período hispánico
Ensayo de la historia civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán
Gregorio Funes
 
 
Dedicatoria a la Patria



Había de llegar por fin el día en que no fuese un crimen el sentimiento tierno y sublime de amor a la Patria. Bajo el antiguo régimen el pensamiento era un esclavo y el alma misma del ciudadano no le pertenecía. El teatro está mudado: somos ya libres. La Patria reclama sus derechos sobre unos seres que les dio el destino. Que el guerrero la haga pues prosperar a la sombra de sus laureles; el magistrado salga de garante por la inviolabilidad de sus leyes; el ministro de la religión abra los cimientos de una moral pura, y vele al pie de sus altares; un pueblo inmenso corra en auxilio de sus necesidades; en fin el hombre de letras propague las luces de la verdad, y tenga valor para decírsela a los que confía su gobierno. Felices aquellos que pagan a la Patria la sagrada deuda que contrajeron desde la cuna! Por lo que a mí toca, yo le dedico el fruto insípido de este Ensayo histórico. Cuando menos tiene la ventaja de llamar a juicio a sus verdugos y poner a los pueblos en estado de pronunciar con imparcialidad. Oh, Patria amada! escucha los acentos de una voz que te es desconocida, y acepta con agrado los últimos esfuerzos de una vida que se escapa!!!


Prólogo




No es seguramente porque yo encontrase en mi pequeña capacidad talentos suficientes para la historia, que me determiné al Ensayo que doy al público. Sé muy bien que es preciso nacer historiador, como se nace poeta y orador. La absoluta falta de un libro que pudiese satisfacer la curiosidad de los que fueron nuestros padres y de las evoluciones que han precedido a nuestro estado actual, fue lo que dio un impulso a mi justa timidez.


Cualquiera que se halle versado en los movimientos históricos de estas provincias, no puede ignorar que así Herrera, fray Diego de Córdoba, fray Antonio Calancha, fray Juan Meléndez, fray Alonso de Zamora, los padres Alonso de Ulloa, Francisco Colin, Simón Vasconcelos y Manuel Rodríguez, como los historiadores que juntó Barcia en su colección, o refieren unos muy en globo algunas cosas de estas provincias, o se limitan otros a sólos los sucesos de la conquista. La Argentina manuscrita de Ruiz Díaz tampoco sale de esta época. Después de éstos emprendieron con más dedicación la historia de estas provincias los jesuitas Juan Pastor, Nicolás Techo, Pedro Cano, Pedro Lozano, Guevara, Sánchez, Labrador y Charlevoix. La obra de este último y la de Techo, aunque corren impresas, a más de estar aquella en idioma francés, está en latín, y tocar como accesorios los acontecimientos civiles enlazados con la historia de sus establecimientos de Misiones, tampoco pudieron adelantarse hasta nuestros días. Los demás dejaron sus obras inéditas las que, o no se encuentran, o andan en manos de muy pocos.


No han dejado de tocar otras obras con erudita curiosidad asuntos relativos a estos mismos lugares, cuya historia doy a luz. Tales son las cartas edificantes, la colección de documentos sobre las emociones del Paraguay y señaladamente en la persecución de Antequera, otra por lo perteneciente al obispo D. Bernardino de Cárdenas, la relación de los insignes progresos de la religión cristiana en el Paraguay por Durán, el reino jesuítico por Ibáñez, cristianismo feliz en las misiones jesuíticas del Paraguay por Muratori, de Abiponibus por Dobrechoffer, el Ensayo sobre la historia natural de la provincia del Gran Chaco por Solís, el viajero universal en los últimos volúmenes, la relación de los viajes al río de la Plata y de allí al Perú por Acarete, la descripción del Gran Chaco por Lozano, la historia de la compañía de Jesús en la Provincia del Paraguay por el mismo, el viaje de Ulloa, Muriel en sus fastos y en la continuación y notas de Charlevoix, Antonio León Pinelo, la historia filosófica de los establecimientos europeos en las dos Indias, las memorias de D. Cosme Bueno, y novísimamente los viajes en la América meridional por D. Félix Azara; pero contraídos estos autores al argumento que eligieron, sólo pudieron tocar como nota de paso algunos hechos de la historia civil.


D. Félix Azara en sus viajes, cuyo campo es en especial la descripción geográfica, política y la historia natural de estas Provincias, consagró en su segundo tomo algunas páginas a los acontecimientos de la conquista. Pero, a más de pasar en silencio muchos hechos capitales, no será fácil que contente a los amantes de la imparcialidad. La gloria de pasar por crítico y original hace que prefiera algunas veces sus conjeturas a los sucesos más bien averiguados. No sin injuria al mérito del padre Lozano es que caracteriza su historia civil manuscrita de infiel y de mordaz contra los españoles. Después que vano se teme proferir la verdad, convendrá todo el mundo, que la crítica más amarga contra estos aventureros no sale de los límites que señala el juicio y la equidad. Esto es lo que el Señor Azara llama mordacidad, y lo que en mejor sentido debe mirarse como la divisa de un escritor, que no supo prostituir su pluma a la adulación, aun cuando el miedo hacía temblar; es pues la misma censura el mejor título que lo acredita. Por lo demás, a Lozano en su estilo redundante y pesado se le respeta por el escritor más diligente, más exacto y más sincero a excepción de aquello en que el espíritu de cuerpo lo hace caer en ilusión. Una afectación sin excusa sería suponerse el Señor Azara más rico de documentos históricos, que el padre Lozano. Entre nosotros nadie ignora que la preponderancia de los jesuitas en todas estas partes les facilitó una copiosa colección de documentos, aun con perjuicio de los archivos públicos; como ni tampoco, que su expulsión hizo sufrir a éstos el mismo fin desastroso que tocó a sus temporalidades. El señor Azara vino a la retaguardia y sólo adivinando pudo descubrir los hechos históricos que no estuvieron a sus alcances.


