Mayo en ascuas desde 1814
El "veneno" artiguista
 
 

       “El concepto que tiene Posadas del movimiento artiguista, era el de todos los que no comprendían o aparentaban no comprender los ideales federalistas que sustentaba —se lee en una documentada monografía sobre “Artigas: Heraldo del Federalismo Rioplatenseâ€, de la que son autores Facundo A. Arce y Manuel Damonte Vitali—. Para el Director Supremo, Artigas perseguía la independencia de la Banda Oriental... Errado estaba Posadas, pues abundan los documentos que demuestran que en aquellos instantes Artigas solo era el abanderado principal de una causa política, la causa de los pueblos, que “ni por asomo†aspiraban a la segregación sino a la Unión de las provincias bajo una forma republicana de gobiernoâ€.

 

Por desaveniencias con el gobierno porteño que se hicieron inconciliables, el 20 de enero de 1814 resuelve Artigas retirarse con sus hombres del sitio de Montevideo, acampando en Tacuarembó Chico. Seis días después el caudillo oriental oficiaba al cónsul paraguayo Yegros, proponiéndole solemnemente una alianza para “alcanzar el reconocimiento del derecho de los pueblosâ€, conculcados a su juicio por la tortuosa política de Buenos Aires. La respuesta del Directorio a este desafío fue contundente, pues el rigor estaba previsto en los planes preparados por Lord Strangford con Sarratea y del Castillo, de que ya hemos hablado: guerra a muerte hasta lograr la rendición incondicional del artiguismo (principal perturbador de la mediación británica en el Río de la Plata).

 

Para eso, “el 4 de febrero firmó Posadas las Instrucciones que debería cumplir el coronel Holmberg en su campaña de Entre Ríos, en contra de los artiguistas —nos concreta el ensayista Facundo A. Arce— 1. Una de sus, disposiciones recomendaba que no debía ahorrar medios para terminar con Artigas y evitar “la reunión de familias y gentes armadas o inermes; desmembrándole las que tenga reunidas ya por medio de dispersiones, ya por premios que ofrecerá a los que le abandonen y el de 6 D. ps. al que lo entregue vivo o muerto al citado Artigasâ€. El coronel Holmberg quedaba facultado para pasar por las armas a todos los jefes dirigentes desde Artigas para abajo. Completando estas lamentables disposiciones, el 11 de febrero se declaró traidor al caudillo orientalâ€. El pretexto era burdo: se le acusaba de connivencias con las fuerzas españolas que ocupaban Montevideo, cuyo jefe, Vigodet, había recibido de aquél —no obstante— la rotunda negativa 'por respuesta a sus insinuaciones de sondeo. En efecto, la contestación de Artigas al comandante realista de la plaza sitiada, no podía ser más terminante; decía así: “No puede V. S. desconocer el honor que en todo tiempo ha marcado mi conducta. El es quien en la actualidad nivela mis pasos y hace conciliables tocios los objetos que me rodean. Tal vez los últimos sucesos habrán contribuido a que V. E. equivoque sus conceptos, pero esto debe fijar su juicio; y sea cual fuere el conocimiento que V. E. tenga de la manera de conducirse Buenos Aires con respecto a los orientales, todo debe servir a convencerle de nuestra delicadeza cuando se trata de la libertadâ€.

 

Y bien: la derrota fatal de las tropas de Holmberg —mermadas por la deserción de los soldados— produjese en El Espinillo (prov. de Entre Ríos) el 22 de febrero de 1814. Casi inmediatamente de esta victoria, incorporóse también Corrientes a la causa del Protector de los Pueblos Libres, resolviendo su Cabildo: “Declarar la independencia bajo el sistema federativo y reconocer al General don José de Artigas por protectorâ€. Tal decisión quedó ratificada por el Soberano Congreso Provincial, reunido el 11 de junio del mismo año 1814. “Misiones queda igualmente bajo el control de los federales, distinguiéndose la actuación de Andrés Guacurará, indígena al cual Artigas consideró como a un hijo y que, por esa razón, era conocido como Andrecito Artigas†2.

