuncia es el arbitrio lógico para conjurar todas las dificultades”. La sesión del Senado fue violenta. Sólo le concedió licencia por dos meses. En diputados votaron la licencia sin término, con el apoyo de los radicales y socialistas. El diputado Alfredo Palacios (socialista) protestó contra el viejo régimen que se “insinúa y revolotea, como ave agorera, alrededor del lecho de un enfermo”, y Rogelio Araya (radical) denunció la “confabulación de los hombres del antiguo régimen para desplazar a Sáenz Peña que era un peligro para ellos porque significaba la esperanza de la libertad y pureza comicial”. Vuelta la ley al Senado el Presidente Benito Villanueva desempató la votación de acuerdo con el texto de la Cámara. 5


Esta fue la última maniobra de la oligarquía para mantenerse en el poder y resistir al voto popular que se imponía en los comicios. Inútil maniobra en la que estaban complicados numerosos legisladores. El Vicepresidente De la Plaza, exponente de la vieja generación, estuvo a punto de consumar un hecho que sólo habría servido para desprestigiar, aun más, a quienes, lo urdieron sin que por ello detuvieran la avalancha de las aspiraciones populares. De la Plaza en ejercicio de las funciones de presidente, a pesar que añoraba el predominio de los viejos partidos y temía el auge de radicales y socialistas, no tuvo el valor de intervenir en la dirección de la política nacional. Presidió los comicios para elegir a su sucesor y entregó la presidencia a Hipólito Yrigoyen, jefe de la Unión Cívica Radical.


La evolución política y la reorganización de los partidos estaba en marcha y nadie podría detener la extensión y libertad del sufragio. La burguesía, la clase medía, los artesanos, los pequeños agricultores y obreros golpeaban las puertas de la Casa Rosada para disputar el gobierno a los viejos partidos oficiales.


Los ministros de Sáenz Peña, después del último debate en el Congreso, renuncian (12-II-1914) y el Dr. De la Plaza designa un nuevo ministerio sin mayor gravitación en la marcha política del país.



Su fallecimiento


No había terminado de germinar la primera semilla de la reforma política cuando el Presidente comentó a sentir su decaimiento intelectual y físico. Fueron inútiles los alejamientos periódicos del gobierno, las plácidas estadas en “La Armonía” y en “San Luis Beltrán”, en Martínez y San Isidro. En cada oportunidad que volvía a sus tareas, observaba el país los estragos del mal. El último mensaje al Congreso había perdido el vigor y el entusiasmo de los primeros discursos. Le acechaban los peligros de la enfermedad cuyos síntomas se acentuaron y comentan a obscurecer la luz edénica en la que había comentado su presidencia.


El 9 de agosto de 1914, a las dos de la mañana moría el presidente Sáenz Peña, asistido por sus médicos, los Dres. Luis Güemes, José Penna y Díaz. Monseñor de Andrea le impartió los auxilios religiosos la noche anterior. El fallecimiento no causó sorpresa en la opinión pública que había asistido a esa rápida declinación de la salud del presidente. El país y las naciones extranjeras lamentaron la desaparición de este hombre público, quizá el más destacado de su generación. Fue velado en el salón Blanco de la Casa de Gobierno, con los honores correspondientes a su rango. Numeroso pueblo presenció el desfile del cortejo por las calles de Buenos Aires. Delegados del Uruguay y del Perú pronunciaron sendas oraciones. El Vice Presidente, los presidentes del Senado y de la Cámara joven, representantes de las provincias de Buenos Aires y Santa. Fe y numerosos oradores hicieron el elogio de su personalidad. La prensa nacional y extranjera, el pueblo entero de la República, sintieron su muerte. Así terminó la presidencia de Roque Sáenz Peña, tronchada por una enfermedad implacable que esterilizó el final de su gobierno.


El fallecimiento del Presidente coincidió con la declaración de la primera guerra mundial. El acontecimiento marcó una nueva etapa en el proceso histórico del mundo, así como en la República; la presidencia de Sáenz Peña inició la transformación de sus costumbres políticas. Uno y otro hecho, aquél de proporciones inconmensurables y de consecuencias que todavía no han sido exactamente apreciadas, gravitaron en la sociedad, en la economía y en el movimiento espiritual de la Argentina, a tal punto, que su fisonomía en 1910, es tan diferente a la que adquirió después; semejante en el aspecto político, como la de Francia del nuevo régimen con relación al antiguo.


La experiencia de la reforma electoral de Sáenz Peña no puede apreciarse aisladamente sino en función de la guerra mundial y las doctrinas totalitarias que entonces aparecieron. Resulta imposible inducir cual habría sido su trayectoria sin estos factores. Pero nadie podrá negarle a Sáenz Peña la, paternidad de los beneficios que significó para el régimen democrático la extensión del sufragio popular por él emprendida.