La conquista del Plata y Tucumán
Don Pedro de Mendoza: fundaciones de Buenos Aires y Asunción
 
 
Mendoza era natural de Guadix (Granada); procedía de familia noble, aunque no rica, y obtuvo el hábito de la Orden de Alcántara, que más tarde cambió por el de Santiago. Había acompañado a Carlos V en sus viajes por Europa. Logró la capitulación de la Corona el 21 de mayo de 1534, al mismo tiempo que Diego de Almagro para Chile y Simón de Alcazaba para el extremo sur de América. En el documento se le concedían los territorios que se encontraban «por el río de Solís... y por allí calar y pasar la tierra hasta llegar a la mar del Sur». Asimismo, se le asignaban 200 leguas de costa de gobernación sobre dicho mar desde donde terminaba la jurisdicción otorgada a Diego de Almagro. Se le otorgaban los títulos de adelantado, capitán general y justicia mayor del río de la Plata y de las tierras concedidas sobre el Pacifico. Se le reconocían diversos derechos económicos y quedaba obligado a la conversión de los indios a través de religiosos que, designados por el rey, debía llevar obligatoriamente, «con cuyo parecer y no sin ellos habéis de hacer la conquista, descubrimiento y población...».

En la capitulación también se establecía que Mendoza debía sujetarse a las «ordenanzas e instrucciones, que para esto tenemos fechas, y se hicieren», aludiéndose así a las Ordenanzas de Granada en 1526, que se incluían en todas la capitulaciones desde la de Francisco de Montejo (8 de diciembre de 1526), para la conquista y población del Yucatán y Cozumel. En estas ordenanzas se subordina la acción en América a la fundamental intención de garantizar el buen tratamiento de los indios y su conversión a la religión católica. Se le mandaba llevar clérigos, que debían aprender la lengua de los naturales, a quienes debía explicarse inteligiblemente el contenido del «requerimiento». Además, estaban obligados a procurar que se haga a los indios «el menos daño y perjuicio que se pueda, sin les herir ni matar por causa de las hacer, e sin les tomar por fuerza sus bienes e haciendas». Como se ve, estas normas, que se agregaron (explícita o implícitamente) en todas las capitulaciones hasta 1542, constituyen una expresión de los problemas de conciencia planteados al soberano español desde el comienzo de su acción en América. En el caso de Pedro de Mendoza, su capitulación revistió, pues, un claro sentido misional.

La expedición se preparó desde antes de firmarse la capitulación y con el mayor sigilo. Pero pronto adquirió estado público y llegó a conocimiento del rey portugués, quien ordenó los aprestos de otra armada para adelantarse a España. La que preparaba Mendoza hubo de hacer frente a no pocas dificultades, por el mal ambiente que se había creado en torno a la navegación del Río de la Plata. El adelantado tuvo que pedir autorización para incorporar extranjeros, y por ese motivo se unieron alemanes y flamencos. En julio de 1534 se le confirmaron los títulos otorgados en la capitulación de mayo y, al mismo tiempo, fue autorizado para designar heredero con facultades de continuar la empresa y gozar de los beneficios capitulados. Tampoco era necesario que el adelantado estuviera todo el tiempo en el Plata. Estas dos últimas cláusulas parece que fueron pedidas por Mendoza debido a su mal estado de salud, ya que hasta se le había «aconsejado —dice Oviedo— de que no se pusiese en tal viaje».

La Corona prestó especial apoyo a esta expedición por la importancia que tenia para la defensa del Río de la Plata. Por ese motivo, en la capitulación se había establecido que donde conviniere o fuere necesario, se erigieren fortalezas o casas fuertes o llana. Es decir, no asientos o ciudades, excepto donde residiere el adelantado. Surge, pues, que Mendoza no estaba autorizado para levantar ciudades.

La armada se componía de 11 navíos, tripulados por 1.300 hombres, entre los que figuraban oficiales que después tuvieron destacada actuación (Juan de Ayolas, Domingo Martínez de Irala, Ruiz de Galán, Alonso Cabrera, Juan de Salazar, etc.), 11 eclesiásticos y el bávaro Ulrico Schmidel, quien permaneció en el Plata hasta 1554, por lo que luego, al regresar a su patria, pudo publicar un interesante Viaje al Río de la Plata (Francfort, 1557). Embarcaron caballos, yeguas, cerdos, semillas, etc. Se trataba del «mayor número de gentes y mayores naves —afirma López de Gómara— que nunca pasó capitán a Indias». Los barcos se hicieron a la mar, desde Sanlúcar de Barrameda, el 24 de agosto de 1535.

