1a presidencia de Yrigoyen
En 1916, Hipólito Yrigoyen es consagrado presidente por el voto popular. Su programa político consistió en terminar con los excesos que habían cometido los sucesivos gobiernos de Régimen, como se llamó al período conservador. Bajo el programa que Yrigoyen denominaba de “reparación nacional”, empeñó su esfuerzo en terminar con la corrupción, renovar las costumbres y la clase dirigente, y reorganizar las instituciones políticas de la nación mediante la efectiva aplicación del sufragio libre. Caracteriza a la época que los hijos de inmigrantes habían crecido recibiendo los beneficios de la ley de educación común ―que les había permitido ir al colegio y a la universidad― se comienzan a integrar a los cargos públicos, cubriendo tanto los electivos como los de la administración. La tarea que se había impuesto Irigoyen se vio dificultada principalmente por no contar con mayoría en el Congreso Nacional para implementar sus reformas, y además por encontrarse las provincias gobernadas por funcionarios conservadores. Esta última situación llevó a Yrigoyen a ordenar intervenciones en varias provincias -las llamaba intervenciones reparadoras- con la finalidad de llamar a elecciones limpias para concluir los mandatos de gobernadores conservadores que habían sido elegidos en comicios fraudulentos. Si bien durante su gobierno hubo una actitud conciliadora y comprensiva de las justas aspiraciones obreras, grupos anarquistas y comunistas agitaban el ánimo de los obreros produciéndose huelgas con sorprendente violencia como los ocurridos en la llamada “Semana Trágica”, en En política exterior, el Presidente no solo mantuvo la neutralidad de nuestro país a pesar de las presiones de los intelectuales, los universitarios, y hasta del Congreso Nacional -que se opusieron- sino que también convocó a las naciones hispanas a un congreso para debatir problemas comunes, que fracasó por injerencia de los Estados Unidos. Al concluir En 1922 termina su mandato, sucediéndolo en la presidencia otro radical: don Marcelo T. de Alvear. |
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