Las reducciones jesuíticas de indios guaraníes / 1609-1818
Levantamiento de los indios
 
 

No todos los siete pueblos se resistieron de inmediato. Cada uno tuvo sus matices y vicisitudes antes de llegar a lo que se llamó la guerra guaraní con la doble expedición del ejército hispano-portugués a las misiones.



1) Prisas y contraórdenes


Intervinieron con buena dosis estos factores en la rebelión de los indios, que mostraron buena voluntad a los principios, cuando el padre Bernardo Nusdorffer, comisionado por el provincial padre José Isidro de Barreda, los fue entrevistando. 218 Sólo comenzaron a excusarse “ya con el poco tiempo que se les concedía, ya con los muchos trabajos” y la necesidad de sembrar para el cotidiano sustento.


Solicitado por Nusdorffer el padre Barreda quiso obrar sobre seguro, conforme expuso después en la carta anua de 1750-1756:


Remití el asunto a nuestro comisario [el padre Altamirano], y él la pasó al Marqués; quien, conocida la equidad de [a exigencia, concedió no sólo que pudiesen sembrar, sino también el tiempo de tres años, para que no se obrara tumultuariamente.”219


Más hete aquí que, poco después, el 23 de mayo de 1752, notificaba Altamirano al superior Nusdorffer, “que aunque era verdad que convinieron en conceder tres años de término, pero podía suceder que el Comisario portugués no consintiese, y obligase al señor marqués de Valdellrios a otra cosa, según el tratado real, que en término de un año se hiciese todo; y así que luego, luego, busquen terreno, muden ganado, ganando instantes”. 220


Y sucedió lo que se esperaba. En llegando el gobernador de Río de Janeiro, Gómez Freiré de Andrade, dio prisa —conforme anota Escandón—, “puesta la mira en apoderarse, no sólo de los bienes raíces de los indios, sino también de los muebles que expresamente les negaba el tratado”; por lo que procuró “que no se les diese tiempo para llevar consigo dichos bienes, y así precisarlos a que los dejasen con sus pueblos y tierras a los portugueses”. 221


De allí nacieron sus presiones sobre Valdelirios para que, sin atender a los sembrados, empezasen los indios la trasmigración. A lo que se allanó el Marqués, decidido a no provocar la denuncia del tratado, según refleja su carta de 24 de octubre de 1752 al gobernador de Buenos Aires, José Antonio de Andonaegui:


El padre Altamirano me dice... que necesita de los tres años de término que había pedido... Como si yo y el General portugués hubiésemos de permanecer aquí tres años, esperando de que los indios se muden.222


Y añadía fríamente, con una solución brutal muy de su cosecha:


No sé si valdrá más se excite una guerra, o se eche a los guaraníes con alguna brevedad que la que quieren los padres.223


No tuvo más remedio el padre Nusdorffer que dar contraorden, “con harto sentimiento de todos —escribió—; pues bien se veía que las cosas no andaban bien”, desde que fueron llegando “cartas encontradas del padre Provincial y [del] Comisario, sobre el mismo negocio, de diferencia de sólo un día, y quizás no entero...”.


Esta prisa llevó a que se fastidiasen los indios y diesen por los caminos de la rebelión. Y hay que cargar sobre los comisarios reales, singularmente sobre Freiré, Valdelirios y el padre Altamirano, haber provocado con ella los horrores de la guerra. Quienes, como no iban a reconocer la propia culpa ni menos confesarla, echaron desde luego sobre la Compañía el odioso cargo, según expuso el padre Bartolomé Penigay, jesuita italiano y cosmógrafo, por cuenta de Portugal, de la primera partida demarcadora:


Los comisarios de ambos reyes cargan toda la culpa en nuestros padres... Los comisarios no han de confesar que yerran ellos; y ellos solos dieron motivo a la sublevación; por esto, otro partido o arbitrio [no] les queda, sino cubrirse con los padres de la Compañía.” 224


El mismo padre Altamirano mostró en el trance su quisquillosidad petulante, que dio el tono a toda su desdichada actuación. Lo atestigua con pena el propio Nusdorffer en su relato:


Este punto, de haberme escrito el padre Provincia! sobre que hiciésemos chácaras y que habían prometido tres años de término, y de haberlo yo luego intimado a los pueblos, fue la piedra de escándalo con el padre Comisario; y aunque yo luego intimé también la suya, contraria a la del padre Provincial, no obstante, sobre esto levantó él varios horóscopos, y decía que iban las cosas bien, y que con esta intimación de chacarería se había perdido todo; siendo la verdad que esto fue el único remedio que no se perdiesen los pueblos por falta de comida, aun antes que se comenzase la trasmigración.225


Al fin, el único que se puso en la otra banda del Uruguay, aunque entre muchas dificultades y rebeldías, fue el de San Borja. Los otros seis se aunaron para la resistencia armada.



2) Las razones de los indios


Acaso en ninguna parte aparezcan con su cruda y simple realidad, como en el siguiente papel escrito en guaraní por los mismos indios, y cuya traducción se incluyó entre los expedientes de la guerra.


Hay en aquellas mentes primitivas un acopio de temeridad y devoción, que refleja la actitud despreocupadamente infantil con que fueron a la ruina. Pero las razones en que apoyan su proceder son tan fundamentales como las de Su Majestad en defensa de lo suyo.


