Sáenz Peña La revolución por los comicios
Los partidos y los hábitos políticos
 
 

Importancia de la actividad política


A característica dominante de la presidencia de Sáenz Peña fue la reforma política. La extensión del derecho del voto a la gran masa de la población del país tuvo para la república tanta importancia y trascendencia como la reforma política británica de 1832. Las consecuencias de ese hecho aún perduran. Para comprender mejor aquélla y la transformación que determinó en los hábitos políticos argentinos, es necesario conocer una serie de antecedentes: las ideas predominantes en la clase dirigente, la forma cómo se agrupaban y actuaban los partidos y la variación de matices de la opinión pública; cómo gravitaron éstos en la marcha del gobierno y cómo los gobernantes aplicaron la Constitución y cumplieron con la ley.


Se requeriría un estudio más extenso del que me propongo hacer, si mi propósito fuera ahondar el tema en sus diferentes aspectos, para señalar, especialmente, los vínculos que tan íntimamente unen la actividad política con la personalidad del país, con su vida y con la trascendencia espiritual que caracteriza, su cultura. Pero mi programa es más modesto y sólo comprenderá un aspecto del problema: la evolución en sus grandes líneas de tos partidos y hábitos políticos. En ellos se canaliza, se define y actúa la vida política, nacional. Los partidos son los voceros de las aspiraciones colectivas, la base de sustentación de sus dirigentes y, en ellos, hallarán las autoridades la fuerza de su acción.


La actividad política, cualquiera sea el sistema de gobierno que adopte un Estado, tiene una influencia fundamental en todas las manifestaciones de la comunidad e imprime por igual su sello a la vida espiritual, tanto como a la organización social, al comercio, la industria, el trabajo, las artes, los deportes y la holganza. Nada es tan preponderante y fundamental en un país como la actividad política, que se practica en los partidos o desde el gobierno. Aquellos que creen que apartándose de ella o ignorándola no sufren su influencia, están equivocados; constantemente experimentan sus presiones, a las cuales nada ni nadie puede substraerse. El sello político que imprimieron la gestión de Luis XIV y la época victoriana, en Francia y Gran Bretaña, respectivamente, fueron tan fuertes y evidentes, que no hubo actividad humana que no estuviera marcada por ellas, sea en las artes como en la guerra, en el comercio como en la marina, en la manera de vivir, de pensar y de divertirse. La influencia de la política se manifiesta en la organización de la familia, en la forma de educar a los hijos, en el estilo escogido para decorar la casa y hasta en la forma de recibir a sus invitados.


Ejemplos semejantes se presentan en Argentina durante las épocas de la Revolución, de Rivadavia, y de Rosas; en la generación del 80 y la del Centenario.


Este tema aún no ha atraído a nuestros escritores con la debida profundidad. En el presente ensayo no cabría un estudio semejante aunque mucho me seduzca. Exigiría un método y una extensión muy distintas. Me limito a señalar las grandes corrientes de opinión y los hombres que más se destacaron y gravitaron porque ello ayuda a interpretar la vida y la acción pública de Sáenz Peña, la época y el ambiente en que le tocó desempeñarse.



Unitarios y federales


Los partidos políticos expresan los intereses y aspiraciones de los grupos sociales. Surgen, se desarrollan, evolucionan, triunfan y desaparecen, según las circunstancias ambientales, la capacidad o deficiencia de sus dirigentes. Sentimientos religiosos, doctrinas de gobierno, factores económicos, luchas de clases, nuevas ideologías, el prestigio nacional, la guerra, la paz y la pasión por la libertad, constituyen las fuerzas que agrupan a los hombres y dan vida las colectividades.


Estas fuerzas constantes son aprovechadas por los caudillos que a su vez imprimen a la acción partidaria las modalidades de su carácter e inteligencia, sus calidades y defectos. Interpretan un anhelo colectivo, sirven a sus ambiciones, sus intereses y sus pasiones que, muchas veces, los perturban y desvían de su primitivo propósito. Otros, mejor inspirados, se depuran en la acción pública y se exaltan para realizar grandes empresas, se convierten en hombres símbolos de la colectividad. San Martín y Rosas, Mitre y Tejedor son ejemplos de uno y otro tipo.


Una ligera reseña de la evolución de los partidos políticos permitirá comprender mejor, el origen, los hábitos y la forma de actuar de las diferentes corrientes de opinión en que se divide el electorado en 1910, y estimar el valor de la obra de Sáenz Peña en el proceso político que sigue el país.


Para lograr la organización del país sobre bases democráticas falta en 1810 en los dirigentes la experiencia que no le proporcionaron las instituciones españolas, y la deficiente preparación en el pueblo para practicar el gobierno propio. Más declamadores que prácticos, no basta la pasión democrática y el deseo de constituir un gobierno republicano para que el hecho se produzca. La república, la democracia y el gobierno representativo no se implantan por decisión de los caudillos, ni por la sanción de leyes; ni tampoco se improvisan. Es el resultado de un largo aprendizaje en el pueblo que la acepta y de una sólida educación en los dirigentes que la conducen.


Durante los primeros cincuenta años los partidos que dividen la opinión del país son el unitario y el federal, con sus variantes y matices. Dentro de esta denominación general, provincianos y porteños, el puerto y el interior, resistas y emigrados, Buenos Aires y las provincias, demócratas y conservadores constituyen los grupos en conflicto, de contenido diverso y a veces contradictorio. Exceptuando circunstanciales veleidades separatistas en las provincias del litoral, un mismo propósito persiguen los caudillos: la unidad y la organización nacional. La tiranía de Rosas y de algunos gobernadores de provincia demoró la estructuración legal del país. Un general sentimiento de la nacionalidad y la defensa de nuestras fronteras arraigó fuertemente en el país des pues de la penosa separación de las provincias del Uruguay, Paraguay y Alto Perú. Los partidos políticos aspiran a constituir la república democrática y en esta tarea alternan la absorbente y culta oligarquía, la ignorante demagogia y el gobierno autoritario, que generalmente degenera en tiranía o dictadura.


En este laborioso proceso para lograr la unidad y la organización nacional aparecen en contraposición dos tendencias definidas; una que procura la hegemonía de Buenos Aires, la otra que sostiene la autonomía de las provincias. Estos dos núcleos de opinión defienden sus intereses con semejante pasión y violencia, centralismo y regionalismo. Son las tendencias que perduran hasta la época presente. Unitarios como el general José María Paz defienden como federales los derechos de su provincia. Juan Manuel de Rosas, federal, establece un gobierno unitario y el dominio de la Capital sobre el interior. Las circunstancias del momento a veces contradicen la propaganda partidaria.