En el momento del embarque, Pedro de Mendoza se encontraba en tal estado de salud que debió ser trasladado a la nave capitana en una litera y permaneció en cama prácticamente durante toda la travesía. De esta manera, al no tener contacto directo con sus hombres, se produjo una peligrosa división interna, en la que se vio complicado Juan Osorio, quien había adquirido fama de valiente y arriesgado durante sus campañas en Italia y Hungría al servicio del emperador. Contra él se formularon cargos de rebeldía y Pedro de Mendoza le inició un proceso secreto, que no conoció el acusado, aunque algunos sostienen que fue fraguado posteriormente. La sentencia de muerte recaída contra Osorio, «por traidor y amotinador», disponía ejecutarla por «puñaladas o estocadas o en cualquier manera», lo que se llevó a cabo sorpresivamente en la bahía de Río de Janeiro. Años después, el Consejo de Indias revocó, por inicua, la sentencia contra Osorio, rehabilitando su honra y fama, y ordenando la devolución de los bienes tomados al difunto.

Atónita aún por aquel episodio sangriento, la expedición llegó al Río de la Plata a comienzos de enero de 1536. En los primeros días de febrero (el día aún no ha sido precisado, pero oficialmente se celebra el 2 de febrero), se fundó un asiento, al que llamaron Puerto de Santa María del Buen Aire, en honor de la patrona de los navegantes que se veneraba en Sevilla, culto oriundo de Cagliari (Italia). No se conoce el acta que acredite una fundación, es decir, el conjunto de formalidades acostumbradas para la erección de una ciudad, integración de cabildo o designación de vecinos.


a) «La más cruda hambre»

Los indios querandíes ofrecieron alimento a los españoles asentados en el Río de la Plata por algún tiempo, pero luego dejaron de hacerlo. Así, su carencia fue tan acuciante que se despachó una nave al Brasil en busca de vituallas y también se dispuso enviar a Juan de Ayolas para explorar el río Paraná y reconocer las regiones vecinas. A orillas de ese río y al norte del Carcarañá, Ayolas fundó el fuerte de Corpus Christi (15 de junio de 1536). Obtuvo algunos víveres y logró que Mendoza decidiera trasladarse a la nueva fundación, dejando en Buenos Aires un pequeño contingente. Aunque tuvieron muchas bajas por hambre y enfermedades, todavía les quedó aliento para levantar el fuerte de Nuestra Señora de Buena Esperanza (al sur del Carcarañá). Entre tanto, los indios incendiaron parcialmente el asiento de Buenos Aires.

La conquista del Río de la Plata fue una empresa verdaderamente épica. Los intrépidos españoles que acompañaron a Mendoza venían ilusionados por las riquezas que obtendrían al llegar a la soñada región de la plata. Pronto quedaron desengañados, debido a la acción de dos serios enemigos: el indio bravío y el hambre. Desde que los indígenas pusieron sitio a Buenos Aires, sus pobladores sufrieron una tremenda miseria, y el hambre hizo estragos. Cuenta Schmidel (capítulo IX) que los habitantes del minúsculo Buenos Aires, después de haberse comido ratas, culebras y sabandijas, echaron mano del cuero de los zapatos. Tres españoles que se comieron secretamente un caballo robado fueron ajusticiados, y «esa misma noche —sigue Schmidel— otros compañeros se arrimaron a la horca y descuartizaron los cadáveres para comérselos». Martín del Barco Centenera habla de «la más cruda hambre que se ha visto entre cristianos» (canto III).

Sobreponiéndose a las dificultades y preocupado por emprender el camino hacia el dominio de los incas, Mendoza había enviado a Juan de Ayolas por el río Paraná, secundado por Domingo Martínez de Irala, y más tarde partió para refuerzo Juan de Salazar, junto con Gonzalo de Mendoza. Como ya se ha indicado, el adelantado se trasladó a Corpus Christi, pero cuando llegó, Ayolas no se encontraba en el fuerte. Sintiéndose enfermo y abatido, dispuso regresar a España, pero antes de partir de Buenos Aires nombró a Juan de Ayolas su teniente gobernador y, mientras durase la ausencia de éste, a Francisco Ruiz Galán. «Si entrares tan adentro —decía en un párrafo de la instrucción a su sucesor— que os encontréis con Almagro o "Pizarro, procura de haceros su amigo», y les instruía también sobre la posibilidad de vender a aquellos conquistadores su gobernación del mar del Sur por 100.000 ducados y la del Río de la Plata «por lo que más pudiéredes». Durante el viaje a España, Mendoza falleció en alta mar (23 de junio de 1537), cuando navegaba próximo a las islas de Cabo Verde, después de sufrir una dolorosa agonía.


b) Ayolas e Irala.

La expedición de Ayolas había remontado el río Paraná, para seguir, luego, por el Paraguay, hasta llegar a un sitio donde fundó el fuerte de la Candelaria (2 de febrero de 1537). Aquí quedó Irala como lugarteniente, mientras aquél continuaba hacia el norte para atravesar el Chaco y llegar al actual territorio de Bolivia. Después de sufrir grandes penurias y la hostilidad de los aborígenes, volvió con un rico botín, pero no encontró ya a Irala en la Candelaria. Así, extenuados, hambrientos y casi sin armas, Ayolas y sus hombres no pudieron resistir el ataque de los aborígenes, que los dieron muerte, salvándose solamente un indio, quien informó de la tragedia. Ayolas fue uno de los exploradores más audaces e intrépidos del continente americano.

