¿Pueblo para una constitución o constitución para un pueblo?
Consideraciones y aclaraciones finales
 
 
Todos estos aspectos de un derecho público que encuentre en la realidad argentina las raíces más profundas que hagan seguro su vuelo al logro de los grandes apotegmas del derecho natural, exigen un largo proceso histórico. El buen derecho positivo como los buenos vinos, reclaman la acción del tiempo, Por ello pensar en un proyecto acabado por la más brillante de las asambleas, destinado a regir para siempre, seguirá siendo una utopía. La voluntad de un pueblo, que no de masas, iluminada por la conciencia de la existencia del derecho natural, expresada esa voluntad a través de actitudes que recoge el legislador, no puede ser la obra de unas cuantas sesiones académicas. Es obra de siglos, comenzada, desarrollada y perfeccionada por mentes de políticos esclarecidos que si por un lado están imbuidos de gran respeto por el orden natural, por el otro saben interpretar la índole de su comunidad.

Creemos que para los argentinos ha llegado la hora del sinceramiento. En lo institucional se requieren herramientas de conducción que no sean piezas de museo dignas de respeto y admiración, a veces de hipócrita admiración, sino entes que se muevan con eficacia, dentro del marco de la ley en su búsqueda permanente del bien común y de la grandeza nacional. Para ello será menester recordar aquello de Imaz: “La conducción moderna requiere mentes inductivas en lugar de deductivas, la elaboración de un plan a partir de los datos del “ser” y no extraído de un orden normativo” (82). Los datos del “ser” no solamente deben ser tenidos en cuenta para la aplicación de las políticas convenientes a una circunstancia dada, sino para la propia elaboración del orden normativo superior de un pueblo. Y desentrañar el “ser” es obra de auténtica inteligencia política, de estadistas, y no de plagiarios o de fabricantes dé un orden pretendidamente natural, subjetivo y caprichoso, que intentan aplicar por la fuerza a todos los hombres de todas las épocas. Tarea ésta en la que parecen rivalizar los déspotas ilustrados del enciclopedismo y sus actuales herederos, los déspotas ilustrados que hacen la interpretación materialista de la historia.

Es menester aclarar que pensamos que para catapultar a la República a un destino superior, no es suficiente la adecuación institucional que impone su historia y su crítico presente. Las instituciones son instrumentos, que cuando son idóneos, posibilitan y facilitan la tarea reservada a la política. Pero ésta exige como presupuestos insoslayables la sabiduría y la prudencia del estadista que distingue entre objetivos prioritarios y accesorios y sabe escoger los medios adecuados para hacer realidad esos propósitos esenciales. Exige asimismo estadistas de tal línea de conducta que pueda decirse de ellos que constituyen una élite servidora de la comunidad mas no un clan de encumbrados aprovechadores.

Entre las causas de nuestra crisis política podremos señalar el desajuste existente entre los instrumentos y la realidad que se pretende regir. Pero no basta adecuar estos factores, pues la motivación fundamental de esa crisis es de índole intelectual y moral. Sin un diagnóstico verdadero y un correcto tratamiento, sin un clima de respeto y de unión nacional y sin voluntades rectas dispuestas desde el plano dirigencial a la función de sacrificio que implica toda política ilustre, es en vano contar con un instrumental adecuado. Aunque también deba decirse que aquello sin esto probablemente sería insuficiente para la obtención de los resultados buscados.

Asimismo queremos puntualizar que si de la lectura de este ensayo surgiera una impresión pesimista, el lector juzgaría erróneamente respecto del sentimiento con que fueron escritos. Por que creemos en la suficiencia de los argentinos para recapacitar sobre sus errores. Creemos en su aptitud para edificar un orden positivo que responda a su idiosincrasia e intereses. Un orden positivo que Dios dejó librado a su genio y libertad. Un orden positivo sin embargo que será celoso en el respeto del orden natural que con maestría sintetizó últimamente Carlos A. Sacheri (83).

Lo expresado no implica que no sintamos pesadumbre cuando pensamos en todo el tiempo, energías y grandeza nacional perdidos en razón de que al promediar el siglo pasado se interrumpió una experiencia fundada en la tradición, la realidad y lo posible, para emprender un proyecto en buena medida casado con ideologías advenedizas, ilusiones utópicas e impracticabilidad frustrante.

Si la inteligencia argentina hubiera aplicado su tesón para desarrollar con espíritu creador y sin apelar a andadores extraños toda la potencia ínsita en la Confederación empírica de 1850 -cuyo basamento fue el Pacto Federal de 1831- quizás hoy nuestra empresa nacional no se vería abocada a la grave crisis institucional que la aqueja. Sería probable que estructuras político-administrativas más aptas y auténticas, adecuadas al cuerpo y al alma de la República, tendrían en esta hora la misión de intentar resolver con éxito los grandes capítulos de su espinosa problemática.

Pero no intentemos la fácil postura de una presunta impotencia, la queja estéril o el escepticismo. Lo importante será aprovechar esta lección que nos brinda la historia institucional argentina. Ella nos convoca por un lado a desechar la fácil solución plagiarla o sectaria, y por el otro a hacer todo el esfuerzo que merece la tarea de interpretar nuestra realidad nacional a fin de dotarla del complejo institucional adecuado a su carácter, a sus altos intereses y a los imperativos del bien común. A siglo y medio de la firma del Pacto Federal, verdadera piedra fundamental de la organización de la República, honremos la memoria de quienes lo plasmaron, entregándonos a ese magno quehacer.