Las ideas y los hombres


La lucha entre los partidos políticos, para lograr el poder, no se define en comicios libres. El triunfo lo imponen las milicias y el poder se practica sin contralor. El gobierno así logrado se ejerce en nombre de principios democráticos y para legitimarlo se recurre a los comicios, cuyos resultados son impuestos por la propia autoridad que se pretende legalizar con el voto popular. Los partidos se proponen afianzar las garantías individuales, que muchas veces olvidan, por el destierro y el asesinato político. La libertad de la navegación de los grandes ríos, los impuestos diferenciales, y la distribución de las entradas de la Aduana son problemas que constantemente preocupan a caudillos y partidos, provocan tensiones y crean intereses económicos que animan la lucha hasta mitad del siglo XIX. A estos factores se agregan los elementos de una complicada política con los países vecinos, antes y después de Caseros, que aparecen en declaraciones, protocolos, intervenciones y tratados. El Imperio del Brasil, sigue su diplomacia secular e insiste en intervenir en los asuntos del Río de la Plata para mantener su influencia en el Uruguay y Paraguay, en la dictadura de este país y en la anarquía en aquél. La variedad de intereses en juego, los matices y diferencias que ofrecen contribuyen a gravitar en la política interna y a enardecer las pasiones. El sentimiento nacional a flor de piel y las exigencias por buscar aliados en los países vecinos para las luchas internas, determinan complejas situaciones y conflictos. Los blancos y colorados del Uruguay están íntimamente vinculados a los unitarios y federales argentinos.


Inspiran a los partidos las doctrinas filosóficas de fines del siglo XIX. Sostienen sus dirigentes los derechos del hombre, como principio fundamental del orden social. Es el mejor sedimento que dejan los excesos de la revolución francesa. Familiarizados con los comentaristas de la Constitución de los Estados Unidos y el ejemplo de la gran república, aspiran a constituir el país a su semejanza. Excelentes teóricos, frecuentemente yerran en las soluciones prácticas. Más declamadores que realizadores, partidos y caudillos pretenden resolver las dificultades que ofrece la organización del estado con reglamentos y constituciones, inspirados en ejemplos extranjeros, con disposiciones que a menudo reemplazan los viejos hábitos, cuya característica es la 1icencia y la falta de respeto por la ley. Las constituciones y reglamentos se apartan de la realidad nacional y entonces su vigencia es siempre precaria e incierta.


Cuando a los partidos los conducen hombres prestigiosos y prudentes, consiguen establecer una democracia incipiente, que mejora a medida que se gana en experiencia en el proceso de su desarrollo, proceso que interrumpen constantemente períodos más o menos intensos de anarquía disolvente, propicia para que prosperen gobernantes autoritarios y despóticos. Entonces, la libertad conviértese en licencia y el gobierno en tiranía. La necesidad y la experiencia aportan las correcciones que requiere la adaptación de la doctrina a la realidad nacional. La licencia evoluciona lentamente hacia el orden y la tiranía hacia gobiernos legales.


El choque de las fuerzas antagónicas que impulsan el progreso desde la época colonial, se observa en la lucha de las provincias con la capital, en los intereses del interior por oposición a los del litoral, la campaña en contra de la ciudad.


Los españoles constituyen la aristocracia nativa, la cultura europea, la disciplina de la iglesia, la experiencia por el gobierno, las milicias, y el comercio. Los criollos son los abogados y los periodistas, los estancieros y habitantes del campo, habituados a la libertad, pendencieros y levantiscos, en contacto directo con las masas populares. Constituyen aquellos el poderoso núcleo que origina el partido unitario, éstos la fuerza del partido federal; el centralismo por oposición al regionalismo.


Los hechos sociales, de por sí complejos, no admiten clasificaciones absolutas; es así como unitarios y federales no fueron partidos políticos ortodoxos en su doctrina, con programas definidos de gobierno. Sufren las alternativas y variantes que les imponen las circunstancias ambientes. El partido, la autoridad y el programa, generalmente, se personifican en un hombre, en el caudillo. Es más poderoso cuanto mayor prestigio goza en su localidad y se extiende por el país. Aumenta su autoridad con el coraje que pone en la lucha y la pasión con que alimenta sus convicciones, en la medida como distribuye las prebendas y el temor que infunde a sus correligionarios. Sobre la masa del pueblo, ignorante y desvalida, arcilla maleable y dúctil, el caudillo influye y le imprime las alternativas y contradicciones de su temperamento, impulsado por el interés, acicateado por la rivalidad o mordido por la ambición. La marcha de los partidos resulta, entonces, inseparable de la persona que los conduce. Rivadavia procura un alto prestigio al partido unitario, prestigio que heredan los emigrados de la tiranía. El federalismo de Artigas es diferente al de Dorrego, y el de Rosas es un simple gobierno personal y despótico.


La generación de Echeverría se aparta de los viejos esquemas políticos y aplica un criterio realista para encarar la organización nacional. “Ni unitarios, ni federales”, el país requiere nuevos cuadros políticos. El régimen institucional debe nutrirse con las diversas substancias que ofrece Buenos Aires y las provincias para lograr con éxito la unidad. Así lo comprenden y realizan los hombres de la Confederación y Buenos Aires. Con sabiduría y experiencia conciben y sancionan la Constitución Nacional de 1853, y la reforma de 1860. Hallan una fórmula feliz de convivencia y con ella consiguen rifar la personalidad política de la República y la estabilidad de sus instituciones. Aseguran un gobierno respetado y restablecen la paz social buscando la coincidencia de voluntades e intereses, sin la imposición efímera de la fuerza. Buenos Aires no puede ella sola imponerse en las provincias, ni absorber los recursos de la Aduana y las ventajas del comercio exterior. Las provincias menesterosas no pueden vivir sin la Capital. Apercíbese que es indispensable robustecer el poder central para evitar la anarquía y fortalecer los vínculos de la nación. La Capital reconoce la conveniencia de asegurar la autonomía de las provincias, resolverles sus problemas financieros y buscar en la proporción de las fuerzas políticas un régimen institucional que impida el autoritarismo en el gobierno.


El partido federal, con Juan Manuel de Rosas, gobierna el país durante un largo período. Significa la hegemonía de Buenos Aires y la obediencia de las provincias. Los unitarios emigran a los países vecinos perseguidos por Rosas. Algunos como Dalmacio Vélez Sársfield y López y Planes, “condenan en silencio la dictadura”, se pierden en el anonimato de la ciudad o se esconden en las estancias. Es un régimen unitario a pesar de su divisa: “federación o muerte”. Cuando su poder parece omnipotente y proclaman al tirano como el “más ilustre republicano”, “el libertador” y “esclarecido americano”, cae vencido por su más prestigioso lugarteniente.


“Después de Satán ninguno cayó”


“De mayor altura que el soberbio Rosas”.1


“El despotismo había dominado pero no había organizado; había mantenido el temor a la autoridad pero no había creado el respeto a la autoridad”. 2



División del partido federal


El general Justo José de Urquiza, gobernador de Entre Ríos, divide al partido federal. Su principal propósito es derribar la dictadura de Rosas, reunir un Congreso Constituyente y organizar el país. Libertad, independencia y fraternidad es su divisa.3 Substituye la bárbara imprecación “federación o muerte” por una nueva, de esperanza y de unión, que interprete las aspiraciones comunes. El país está fatigado de gobiernos dictatoriales que debilitaron a las provincias, conculcando los derechos individuales, deteniendo el progreso cultural y encadenando la libertad.


“No hay vencedores ni vencidos” proclama Urquiza frente a Montevideo. Ciudadanos de opiniones diferentes en que se divide la república, tienen acceso e iguales derechos, a los empleos públicos.4 La guerra que inicia el nuevo partido no es de persecución, ni de exterminio, es un nuevo esfuerzo para establecer garantías recíprocas entre adversarios y lograr la pacificación nacional. Es un nuevo lenguaje, una nueva política, desconocida hasta entonces en las luchas partidarias. La opinión pública, los gobiernos de trece provincias, y la falange de los emigrados 5 apoyan al caudillo de la liberación, que logra la alianza y el concurso del Uruguay y del Brasil para marchar en su campaña redentora.