Para encontrar y ayudar a Ayolas, que, como se ha dicho, había sido enviado por Mendoza hacia el norte, el adelantado mandó después a Juan de Salazar, que partió del puerto de Buenos Aires y halló a Irala en la Candelaria. Juntos continuaron en busca de Ayolas, pero como su compañero regresó, Salazar continuó hasta fundar el fuerte que llamó Puerto de Nuestra Señora de la Asunción (15 de agosto de 1537), del que posteriormente surgirá la ciudad de Asunción. Volvió a Buenos Aires, donde dio favorables referencias sobre el Paraguay, y ello determinó que muchos pobladores de Buenos Aires, entusiasmados, emprendieran viaje hacia aquel fuerte recién fundado. En ausencia de Ayolas y Salazar, quedó como jefe del fuerte de Buenos Aires Ruiz de Galán, quien dispuso las primeras siembras, cuya cosecha se obtuvo al año siguiente.


c) La real cédula de 1537

AI conocer la muerte de Mendoza y la triste situación de los supervivientes en el Río de la Plata, la Corona dispuso, el 12 de septiembre de 1537, el inmediato envío del veedor Alonso de Cabrera con los auxilios imprescindibles y con el mandato contenido en la real cédula que se le dio, de la misma fecha. En ella se disponía que si Mendoza no hubiera dejado sucesor, los pobladores eligieran gobernador y capitán general «a persona que, según Dios y sus creencias, parezca más suficiente para el dicho cargo». La elección, que debía realizarse en paz y sin escándalo, favoreció a Juan de Ayolas, indicándose que en su ausencia debía obedecerse a aquel en el cual ese jefe hubiese delegado el mando que, en este caso, era Irala, quien quedó, pues, como sucesor de Pedro de Mendoza en la gobernación. Este documento es de suma importancia, pues al permitir la elección popular de los gobernantes, proporcionó las bases de la futura organización democrática hispanoamericana en las regiones del Plata.


d) Asunción: De puerto a ciudad

Irala fue el verdadero consolidador del dominio español en la región rioplatense. De acuerdo con Cabrera, y previa consulta con la gente más importante, el nuevo gobernador dispuso la despoblación de Buenos Aires (junio de 1541), con el propósito de concentrar a todos los hombres en el fuerte de Asunción. Deseaba facilitar el mantenimiento y la protección de los pobladores del Río de la Plata, así como la reunión de los recursos para extender la conquista. Al disponerse esta medida, en el fuerte de Buenos Aires sólo quedaba la tercera parte de los hombres que estableció Mendoza. El traslado de los pobladores demoró más de un mes y se dejaron instrucciones enterradas, para orientación de las naves que llegaran de España. Solamente unos pocos, que no quisieron aceptar la resolución, continuaron en el fuerte. Por tanto, no es verdad que Buenos Aires, al ser atacada por los indios y debido al hambre allí padecida, se despoblara poco tiempo después de su fundación.

La medida dispuesta por Irala fue un acto necesario, y debe tenerse presente que el asiento establecido por Mendoza en la boca del Riachuelo no constituyó «la primera fundación de Buenos Aires», como algunos han sostenido. Se trataba de un fuerte precario y momentáneo, con intención de concentrar el mayor poder de la expedición más al norte, para llegar a la sierra de la Plata, que era el principal objetivo de la empresa. La despoblación de Buenos Aires y el traslado a Asunción respondía a un claro sentido geopolítico: si bien es cierto que quedaba desguarnecida la entrada del Río de la Plata, en cambio, Asunción tutelaba el interior del territorio e impedía la penetración de los portugueses hacia la región del rey Blanco. Desde entonces, Asunción se convirtió en el centro de la colonización española en el Río de la Plata.

Una vez que los hombres y elementos estuvieron reunidos en el fuerte de Asunción, Irala la elevó oficialmente al rango de ciudad (16 de septiembre de 1541). Era la primera que se erigía en su jurisdicción. Seguidamente, Irala distribuyó tierras para construir viviendas, hizo rodear la ciudad con una empalizada, dictó normas de policía, estableció un padrón de habitantes y estableció el cabildo, que era el órgano político que daba a la ciudad su entidad institucional. Pero esta fundación contrariaba las instrucciones a las cuales debían ajustarse Pedro de Mendoza y sus lugartenientes.

Los productos de la tierra fueron muy abundantes (en contraste con las necesidades sobrellevadas anteriormente en Buenos Aires), por lo que no tardaron en enviar alimentos a los pocos que quedaron en el Riachuelo. Irala estableció un sistema monetario al crear la «moneda de rescate», con la cual se realizaron todas las transacciones. Como no había oro ni plata, esa «moneda» consistió en asignarle a los productos de la tierra valores equivalentes en maravedíes y nadie podía desecharla, utilizándose especialmente en todas las operaciones con los indios. En esos momentos, el hierro adquirió notable importancia, porque con él se fabricaban anzuelos, los cuales eran sobremanera apreciados por los indios, que hasta entonces no los conocían.