Las reducciones jesuíticas de indios guaraníes / 1609-1818
Administración temporal
 
 

Bajo este aspecto el empeño de los jesuitas en las reducciones llegó a una relativa perfección, según las posibilidades, dada la mucha cortedad de los beneficiados. Se los considera aquí bajo todos los conceptos de una sociedad organizada.



1) El gobierno político


Los guaraníes tuvieron, en realidad, un simulacro de gobierno, pues "su entendimiento [y] su capacidad", aun con los años de vida civilizada, "era muy corto, como de niños". 51 Y como a tales había que tratarlos.


En cada pueblo había un corregidor indio 52 nombrado por el gobernador sobre consulta de los padres; un teniente; un alférez real; dos alcaldes, mayor y menor; cuatro regidores; dos alguaciles, también mayor y menor; un alcalde de la Hermandad y un procurador, todos indios. Tenía cada uno sus insignias: el corregidor, bastón con su puño de plata y los demás, varas.


Estos oficios se conferían el primer día del año, con asistencia y dirección del cura. Los cabildantes del año anterior componían la lista después de tratar entre ellos, y la daban al cura, para que la enmendase conforme a su gusto. La proclamación se hacía con toda solemnidad. Enviábase luego noticia de la elección al gobernador, para que la ratificase, "y como los gobernadores —anota Cardiel— saben el orden y prudencia con que se hacen estas cosas, nunca mudan cosa alguna".


"Todos estos oficios, oficiales y ministros sirven al cura... lo que sirven a su maestro en la escuela de leer y escribir dos o tres muchachos que suele señalar cuando son muchos los niños, para que cuiden de que hagan su deber: y así como estos no castigan a nadie, sino que sólo dan cuenta al maestro de lo que pasa, y ellos son también niños, aunque algo más capaces que los otros, y si hacen por qué, también se les castiga con azotes, así es acá."


Ningún corregidor ni alcalde metía en la cárcel ni castigaba a nadie "sin avisar primero al cura y saber su beneplácito". Y si ellos merecían pena, también se les daba. El castigo ordinario era de azotes como a los muchachos. Para suspenderle a algún corregidor o alcalde la vara por su mal comportamiento, se consultaba antes al gobernador de Buenos Aires, pues "ningún otro cabo o superior español tiene autoridad y mando sobre ellos; y este [el gobernador], solamente en casos que tocan al servicio del rey". 53


Todos los indios de dieciocho a cincuenta años de edad eran tributarios de Su Majestad, excepto los caciques, sus primogénitos, y doce indios para el servicio de iglesia, casa y huerta de los padres. El tributo era de un peso. Mas como los guaraníes no entendían de tributo, ni eran capaces de pagarlo de propia iniciativa, todo lo hacía el cura.


En tiempo del padre Ruiz de Montoya había ya hospitales, donde se curaban los pobres. Los varones se ponían aparte de las mujeres.54



2) El gobierno militar


Con las malocas paulistas, las reducciones incluyeron a sus faenas ordinarias los ejercicios de guerra. El alicantino Miguel Vidal, que llegó a ellas después de la batalla del Mbororé, vio que los indios "estaban muy bien apercibidos de armas, arcabuces y mosquetes, alfanjes y rodelas de higuerón, y muchas lanzas enastadas en sus hierros, y que cada semana tienen un día dedicado para hacer sus alardes".


Vidal, que presenció uno de estos simulacros de guerra en domingo, cuenta que "salieron los indios a hacerlo con su bandera, y pendones, y cajas, y armas, y muchos flecheros, y lo hicieron con mucho orden y destreza". Acabado el ejercicio los padres les quitaron las armas de fuego, alfanjes y rodelas, y las encerraron debajo de llave dentro del convento hasta otro alarde". 55


Según noticias del padre Cardiel, posteriores de un siglo a las sobredichas, cada pueblo juntaba "ocho compañías de soldados, cuatro de caballería y cuatro de infantería, con los cabos e insignias correspondientes: capitanes, tenientes, alféreces, sargentos y ayudantes; ocho de cada oficio, con sus insignias, ocho banderas de seda con las armas del rey, ocho cajas y pífanos, y dos clarines de guerra, además de los que suele haber de música eclesiástica". Con ellos había "un maestre de campo y un sargento mayor".