El partido federal, con la jefatura del general Urquiza, experimenta una profunda transformación en sus procedimientos. Representa un sensible adelanto con respecto a la época resista. Es el triunfo del pensamiento civil sobre la fuerza militar. Despues de 40 años de enconadas disidencias y de falta de garantías individuales procura la concordancia y la tolerancia, consolida la libertad personal y la libertad de prensa. Se propone constituir un gobierno federativo. Aspira a la fusión de unitarios y federales, a consolidar un gran partido nacional el “nuevo partido” que sostenga y aplique la Constitución.6 “Las democracias liberales y pacíficas de América del Sud son hijas de la amnistía”.7


Los hombres superiores siempre encuentran el momento y la forma de reaccionar contra el medio ambiente y los elementos que los llevan a la decadencia. Realizan el gran cambio e inician la reacción renovadora. Encauzan, rectifican, y dirigen los acontecimientos en que les toca actuar. El general Urquiza es uno de ellos. Se requiere un gran ingenio, temple moral y energía, una gran confianza en su propio esfuerzo para luchar contra viejos hábitos y resistir a los partidarios adocenados, cambiar las costumbres, afirmar nuevas ideas y fijar distintos rumbos. Urquiza, lugarteniente de Rosas, formado en el ambiente de las luchas fratricidas de la guerra civil y él mismo gobernador autoritario, es el promotor de la nueva falange dentro del partido federal. Restablece todo lo que ha contribuido a destruir, derroca la tiranía que sostuvo, sanciona la Constitución que se postergaba, limita su propio poder en la extensión que le ofrece la victoria y afirma el imperio de la ley donde sólo existía la voluntad personal.


El general Bartolomé Mitre es otro hombre de estilo semejante. Revolucionario el 11 de septiembre y correligionario de Valentín Alsina en las primeras luchas en defensa de los derechos de Buenos Aires. Desde la reforma de la Constitución de la provincia se transforma en el adalid de la unidad nacional dentro del partido liberal. Lucha contra sus propios amigos, sin que disminuya su empeño por defender las instituciones provinciales. Sostiene con acierto y oportunidad una política realista y constructiva, republicana y federal. Contribuye a concertar el acuerdo de San José de Flores contra la opinión del gobernador y aparece como la “figura de primera magnitud” en el escenario nacional, cuando sólo tenía cuarenta anos escasos. Elegido presidente de la Nación desarrolla una política de conciliación y tolerancia oponiéndose a sus partidarios que exigían el exterminio y la persecución del adversario, el empleo de la fuerza y la autoridad discrecional. Así organiza definitivamente la república, sin hegemonías ni privilegios para ninguno de los estados, derriba los gobiernos personalistas de las provincias e inaugura una nueva política liberal. Finalmente, al frente de su partido, lucha contra el porteñismo absorbente de Alsina y los arrebatos despóticos de Sarmiento. Ni sirve, ni halaga a la opinión pública. La conduce y la instruye.


Domingo F. Sarmiento es una personalidad vigorosa que constantemente lucha contra la ignorancia, la montonera, la indisciplina y el caudillaje. Siempre reacciona violentamente, contra el atraso del medio ambiente, contra sus propios amigos. Nadie puede enfrentar sus convicciones. Es capaz de luchar solo en una asamblea y en la presidencia no tiene partido que lo apoye; se basta a sí mismo. Es el adversario de Urquiza, de Mitre y de Roca, cuando pocos tienen el valor de oponerse a su política. Arremete contra los prejuicios y los hombres que sirven esos prejuicios. Prefiere derramar sangre de montoneros antes de ver disminuidos los prestigios de la nación. Ni adocenado, ni servil, en sus ideas, y en el trato con los hombres.


Carlos Pellegrini es un político de aptitudes parecidas, capaz de reaccionar del círculo que lo rodea. Jefe del partido Autonomista Nacional conjuntamente con el general Julio A. Roca, no tiene reparos en emplear la “máquina electoral”, y defender un régimen político que gobierna los comicios limitando la libertad electoral en beneficio de sus correligionarios y también del país. Cuando se apercibe de la decadencia de su partido y de las nuevas aspiraciones colectivas que reclaman la extensión del sufragio y el saneamiento de la administración, no vacila en ponerse al frente del nuevo partido. Luego lo divide y funda el núcleo Autonomista conduciendo con su habitual vigor un movimiento de renovación y mejoramiento del régimen electoral que su buen juicio aleja de la demagogia. Su propaganda sistemática por la libertad de los comicios, por la defensa del federalismo, por la sanción de leyes protectoras de la clase obrera, lo señalan como el precursor de una democracia más evolucionada.


El estéril partido federal de Rosas se transforma en un partido fecundo y creador, conducido por Urquiza que interpreta los anhelos colectivos y organiza institucionalmente la nación. Ha asimilado la experiencia de la anarquía y del despotismo, que arruina y destruye a los hombres y al país. Cuenta con la mayoría de la clase gobernante del interior. Urquiza es su jefe natural e indiscutido. Al prestigio de su triunfo sobre una tiranía de veinte anos, une su experiencia política y el conocimiento de los hombres. El vigor que pone en la lucha no perturba su buen juicio, ni ecuanimidad. Es apasionado y sabe dominarse; realista y claro, conoce el error de sus exaltados comilitones. Vence por las armas a Buenos Aires, pero no desea imponer las ideas por la fuerza. Termina por colaborar con sus adversarios para lograr la gran obra de pacificación y unión del país en la cual están empeñados. Los gobernadores resistas se convierten rápidamente en federales urquicistas y los que no lo hacen son al punto derrocados por sus propios electores. 8 Cuéntanse entre sus partidarios los propietarios de la tierra y comerciantes, la numerosa clientela de peones y agricultores dóciles y adictos. Los unitarios regresan de la emigración, salen de sus escondrijos, se incorporan al ejército libertador y le ofrecen su concurso.


Son sus principales colaboradores el talentoso y versátil cordobés Santiago Derqui y su coterráneo Eusebio Bedoya, obcecado y díscolo; el gobernador de Corrientes Juan Pujol, el más liberal y progresista de los gobernantes de provincia, inquieto, vacilante y ambicioso; los dos López;, el poeta y ecuánime gobernante y su hijo, los dos porteños; este orador superior, cáustico y brillante, fuerte como un roble; el sanjuanino Del Carril, con ser flexible como el sauce, es capaz; de dar un prudente consejo y estudiar los problemas de gobierno con erudición y experiencia; Benjamín Gorostiaga, un verdadero jurisconsulto, tan honesto como prudente; el amigo de Alberdi, Juan María Gutiérrez, hermoso talento, excelente negociador, mesurado, paciente y eficaz; el porteño Benjamín Victorica, su yerno y consejero íntimo, redactor de los más substanciosos e importantes documentos del Libertador, conciliador y humano en política y en el trato con los hombres. Todos estos y muchos más, representantes de la clase dirigente provinciana, constituyen el partido federal conducido por Urquiza.


