José Miguel Carrera 1820-1821
Marcha de Carrera hacia San Luis
 
 
[Marcha de Carrera contra San Luis. Es sorprendida su retaguardia por las fuerzas del general Morón. Combate de la Concepción del Río Cuarto. Triunfo de Carrera. Nueva entrada de Carrera en San Luis. Noticias sobre la muerte de Ramírez.]

Como estábamos en vísperas de abandonar la provincia de Córdoba, nuestra división se vio reducida por las deserciones: muchos de los soldados reclutados en esa provincia y casi todos los milicianos volvieron a sus hogares.

El enemigo, confiado en la superioridad del número, había salido en busca nuestra y logró cortar el paso a nuestra retaguardia, que conducía un gran número de carretas, bagajes, enfermos, heridos, prisioneros, mujeres, etc. Los mendocinos los sorprendieron en una madrugada y los pasaron a cuchillo sin perdonar a los enfermos, ni a los heridos podridos en sus llagas. En las carretas que apresaron iban los papeles del general, que fueron despachados a Mendoza como testimonio elocuente del importante triunfo.1

Así que conocimos la derrota de la retaguardia y la masacre de los heridos, dejamos el arroyo en que acampábamos y emprendimos la marcha en busca del enemigo; dos días después nos topamos con él, que también andaba, como dijimos, en busca nuestra. Era todavía de madrugada y la mañana estaba muy brumosa. 2 Los hombres de nuestra izquierda descubrieron a los mendocinos acampados en unos montes a orillas del Río Cuarto. Habían advertido nuestra presencia durante la noche, de suerte que estaban prevenidos y nos salieron al encuentro. Como el terreno era muy desparejo y sucio, resolvimos retirarnos dejando una fuerte guerrilla que nos protegió y entretuvo a la vanguardia enemiga. Llegamos a una hermosa llanura, próxima a la villa de Concepción 3, donde paramos y volvimos el frente a las tropas que nos seguían. El general Morón, jefe de los mendocinos, se prometía una fácil victoria, después de haber derrotado a nuestros heridos y a la pequeña guardia que los escoltaba. Formó sus hombres en dos divisiones con una fuerte guerrilla a la derecha, que fue la primera en iniciar el ataque. Nuestros escuadrones formaron en línea de batalla, y a retaguardia, como reserva, quedaron solamente cuarenta hombres, porque las mujeres que constituían de ordinario ese cuerpo, habían caído prisioneras dos días antes. Nuestra guerrilla de lanceros cargó y rechazó a la enemiga, pero, habiendo sido ésta reforzada, la nuestra tuvo que retroceder y fue perseguida en su retirada. Entonces avanzó a la carga toda la línea mendocina y lo mismo hicimos nosotros, adelantándonos a su encuentro. Ya se encontraban a pocas yardas una línea de otra cuando ambas hicieron alto involuntariamente y sobrevino una terrible pausa 4. El coronel Benavente, en forma perentoria, dio orden de avanzar y lo mismo hizo el general Morón, poniéndose al frente de la línea de mendocinos. En esas condiciones y muy cercanas ambas líneas, dio comienzo el combate. El general Morón, después de cambiar algunos golpes, fue el primero en caer derribado por uno de los nuestros 5. La lucha entre la segunda división enemiga y toda nuestra línea se sostenía encarnizadamente, pero he aquí que la primera división de mendocinos y su guerrilla de la derecha nos flanquearon, de suerte que nos vimos atacados por el flanco, el frente y la retaguardia, vale decir que nos envolvieron por completo. En ese momento del combate no podíamos abrigar la menor esperanza de triunfo. Rota nuestra línea, los soldados se vieron obligados a huir, pero el coronel Benavente y otros oficiales no tardaron en reunirlos. Se renovó el ataque vigorosamente e hicimos retroceder a los mendocinos hasta una regular distancia del sitio donde había comenzado la batalla. En esas circunstancias fueron reforzados por doscientos hombres que esperaban formados y cargaron sobre nosotros, derrotándonos fácilmente, pues no éramos más de cincuenta sin formación alguna. El día era en extremo brumoso, lo que nos impedía ver a los compañeros y dimos por perdida la batalla, creyendo que el resto de nuestra división había huido. Fuimos perseguidos por el enemigo hasta una considerable distancia y en esa situación encontramos una numerosa partida que en un principio creímos enemiga y resultó ser el coronel Benavente con todos los dispersos que había podido reunir. Contraatacamos entonces a los mendocinos y esta vez los derrotamos dispersándolos completamente, quedando terminado el combate.

