Primer Adelantazgo del Río de la Plata
Pedro de Mendoza
 
 
Nació en Guadix, pueblo de Andalucía cercano a Granada, en el año 1499 o 1500. Detengámonos a analizar la edad del Primer Adelantado del Río de la Plata al emprender éste su misión: la partida tuvo lugar en 1535, por consiguiente solo tenía 35 o 36 años; falleció al regresar en 1537 cuando aún no había cumplido los 40 años. Hago esta observación para destacar una de las características de las fuerzas que integraron la expedición: su corta edad; el promedio de quienes componían el cuadro jerárquico no alcanzaba a los 40 años, igual que su Jefe. Quizás por ello fue que se cometieron muchas torpezas, dejándose llevar por arrebatos propios de la juventud.

Pedro de Mendoza era Caballero de la Orden de Alcántara y de Santiago, además Paje de Cámara de Carlos V. se hallaba, por consiguiente, introducido en la Corte donde gozaba de los favores del Rey. Ello le valió el ser preferido para el Adelantazgo del Río de la Plata, frente a otros pretendientes.

Participó en varias campañas militares, principalmente en el asalto a Roma y al Vaticano bajo el Pontificado de Clemente VII, asalto que encabezó el Conde estable de Borbón y de donde volvió cargado con un rico botín que le correspondió por el saqueo de esas plazas; botín que luego invirtió en la Expedición al Río de la Plata.

En las Capitulaciones celebradas en 1534 se lo designaba Gobernador, Capitán General, Alguacil Mayor y Adelantado de las Tierras y Provincias que descubriera, con una retribución fija anual de cuatro mil ducados. Retribución que se deduciría de las riquezas que obtuviera en su campaña, pues la corona no invertía dinero alguno en la misma.

En resumen las Capitulaciones, cuya redacción es larga, detallada y engorrosa, eran como sigue:

1º Abrir pasos y caminos hacia el Perú.

2º Llevar caballos y ganados.

3º Embarcar ocho frailes de la Orden de San Francisco, seleccionados y designados por el Rey.

4º Considerar a los naturales americanos como vasallos del Rey, dándoles el trato y consideración correspondientes a tal condición.

5º Llevar uno o más médicos, cirujanos y boticarios.

6º Costearlo todo de su peculio.

7º Fundar tres poblaciones con sus ayuntamientos.

8º De los tesoros que se encontraran, 1/5 correspondía a la Corona, 1/6 para la Cámara Real, lo demás para el Adelantado y su gente.

9º Si se conquistase un Imperio opulento, la mitad de las riquezas obtenidas serían para las cajas reales, la otra mitad a repartirse entre los expedicionarios. Con esto quería prevenir e impedir los abusos cometidos en casos como los de Méjico y Perú, donde los descubridores repartieron a su antojo, quedándose con la mayor tajada y entregando una reducida porción a la Corona Española.

Para fletar esta cuantiosa empresa y armar una flota de barcos de esa magnitud, Mendoza no solo empeñó todo su capital, sino que también obtuvo la participación financiera de socios capitalistas que, sea invirtieran dinero directamente o bien armaran barcos por su cuenta, confiaron en obtener un rédito importante en el resultado final de la misma, según la gran expectativa favorable que había despertado.

El 24 de Agosto de 1535 zarparon del puerto de San Lúcar de Barrameda 9 naves, a ellas se les sumaron tres más al llegar a las Islas Canarias. De tal manera el total de la flota original se compondría de 12 naves, si bien hay historiadores que incrementan este número hasta llegar a 20 embarcaciones, lo que significaría también aumentar la cantidad de pasajeros llevándolos a dos mil, número que duplicaría el que por disposición de las Capitulaciones estaba obligado a llevar el adelantado, que eran sólo mil.

De estas doce naves que partieron de España, arribaron al Río de la Plata once solamente. La nao Santiago, llamada también “La Marañona por su Capitán Marañón, desertó y se dirigió a Santo Domingo. Dicha nave había sido fletada a medias entre Mendoza y otro socio.

En el pasaje que desembarcó en el Río de la Plata había también mujeres, quienes tuvieron una actuación muy destacada, como lo refiere una de ellas, Isabel de Guevara en unas presentaciones muy ilustrativas.

