Entre las armas blancas debemos mencionar en primer lugar al cuchillo o la cuchilla, como aún se la denomina en el campo. Según Abel Domenech la diferencia entre uno y otra estriba en la forma de cada una: la cuchilla «es de lomo recto y hoja ancha y panzona», precisamente las que se usan más comúnmente en la cintura de nuestros paisanos, aún en la actualidad.31
Era y es ésta una herramienta de trabajo primordialmente, de múltiples usos en manos del gaucho, hasta el punto que no puede prescindir de él. «Imaginar un gaucho sin cuchillo es más difÃcil aún, si cabe, que imaginarlo sin caballo», señala Fernando Assuncao.32Con el cuchillo carneaba, cuereaba, lonjeaba el cuero, sacaba los tientos, descornaba y castraba, desvasaba sus montados, cerdeaba las yeguas; también lo usaba como machete para abrir picadas, cortar palos y estacas, cortar paja para techar, picar tabaco, como utensilio para comer carne asada y mil usos más.
Entre esos mil usos no podemos descartar el de arma ofensiva y defensiva; en efecto, en más de una oportunidad salÃa de la vaina para trenzarse en duelo criollo con un ocasional contrincante. No obstante que el cuchillo, o la cuchilla no era un arma de pelea, no estaba diagramada para ello, el gaucho la llevaba siempre en la cintura lista para desenvainarla y emplearla en su defensa frente al enemigo agresor. Por eso iba colocada en la vaina con filo para arriba, cruzada de derecha a izquierda detrás de la cintura (salvo que el propietario fuera zurdo) y sobresaliendo el cabo cerca del codo derecho, de manera de alcanzarla fácilmente con la mano. Asà se explica la sentencia de MartÃn Fierro cuando aconseja:
«Las armas son necesarias
pero uno no sabe cuándo.
Ansina si andás paseando
y de noche sobre todo
debés llevarla de modo
que al salir salga cortando»
Pero si la cuchilla no era un arma propiamente de pelea, habÃa otras que estaban hechas especialmente para ello. para el duelo, para la esgrima criolla. éstas se llamaban el facón, la daga, el caronero. Aquellos que usaban este tipo de armas eran quienes debÃan estar preparados para el combate, ya sea porque integraban cuerpos militarizados -y era ésta un arma muy eficaz en los «cuerpo a cuerpo»-, o bien porque se trataba de gauchos de averÃa, pendencieros, cuchilleros, perseguidos por la policÃa, justa o injustamente.
«El facón es en realidad una especie de daga, aunque de un solo filo, y en algunos casos presenta un contrafilo de escasa longitud en el primer tercio de su hoja»... «Las hojas presentan una longitud de entre 30 y 40 centÃmetros de largo y unos 20 a 35 milÃmetros de ancho, es decir, que generalmente aparecen como hojas delgadas en relación con su longitud. Rematan, además, en una punta muy aguda y se los mantenÃa con muy buen filo»... «La caracterÃstica definitiva del facón, para clasificarlo como tal, es la existencia de un guardamanos o gavilán, más o menos pequeño pero siempre existente, que podÃa tener la forma de un simple travesaño (cruz) o de ESE o de U»...
«El mango estaba construido por una robusta empuñadura de construcción diversa; madera, guampa o asta vacuna, metal -a veces plata-en los más lujosos, incluso con incrustaciones de oro en algunos casos- etc. La vaina podÃa ser de cuero o metal, o una combinación de estos elementos, presentando una boquilla o agarradera, y puntera con batiente, para proteger a quien lo portaba».
«En resumen, el facón era antes que nada, una formidable arma de combate, que nuestros gauchos esgrimieron con habilidad para defenderse hasta de las lanzas indias o de los sables militares».33
La daga, según el mismo autor, se diferenciaba del facón en que tenÃa doble filo. Según otros la diferencia consistÃa en que no llevaba guardamano, ni S ni media luna; o bien en el ancho de la hoja, mayor en el facón que en la daga. En cuanto al facón caronero, era un arma mucho más grande «cuya hoja medÃa unos 80 cms. de largo». No se llevaba en la cintura, como las otras, sino metida entre las caronas, sobresaliendo su empuñadura en la parte delantera del recado. También se portaba apretada por el pegual entre los cojinillos, del lado de montar. Por lo general no poseÃa guardamanos, pero hasta hace no mucho se usaba en el litoral -y aún se suele ver en Corrientes- un facón caronero con empuñadura de sable, o sea con guardamano en arco cubriendo toda la extremidad anterior. Tales caroneros provenÃan comúnmente de viejos sables o espadas recortadas y adaptadas para llevar en el recado, como hemos señalado.