Los indios conservaban en la armería común "escopetas, trabucos, pistolas (y en algunos pueblos, piezas de campaña), lanzas, espadas, flechas o saetas y hondas". En las estancias se guardaban "los caballos de guerra para todo lance repentino". Seguían ejercitándose los indios en las armas un día por semana, y realizaban mensualmente alarde general.56


Observaban este orden para congregar a la gente en caso de guerra:


"Cuando el gobernador pide tres mil indios, por ejemplo, como ya sabe cómo va el gobierno, no escribe a los corregidores ni maestres de campo. Sólo escribe al provincial, o si este está muy lejos, al superior de misiones. El provincial luego escribe al superior para que lo haga poner en ejecución. Este... señala la gente que le toca a cada pueblo, según el número mayor o menor de sus vecinos, cargándolos por igual... Obdecen [los indios] con prontitud, sin que jamás haya habido ejemplo de repugnancia..., y al día señalado salen para el paraje en donde todos se han de juntar, y marchan con sus capellanes."


En campaña obedecían a un cabo principal español, que los intimaba "por medio de los padres", a no ser "en el vigor de la refriega en orden a matar".57



3) El trabajo


Notable acierto de la Compañía de Jesús fue mantener las reducciones con productos propios, prescindiendo en lo posible de la ayuda oficial. Asegurábaseles de esta suerte la perennidad. Mérito fue este, sobre todo, del padre Francisco Vázquez Trujillo, que gobernó la provincia del Paraguay entre los años de 1628 y 1634. La obra del padre Vázquez mereció la aprobación del prepósito general de la Compañía, padre Mucio Vitelleschi, que así a un tiempo la alaba y sintetiza:


"Apruebo lo que Vuestra Reverencia va entablando en las reducciones en orden a que tengan lo necesario los nuestros en lo temporal, y para que no falte la comida y vestido a los pobres indios. Bien me parece lo de la sementera, la estancia del ganado mayor y menor, y la guarda y seguridad que se les ha puesto con la yeguada que se [ha] añadido; y lo de ir entablando la hacienda que Vuestra Reverencia dispone, para prevenir lo que pueda suceder con la falta del socorro que el rey da a las reducciones: lo juzgo por acertado." 58


Ya en 1639 el padre Ruiz de Montoya reconocía la habilidad de los indios para ciertos trabajos:


"Son en las cosas mecánicas —dice— muy hábiles; hay muy buenos carpinteros, herreros, sastres, tejedores y zapateros." 59


Demás de estos, tenía cada pueblo —en tiempo del padre Cardiel— "estatuarios, doradores, plateros, tejedores, sombrereros, rosarieros, pintores, fabricantes de órganos, campanas, y todo lo perteneciente al bronce; de espinetas, arpas, chirimías, clarines y todo instrumento músico, además de zapateros, sastres, bordadores, etc.".


Todos estos oficiales trabajaban en casa de los padres, donde tenían sus talleres.


"Ningún cabildante, ni cabo militar, ni músico, ni oficial mecánico, ni sacristán, etc., tiene sueldo alguno. Todos trabajan en común y para el común; a la manera que en una casa religiosa."60


Cuanto a la agricultura, en cambio, principal fuente de vida, se mostraban ronceros los guaraníes. No llegaron nunca a aficionarse a ella. Los datos que pone en bulto el padre Cardiel son concluyentes.