La unión de unitarios y federales en la lucha contra la tiranía no determina la fusión de los dos partidos tradicionales, ni la conducta tolerante del libertador modifica los sentimientos íntimos de los hombres, ni los intereses y aspiraciones de los grupos sociales, creados en un largo proceso histórico. Permanecen latentes y vivos, prontos a aparecer cuando las circunstancias les sean favorables. No fue sin embargo vana la tarea que realizaron en común porque facilitó el diálogo entre antiguos adversarios, acercó a los hombres de opuestas tendencias, se suavizaron a veces los antagonismos, surgieron otras fórmulas partidarias y aparecieron en la lucha nuevos caudillos. Muchos unitarios y federales se hallaron reunidos en un mismo partido. “Los que descendemos de antiguos unitarios, somos hoy sinceramente federales”, dice Dardo Rocha en el Senado.9 Rosistas como los generales Tomás Guido e Hilario Lagos, emigrados como Juan María Gutiérrez, Lucio López y Manuel Leiva se adhieren a la causa federal. Salvador María del Carril, de origen unitario, es el primer vicepresidente de la Confederación Argentina.



El pacto motivo de disputas


Ha llegado el momento de construir. Se restablece la instrucción pública y los tribunales de Justicia. Urquiza llama a consejo a sus partidarios y al punto surgen las oposiciones en materia política y se exteriorizan en los comicios en la provincia de Buenos Aires, para constituir el gobierno. (12-IV-1852). Son los primeros que se realizan después de Caseros. El director no propicia candidatos, pero interviene el ejército y la juventud apasionada. Triunfa la lista “popular” de tendencia unitaria en la capital, contra la lista “oficial” que vence en la campaña. La mayoría de los diputados electos no acepta la autoridad discrecional de Urquiza. Son dos los candidatos que debe elegir la legislatura. El unitario más respetado, Valentín Alsina y el ilustre federal Vicente López y Planes. Urquiza prefiere a éste. La vanidad de aquél jamás le perdonará esa distinción. (13-1-1852).10


La discusión del Acuerdo de San Nicolás en la Legislatura promueve un memorable debate donde participan los hombres más ilustrados y prestigiosos. Surgen con violencia las viejas desconfianzas, recelos y odios11 entre federales y unitarios, adormecidos durante la campaña libertadora, desatados e incontrolables en el reducido ambiente porteño, como si éste se sintiera disminuido por el triunfo de los hombres del interior. Aparece vibrante y ruidosa la pasión al servicio de la discordia.12


Los emigrados dueños de Buenos Aires, continúan empleando en la propaganda política el mismo lenguaje y procedimientos que en la lucha contra Rosas, desde el indomable Sarmiento, hasta el inflexible Alsina. Era lógico que así actuaran después de tanto sufrimiento y que abrigaran desconfianzas y recelos donde sólo existía un común anhelo de terminar con una época nefasta. Al nuevo partido liberal todavía lo impulsa el resabio de la vieja política del Directorio y del período unitario. Fue Mitre el primero que reaccionó contra esta política que nada prometía a la nación, política de odios e intereses locales, que ya había sido sobrepasada, e imprimió a su tendencia nacionalista un criterio ponderado y comprensivo, sin personalismos ni agravios, que le dieron prestigio, autoridad y éxito.


De nuevo se enfrentan unitarios y federales, la capital y el interior. El Acuerdo es rechazado por gran mayoría. Los liberales se niegan a conceder al Libertador un poder “dictatorial e irresponsable”.13 “El acto se apartaba del principio democrático y representativo que hacía el alma de la tradición argentina”. La reunión de gobernadores no tenía mandato popular expreso14 Se ha violado el Pacto del Litoral y amenaza la dictadura.


El gobernador y los ministros renuncian. Urquiza apresúrase a consolidar su obra; se vale de los derechos que le ofrece la victoria y se apresta a “salvar a la patria de la demagogia después de haberla libertado de la tiranía”. Disuelve la legislatura (23-VI-18r2) y designa gobernador provisorio a Vicente López y Planes quien convoca a elecciones para elegir a dos diputados al congreso de Santa Fe. López renuncia a los pocos días y Urquiza asume el gobierno de la provincia, designa como substituto a su ministro de Guerra, general Galán, y se ausenta a Paraná para preparar la reunión del Congreso Constituyente. Comprobamos un hecho: el Libertador también pierde la confianza en los hombres de Buenos Aires.


Valentín Alsina es la personalidad más respetada del nuevo partido liberal, expresión del localismo porteño y de un estilo político intransferible. Solemne como un ciprés y como el ciprés enhiesto y grave, guarda todavía el recuerdo de la barra de grillos que lo oprimió en el “Sarandí” y de las frustradas campañas de Lavalle. Es el motor y el alma de la revolución que se prepara y estalla el 11 de septiembre; explosión de fuerzas latentes y rivalidades incoercibles, que no neutralizan ni la campana libertadora, ni la política de tolerancia, que proclamó el Jefe del nuevo partido federal. La provincia se segrega de la Confederación (11-IX-1852). 15 Un episodio local se transforma en un hecho de consecuencias nacionales que demora en diez años la unidad del país. Triste comienzo el de la nueva república que al día siguiente de vencida la tiranía promueve una revolución y derroca un gobierno! Es la primera de la serie de revueltas, motines y derrocamientos que aparecen periódicamente en la marcha de nuestro proceso democrático. Inexorables Euménides cuyo castigo cae implacable sobre los gobiernos personalistas y autoridades que desconocen el cumplimiento de la Constitución.



Un nuevo estilo en política


Paraná es el centro de la actividad del partido federal. En Santa Fe se instala el Congreso Constituyente. En debates memorables discute y sanciona libremente la Constitución Nacional (20-XI-1852 y 7-III-1854), “una constitución que haga imposible la anarquía y el despotismo”. Las trece provincias eligen presidente de la Confederación al general Justo José de Urquiza (5-II-1854) y el Congreso designa vicepresidente a Salvador María del Carril.16 Paraná es la Capital de la Nación y la provincia de Entre Ríos es federalizada y sometida a la autoridad nacional (1854-1860). El Congreso Nacional (25-V-1854) comienza las sesiones (22-XI-1854).


Se inicia un estilo político que significa un progreso respecto a la época anterior. La conducta del jefe del partido federal fue prudente, mesurada y conciliadora. Inspirado por la prédica de Echeverría aspiraba a formar un “partido nuevo” que contuviera y sostuviera todo lo bueno que ofrecían los partidos unitario y federal, buscando soluciones pacíficas y comprensivas. Después de la revolución de setiembre exteriorizó alguna impaciencia y fastidio. Temió que su propósito de unidad nacional fracasara y apeló a los derechos que le ofrecía la victoria y produjo declaraciones que recordaban la época resista. Muy pronto reaccionó y restableció la política de tolerancia y respeto por el adversario que significó un adelanto en las costumbres políticas, especialmente en el litoral. Todas las deficiencias, vacilaciones y a veces el olvido que pueden observarse posteriormente en la conducta del nuevo partido federal, no detienen el impulso y la tónica liberal que preside las grandes soluciones. El nuevo espíritu que domina al partido evita imponer su programa por la violencia. Ha desaparecido el Vae victis! en las luchas políticas. Es menos perseguido el adversario. La tolerancia, la transigencia, el entendimiento recíproco, es el nuevo elemento que se incorpora a los hábitos políticos. La libertad de expresión y de prensa son derechos definitivamente conquistados.17


Si no hay libertad electoral al día siguiente de la liberación, sin duda existe la libertad de prensa y de palabra, elementos necesarios para fundar instituciones democráticas. Dueño de la fuerza, Urquiza no se siente molesto por la oposición, por violenta que sea. Los debates en la Legislatura son un ejemplo de libertad parlamentaria. A “La Gaceta Mercantil” y el “British Packet”, la prensa asalariada y desabrida de ayer, la substituye una variedad de periódicos, factores importantísimos para difundir ideas, que discuten, sin limitación, problemas, situaciones y hombres. Cada caudillo dispone de un periódico y los hombres más ilustrados constantemente escriben artículos y se traban en discusiones en las cuales se olvida muchas veces el análisis ecuánime de los asuntos para provocar polémicas de carácter personal, donde la procacidad del lenguaje no disimula la violencia y la ambición.


