La conquista del Plata y Tucumán
La expedición de Diego García de Moguer
 
 
El maestre Diego García había participado en la armada de Solís y tenia una gran experiencia marinera. Por ese motivo obtuvo el apoyo de los hombres más importantes de la Casa de la Contratación de La Coruña (como en el caso de Loaysa), quienes actuaron como armadores (el conde de Andrada y Villalba, Cristóbal de Haro, etc.) para que fuera hacia «la parte del mar océano Meridional». Aprobado el convenio que entre ellos hicieron por el rey (24 de noviembre de 1525), la expedición izó velas hacia Canarias el 15 de enero de 1526. Cuando hacía un mes que las naves habían partido, se firmó la capitulación con aquellos promotores, en la que se establecía que Diego García no debería dirigirse a lugares ya descubiertos y estuviera «asentado trato», concediéndosele que por el término de ocho años nadie podría ir a las tierras que descubrieran sus naves, cuyo monopolio se otorgaba a los armadores. También fue autorizado para desviar su itinerario y quedarse en el lugar que mejor le pareciere para cumplir los objetivos señalados. En definitiva, era un viaje con fines comerciales y organizado para resarcirse rápidamente de la inversión realizada.

García de Moguer partió de España tres meses antes que Caboto y ya estaba en Canarias (10 de abril) cuando arribó el veneciano, a quien vio partir casi inmediatamente. Reanudada su navegación, siguió al estuario del Plata, donde penetró por el río Paraná, hasta encontrarse con Caboto (mediados de 1528), con quien discutió sus derechos. Sin fuerzas para imponerse uno al otro, decidieron enviar emisarios a la metrópoli. Mientras tanto, continuaron juntos el reconocimiento del río Paraná, penetraron por el Paraguay y sobrepasaron la desembocadura del Pilcomayo.

Casi al mismo tiempo, una expedición al mando del capitán Francisco César, por mandato de Caboto, efectuó una incursión por tierras del interior, hacia el oeste, y al cabo de cuatro meses regresó al Sancti Spiritus. El relato que hicieron sobre la existencia de riquezas de oro y plata dio origen a la leyenda de la ciudad de los Césares, reino de oro y pedrerías que venían a situar al sur de la actual Córdoba. Durante la ausencia de Caboto y García, los indios destruyeron el poblado de Sancti Spiritus, y los pocos supervivientes regresaron a España dirigidos por aquellos dos jefes. Al llegar (23 de agosto de 1530), Caboto fue sometido a un proceso, en cuyo desarrollo, Juan de Villalobos, Diego García, Francisco de Rojas (que se había opuesto al cambio de itinerario) y otros le obligaron a pagar una indemnización superior a los 75.000 maravedíes. Sin embargo, Caboto volvió a ejercer el cargo de piloto mayor.


a) La valoración del territorio platense y la amenaza de expediciones portuguesas

Mas es indudable que la expedición de Caboto y el itinerario seguido con García tuvieron gran importancia para la historia del Río de la Plata. Ellos recorrieron por primera vez el río Paraná y parte del Paraguay. Al veneciano se debe la difusión en Europa de las leyendas de la sierra del Plata y de la ciudad de los Césares, de las que nos ocuparemos más adelante. Al ser la suya la primera entrada en los territorios actuales de Argentina, Uruguay y Paraguay, atrajo la atención sobre estas tierras, que pasaron a ser objeto de gran interés. Los viajes de Caboto y García, dominados por el deseo de alcanzar las ricas regiones que prometían las leyendas ya citadas, al coincidir con los tratos de la Corona con Portugal, que culminaron con la cesión del Maluco, dieron paso a los objetivos que ellos brindaron. La monarquía se interesó así por el Río de la Plata, donde las ambiciones lusitanas amenazaban con hacerse con el dominio de estas ricas tierras. Como se presumía que el río de Solís servia de entrada a aquellas regiones, la Corte española tuvo que decidir su ocupación. Había llegado, pues, el momento de conquistar esa renombrada vía fluvial del Plata, máxime cuando las presuntas riquezas rioplatenses también despertaron el interés de Portugal, que no quiso desaprovechar la oportunidad. Por ello, Enrique Montes, superviviente de Solís, fue objeto de especiales atenciones, para ganarlo a su servicio. Mientras, procuraban acallar las sospechas castellanas apelando a los sentimientos lusitanos de la reina Isabel —hermana del rey portugués Juan III—, particularmente en el período de ausencia de Carlos V.

