¿Pueblo para una constitución o constitución para un pueblo?
Reacciones en el Congreso de 1853
 
 
Fue inútil que el diputado Manuel Pérez dijera breve y sustanciosamente que “no creía llegada la oportunidad de dictar una Constitución, porque el país debía constituirse antes prácticamente” (52).

La lectura del largo discurso preparado por el Dr. Facundo Zuviría, presidente del Congreso, también fue estéril. Aquel 20 de abril de 1853 el salteño dijo algunas cosas dignas de meditarse. Así por ejemplo aquello de que: “La ciencia del Legislador no está en saber los principios de derecho Constitucional y aplicarlos sin más examen que el de su verdad teórica; sino en combinar esos mismos principios con la naturaleza y peculiaridades del país en que se han de aplicar; con las circunstancias en que éste se halle, con los antecedentes y acontecimientos sobre que se deba y pueda calcular: está en saberse. Guardar de las teorías desmentidas por los hechos ya sea por la falsedad de ellas, o su mala aplicación. Está también en conocer todos los elementos materiales y morales que encierra la sociedad sobre que va a legislar. Está finalmente, en saber juzgar y combinar todas las pretensiones e intereses discordantes de los Pueblos que constituyen dicha sociedad. Si los principios y las teorías bastasen para el acierto, no lamentaríamos las desgracias de que hemos sido víctimas hasta hoy. Queriendo ensayar cuanto hemos leído y buscando la libertad constitucional en libros o modelos y no en el estado de nuestros Pueblos y nuestra propia historia” . . . “Quizás de esta causa más que de otra, parte la ruina de nuestros malogrados ensayos” (53). O aquello otro de que “las instituciones no son sino la fórmula de las costumbres públicas, de los antecedentes, de las necesidades, carácter de los Pueblos y expresión genuina de su verdadero ser político. Para ser buenas y aceptadas deben ser vaciadas en el molde de los Pueblos para que se dicten” (54). “Si el mérito de la (Constitución) Inglesa está en que no reposa sobre teorías, sino sobre una reunión de hechos, es porque esos hechos han sido conquistados de tiempo en tiempo; registrados y consignados a medida que se conquistaban. Por esta circunstancia su carta ha venido a ser la expresión del hecho como debe ser toda Constitución para que sea estable, mas no de hechos conquistados simultáneamente y mucho menos de teorías reunidas y desmentidas por los mismos hechos. Casi todos los Gobiernos antiguos y estables, se han formado, no por actos simultáneos sino sucesivos, que con el tiempo han venido a formar una Constitución. Las Capitulares de Carlo-Magno, la Gran Carta de Inglaterra, la Bula de Oro de Alemania, el poder Papal, y los Códigos eclesiásticos; la antigua Constitución Española; los fueros de sus Provincias y Reinos; todo ha sido el resultado de hechos sucesivos y no simultáneos” (55). A quienes anteponían las ilusiones a los hechos, esto es, a quienes pretendían obtener fórmulas institucionales salvadoras, el oro del orden feliz, recortando artículos de constituciones foráneas para armar textos redentores, los calificó certeramente de “alquimistas de la política” (56). Exigió un clima de verdadera paz para el trabajo sabio: “Sólo en una época de paz y durante el aplazamiento que propongo, podremos tomar algún conocimiento de la situación, peculiaridades, intereses, comercio, rentas, industria, organización interior, población y además elementos constitutivos de los Pueblos que vamos a organizar. Sin este previo conocimiento, sin alguna estadística de aquéllos, no concibo, señor, cómo podamos darles una Constitución que presupone tales antecedentes, si no es que nos resolvamos a un procedimiento que no es político ni lógico, cual es, “acomodar y vaciar los Pueblos en la Constitución, en vez de acomodar y vaciar ésta en aquéllos” (57).