Pedro de Mendoza se embarcó enfermo en esta empresa, había contraído la sífilis años antes, según algunos en la campaña sobre Roma. Esta circunstancia significó un golpe tremendo para la expedición, pues ella se quedó prácticamente sin cabeza desde su comienzo. El Adelantado permaneció postrado en cama durante la mayor parte del tiempo, debiendo delegar constantemente el mando en terceros que, si bien eran personas capaces, no tenían la autoridad de aquél, lo que provocó permanentes conflictos. Además el carácter se le agrió y dejándose llevar por chismes y habladurías tomó decisiones tremendas e irreparables que afectaron la armonía y convivencia de sus hombres, tan necesarias en esa difícil empresa.

En el viaje de ida comenzaron los problemas entre Ayolas, segundo de Mendoza, y Juan Osorio, Maestre de Campo y Capitán de Milicias; joven éste de 26 ó 27 años, muy valiente, muy capaz, pero un tanto fanfarrón y amigo de darse aires y hablar de más.

Según Ayolas, Osorio habría manifestado reiteradamente que Mendoza no ejercía mando alguno, dado su estado de postración y que por lo tanto a él le correspondía asumirlo, pues a él solamente respondían las tropas. Ayolas fue con el chisme al Adelantado y éste le creyó a pie juntillas, sin realizar más averiguaciones ni levantar sumario alguno. Así sin más dispuso su muerte, pero no una ejecución formal en el patíbulo, como se acostumbraba entonces, sino un vulgar asesinato. Llamó a su presencia a Juan de Ayolas, Carlos Medrano, Juan de Salazar y Pedro Lujan y les ordenó dar muerte a Osorio en la primera oportunidad que se presentara. Al tocar tierra la flota en el Brasil, en el lugar llamado el Janeiro, desembarcaron todos, incluso el Adelantado quien se instaló en una tienda que hizo levantar en la playa. Luego mandó llamar a Osorio quién acudió ajeno al destino fatal que lo esperaba; inmediatamente ordenó a los cuatro sicarios que procedieran, éstos lo tomaron y lo apuñalearon hasta dejarlo tendido sin vida. Su cadáver quedó insepulto en la arena, con un letrero en el pecho que decía: “A éste mandó matar don Pedro de Mendoza por traidor y amotinador”. Este penoso episodio causó pésima impresión entre los expedicionarios, como era de suponer, y afectó profundamente la autoridad del Adelantado, ya bastante deteriorada por su estado de postración.

A los pocos días embarcó nuevamente a su gente y tomó rumbo al Río de la Plata. Diego de Mendoza, hermano del Adelantado y Almirante de la Flota, se había anticipado por su orden, para reconocer las riberas de ese estuario.

Luego de fondear brevemente en la isla San Gabriel, Pedro de Mendoza hizo atravesar el río al grueso de las naves y desembarcó en la Boca del Riachuelo, donde el 2 de Febrero de 1536 fundó el Puerto de Santa María del Buen Aire.

Sobre el origen del nombre corren distintas versiones: una referente a la buena impresión que causaron los “aires” que predominaban en ese lugar, versión sostenida por varios cronistas, entre ellos Ruy Díaz de Guzmán; la otra versión, a nuestro juicio más razonable, lo atribuye a la devoción a Nuestra Señora del Buen Aire, devoción originaria de un pueblo de Italia, pero extendida luego a todas las riberas del Mediterráneo, incluso la misma Sevilla donde en 1560 se creó una Cofradía bajo la misma advocación.

La fundación de la primera Buenos Aires careció de la ceremonia correspondiente que era de rigor en esos casos, como también del acta respectiva; posiblemente debido a la enfermedad del fundador que no le permitió participar del acto. Hizo levantar allí un fuerte cercado de murallas de tapia, dentro del cual estaban las habitaciones y un templo para los oficios religiosos. En las láminas que ilustran la edición castellana de la obra de Schmidel, se observa también un edificio más importante con piso de altos, que se supone era la habitación del Adelantado, si bien debe haber una exageración en la magnitud de la construcción.