 

“Desde entonces comenzó a actuar sobre ellos el veneno artiguista como llamaban y aún llaman los literatos porteños a la reacción de éstos: del litoral primero, del Norte después, y luego del resto del país progresivamente, contra la prepotencia porteña —escribe Justo Díaz de Vivar, en su valioso libro Las Luchas por el Federalismo—. El idearium del “veneno†contenía dos puntos fundamentales: la democracia republicana y la autonomía de los pueblos. Estos conceptos habían arraigado de tal manera en el alma popular, que nadie los arrancaría ya 3. De la lucha de la Provincia Oriental con la Asamblea que rechazó sus diputados, por pretextos pueriles en la forma, por “no conformistas†en el fondo, aprendieron los pueblos que para que sus derechos triunfaran, había que defenderlos con otra cosa que con razones. La Provincia Oriental se sublevó y arrastró con ella a Entre Ríos y a Corrientes... Es interesante, porque está lleno de enseñanzas, seguir la difusión del “veneno†en el resto del país —prosigue Justo Díaz de Vivar—. Hay que recalcar de paso que la propaganda impresa era muy escasa en la época; que Artigas carecía casi de tal modo de expresión del pensamiento. “Cuando se publiquen los papelesâ€, dice Ferré en su juicio sobre el Protector, lo que significa que éstos no salían casi a luz. Añádase las dificultades de circulación de lo escasamente publicado y se deducirá sin esfuerzo que la propaganda escrita del artiguismo carecía de difusión. ¿Cómo se explica entonces su aprovechamiento del alma colectiva de los pueblos de las provincias? Forzoso es reconocer que el “Veneno†no necesitaba propagarse porque él nacía espontáneamente en todas partes, por imperio de circunstancias análogas y situaciones semejantes en todo el país. El estallido de sus manifestaciones se observa casi simultáneamente en todos los lugares y era incontenible en algunos a pesar de los esfuerzos y las violencias que contra él se empleaban. Cuando la Asamblea del año XIII, aparece ya, aunque atenuado, en Jujuy; y muy violento en la provincia Oriental. Los años 14 y 15 vieron por obra del mismo la separación definitiva de Entre Ríos y Corrientes de la autoridad de la oligarquía portería. Desde entonces empezaron los movimientos convulsivos en Santa Fe, que en el año 16 se libertó definitivamente de la tiranía bonaerense: “pronunciada de un modo que la historia ofrece pocos ejemplosâ€, dice un testigo presencial, el general José María Paz. En Córdoba también estallaban agitaciones en favor de Artigas y cundía la fermentación en Santiago del Estero y Catamarca. El Gral. Paz habla de que ya en el año 16 existía: “esa gran fracción que formaba el partido Federalâ€, añadiendo, “la efervecencia era cada día más violenta en todos los ángulos de la república y era imposible precaver de su, acción a los ejércitosâ€. En Tucumán estallaba la asonada haciendo gobernador a La Motta... Desde el año 16 la autoridad de la oligarquía porteña sólo era ejercida donde imperaba el ejército el cual también no obedecía sino condicionalmente y a regañadientes —concluye Díaz de Vivar—; o donde la influencia personal de algún personaje de gran autoridad moral, como San Martín, mantenía al pueblo en la quietud. Decididamente, las Provincias Unidas eran rebeldes a la felicidad que por su intermedio querían ofrecerles los monárquicos —directoriales de Buenos Aires. No aceptaba ni su monarquismo ni su centralismo, que era la primera etapa de aquél. Eran obstinadamente republicanos, autonomistas, federales: no por conceptos teóricos, sino respondiendo a un oscuro pero positivo estado espiritual colectivo del puebloâ€.

 

Hagamos, a continuación, una breve semblanza documentada del más popular de los caudillos de Mayo, cuya influencia en los acontecimientos rioplatenses de la primera década revolucionaria (pareja a la de San Martín), fue tan decisiva para nuestro destino histórico de nación independiente: José Gervasio Artigas.