Todos, sin excluir los cabildantes y oficiales mecánicos, eran labradores. A todos se les señalaban tierras del común, con un par de bueyes para su cultivo. Medio año de tiempo se les daba, de junio a diciembre, para sacar fruto. Durante esos meses, los que tenían oficio trabajaban alternativamente una semana en ellos y otra en sus sementeras. A esta especie de propiedad privada que labraban los indios para su consumo personal y el de su familia, se la llamaba Abambaé.


"El trabajo que tenemos —comenta Cardiel— en que cultiven la tierra que se les señala, en que la siembren, limpien o escardillen, y recojan, y guarden sus frutos para todo el año, es de los mayores. Los más capaces..., que en cada pueblo llegarán a ser la cuarta parte, sin reprensión ni castigo, labran, siembran y recogen abundantemente; pero a lo restante, es menester azotarlos una y más veces para que siembren y recojan lo necesario."


Junto a las sementeras particulares se cultivaban las del común, llamadas Tupambaé o hacienda de Dios, y eran de maíz, legumbres y algodón. Debían labrarlas los lunes y sábados de los seis meses hábiles. El producto se guardaba en los percheles o graneros comunes.


"Con esos granos —anota Cardiel— se les provee cuando van con sus embarcaciones a Buenos Aires y Santa Fe con la hacienda del común, cuando van a los bosques de la yerba del Paraguay, y para todos los demás viajes y faenas, porque ellos no son capaces de proveerse."


En las tierras de cada pueblo había pastoreo de vacas, para dar carne a todos algunas veces por semana, o todos los días en los años de mala cosecha.


Para el vestuario pacían en los campos de cada pueblo grandes rebaños de ovejas, de cuya lana se surtían las hilanderías de la reducción. Había también copiosos algodonales que cultivaban los indios en tiempo de sementeras los lunes y sábados. Las mujeres corrían con el tejido. Y las piezas así confeccionadas se guardaban en el almacén común, para dar a su tiempo vestido a todo el pueblo, hombres y mujeres, niños y niñas. 61


Conducían sus productos en balsas a Santa Fe y Buenos Aires para venderlos. La casi totalidad de las mercancías se reducía a la yerba. Había en Santa Fe un padre procurador y otro en Buenos Aires, el cual "se encargaba de reducir a plata la yerba y efectos que venían..., de pagar el tributo en plata a los oficiales reales y de comprar los géneros que el pueblo pedía y entregárselos a los indios para que los llevasen de tornavuelta".



4) La música


Fue nota característica de los guaraníes su predisposición por este género de arte noble.


"Son notablemente aficionados a la música —escribía en 1639 el padre Ruiz de Montoya—, que los padres enseñan a los hijos de los caciques, y a leer y escribir... Esméranse en tocar instrumentos, bajones, cornetas, fagotes, arpas, cítaras, vihuelas, rabeles, chirimías y otros instrumentos, que ayudan mucho a atraer a los gentiles, y al deseo de llevarnos a sus tierras al cultivo y enseñanza de sus hijos." 62


No fue, empero, la música medio solamente de conquista; lo fue también de estímulo para el trabajo y de sereno esparcimiento.


El trabajo —describe Azara— "se hacía a modo de fiesta; porque iban siempre en procesión a las labores del campo, llevando músicos y una imagencita en andas, por lo cual ante todas [las cosas] se hacía una enramada, y la música no cesaba hasta regresar al pueblo como habían ido". 63


Menudeaba el jolgorio.


"Les daban muchos días de fiestas, bailes y torneos, vistiendo a los actores y a los del ayuntamiento de tisú, y con otros trajes los más preciosos de Europa, sin permitir que las mujeres fuesen actrices sino espectadoras." 64


Pero donde la música alcanzaba su más elevada significación era en las funciones sagradas, según antes se dijo.


La reducción de Yapeyú —gracias sobre todo al padre Antonio Sepp— llegó a ser no sólo una eximia escuela de música, sino también el gran taller donde se fabricaban toda clase de instrumentos. 65