Los porteños se posesionan de Buenos Aires como dueños absolutos y actúan como si fueran los únicos autores del derrocamiento de la tiranía. No tenían confianza en el hombre que acababa de liberarlos.


La actividad política con sus aciertos y errores, sus pasiones y excesos, ofrece un espectáculo nuevo y promisorio; el pueblo se halla en la plaza y los hombres más capaces en el gobierno. Aparece muy distante la época de las luchas entre Lavalle y Dorrego, que terminaran con el fusilamiento del vencido. Contrastan los debates de la Legislatura de Buenos Aires con su anterior obsecuencia al Dictador. Han desaparecido las persecuciones, expropiaciones, deportaciones, fusilamientos y crímenes que marcan en todo el país las luchas políticas anteriores, cuando dominaban los descendientes de los Almagro y los Pizarro en el campo argentino.



El partido liberal


El partido liberal es la principal agrupación política que se organiza en Buenos Aires. Lo inspira el deseo de liberar al país de gobernantes autoritarios y de un pueblo sometido. Aspira a que se arraigue la libertad y la democracia, para elegir a los gobernantes y organizar las instituciones. A pesar de la confusión que en su comienzo produjeron las facciones, es el foco creador del sentimiento liberal que agita al país, definido en la constitución de Santa Fe. Si bien este sentimiento liberal, agitado y excluyente, que aparecía como patrimonio de Buenos Aires, estaba también vivo y actuante entre los federales de Paraná, ardientes defensores y sostenedores de las nuevas ideas, cuya sinceridad se reveló en la discusión de la Asamblea Constituyente y los principales actos de gobierno del primer presidente.


Forman el partido liberal la burguesía porteña y la mayoría de los emigrados que provocaron la revolución de setiembre, algunos antiguos federales localistas y unitarios convertidos al federalismo. La nueva agrupación rechaza el Pacto de San Nicolás. Sus componentes son tenaces adversarios de Urquiza. Temen su dictadura y exigen su eliminación para realizar la unidad nacional. No aceptan la Constitución de 1853, y defienden la autonomía provincial. Son localistas, separatistas, autonomistas. Aspiran a organizar el país desde Buenos Aires. Constituyen el grupo dirigente los más ilustres unitarios y emigrados. Aparece como jefe Valentín Alsina, unitario de Rivadavia, austero e íntegro, inspirado en un sincero patriotismo, pero limitado en sus concepciones políticas, cuyos conocimientos del país se limitan a las calles de la Capital; su hijo Adolfo comienza a ejercitar su talento oratorio inflamado por la llama de la pasión política; Dalmacio Vélez Sársfield, el sabio cordobés, rico en experiencia y ciencia política, hábil en la polémica y profundo en el discurso; Domingo Faustino Sarmiento el iracundo sanjuanino, portentoso ariete que quiere construir con sus propias manos la república; el uruguayo Juan Carlos Gómez, el lírico soñador de la república del Plata; Félix Frías, Luis Domínguez y tantos otros. Bartolomé Mitre, el joven adalid de la juventud porteña, impetuoso y reflexivo, en medio del violento apasionamiento de sus correligionarios es quien demuestra mayor equilibrio y capacidad. Es el liberal más consciente y constructivo. Su pensamiento desborda el ámbito porteño e imprime a la revolución de setiembre y a su partido un contenido nacional. Finalmente consigue dominar a su poderoso adversario, el localismo, y obtener de Urquiza su concurso para terminar con éxito la unidad nacional.


En las provincias la opinión se divide entre los hombres vinculados al viejo partido federal y la tendencia unitaria liberal. Aquéllos cuentan con el apoyo de las masas populares y son adictos al gobierno de la Confederación, siempre que se les mantenga en sus posiciones. Estos son partidarios del gobierno septembrista de Buenos Aires, siempre que no se pretenda absorberlos; agrupan a un pequeño núcleo de vecinos cultos y calificados que se fortifican después de Pavón.18


Dominante el partido liberal de la provincia de Buenos Aires se apresura a fortificar el gobierno atrayendo a las fuerzas que se encuentran distanciadas de la Confederación. No tiene reparos, su Jefe Valentín Alsina, de abrazarse en la plaza pública con Lorenzo Torres su opositor, el resista más obsecuente y el político más utilitario.



Federales y liberales


El partido liberal lleva con violencia la lucha contra los federales y el gobierno de la Confederación. La Legislatura declara nulo el Acuerdo de San Nicolás, quiere impedir la reunión de la Convención Constituyente y desconoce todo acto emanado del Congreso de Santa Fe. Buenos Aires y el partido liberal pretenden dominar a las provincias. Los porteños son dueños de la renta de la Aduana, la principal fuente de recursos del país. Ella les permite mantener la guerra contra la Confederación y disponer de fondos para comprar la escuadra enemiga. Invaden la Mesopotamia los generales Madariaga y Hornos; el general José María Paz, sale en misión proselitista para el interior; las tropas porteñas invaden Santa Fe. Paz no llega a Córdoba, ni se subleva “el Entre Ríos”, ni Pujol envía un soldado, ni las tropas porteñas logran su objetivo.19 El interior es francamente federal y la obra del Congreso Constituyente es el mejor baluarte contra la actitud combatiente del partido liberal. Todos los gobiernos de provincia condenan la actitud de Buenos Aires, 20 y la sublevación del general Hilario Lagos, en la provincia, es la consecuencia de la política invasora de Buenos Aires.


Buenos Aires es el centro político más agitado e impaciente, donde la lucha de los hombres y de las facciones mantiene en constante tensión a los espíritus. Las pasiones, los intereses y las ambiciones se enfrentan. La oposición al Libertador es vehemente e incoercible. “Ha reunido los criminales más famosos para combatir a la provincia”, dice “El Nacional”.21 El gobernador Pastor Obligado, que acaba de ser elegido (24-VII-1853), persigue a los federales. Es un momento de represalias políticas. El proceso contra los “mazorqueros” es la explosión de la venganza contra un régimen de opresión y de sangre. El gobierno ordena que los jueces de primera instancia sólo puedan juzgar las causas que él les someta. La política liberal, en esta primera etapa, no llega a restablecer la independencia de la justicia.


El partido liberal, fuera de la Capital, carece de arrastre popular; no ofrece a la nación una política más atrayente que el partido federal. La euforia de los primeros días declina y se opera una reacción contra los septembristas. Con más capacidad y decisión la revolución del general Lagos pudo derribar al gobierno, ya que su presencia en las proximidades había dejado a la ciudad “sorprendida, desarmada e indefensa”.