 

Oriundo de Montevideo, donde nació el 19 de junio de 1764, era el cuarto hijo del matrimonio de Martín José Artigas y Francisca Antonia Pascual Asnar (o Arnal), ambas familias afincadas de antiguo en la Banda Oriental del Uruguay. Su abuelo, llamado Juan Antonio (hidalgo zaragozano), antes de radicarse en Montevideo con la expedición fundadora de Bruno Mauricio de Zavala, había llegado a Buenos Aires desde España, el año 1776, “después de larga y honrosa carrera militarâ€. “Artigas es segunda generación de americanos nativos —refiere Zorrilla de San Martín—4. La posición de su padre es holgada y decorosa, gracias a su trabajo: tiene su casa en la ciudad, una barraca o depósito de frutos, campos y ganados; posee tierras heredadas de su padre en Chamizo, otras denunciadas por él en Casupá, y las de su esposa en Sauce. Puede dar a sus hijos, en el convento de los franciscanos, la mejor instrucción que entonces se adquiría, y que, si no era grande, era la que entonces constituía un hombre culto. La que recibe el cuarto de sus hijos, el que a nosotros nos interesa, es más esmerada que la de sus hermanos. Estos se consagran muy pronto al trabajo de campo; aquél permanece en la ciudad, y es compañero de estudios de Nicolás de Vedia, Rondeau, Melchor de Viana y otrosâ€.

 

A los 32 años de edad ingresa Artigas en el Cuerpo Veterano de Blandengues, creado en 1797 para “defender las fronteras contra los portuguesesâ€, indios y contrabandistas; y proteger los vecindarios de los campos que reclamaban amparo. “Artigas iba a menudo a los campos de sus hermanos y parientes; compartía sus faenas como deporte atlético; se adiestró en ellas, desarrolló su sano organismo, se hizo gran jinete: domaba un potro, enlazaba un toro salvaje, boleaba un avestruz†5.

 

Ascendido a capitán de milicias en 1798, sus servicios son recabados dos años más tarde por el célebre Félix de Azara., quien lo designó su ayudante para la ejecución del vasto plan colonizador encomendado, en la región fronteriza con el Portugal. A los cuarenta y un años de edad contrae enlace con su hermosa prima Rafaela Villagrán, “a quien amaba con pasiónâ€, y de quien debió separarse casi en seguida —por enajenación mental de la esposa— quedándole sólo el hijo primogénito; José María. Con anterioridad, el prócer había reconocido como hijo suyo a Manuel o José Manuel Artigas, nacido en Soriano en 1791.

 

Durante la segunda invasión inglesa al Río de la Plata, el movilizado capitán Artigas peleará heroicamente en los Corrales de Miserere, en el Retiro, en la Plaza Victoria. Expulsado Whitelocke de Buenos Aires, es nuestro héroe quien lleva primero que nadie —cruzando el río en medio de la tormenta— el parte de Liniers al gobernador de Montevideo Ruiz Huidobro. Desde 1811, se convierte en uno de los principales protagonistas de la revolución de Mayo en el Litoral, culminando su prestigio —según se sabe— el año XIII.

 

En cuanto a su aspecto físico, el coronel alvearista Antonio Díaz (el cual fuera prisionero suyo en 1815) lo ha descripto literalmente así: “Artigas era de talla regular, cuerpo bien desarrollado. Ojos de un azul verdoso claro, su mirada abierta pero inexpresiva, deteniéndose muy poco en los objetos y en las personas, siendo indudable que se daba cuenta de todoâ€. Por su parte, el general Nicolás de Vedia, condiscípulo del prócer oriental, escribió de él lo siguiente: “No tenía modales agauchados, sin embargo de haber vivido siempre en el campo. Cuando manifestaba su resentimiento contra Buenos Aires, o contra los de Buenos Aires, como él decía, era exacto en sus relatos, y a veces elocuente. En los sitios se le vio siempre montar en silla, y vestir levita azul sobre la cual ceñía su sableâ€. El sabio sacerdote Dámaso Antonio Larrañaga, que visitó a Artigas en la costa del río Uruguay, lo retrata a su turno con estas expresivas palabras: “En nada parecía un General; su traje era de paisano y muy sencillo.