El autor, antes que nada, pone a buen resguardo sus convicciones. Y parte de ellas al propalar la resistencia armada:


“En primer lugar todos los días, cuando despertamos, debemos manifestar que somos hijos de Dios Nuestro Señor y de la Virgen Santísima. De todo nuestro corazón nos hemos de entregar a Nuestro Señor, a la Virgen Santísima, a San Miguel, a los santos ángeles y a todos tos Santos de la Corte celestial, haciendo oraciones para que, oyéndolas, consigamos el que atiendan a nuestras miserias.”


Se proponen, sobre todo, ampararse con el sagrado manto de la Reina del Cielo, mediante la principal práctica de su devoción:


Hemos de conservar la santa costumbre de rezar el santísimo rosario a Nuestra Señora, devoción que tanto la complace, y con la que conseguiremos nos mire con aquella misericordia que nuestras miserias necesitan; y así alcanzaremos con su santísima protección vernos libres de tanto mal como nos amenazan.


Esto de invocar “la protección de Nuestra Señora la Virgen Santísima, la de San Miguel, de San José y de todos los Santos de nuestros pueblos”, lo vuelven a repetir con esa mentalidad casi ingenua, de cristianos limpios, convencidos de que “nos han de atender” en tan difícil trance.


La táctica que se proponen es la de evitar, primero, el trato de cuantos pueden menoscabarlos en la posesión de sus tierras.


Los que nos aborrecen, cuando nos pretendan hablar hemos de excusar su conversación; huyéndola mucho de los castellanos, y mucho más de los portugueses.”


Cuanto a la época anterior, no han olvidado las lecciones de la historia:


Acordaos que en los tiempos pasados mataron a nuestros difuntos abuelos, mataron muchos miles de ellos por todas partes, sin reservar a las inocentes criaturas, y también hicieron escarnio y mofa de las santas imágenes de los santos.”


Ellos tienen la conciencia tranquila, y lo proclaman a boca llena; al paso que sacan la consecuencia, a manera de invectiva contra los fautores del traslado, que en tales aprietos colocaban a su nación:


“¿En atención a nuestros servicios, y porque hemos cumplido sus mandatos, y con todo esto nos decís que dejemos nuestras tierras, nuestros yerbales, nuestras estancias, y en fin todo el terreno entero? Este mandato no es de Dios, sino del demonio. Nuestro Rey siempre anda por el camino de Dios y no del demonio.”


La decisión de luchar hasta el fin era no menos Irrevocable que espontánea:


“Veinte pueblos nos hemos juntado ya para salirles al encuentro y con grandísima alegría nos entregaremos a la muerte, antes que entregar nuestras tierras.”


Se admira en este escrito la espontaneidad de la frase y el certero raciocinio. No hay, de todos modos, en él, con su rudeza de fondo y naturalidad de forma, asomos de arbitrariedades ni de malicia.


La causa principal que llevó a la rebelión aparece también en un escrito de mano jesuita, que resume lo notificado por los indios al gobernador de Buenos Aires en julio de 1753:


“á este único motivo se reducen todos: a quedar persuadidos, de que no es voluntad del santo rey Fernando VI (con este título lo llaman casi siempre) que salgan de sus tierras nativas para entregarlas a los portugueses.”


Y corroboran su aserto con las malas consecuencias del tratado:


“Por 1° Castigarnos inocentes sin delito; 2º Correspondemos mal por bien; 3° Quebrantar la real palabra que nos ha dado; 4° Que nos disipemos y vivamos como infieles; 5° Que se hiciesen más poderosos nuestros enemigos.”


Consecuencias que el autor del escrito va ilustrando luego con expresiones de los propios indios. 226



3) Las últimas diligencias


Los jesuitas tentaron todos los arbitrios para ahuyentar el espectro de la guerra aunque, inútilmente, dada la postura de niños enconados asumida por los indios.


Por lo que, visto lo infructuoso del empeño el padre Provincial procedía, el 2 de mayo de 1753, a la renuncia de los pueblos rebelados, con el retiro de sus curas. Lo que insolentó más a los indios.


“Han protestado —así le anotaba Barreda a Su Majestad el 19 de julio siguiente— [que] no permitirán salgan sus padres curas de los pueblos sin quitarles antes las vidas, pues no hallan causa para que, habiéndoles antes hecho cristianos por salvarlos, los priven del... pasto espiritual y administración de los santos sacramentos.”227


Aun huyendo fugitivos los padres, como tenían mandado, las consecuencias eran deplorables, pues habrían quemado las iglesias y vuelto al paganismo. Treinta mil bautizados de los siete pueblos corrían este riesgo; y, con ellos, los 69.339 de los pueblos restantes, 228 que todos estaban “tumultuados” y maldispuestos a la mudanza. Tanto que los de la otra banda —según relación de un jesuita anónimo— “luego al punto pusieron en todos los pasos soldados...; todas las cartas fueron registradas, abiertas..., aun las del padre Superior”, y quemadas sin consideración las que tocaban la materia. También se registraron las encomiendas “con mucho cuidado, sin perdonar a nadie”. 229


Al fin se supo que los indios “querían irse con seiscientos soldados y trescientos infieles, que ya estaban avisados, hasta la Candelaria”, para capturar a los comisionados y conducirlos a la otra banda. 230 Pero, noticiosos estos, lograron precipitadamente poner a buen recaudo sus personas; y, después de parar un tiempo en Santa Rosa, restituirse a Buenos Aires. 231