Zuviría pide desde el Congreso, con su habitual grandilocuencia, paz, unión y asociación con Buenos Aires. La Confederación busca la conciliación. Se abren negociaciones22 y se inician las hostilidades. Se busca un nuevo avenimiento. La tentativa vuelve a fracasar. La intransigencia por ambas partes desencadena otra vez, la guerra civil. Es inútil el intento de mediación de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos. Al principio, la Confederación es irreductible en sus posiciones; después, es la provincia.


El partido liberal se fortifica. Los sitiadores se debilitan. Los coroneles Laureano Díaz, Eugenio y Ramón Bustos, abandonan el sitio. El ministro Torres y Carlos Calvo, son los agentes secretos de Buenos Aires, inteligentes y diestros para seducir y desmoralizar a los sitiadores. La escuadra se pasa a la causa de Buenos Aires. Finalmente Urquiza abandona Palermo “montado en una mula de su coche” y se embarca en un buque de guerra que le ofrecen las potencias mediadoras.


Con el levantamiento del sitio no termina la lucha armada. Los oficiales de Lagos producen nuevas invasiones en el norte de la provincia. Nadie desea la guerra, pero la guerra continúa. Se llega finalmente a convenir la paz (20-XII-1854). El ministro Peña viaja al Paraná (28-XI-1855). Los protocolos firmados no satisfacen.23 Los destruye la desconfianza mutua. El general José María Flores, de nuevo invade la provincia. Mitre, otra vez en campaña, derrota al invasor. Los tratados de 1854 se denuncian La intransigencia del ministro Derqui contrasta con la política de circunspección y prudencia de Pico. La lucha entre la Confederación y Buenos Aires, fatalmente, tiene que resolverse por las armas.


Los dos grandes partidos no se ponen de acuerdo para organizar el país. Ambos a dos persiguen el mismo fin, pero por caminos diferentes. Existe concordancia en las ideas respecto al sistema institucional a fundarse, pero aún prevalecen las discordias e intereses locales. Los enconos de la lucha ocupan el lugar de las ideas de los dirigentes. La nueva política federal no inspira confianza a Buenos Aires y sus intereses y ambiciones locales no se comprenden en Paraná. De la dictadura y el gobierno de fuerza se ha pasado repentinamente al desorden del exceso de la libertad y caído en la confusión que complica el ejercicio de la democracia. Es el tránsito obligado del gobierno personal al régimen democrático.



Obra de gobierno


La sanción de la Constitución Nacional, y el ejercicio del gobierno por el general Urquiza prestigian al partido federal y su política. Asesorado por personalidades eminentes atiende los más diversos asuntos. A los problemas gravísimos que plantea la segregación de Buenos Aires es necesario añadir y atender la fundación de las instituciones nacionales, empezando por los organismos administrativos más simples, siguiendo con el tesoro público y los tribunales de justicia, la policía, los impuestos y el Banco Nacional y la creación de un puerto que substituya a Buenos Aires. La precaria situación fiscal obligó a imponer los derechos diferenciales, tan discutidos y tan inoperantes, a pesar de los argumentos de Alberdi.


Encargado el Director de las Relaciones Exteriores es urgente encarar los problemas que plantea la intervención del Brasil en el Uruguay. Argentina es mediadora entre las dos naciones para resolver los conflictos que plantean los tratados de Lamas, que también afectan a nuestro país. Frente a la actitud del embajador del Brasil, quien declara, que viene al Río de la Plata “para sacar tajada”, y a la intransigencia del partido Blanco que puede provocar la guerra. Argentina interviene con extraordinario acierto para lograr un acuerdo. El nuevo partido federal conducido por Urquiza inaugura una política de respeto a las nuevas nacionalidades, Paraguay y Uruguay. Retoma la política, iniciada en Mayo, de defensa de la soberanía nacional y de no intervención en los asuntos internos de los estados, que había contrariado Rosas. La libertad de los grandes ríos es uno de los principios liberales de la política internacional declarada por nuestras leyes y conseguido en tratados internacionales. Reconoce la independencia del Paraguay, inicia el estudio del tratado de límites y alianza. En el conflicto del Paraguay con Estados Unidos, Urquiza es el mediador feliz; que impide el choque armado. Con Brasil firma el convenio de amistad, comercio y navegación. La “diplomacia del patacón” influye en las flacas finanzas argentinas y se llega a los tratados de Paraná. La buena amistad con los tres países vecinos que el Presidente tanto cuida no es bastante para que logre su apoyo en la lucha con la provincia de Buenos Aires. Designado Juan Bautista Alberdi ministro plenipotenciario ante los países de Europa, sus hábiles gestiones colocan al gobierno de la Confederación como la única expresión de la nación no obstante la lucha con el ministro Balcarce, representante de Buenos Aires, que logra el nombramiento de un diplomático francés en la Capital. Esta inmensa tarea política, administrativa y diplomática de la Confederación, se produce, con una situación financiera desastrosa, apoyada ampliamente por el partido federal y los gobiernos de las trece provincias.


Una labor semejante la realiza el partido liberal del estado de Buenos Aires, febrilmente, para organizar sus instituciones y afirmar su soberanía interior y lograr también su personalidad Internacional.24 La misma asamblea que rechazó el Acuerdo de San Nicolás discute y sanciona la Constitución de la provincia (2 y 4-III-1853). En esta oportunidad, dentro del partido liberal, se destaca, la personalidad del joven general Mitre. A sus aptitudes de primer militar de la provincia agrega su criterio lúcido y una entereza de carácter capaz de resistir la presión de sus correligionarios, para dar soluciones nacionales a los problemas. Mientras no exista la unidad nacional no cree oportuno dictar la Constitución y sostiene que la legislatura carece de facultades constitucionales. Afirma con énfasis la preexistencia de la Nación, y niega a Buenos Aires el derecho de legislar sobre ciudadanía y límites provinciales. Fue inflexible con su posición de mantener la integridad de la República y de afirmar que la segregación de Buenos Aires era una situación transitoria. Constantemente tuvo que enfrentarse con sus amigos. Ya se observa en Mitre al jefe del partido liberal que reacciona contra el localismo porteño, al futuro fundador del partido nacionalista, que desborda los límites provinciales.


Los numerosos periódicos de Buenos Aires son órganos partidarios. Escriben los hombres más representativos y capaces. No existe problema, ni asunto que no se analice y discuta con ilustración y elocuencia. La absoluta libertad y la tensión política que vive la provincia desata las lenguas y deja en libertad las pasiones e intereses. Un gran fervor democrático alimenta los clubs, los cafés, la calle y la Legislatura. A los hombres dirigentes sigue el público, la juventud entusiasta, la clientela de los barrios y el suburbio. Existe un gran deseo de hacer y de recuperar el tiempo perdido durante la tiranía. Los grandes ideales y aspiraciones crean fuertes pasiones. Muy pocos caudillos están movidos por intereses personales; a la gran mayoría los estimula un verdadero deseo de dar forma democrática y definitiva al gobierno y fortalecer la unidad nacional. Las facciones y los clubs están en ebullición. Es un contraste con el ambiente provinciano donde, con raras excepciones, los gobiernos dominan a la opinión pública, generalmente sometida.



Los primeros comicios


Buenos Aires lucha por la incorporación de las provincias y las provincias a su vez; por la reincorporación de Buenos Aires. Es la aspiración unánime. Todos trabajan por la unión nacional, pero la unión nacional no se produce.