Se discute entre los historiadores si Mendoza fundó realmente una ciudad, o solo levantó una fortaleza o fuerte con carácter precario. Quienes están por la primera posición —que se fundó una ciudad— alegan en favor de ella que hubo un Cabildo desde el momento que el Rey designó los Regidores del mismo, y si hubo Cabildo es por que se trataba de una ciudad. Quienes sostienen lo contrario —que no hubo ciudad sino solo un asiento militar o fortaleza— replican que los tales regidores, si bien estaban designados, nunca se hicieron cargo del puesto y que ni siquiera viajaron con la expedición de Mendoza ni en otras posteriores; que además, según las capitulaciones, el Adelantado sólo debía levantar hasta tres fortalezas como mínimo, de las cuales Buenos Aires seria la primera. Como se puede apreciar, ambas posiciones tienen sus argumentos valederos y resulta difícil discernir cual tiene la razón; tal vez próximas investigaciones y nuevos documentos podrán agregar otros argumentos para dilucidar el tema, que no deja de tener su importancia desde el punto de vista histórico.

La ciudad o fuerte estuvo emplazada en la margen norte del Riachuelo, en una altura que se supone corresponde a lo que es hoy Parque Lezama.

En las inmediaciones del nuevo emplazamiento habitaban los aborígenes Querandíes de raza pámpida; eran éstos, naturales de vida nómade que se desplazaban por las costas del Río Paraná y Río de la Plata desde el Arroyo Pavón al norte, hasta el Cabo San Antonio al sur aproximadamente. En las islas del Delta se hallaban las avanzadas de los Guaraníes, quienes habían llegado navegando por el río desde su hábitat natural en el alto Paraná y margen oriental del río Paraguay.

Los expedicionarios tomaron contacto con estos naturales, especialmente con los querandíes, de quienes obtuvieron a cambio de rescates, alimentos de carne y pescado principalmente. Pero la escasez de bastimentos para alimentar a tanta gente fue el problema crucial que amenazó a la expedición desde su arribo a las márgenes del Plata. Para colmo de males, la nave que conducía la mayor parte de los víveres era la Santiago o Marañona que, como hemos visto, desertó o se extravió y fue a parar a Santo Domingo. Mendoza, previendo estas contingencias, había encomendado a personas de su confianza le fletaran desde España dos o tres barcos más cargados con víveres, pero cuando todo estaba listo para zarpar, los armadores contratados se echaron atrás y así fracasó este auxilio que colocó en situación penosísima a los primeros habitantes de Buenos Aires, y de cuyas resultas se perdieron muchas vidas.

Concluidas las vituallas que traían en los barcos, debieron recurrir a la caza y ala pesca y a los alimentos que les proveyeron en un principio los querandíes, pero éstos, ante la imposibilidad material de abastecer tantas bocas y cansados de los reclamos de los españoles, después de catorce días se retiraron dejando librados a su suerte a los pobladores. Mendoza envió varias comisiones en su busca para exigirles la entrega de provisiones, todas con resultado negativo. Unas fueron corridas por los naturales, como la de Juan Pabón con dos compañeros más; otra, más numerosa, se internó por las islas del Delta en busca de los guaraníes, pero éstos, al tanto de lo ocurrido con los querandíes, pusieron también distancia de ella incendiando las tolderías que abandonaban para que no encontraran nada aprovechable. Finalmente el Adelantado envió a su propio hermano Diego de Mendoza con 40 jinetes y 300 infantes en busca de los nativos; los hallaron cuatro leguas al norte del real, cerca del actual río Lujan y en actitud de combate. Se habían coaligado querandíes y guaraníes dispuestos a dar batalla a los españoles; según Schmidel su número llegaba a cuatro mil. El encuentro fue violento arrojando un resultado incierto; si bien los españoles quedaron dueños del terreno por la huida de los indios, sufrieron muchas e importantes bajas, entre ellas el mismo Diego de Mendoza y los Capitanes Carlos Medrano y Pedro Lujan. Los querandíes, muy diestros en el manejo de las bolas arrojadizas, anularon la caballería boleándoles los caballos, con lo que desapareció la principal arma de combate que tanto efecto causó en otras partes de América infundiendo pavor al enemigo. Schmidel, que era uno de los cuarenta jinetes, anota que salieron de allí bien escarmentados y que les hicieron como veinte bajas. Por su parte no pudieron hacer ningún prisionero, pues los indios dejaron solo los muertos que fueron muchos. En la toldería abandonada solo hallaron algunos cueros de nutria, grasa y harina de pescado. Dicho encuentro tuvo lugar el 15 de Junio de 1536, día de Corpus Christi, por eso se lo conoce como combate de Corpus Christi.

