¿Pueblo para una constitución o constitución para un pueblo?
La opinión mayoritaria llega al paroxismo formalista
 
 
Estos razonamientos fueron, como decíamos, infructuosos. Juan María Gutiérrez, amigo de Alberdi, vara alta de la llamada generación del 37, contestó a Zuviría exponiendo paladinamente que “la Constitución es eminentemente federal; está vaciada en el molde de la de los Estados-Unidos, única federación que existe en el mundo, digna de ser copiada”. Ni siquiera adaptar, sino lisa y llanamente, copiar.-Y para que no quedara duda agregó: “Muy al principio de este siglo, dijo un distinguido político, que sólo había dos modos I de constituir un país; tomar la Constitución de sus costumbres, carácter y hábitos, o darle el Código que debía crear ese carácter, hábitos y costumbres, si no los tiene. Si pues el nuestro carece de ellos; si como el mismo señor Diputado de Salta lo expresa en su discurso, “la Nación es un caos”, la Comisión en su Proyecto presenta el único medio de salvarla de él” (58). Este era un pueblo que no tenía ni costumbres, ni carácter, ni hábitos políticos. Este pueblo regido durante siglos por instituciones heredadas de Roma por su egregia provincia, España, instituciones objeto hoy de estudio reverente por especialistas de nota, no tenía estilo, tradición ni práctica política. Había que dárselos por la vía de la “tiranía de la ley, esa tiranía santa” (59): la tiranía de las instituciones liberales. Zavalía lo dijo de otro modo: “Por lo mismo que nuestros Pueblos no están educados, es preciso ponerlos cuanto antes en la escuela de la vida constitucional”. “Cuarenta años de inconstitución, y cuarenta años de desórdenes políticos y depravación de costumbres. Preciso es convencernos; esto procede de aquello” (60). Y Zapata: “La Constitución es un medio poderoso de pacificación y de perfección para los Pueblos” (61). Según Huergo: “En Inglaterra, en los Estados Unidos, ella (la Constitución) ha sido el resultado del orden y de las buenas costumbres. Entre nosotros, como en muchas otras partes, ella será la causa, ella será la que morigere nuestros hábitos y la que eduque nuestros Pueblos” (62). Claro que esa educación sólo podía provenir de una “Constitución ilustrada y liberal” según la calificación de Lavaisse (63).

El paroxismo iluminista llegó en Seguí a su culminación. Dijo estar “dispuesto a suscribir una Constitución cualquiera, antes que conformarse con el modo de ser actual de la República”. Y más adelante: “Y ojalá, señor, fuera posible desparramar en la Ciudad de Buenos Aires medio millón de ejemplares de ese Proyecto para vulgarizar más y más los principios de eterna verdad que en él se contienen” (64). Sancionar cualquier modelo de constitución liberal poseedor de esas eternas verdades, era la panacea para curar todos los achaques de la República por lo que no podía dudarse dictarla pues la regeneración nos iba en ello, según la expresión usada por miembros conspicuos de la generación del 37 (65).