Antecedentes hispánicos de los regímenes electorales argentinos
5. Concepción hispánica del hombre y del Estado.
 
 
Nuestra democracia se gestó en el período hispánico. Dos concepciones esenciales del pueblo español facilitaron esa gestación: la del hombre y la del Estado. Dice Sierra que “Lo esencial en los pueblos hispánicos, es que, por tradición, saben al hombre portador de valores eternos y de un fin propio y sobrenatural”, 1 y que “Lo primero que advertimos en el español que emprende la conquista de América es un sentido absoluto de la personalidad humana, de cuyos derechos es un celoso defensor”, 2 Lo uno proviene de lo otro. El respecto de la persona humana es una consecuencia del conocimiento profundo que tiene el español de la excelsitud de la naturaleza humana donde ve, no una cosa, sino un espíritu inmortal de valor insospechado. Por esto, su concepción del Derecho y del Estado difiere de la de los pueblos que consideran al hombre como un animal más evolucionado dentro de la escala zoológica. Para el mundo hispánico “el derecho es anterior en sus fundamentos a toda organización estatal, y su universalidad prevalece sobre las singularidades estatales”, 3 constituyendo la primera limitación que se opone a la soberanía estatal. Se la limita frente a la naturaleza humana, que debe cumplir un fin trascendente que supera el fin temporal del Estado. Y se la limita ante los derechos naturales de las sociedades menores donde el hombre integra su personalidad, tales como la familia, el gremio, el municipio, etc. Porque para la Hispanidad, las posibilidades sociales no se agotan con el Estado, sino que hay multitud de otras necesidades e inquietudes humanas que logran su satisfacción y encauzamiento mediante la constitución de grupos sociales de diferentes tipos, que el Estado debe reconocer y proteger, y ante cuya legítima esfera de autoridad debe frenar su omnipotencia.

De la concepción hispánica del hombre, se desprende el vivo sentimiento que de la libertad e igualdad humanas tiene e] español. Ese sentimiento llevó a los reyes peninsulares a considerar al indígena americano como a un súbdito con tantos derechos como cualquier gentilhombre español, y a los conquistadores a mezclar su sangre con los mismos aborígenes, como no lo ha hecho ninguna otra raza de reyes o de conquistadores. 4

He aquí esbozados, a todo trapo, los elementos que irán configurando el espíritu democrático de las sociedades americanas. Espíritu democrático que muchos investigadores reconocen se incuba en el período hispánico de nuestra historia. Enrique Martínez Paz escribe que “El régimen de la Universidad y las enseñanzas de sus cátedras debieron crear un ambiente propicio para el desarrollo de las ideas democráticas. Los principios teológicos que enseñaban a mirar como hermanos, creados por un solo Dios, conducían naturalmente a fundar una doctrina democrática. Suárez y Santo Tomás de Aquino, oráculos de la sabiduría de aquellos tiempos, enseñaban que la ley debe propender a la realización de las condiciones de la felicidad común, que al pueblo toca asegurar ese destino, que las leyes son justas sólo cuando propenden al bienestar general, que un gobierno tiránico que se propone el contentamiento del Príncipe en vez de la felicidad común de los súbditos, cesa de ser legítimo y no es sedición derribarlo; que el soberano ha recibido su poder del pueblo, que la soberanía no reside en un hombre, sino en el conjunto de todos los hombres”. 5 Por esto no pueden aceptarse las siguientes palabras de Levene: “Como se sabe, nuestra democracia es el patrimonio institucional y constitucional de los argentinos de todos los tiempos. La primera generación de Mayo cimentó sus bases y las sucesivas han levantado el edificio político de la Patria y todas han puesto en esta obra lo mejor de sí, en acendrado esfuerzo y en ideal superior”. 6 La generación de Mayo no cimentó sus bases. Ellas ya estaban puestas cuando la generación de Mayo recibió el país en 1810.