Con anterioridad a tal episodio, en Marzo del mismo año, había sido enviado Gonzalo de Mendoza a la Isla Santa Catalina, con una nave en busca de víveres; misión de la que regresó recién en el mes de Octubre.

También fue designado Juan de Ayolas para remontar el Río Paraná con tres bergantines y trescientos hombres en demanda de alimentos y de noticias de la famosa Sierra del Plata. Tales expediciones las enviaba Mendoza con un doble propósito: abastecerse de los víveres tan necesarios en primer lugar, pero también acortar el número de bocas que debía alimentar en Buenos Aires.

Ayolas subió por el Paraná más arriba de los restos de la Torre de Gaboto (Sancti Spíritu), hasta dar con la tierra habitada por los Timbúes. Fue bien recibido por éstos, quienes cargaron los bergantines de víveres. Antes de emprender el regreso, levantó otra fortaleza en la margen derecha del Río que denominó de Corpus Christi pues, por rara coincidencia, la fundación tuvo lugar el mismo día 15 de Junio en que se libraba el combate entre españoles y aborígenes, en las cercanías del río Lujan.

Ayolas regresó a Buenos Aires a fines de Julio, cargado de víveres hasta el tope y con noticias del buen recibimiento brindado por los timbúes. En ese momento Mendoza estaba a punto de embarcarse para el Brasil: la muerte de su hermano Diego, agregado a su enfermedad y todas las penurias pasadas, lo habían desmoralizado totalmente. El retomo de Ayolas con alimentos en abundancia y buenas noticias, volvió a levantarle el ánimo lo mismo que a los pobladores que quedaban en Buenos Aires. Es que, después del combate de Corpus Christi, los indios envalentonados, pusieron sitio a la fortaleza dispuestos a arrojar de Buenos Aires a los españoles; éstos no podían salir ni a buscar el sustento diario para ellos y su familia. El hambre hizo estragos, muchos perecieron, otros se comieron algún caballo y tuvieron el patíbulo por castigo; los hubo quienes cometieron actos de antropofagia con los cadáveres. No obstante esta crítica situación, los sitiados pudieron rechazar todos los ataques de los sitiadores. Los indios, con flechas encendidas lograron incendiar varias casas de techo de paja, lo mismo que tres bergantines surtos en el puerto. Finalmente una descarga de artillería que se les hizo desde otro de los navíos, terminó poniendo en fuga definitiva a los atacantes.

Según Schmidel en este ataque, además de los querandíes, intervinieron guaraníes, charrúas y chaná timbúes; toda una confederación de los aborígenes habitantes del bajo Paraná, río Uruguay e islas del Delta.

Con las nuevas perspectivas que se presentaban a raíz del viaje de Ayolas al norte, Mendoza resolvió embarcarse él también con su lugarteniente, rumbo a la tierra de los timbúes y nueva población de Corpus Christi, donde permanecía una guarnición para su custodia. Al efecto embarcó consigo gran parte de los pobladores de Buenos Aires, dejando allí unos cien habitantes solamente.

Luego de un mes de penosa navegación río arriba, arribaron a Corpus Christi; allí el Adelantado dispuso fundar otra fortaleza cuatro leguas más abajo, a la que denominó de Buena Esperanza. No se conocen, a ciencia cierta, los motivos de esta nueva fundación a tan corta distancia de la anterior y en un paraje bajo y pantanoso. Hay quienes sostienen que fue para cumplir con la cláusula que establecía la obligación de levantar un número determinado de esas fortificaciones; otros dicen que el motivo fue el deseo de alejar la guarnición de las tolderías timbúes. El hecho fue que ambas subsistieron cierto tiempo, hasta que finalmente volvieron a unirse en un mismo lugar.

Según el historiador Manuel M. Cervera, la de Buena Esperanza se encontraría a la altura del actual Puerto Aragón; mientras que Corpus Christi se hallaba en las cercanías de la laguna de los Timbúes, hoy laguna de Coronda.