Esta misma observación pone de parte de Lozano el juicio que forma acerca del virtuoso Alvar Núñez, y del primer obispo, a quienes trata el Señor Azara como los hombres más ineptos y perversos que pusieron el pie en estos países. Aquí no se encuentra ninguno de esos motivos seductores que suelen hacer perder de vista la verdad.


A más de los documentos que le fue más fácil encontrar en apoyo de la virtud de Alvar Núñez, va conforme en opinión con Herrera, Barco y Ruiz Díaz en su Argentina manuscrita, testimonios de mucho más peso que el del soldado Hulderico Schmidel 1, cuyos errores son capitales, diga lo que quiera en su abono el señor Azara.


Por lo que a mí toca me he propuesto seguirlos como a otros que han llegado a mis manos, y principalmente a Lozano, no con aquella servil sujeción de un copiante, sino con aquel discernimiento que deja entera su acción al juicio, ayudado de la crítica y de una indagación severa.


Sigo estas huellas en los dos primeros tomos de mi Ensayo donde al fin faltándome guías tan seguras me ha sido preciso abandonarme a los archivos públicos, que como de tiempos más bajos se hallan bien provistos de materiales.


En la colección de estos documentos, que sin disputa ha exigido una de las tareas más ingratas y afanosas, yo defraudaría el mérito de personas recomendables, si pasase sus nombres en silencio. Debo poner al frente al sin segundo Dr. D. Saturnino Segurola. Nada iguala al deseo de este erudito eclesiástico, por enriquecer su espíritu de conocimientos útiles, sino su exquisita diligencia en adquirirlos. Sin perdonar gastos ni trabajos se ha formado una biblioteca de manuscritos escogidos, que aumenta de día en día 2. Asociadas nuestras tareas en la revisión de los archivos públicos, y auxiliado de sus papeles fue que pude ponerme en estado de continuar mi obra. Debo también no pequeños servicios a D. José Joaquín de Araujo, ministro general de las cajas de Buenos Aires, cuyo gusto por las antigüedades de las provincias y sus noticias históricas no es desconocido entre nosotros, después que le debemos la Guía de Forasteros correspondiente al año de 1813, y algunas otras producciones suyas. El presbítero D. Bartolomé Muñoz, a quien no puede negársele una alma cultivada, ha tenido también la generosidad de suministrarme algunos documentos, y levantarme las cartas geográficas, que se darán a su tiempo en atlas separados. Por último merece mi memoria D. Gregorio Tadeo de la Cerda. Debo a sus luces mi respeto, y a su interés por el buen éxito de este Ensayo algunas noticias.


Tenía ya muy avanzado mi trabajo cuando leí en Hervas y Panduro, que el Señor abate D. Francisco Javier de Iturri había concluido su historia de esta parte de América. Esta noticia me hizo caer la pluma de la mano, y estuve a punto de renunciar mi empresa, viendo empleado en el mismo asunto a un literato tan acreditado, pero ya no era tiempo de volver atrás. También reflexioné que no sabemos de positivo si su autor la dio a luz pública; lo que no pocos accidentes podían estorbárselo, principalmente para con un sabio tan nimiamente desconfiado de sus producciones.


El plan que me he propuesto seguir llega hasta la gloriosa época de nuestra revolución, de que sólo daré un sucinto bosquejo. No entra en este plan amontonar hechos de ninguna utilidad, sino aquellos que nos hagan conocer las costumbres, el carácter del gobierno, los derechos imprescriptibles del hombre, el genio nacional y todo aquello que nos enseña a ser mejores. Este es el camino de descubrir las verdaderas causas de los acontecimientos que por lo común se atribuyen a una ciega casualidad.


No disimularé, con todo, a imitación de Tácito, que no admiten cotejo las materias de este Ensayo con aquellas que sirvieron de asunto a historiadores de naciones grandes. Estas tratan siempre de tierras ruidosas, hazañas memorables, imperios destruidos o fundados, reyes muertos o fugitivos, y proyectos profundos de política o de moral, que por naturaleza entretienen y recrean el ánimo. Mi trabajo es mucho más limitado y estéril. Guerras bárbaras casi de un mismo éxito, crueldades que hacen gemir la humanidad, efectos tristes de un gobierno opresor, este es mi campo. El poco deleite en recorrerle lo recompensará la utilidad. Siempre en acción la tiranía y los vicios de los que nos han gobernado, nos servirán de documentos para discernir el bien del mal y elegir lo mejor.


Nunca sino al presente se ha podido sentir este rumbo. Los reyes de España bajo cuyo cetro de acero hemos vivido tenían la verdad; el que se hubiese atrevido a proferirla hubiera sido tenido por un mal ciudadano, por un traidor. Ya pasó esa época tenebrosa, y la verdad recobró sus derechos. No puede ser pues, excusable la ignorancia de estos sucesos. Ignorar lo que procedió a nuestro nacimiento, dice Cicerón, es vivir siempre en la niñez: nescire quid antea quam natus cit accidere, id est semper esse puerum.


Va dividido este Ensayo en seis libros, que serán comprendidos de dos en dos en los tres tomos que abraza. La importancia que las cosas de América han tomado en la presente época, excita el deseo de saberlas. No me descuidaré, si me fuese posible, enriquecer esta obra con los planos topográficos y estadísticos de que sea susceptible.


Sea yo útil a la patria y aunque pase por insípido escritor. La desgracia de no tener un historiador digno de sus fastos, moverá otras plumas adornadas que ese temple vivo, enérgico, ameno y agradable de los Salustios y los Tácitos.