 

Pantalón y chaqueta azul, sin vivos ni vueltas, zapato y media blanca de algodón. Sombrero redondo con gorro blanco y un capote de bayetón, eran todas sus galas y aún todo esto, pobre y viejo. Es hombre de una estatura regular y robusto. De color bastante blanco, de muy buenas facciones, con la nariz algo aguileña, pelo negro y con pocas canas. Aparenta tener unos 48 años. Su conversación tiene atractivos, habla quedo y pausado. No es fácil sorprenderlo con largos razonamientos, pues reduce la dificultad a pocas palabras y lleno de mucha experiencia, tiene una previsión y un tino extraordinarios. Conoce mucho el corazón humano, principalmente el de nuestros paisanos y así, no hay quien lo iguale en el arte de manejarlos. Todos lo rodean y todos lo siguen con amor...â€.

 

Refiere Zorrilla de San Martín que una anciana sobrina de Artigas, doña Josefa Ravía —que todavía llamaba tío Pepe al héroe de Las Piedras— dictaba sus recuerdos a los 93 años de edad, en esta forma ingenua y familiar, llena de colorido: “Su traje era análogo al del cabildante; su fisonomía abierta, franca y hasta jovial. Era de estatura regular y de cuerpo delgado; usaba buen pantalón y buena bota; nunca quiso usar espuelas grandes, que eran las de moda entre los mozos de campo, ni llevar el cuchillo a la cintura, pues fue de los primeros que lo usaron entre caronas (piezas de la montura del caballo). Usaba el sombrero sobre el redondel de la cabeza; pero cuando galopaba a caballo o entraba en las lidias de campo, se lo echaba a la nuca. Su fisonomía era simpática, y ya en esa época, y ocupado en las labores referidas, las jóvenes de Montevideo se disputaban su persona. Tío Pepe y tío Martín eran muy blancos y tenían el cabello castaño; tío Cucho y tío Manuel eran morenos. Sus antecedentes en la familia eran excelentes, hasta el punto de que todos los parientes lo consideraban como el Jefe de ella... Parece que hubiera tenido de antemano vocación para la carrera militar, pues desde el primer día que se puso las casaquilla de blandengue no se le vio otro traje en Montevideo...â€.

 

Tal era este grande hombre, guerrero y político a la vez, que ahora, en 1814, las masas de su tierra nativa —invadidas al oriente por el secular imperialismo portugués y traicionadas en occidente por el porteño, su hermano de causa— proclamábanlo fanáticamente: Protector de los Pueblos Libres. Sobriedad hispánica en el temperamento y los modales, e hidalguía ética en el espíritu humano y en el trato social. Hasta aquí el fidedigno retrato histórico de José Gervasio Artigas, enemigo número uno de la camarilla directorial gobernante, la cual seguía —mediatizada— las sugestiones “contrarrevolucionarias†del embajador inglés Lord Strangtord para el Río de la Plata.

 

Producida la ocupación de la Plaza de Montevideo por Alvear —en la forma relatada en el capítulo precedente—, éste propuso y obtuvo del caudillo oriental su consentimiento para entrar en conversaciones con miras a la celebración de un armisticio entre el Directorio y su principal antagonista interno: el artiguismo. El tratado fue suscripto el 9 de julio de 1814, interviniendo por Buenos Aires el propio Alvear y, en representación de Artigas, los ciudadanos Tomás García de Zuñiga, Manuel Calleros y Miguel Barreiro, respectivamente.

 

Consta —tal documento— de once artículos, el primero de los cuales consigna, de manera solemne, la pública rehabilitación —por parte del Supremo Director de las Provincias Unidas—, del “honor y reputación del ciudadano José Artigas, infamado por el decreto firmado el 11 de febrero del presente añoâ€, como dice en su texto, conviniendo en seguida reconocer al nombrado ciudadano en el carácter de “comandante general de la campaña y frontera de la Provincia Oriental del Uruguayâ€.

 

Luego de disponer la convocatoria a una “nueva elección de diputados (artiguistas) para la Asamblea General Constituyenteâ€, expresa el artículo 9 del tratado que, hasta tanto no rija la Constitución a sancionarse por los pueblos de la Unión, “se congregará anualmente una asamblea provincial para la conservación de los derechos y prosperidad del país...â€; añadiendo a continuación lo siguiente: “Artículo 10: El ciudadano don José Artigas no tendrá pretensión alguna sobre el Entre Ríos y los habitantes de aquel territorio no serán perseguidos en manera alguna por las opiniones anteriores. Artículo 11: El gobierno supremo de las Provincias del Río de la Plata, será reconocido y obedecido en toda la Provincia Oriental del Uruguay y como parte integrante del Estado que juntas la componenâ€.