En este clima de exaltación política se realizan los comicios para elegir legisladores (1856). Los Reformistas que reúnen a los federales resistas no se presentan a las elecciones. Los liberales se dividen en conservadores y progresistas. Los progresistas son los más bullangueros e intransigentes. Se reúnen en el club Guardia Nacional. Quieren en el gobierno hombres nuevos, no aceptan la fusión ni el diálogo con los federales, proclaman la guerra a los “pelucones”, a las provincias, a Montevideo y al Brasil. 25 Los conservadores oficialistas, conducidos por Veles Sársfield, Sarmiento y Mitre luchan desde el Club del Progreso y sostienen la unión nacional y la tolerancia con el adversario. La propaganda electoral se realiza libremente, pero los comicios son objeto de atropellos y presiones. Triunfan los, conservadores en cuya lista figuran algunos progresistas.


En los comicios del año próximo (1857), la propaganda es aún más intensa y violenta. En la designación de candidatos se emplea un procedimiento nuevo, más democrático. Son elegidos en los clubs por el voto de los concurrentes. Así resultaron designados hombres representativos y populares. Respondían, unos, al grupo ministerial, otros, a los opositores. El partido federal reformista que apoya a Urquiza se presenta en los comicios unido a la fracción de Lorenzo Torres, obsecuente federal, rosista, luego federal urquizista y después colaborador de Alsina. Los electores concurren armados a los clubs y a los cafés. Recorren las calles alterando el orden y alarmando a la población. “Pandilleros” y “Chupandinos” se disputan el dominio de la ciudad26 que vive en constante convulsión electoral a tal punto que el comercio y los teatros suspenden sus funciones y cierran sus puertas.27 El Club Igualdad sostiene la fórmula de Sarmiento Alsina para la gobernación y vice. En su programa afirma que “sólo en la libertad puede fundarse la gloria que deslumbra... es el alma de las naciones... no hemos sabido sostenerla... Debemos tender al triunfo de la libertad, de la justicia y de la igualdad... trataremos de llevar a cabo el ejercicio del derecho electoral... progresaremos cuando los que nos dirigen sean elegidos por el pueblo y no por círculos pequeños... “Hacer de la Constitución una verdadera práctica”. Es un programa de ideas generales, sostenido con semejantes palabras por los demás partidos. En forma análoga aparece posteriormente una prédica parecida en las convenciones de la Unión Cívica Radical. El Club 25 de Mayo es más concreto en su propaganda. Afirma que no hay sistema republicano sin sufragio popular. Aquél es una farsa sin éste. Propugna la autonomía municipal, la abolición del servicio de fronteras, la elección de los jueces de paz, y la autonomía de la provincia. Es contrario a la capitalización de Buenos Aires porque destruye el federalismo. Manuel Quintana y Aristóbulo del Valle, su presidente y vice, son adherentes: Dardo Rocha, Carlos Pellegrini, José M. Estrada, Pedro Goyena, Leandro N. Alem, Manuel Quirno Costa, etc. En el Club del Progreso es dominante la inspiración nacionalista de Mitre.


Es necesaria la intervención enérgica del gobierno para pacificar el ambiente y restablecer la tranquilidad. En los comicios triunfan los ministeriales sin que haya de parte de los opositores reclamo alguno. La asamblea elige por segunda vez, gobernador a Valentín Alsina.


La eliminación del tirano y el triunfo de los federales de Urquiza, el regreso de los emigrados inflamados de principios liberales y de libertad, no significaron la extensión del sufragio. El padrón electoral no excede del 10% de la población. El “pueblo” que elige al gobierno, representa una ínfima minoría y la constante invocación de los políticos de su mandato popular revela un sofisma. Sin embargo, los elegidos generalmente son representantes de la opinión de la mayoría. La autoridad asegura, sin mayores dificultades sus candidatos, la designación de convencionales y legisladores amigos, aún sin residencia en la provincia que los elige. Son los denominados “alquilones”.


La situación financiera de la Confederación es insostenible. El empecinado ministro de Hacienda, Elías de Bedoya, fracasa en la aplicación de los derechos diferenciales con los cuales pretende atraerse el comercio internacional. La emisión clandestina de bonos del Estado favorece el fraude, el abuso y el favoritismo. La renuncia del ministro no aumenta las entradas fiscales. El estado de las relaciones con Buenos Aires, siempre desfavorable, mantiene la desconfianza.



Cepeda y el pacto de unión


Dos candidaturas para la futura presidencia surgen en el partido federal: Santiago Derqui, el ministro del interior y la de mayor influencia con Urquiza, y el Vice Presidente Del Carril. Ambos halagan al presidente Urquiza, el único gran elector. Su íntimo deseo es la incorporación de Buenos Aires. “Prepáranse para la guerra con la esperanza de evitar la guerra”. Dieciséis mil hombres desfilan el 25 de Mayo, en Paraná. Disponen de 41.000 caballos. El ministro del Interior, invita a la provincia segregada a reintegrarse a la Confederación en forma tan inoportuna como impolítica. Por rivalidad con Del Carril asume después una conducta doble y tortuosa. Barros Pazos le contesta con vigor y eficacia. La guerra es inevitable. La declaran el Congreso de la Confederación y la Legislatura de Buenos Aires (4-V-1859). La obcecación porteña no advierte la enorme superioridad militar de la Confederación. ésta vuelve a recordar sus sentimientos federales y califica a los porteños de “hombres ambiciosos y mandones”. Urquiza marcha sobre la Capital. Mitre es jefe del ejército provincial (20-V-1859). La mediación del ministro de Estados Unidos fracasa (10-VIII-1859) por intransigencia del gobernador Alsina que exige el retiro de Urquiza de la vida pública.


La batalla de Cepeda es un triunfo para la Confederación (7-XI-l859). Mitre al retirarse salva su división y se embarca para defender a Buenos Aires. Urquiza llega con su ejército a San José de Flores (3-XI- 1859) y aspira a que “los hijos de argentinos sean argentinos”. 28 El gobernador Alsina responde llamando a toda la población para defenderse de la “invasión de los vándalos”, “aliados de Calcufurá”.29 Integridad nacional, libertad, fusión, son mis propósitos, dice Urquiza.30 Quiere contestar con los hechos la difamación de los adversarios. Alsina se resiste a tratar con Urquiza y arma sus milicias para que la Capital se convierta en una Troya americana. Alsina sólo ve en el adversario engaño y violencia, cuando existe el deseo de descartar la violencia y llegar por la voluntad general a la integridad nacional. Mitre se pone al frente de la resistencia de la ciudad sitiada. El Reino Unido, Francia y Brasil fracasaron en sus gestiones de avenimiento (25-X-1859). El ministro de Paraguay, Brigadier General Francisco Solano López, finalmente, es aceptado por las dos partes como mediador.31 Después de laboriosas gestiones, en las cuales el general López demostró una imparcialidad, una prudencia, un tacto y una habilidad que mereció el elogio de las dos partes, se firmó el Pacto de Unión y las condiciones por las cuales la provincia se incorpora a la nación (11-X-1859).32 Mitre fue el factor principal para dominar los extremos estériles en que se había colocado el gobernador Alsina quien, obligado a renunciar por su intemperancia, abandonó el partido liberal y se expatrió a Montevideo con sus ideas, sus pasiones, su honestidad y su hidalguía.