Las comunicaciones de los embajadores español y portugués, así como los informes de los respectivos agentes secretos, reflejan que ambos monarcas estaban enterados de los planes de cada uno. La mayor alarma se produjo cuando el diplomático español informó sobre los preparativos del viaje que, por mandato del rey de Portugal, realizaría Martín Alfonso de Sous al Río de la Plata. El Consejo de Indias, para evitar que la región cayera en manos lusitanas, aconsejó a la reina una capitulación con Miguel de Herrera (alcalde de Pamplona), que no pudo concretarse.


b) Las leyendas de la sierra de la Plata, del rey Blanco y de la ciudad de los Césares

Los mitos y leyendas fueron un importante estimulo para el descubrimiento y exploración de vastas regiones americanas. Las dos leyendas que más influyeron en el río de la Plata fueron: la de la sierra de la Plata y la de los Césares.

La riqueza del Perú era conocida por los indios de la región del Paraguay, que consideraban que su templo del Sol era el más grande de la tierra y la capital del imperio la fortaleza más inexpugnable. Los palacios estaban ricamente adornados y el lujo que el emperador mostraba en todas las ceremonias sobrepasaba al de todos los reyes del mundo. Este imperio contaba en sus entrañas la más extraordinaria riqueza en oro y plata que se pudiera imaginar, la versión de esa prosperidad llegó hasta América Central, penetró en el Amazonas y el Orinoco, pasó el Chaco y llegó a la región rioplatense, extendiéndose por la costa del Brasil.

Atraídos por tales riquezas, los guaraníes realizaron entradas con la intención de penetrar en el notable imperio, pero fueron rechazados. Los sobrevivientes divulgaron la fama de aquel imperio, cuyas minas riquísimas —la sierra de la Plata— pertenecían al dominio del rey Blanco. Los hermanos Haro (Manuel y Cristóbal) tuvieron las primeras noticias de un país muy rico en oro y plata. Balboa recogió iguales indicios. Pero quienes por primera vez intentaron su hallazgo fueron los náufragos de la expedición de Solís, capitaneados por Alejo García (el descubridor de las minas de Charcas), quienes, al volver cargados de oro, fueron muertos por los aborígenes. Los pocos indígenas servidores de García que consiguieron escapar llegaron hasta el puerto de los Palos con algunas muestras de metales preciosos.

Desde entonces, todos los expedicionarios pretendieron llegar hasta la rica sierra de la Plata, que se identificaba con alguno de los siguientes lugares: la primitiva aldea de Chuque-chaca (luego Chuquisaca); Chuquiabo o heredad de oro (en las proximidades de La Paz), donde se rendía culto al dios del oro inagotable; también pudo ser la cumbre Illimani o el lago Titicaca. Y el magnifico rey Blanco no era otro que el inca del Perú. La fuerza de esta leyenda dio nombre al Río de la Plata, porque se consideraba que era la vía de penetración más adecuada para llegar a las ricas minas de plata.

Otra fue la leyenda de la ciudad de los Césares. Se encontraba Caboto en el Sancti Spiritus, cuando dio licencia a 15 personas para que fueran tierra adentro a descubrir oro y plata, al mando del capitán Francisco César, quien luego refirió maravillas de las riquezas que existían hacia el interior de la región. A César y sus compañeros les había impresionado el esplendor del inca y de la civilización peruana, cuya historia conocieron por boca de los indios de las pampas y de Cuyo. A esa zona que provocaba tanta admiración se le llamó de los Césares, porque el capitán César fue el primer español que se aventuró hacia ella. Varias expediciones se encaminaron al descubrimiento de los Césares y sus riquezas. La búsqueda se prolongó hasta fines del siglo XVIII. Esta leyenda fue impulso de varias empresas descubridoras del interior argentino, entre las que se cuentan la entrada de Diego de Rojas al Tucumán y el recorrido de Francisco de Villagra, del que se derivó la conquista y población de la región de Cuyo.