 

Acto seguido, Posadas apresuróse en nombrar Gobernador Intendente de la nueva provincia a don Nicolás Rodríguez Peña. “La paz que aparecía con tan buenas perspectivas en el escenario nacional, debía interrumpirse a breve plazo, desencadenándose con mayor violencia la guerra civil —se lee en un excelente trabajo, ya mencionado con anterioridad, sobre la época histórica de que se trata—6, pero no por nombramiento más o menos, esto era lo secundario: la interpretación del artículo 10 del pacto, sería, repetimos, la causa de la ruptura del tratado. Procediendo de acuerdo con su 'política, el Director Posadas se creyó autorizado a tomar ingerencia directa en Entre Ríos y Corrientes. En efecto, en las dos provincias nombradas, Posadas había iniciado una acción tendiente a atraerlas hacia la política directorial y en esto se vio favorecido por la tregua del tratado del 9 de julio, aparte de la buena acogida que encontró en las autoridades que Artigas estimaba, y con razón, como muy entusiastas de su causa. En Corrientes fue donde con caracteres más netos se acusó la política del gobierno central. El Congreso Provincial inauguró sus sesiones el 11 de junio de 1814, presidido por Genaro Perugorría. Este representante de Artigas, poco después de inaugurarlo, entró en relaciones con el gobierno central, especulando con la caída de la Plaza de Montevideo, que se produjo como hemos visto el 20 de junio. Entre los proyectos que sustentaba Perugorría, estaba el de someter la provincia de Corrientes a la autoridad del Directorio, abandonando la causa de Artigas...â€.

 

Y continúan su reseña ilustrativa los autores citados precedentemente: “Así que el Director Posadas se vio libre de las preocupaciones del sitio de Montevideo y mientras organizaba el acercamiento con Artigas, propuso al Consejo de Estado, el 19 de agosto, la creación de las provincias de Entre Ríos y Corrientes, separándolas —administrativamente— de la intendencia de Buenos Aires. Con esta medida el Director recompensaba los desvelos de la gente de Corrientes, que se inclinaba al gobierno central y hacía efectiva su interpretación del tratado del 9 de julio y de las explicaciones dadas por Artigas. Por otra parte, también en Entre Ríos, Posadas vio la posibilidad de desarrollar la misma política. Esa posibilidad se la brindó Eusebio Hereñú, quien después de haber sido depuesto —al 23 de mayo— por un movimiento popular del cargo de Comandante militar de la Villa del Paraná, se vio obligado a retirarse a la campaña, pero manteniendo siempre la esperanza de volver a reasumir el mando. A este comandante de milicias, artiguista, dirigió su política el Director Supremo, conocedor de la flaqueza de carácter de Hereñú y confiado en las promesas que pudiera hacerle para restituirlo en el mandoâ€.

 

“En Montevideo, por otra parte —añaden los mismos ensayistas en el trabajo de referencia—, el Director Supremo dispuso el nombramiento del Coronel Soler como Gobernador Intendente de la plaza. Soler asumió el mando el 30 de agosto, con el encargo de preparar los elementos de guerra necesarios para una nueva campaña, que el imperio de los hechos determinaría y cuyo mando se iba a confiar al General Alvear. Esta era en síntesis la situación general de las provincias de Entre Ríos, Corrientes y Banda Oriental, mientras los diplomáticos del Directorio se ocupaban de la ratificación del tratado y seguían sus gestiones de acercamiento con el caudillo orientalâ€.

 

Y bien, la enmascarada política alvearista de engaño y de sobornos, cuyo verdadero objetivo era obtener a toda costa el avasallamiento incondicional del adversario más numeroso y no su alianza pacífica, daría al fin sus frutos en la victoria lograda por Dorrego —a la sazón lugarteniente directorial— sobre las fuerzas federales mandadas por Otorgues, el 4 de octubre de 1814, en el valle del Marmarajá, al norte de Maldonado. Ella reinició en ambas márgenes del Plata la guerra entre hermanos, resolviéndose tres meses más tarde a favor de Artigas en el Litoral —no obstante las “facultades extraordinarias†con que implícitamente fuera investido Posadas por la Asamblea, en sesión del 29 de agosto de 1814—. Primeramente, con la derrota y ejecución de Perugorría en Corrientes (17 de enero de 1815), culminada al mismo tiempo en la decisiva acción de Rivera junto al arroyo denominado Guayabos. “La batalla empezó a las doce del día 10 de enero de 1815 y se concluyó a las 4 l/2 de la tarde. Dorrego (adversario del lugarteniente artiguista) no pudo salvar arribando 20 hombres; todo, todo lo perdió†7.