Todo se hizo sin disparar un tiro, si exceptuamos las guerrillas al comienzo de la acción 6. Perdimos ochenta hombres y algunos oficiales. Los enemigos perdieron a su general y lo mejor de su oficialidad. Nunca supimos con certeza el número de los muertos porque abandonamos el campo de inmediato en seguimiento de los fugitivos. Recuperamos las carretas y las mujeres prisioneras. En este combate nuestros hombres no pasaban de trescientos y eran mil trescientos los mendocinos 7.

Proseguimos la marcha rumbo a Concepción, que era el punto de reunión del enemigo, y allí encontramos ciento cincuenta hombres que abandonaron precipitadamente la villa. Pero como andaban con los caballos cansados y no tenían otros, los alcanzamos al caer la noche y les intimamos rendición. Mientras el comandante, coronel Quiroga, trataba con Carrera, los soldados pasaron a ocultas el río durante la noche y se separaron por distintos caminos; era lo que deseaba Carrera: la dispersión total del enemigo. Seguimos así en dirección a San Luis, tomando, de camino, muchos soldados y oficiales dispersos.

Este último triunfo nuestro, fue atribuido por los paisanos a la intervención de fuerzas sobrenaturales. Y es que hablan visto las tropas enemigas y las nuestras y no concebían que los pocos soldados de Carrera pudieran haber alcanzado repetidas victorias sobre las numerosas divisiones contrarias 8. De ahí que, para explicar lo ocurrido, pensaran en tratos con el demonio y en supuestos espíritus que estaban al servicio de Carrera. Algunos días después de aquel combate salió Carrera en un reconocimiento, acompañado de una partida, y llegó a un rancho donde fingió ser un oficial mendocino enviado en auxilio de las fuerzas de esa provincia. Preguntó cuál era la situación de los carrerinos y las operaciones que efectuaban. La dueña de casa le contestó que todos los paisanos de la región habían sido muertos por Carrera, días atrás, en el combate de la Concepción del Río Cuarto; y le pidió por todos los santos del cielo que escapara de una vez a Mendoza porque Carrera no podía estar lejos; que tenía muy pocos hombres, pero cuando le era preciso combatir sacaba un papel blanco del bolsillo, murmuraba ciertas imprecaciones, arrojaba el papel al aire y empezaban a surgir del suelo soldados que le mandaba el demonio, con quien tenía hecho pacto. Ese era el secreto de que saliera siempre victorioso.

Carrera quedó en extremo satisfecho al escuchar esas cosas y pareció muy convencido de que era cierto lo que creía aquella pobre mujer.

Continuamos el camino de San Luis sin encontrar ninguna dificultad en la marcha. La ciudad había sido abandonada por Ortiz, el gobernador. Nosotros acampamos a una legua de distancia, en el Chorrillo, mientras el general se establecía en la misma ciudad con una guardia para evitar excesos de los soldados. 9 Pocos días después, el Cabildo designó gobernador provisorio a Jiménez y San Luis se pronunció por nosotros. La mujer de Ortiz fue conducida con una escolta hasta el lugar en que se hallaba su marido, llevando consigo todo lo que necesitaba. Su casa fue custodiada para evitar cualquier desmán. El general dirigió también a Ortiz una carta con la señora, invitándolo a volver a San Luis donde permanecería en ejercicio del gobierno; pero Ortiz, si bien no era contrario a las ideas políticas de Carrera, se dejó intimidar por nuestros enemigos y no aceptó el gobierno que se le ofrecía.

En San Luis tuvimos noticias de la muerte del general Ramírez en un combate —si podía llamarse tal— contra santafecinos y cordobeses. Las circunstancias de su muerte fueron las siguientes: Alcanzaba ya la frontera de Santiago del Estero y se había adelantado a una considerable distancia de su división, cuando le sorprendieron y atacaron súbitamente cuatrocientos hombres en el Río Seco. La guardia no pudo resistir el ataque y fue derrotada. Ramírez, que llevaba siempre con él su preciosa carga (doña Delfina), no la abandonó ni rehuyó el peligro, aunque bien debió advertir que su solo esfuerzo no era bastante para salvarlo en aquel trance. Peleó por doña Delfina desesperadamente y derribó a varios de sus enemigos, pero terminó por caer bajo los golpes de la despiadada turba que le acosaba.

Ramírez era de baja estatura, piel muy oscura y aspecto desagradable 10. Parece haber poseído una fuerte capacidad mental y facultades naturales, pero enteramente incultivadas, por falta de educación. 11 Valía poco como político, pero reunía en alto grado las mejores cualidades del soldado 12: era franco y abierto, incapaz de una simulación y nadie le aventajaba en bravura personal.