Mitre surge como el caudillo más prestigioso de la Capital. Afirma que el Pacto es un triunfo para Buenos Aires porque reconoce su soberanía y las tropas invasoras se retiran de la provincia manteniendo la integridad de su causa y la condenación del Pacto de San Nicolás. Urquiza afirma que “esta paz es para mí el mayor triunfo porque es el triunfo de todos los argentinos”.33



Tregua política


Los dos partidos, el federal y el liberal, suspenden las hostilidades, mantienen el statu quo y se preparan a trabajar por la unidad nacional. La concordancia se produce porque la beligerancia no es fundamental sino accidental. Los dos partidos defienden la unidad nacional. Aspiran a constituir el país, sancionando una Constitución que establezca una república federal, representativa y democrática.


El general Urquiza, secundado por el general Benjamín Victorica y Juan María Gutiérrez, resiste la fuerte presión de un grupo de federales, especialmente, los gobernadores de provincia, que lo instan para que use de los derechos del vencedor, que ocupe la ciudad de Buenos Aires e imponga a la indómita provincia su incorporación a la Confederación bajo la Constitución de 1853. No se siente atacado por el “bando” del general Mitre. Está decidido a respetar las instituciones de Buenos Aires, a no intervenir en los asuntos internos, dejar que los liberales se mantengan en el gobierno, acepta que el estado disidente examine libremente la Constitución sancionada, proponga las enmiendas y finalmente concurra a la próxima elección presidencial después de votar la carta reformada. La conducta del general vencedor, respetando la situación y los derechos de Buenos Aires, es un ejemplo de abnegación y de cultura política excepcional en aquella época, siendo digno de señalarse que el general Mitre, su adversario, destaque el hecho llamándole: “el fundador de la unidad Nacional”.


En el partido liberal existe una situación semejante. Un núcleo inspirado por intereses locales conducido por Alsina, Juan Carlos Gómez; y los Várela, resiste cualquier entendimiento con Urquiza. “La guerra antes que la humillación”. Rechazan la Constitución de 1853, y quieren reorganizar el país bajo su dirección. Dominados por el núcleo más ecuánime y comprensivo, por la exigencia de grupos independientes que desean la paz y la coincidencia, abandonan la lucha dejando a la dirección de Mitre, de la Peña, Mármol y Vélez Sársfield la concertación del Pacto. “La paz honrosa antes que la mejor guerra”, sostenía Mitre.


En estas dos tendencias, dentro de ambos partidos, se incuba la futura división de federales y liberales. De ellas surgen los nuevos grupos de nacionalistas y autonomistas, unionistas y localistas que llevan a la presidencia al general Mitre e inmolan al general Urquiza en San José.


El Pacto de San José de Flores significó en las luchas partidarias un sensible adelanto. No pretendió el derrocamiento del gobierno del partido vencido, ni impuso un gobierno autoritario. Señala el “principio de la desvalorización de la fuerza personal”, el respeto por las ideas e intereses del adversario, el valor de las instituciones establecidas y el derecho consagrado. La libertad de prensa, el sufragio, la gravitación de todas las opiniones, la ausencia de proscripciones personales, la transigencia y la conciliación son hábitos, principios y derechos adquiridos por la experiencia de siete años de lucha y el mejor camino para organizar la república. No importa que nuevos hechos provoquen la guerra entre Buenos Aires y la Confederación, ello no impedirá que aquellos conceptos se mantengan y prevalezcan en las luchas partidarias, que sea el lenguaje común entre los hombres dirigentes y determine la conducta de Urquiza y Mitre, las dos personalidades superiores que cimientan la concordia dentro de la divergencia de opiniones y no será obstáculo para que quien iniciara la organización nacional fuera el leal colaborador del que debía dar término a la obra de la unidad de la república.



Presidente federal, gobernador liberal


Con el apoyo del general Urquiza es elegido Presidente de la Nación por gran mayoría, el cordobés Santiago Derqui (41 años) y Vice Presidente el general Juan Esteban Pedernera (5-III-1860) amigo del general José M. Paz, a quien había acompañado en sus campañas unitarias de la mesopotamia y fue después un federal urquicista. Derqui, más inteligente que leal y menos leal que ambicioso, trató de buscar la amistad de Mitre sin perder la confianza de Urquiza y al mismo tiempo pretendió formar un partido propio. No realiza; ninguno de los tres propósitos.


En Buenos Aires, nadie disputa la candidatura al jefe liberal, Bartolomé Mitre, para gobernador de la provincia; en efecto, es elegido gobernador por una gran mayoría de votos (3-V-1860). El hecho demuestra que ya era una personalidad destacada por su “prudencia y firmeza”. Votadas las reformas a la Constitución de 1853, por el Estado de Buenos Aires y aceptadas por la Convención Nacional, la Constitución reformada en 1860, es jurada por las catorce provincias. La política de conciliación entre federales y liberales, iniciada en el Pacto de San José de Flores, se mantiene a pesar de las desconfianzas partidarias.


El presidente Derqui nombra ministro de Hacienda a Norberto de la Riestra, sugerido por el gobernador Mitre. El presidente de la Nación y el general Urquiza son sus huéspedes el 9 de Julio y la Capital los recibe con simpatía. A su vez el gobernador de Entre Ríos invita a su residencia de San José al presidente y al gobernador porteño.34


La amistad de los dirigentes no impide el choque de los intereses partidarios. Sarmiento, ministro de Mitre, continúa siendo el mayor adversario de Urquiza. El partido liberal quiere extender su influencia a las provincias y apoya al reducido grupo de unitarios que han sobrevivido a la dictadura resista. El choque violento se produce en Cuyo donde los liberales se proponen apoderarse del gobierno de San Juan. Cuyo produce excelentes hombres de gobierno, pero ello no impide que las luchas de las facciones tomen caracteres trágicos. Los Aldao, Jansones, Quiroga, Peñaloza, Benavídez, Virasoro y Aberastain no vacilan en recurrir al crimen político para satisfacer sus ambiciones y ejercer su autoridad discrecional.35


Los trágicos hechos producidos en San Juan contribuyen para que federales y liberales se traben de nuevo en lucha. El rechazo de los diputados al Congreso nacional, elegidos en Buenos Aires por la ley local; la gestión de Marcos Paz; en las provincias del interior; la conducta del general Saa en San Juan; las intervenciones decretadas en esta provincia y en Córdoba para desalojar a los liberales del gobierno, son las causas determinantes del conflicto.


El presidente Derqui está decidido a dominar a Buenos Airea por la fuerza y prepara el ejército del centro. Urquiza está otra vez en campaña. Finalmente, los ejércitos chocan en Pavón (17-IX-1860). El general Urquiza abandona el campo y el general Mitre es el vencedor, dueño de la situación.


Como los federales con Urquiza, los liberales con Mitre, quieren que éste realice una política de persecución y exterminio de los federales. Con el triunfo, la pasión se enardece y surgen los intereses localistas. Piden que se declare la caducidad de las autoridades nacionales y que se convoque a una convención con todas las provincias, prescindiendo de Urquiza. Mitre se opone a cometer semejantes excesos que desconocen la Constitución jurada por las catorce provincias, e inicia negociaciones con el libertador quien acepta su plan para lograr la unidad nacional.


Declaradas en receso las autoridades federales por el vice presidente, general Pedernera, (12-X-1862) las provincias delegan en el gobernador de Buenos Aires las facultades del poder ejecutivo de la nación.