 

En el ínterin, José de San Martín, designado comandante en jefe del ejército del Norte después de Ayohuma en reemplazo del general Belgrano, había escrito desde Tucumán —con fecha 22 de marzo de 1814— esta profética carta privada a don Nicolás Rodríguez Peña, conteniendo todo su plan militar de independencia americana: “No se felicite, mi querido amigo, con anticipación de lo que yo pueda hacer en ésta; no haré nada y nada me gusta aquí. No conozco los hombres ni el país y todo está tan anarquizado que yo sé mejor que nadie lo poco o nada que puedo hacer. Ríase Ud. de esperanzas alegres. La patria no hará camino por este lado del Norte que no sea una guerra permanente defensiva, defensiva y nada más; para eso bastan los valientes gauchos de Salta con dos escuadrones de buenos veteranos. Pensar en otra cosa es echar al Pozo de Ayrón hombres y dinero. Así es que yo no me moveré ni intentaré expedición alguna. Ya le he dicho a Ud. mi secreto. Un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza para pasar a Chile y acabar allí con los godos, apoyando un gobierno de amigos sólidos para acabar también con los anarquistas que reinan; aliando las fuerzas pasaremos por el mar a tomar Lima; ése es el camino y no éste, mi amigo. Convénzase Ud. que hasta que no estemos sobre Lima la guerra no se acabará. Deseo mucho que nombren ustedes alguno más apto que yo para este puesto; empéñese para que venga pronto ese reemplazante, y asegúreles que yo aceptaré la intendencia de Córdoba. Estoy bastante enfermo y quebrantado; más bien me retiraré a un rincón y me dedicaré a enseñar reclutas para que los aproveche el gobierno en cualquiera otra parte. Lo que yo quisiera que ustedes me dieran cuando me restablezca, es el gobierno de Cuyo. Allí podría organizar una pequeña fuerza de caballería para reforzar a Balcarce en Chile, cosa que juzgo de grande necesidad si hemos de hacer algo de provecho; y le confieso que me gustaría pasar mandando ese cuerpo...â€.

 

Tal el origen del nombramiento de San Martín como Gobernador Intendente de Cuyo, el cual fue proveído por el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata mediante decreto del 10 de agosto de 1814.

 

“Cuando San Martín se hizo cargo de la Intendencia de Cuyo en los primeros días de septiembre de 1814, el Gobierno del Directorio hallábase ante muy graves problemas —escribe el profesor Samuel W. Medrano—8. La rendición de Montevideo había sido, sin duda, una operación muy brillante y el botín conquistado verdaderamente extraordinario; pero este éxito planteaba cuestiones inquietantes. Por una parte Artigas, cuadrado con arrogancia ante diversos comisionados que trataron de lograr un avenimiento, reclamaba el' gobierno de la provincia oriental; su actitud movilizaba inútilmente a las armas de Alvear, ansioso de concluir con el caudillo a quien no lograba vencer, ofreciendo en cambio el doloroso espectáculo de una guerra fratricida, cuya repercusión política se extendía ostensiblemente en todos los pueblos del Litoral. Además, la influencia del jefe de los orientales era grande y creciente, y antes de finalizar el año 1814 los pueblos de Entre Ríos, Corrientes y Misiones habrían cortado toda relación de obediencia con el Directorio, al que no quedaba otro recurso que hacerles la guerra para someterlosâ€.

 

Sí, para “someterlos†por fuerza a un monarquismo constitucional —en cabeza de algún príncipe español, portugués o... francés —que aquellos pueblos libres del Río de la Plata (a la vez republicanos y federales) repudiaban violentamente con las armas en la mano.

Â