Durante su permanencia en Buena Esperanza se agravó la enfermedad del Adelantado, por lo que decidió regresar a Buenos Aires. Antes despachó a Juan de Ayolas con tres embarcaciones y 170 hombres para que remontara el Paraná y el Paraguay en procura de los famosos tesoros de los cuales tanto se hablaba entre los indígenas lugareños y algunos sobrevivientes de la expedición de Gaboto que aparecieron por el reducto de Corpus Christi.

En Octubre de 1536 retomó Mendoza a Buenos Aires; al llegar se encontró con el Capitán Gonzalo de Mendoza, aquél que había enviado a las costas del Brasil en el mes de Marzo, en demanda de vituallas para la hambreada población. Volvía este Capitán con la nave Santa Catalina cargada de víveres frescos, principalmente maíz y mandioca; cargamento que animó el espíritu alicaído de los expedicionarios y llenó el estómago vacío de varios meses. Además trajo consigo unos náufragos de las expediciones de Solís y Gaboto, hallados en la isla Santa Catalina quienes, por haberse casado con mujeres nativas y vivir largo tiempo entre los indígenas, dominaban varias lenguas, resultando así de suma utilidad como intérpretes.

Esta circunstancia favorable animó también al Adelantado quién, entre otras medidas, proyectó enviar nuevas expediciones río arriba, para lo cual ordenó la construcción de tres bergantines en los astilleros improvisados sobre el Riachuelo de los Navíos.

Como pasaban los meses sin que tuviera noticias de Ayolas, despachó esos bergantines en su busca y socorro, a la vez que en apoyo de las poblaciones de Buena Esperanza y Corpus Christi que habían quedado bajo el gobierno de Gonzalo de Alvarado y Carlos Douvrin respectivamente. Dichos bergantines fueron capitaneados por Gonzalo de Mendoza, Juan de Salazar y Hernando de Ribera.

La enfermedad de Mendoza, no obstante, seguía su curso; previendo que su fin estaba próximo decidió emprender el regreso a la Madre Patria. Antes tomó varias providencias: nombró a Juan de Ayolas su sucesor en el adelantazgo, y mientras durase la ausencia de éste, designó al Capitán Francisco Ruiz Galán Teniente de Gobernador, encomendándole que, en regresando Ayolas, se embarcase para España para informarle del resultado de ese viaje en procura de la Sierra del Plata.

En un extenso escrito dirigido a Ayolas le recomendaba encarecidamente el envío de “alguna perla o joya si ovieres ávido para mi, que ya sabéis que no tengo que comer en España”. Además de enfermo y moribundo, llagado todo el cuerpo por la sífilis, el Adelantado regresaba arruinado económicamente; toda su fortuna, que no era poca, la había invertido en esa fatal aventura, llegando al extremo de no tener ni para el sustento diario en caso de arribar a la patria nuevamente.

Asimismo encomendaba a su Lugarteniente levantar la población de Buenos Aires y trasladarla donde él se hubiese establecido, de manera que permanezcan todos juntos. Se firmaba de esta manera, el Acta de Defunción de Buenos Aires, medida que se cumplió años después bajo el Gobierno de Irala.

En su desesperación por obtener recursos económicos, encomendaba a Ayolas que si se encontraba con Almagro o Pizarro en uno de sus viajes, negociara su renuncia a las tierras que le habían sido otorgadas por las capitulaciones, a cambio de ciento cincuenta mil ducados, que podían rebajarse a cien mil, “si no vieres que hay otra cosa que sea más en mi provecho no dejándome morir de hambre”.

El 22 de Abril de 1537 zarparon del Puerto de Santa María del Buen Ayre las dos naves de retorno a España: la Magdalena y la Santantón, en la primera que era la Capitana, viajaba el Adelantado moribundo; en el puerto quedaba la Santa Catalina. Se embarcaron también, entre tripulantes y pasajeros, unos ciento cincuenta; en Buenos Aires permanecieron apenas un centenar de habitantes bajo el gobierno de Ruiz Galán.

Dos meses después, el 23 de Junio, fallecía el Adelantado en alta mar, navegando al sudoeste de las islas del Cabo Verde. Al día siguiente su cadáver era arrojado al océano, tal como estilaba en esos casos y se estila aún, dada la imposibilidad de mantenerlo incorrupto.