La conquista del Plata y Tucumán
Las primeras fundaciones rioplatenses
 
 
El veneciano Sebastián Caboto

Aunque se hacia pasar por inglés, Sebastián Caboto había nacido en Venecia. Acompañó a su padre, Juan, en un viaje que, a nombre de Inglaterra, procuró descubrir, en 1496, una comunicación al Asia por el norte de América. Sebastián pasó en 1512 al servicio de España, donde casó con una española y, a la muerte de Solís, fue designado piloto mayor (1518). Después volvió a Inglaterra, donde permaneció hasta 1522. Con motivo de su cargo, tuvo información precisa del descubrimiento del estrecho por Magallanes, cuyo secreto reveló a Inglaterra y Venecia. Ignorante de esta deslealtad, el Consejo de Indias le autorizó, a petición suya, para armar una expedición «en demanda de las islas de Tarsis, Ofir, Cipango y Catayo». Las capitulaciones se firmaron el 4 de marzo de 1525.

Este viaje tuvo un neto carácter mercantil. Por ese motivo, se asociaron importantes mercaderes ingleses, alemanes y genoveses, e incluso funcionarios del reino. Entre estos inversores, se encontraban el contador de la Casa de Contratación, un miembro del Consejo de Indias y Pedro Mártir de Anglería (el gran humanista y primer historiador de Indias). Las instrucciones recibidas le encomendaban acudir en ayuda de Loaysa (por ello su rumbo debía ser hacia el Maluco), y después de cumplida esta misión quedaba autorizado para continuar en busca de Tarsis, Ofir y el Catayo Oriental. Además, una vez cruzado el estrecho, podía enviar una nave hacia tierra firme, a la gobernación de Pedrarias Dávila, es decir, con igual misión que la asignada a Solís. Como Caboto entró en conflictos con sus asociados mientras preparaba el viaje, el Consejo de Indias le designó un teniente en el mando supremo. Hasta la tripulación debió completarse con extranjeros, porque pocos querían engancharse.

La flota, compuesta de tres naves y 210 hombres, partió de Sanlúcar de Barrameda el 3 de abril de 1526. Al llegar a Pernambuco encontraron un tripulante de la expedición de Solís, que les habló de las riquezas del Plata. Estas noticias determinaron que Caboto concibiera el abandono del plan de viaje convenido. Pero al reunir a sus capitanes para transmitirles esa inquietud, varios manifestaron su oposición, y la reacción del jefe no se hizo esperar: fraguó un sumario contra ellos y les sometió a prisión en la nave, aunque más tarde los repuso en sus cargos.

En otro lugar de la costa brasileña encontraron también náufragos de la nave de Rodrigo de Acuña (de la expedición de Loaysa), quienes informaron de la existencia de otros cristianos abandonados que pertenecieron al grupo de Solís. Reunió a todos los que pudo y con ellos se dirigió al Río de la Plata, adonde llegó tocando, en primer lugar, en un punto de la margen oriental que llamó Puerto de San Lázaro. Desde allí mandó explorar el río Uruguay, donde los indios charrúas exterminaron a uno de los grupos. Entre tanto, Caboto dio con el grumete Francisco del Puerto, único superviviente del contingente de Solís aniquilado por los indios, quien informó sobre lo que se decía de la existencia de plata y oro en el interior, hacia el norte. Con estas noticias, Caboto decidió definitivamente abandonar su plan primitivo y emprender la búsqueda de aquella seductora región.

Remontó el río Paraná y a la altura del Carcarañá levantó un fuerte, que llamó Sancti Spiritus (9 de junio de 1527). Era la primera fundación española en el Río de la Plata. En este lugar, tres veces por semana, el clérigo Francisco García oficiaba misa en la cámara de Caboto, y todas las noches rezaban la salve. Dejada aquí una pequeña guarnición, siguió Caboto más al norte y remontó el río Paraguay hasta el Pilcomayo. Las dificultades de aprovisionamiento y de relación con los indios, así como las noticias de que otras naves surcaban el río Paraná, determinaron a Caboto a regresar a Sancti Spiritus. Eran los de García de Moguer, con el que se encontró al descender por el río.