Entre las armas de fuego, la más común fue el «trabuco naranjero», llamado asà por el ancho de su boca; se cargaba con perdigones, clavos y lo que se tuviera a mano. Por la dificultad en cargarlo, era un arma para hacer un solo disparo en el combate, pero era un disparo mortÃfero por la dispersión de su metralla y porque se efectuaba a corta distancia.
El trabuco se portaba entre la faja y el chiripá, en forma oblicua de derecha a izquierda y sobresaliendo la empuñadura de manera que quedara al alcance de la mano diestra; si el portador era zurdo, la posición se invertÃa. También solÃa llevarse entre los cojinillos, bien asegurado para no perderlo y fácil a la vez de sacar a relucir en un apuro.
Para combatir en los cuerpos militarizados, se le proveÃa al paisano de fusil, carabina o tercerola, como también de sable o lanza. Muchas veces estas armas quedaban en su poder, debiendo éste cuidarlas y conservarlas hasta que fuera convocado nuevamente a incorporarse a su escuadrón o compañÃa.
Debemos incluir entre las armas gauchescas también a las boleadoras, no obstante que su origen y principal destino fue el de cazar o sujetar animales salvajes o domésticos.
Según su confección, existÃan distintas clases de boleadoras: de dos o de tres bolas, de piedra, de madera u otro materias (bola de billar, confeccionada en marfil).
Cuando llegaron los españoles a estas tierras, predominaba entre los indÃgenas la bola de uno o bola «arrojadiza», que se usaba como arma de combate. Pero entre los gauchos no tuvo mayor aceptación.
La boleadora de dos era utilizada principalmente para cazar avestruces y por eso se llamaba «ñanducera»; la de tres, con bolas más grandes, se denominaba «potrera» y era destinada a bolear potros y animales mayores. Ambas, ñanduceras y potreras, cuando las circunstancias lo requerÃan, se convertÃan en armas de defensa y ataque. En este caso la manera de usarlas no era arrojándolas, sino reteniendo alternativamente una u otra bola y golpeando con la otra. Cuando se peleaba de a pie con bolas de dos, se pasaban éstas por detrás de la cintura y se tomaba un ramal con cada mano, se revoleaban separadamente y se lanzaban o golpeaban sobre el enemigo, sin arrojarlas. Si la boleadora era de tres ramales, se tomaba la más chica o manijera entre los dedos de los pies, apretándola contra el piso, y manejando los dos ramales de las bolas grandes, como en el caso anterior, uno con cada mano y golpeando y arrojando alternativamente una u otra bola, nunca las dos juntas y menos desprendiéndose de ellas, como para bolear a la distancia.
Esta forma de pelear de a pie con las boleadoras aparece notablemente relatado en «La vuelta de MartÃn Fierro», cantos 1201 a 1224, donde se refiere el duelo entre el gaucho y el indio que maltrataba una cautiva:
«En la dentrada no más
me largó un par de bolazos;
uno me tocó en un brazo;
si me da bien me lo quiebra,
pues las bolas son de piedra
y vienen como balazo.»
«Las bolas las manejaba
aquel bruto con destreza,
las recogÃa con presteza
y me las volvÃa a largar,
haciéndomelas silbar
arriba de la cabeza.»
«Aquel indio, como todos,
era cauteloso... ¡ahijuna!
ahà me valió la fortuna
del que peliando se apotra;
me amenazaba con una
y me largaba con otra.»
En los entreveros de caballerÃa se peleaba también con las boleadoras, sin arrojarlas, tomándolas enracimadas, con una sola mano y golpeando con ellas juntas a modo de una maza.
También es el inolvidable «MartÃn Fierro» quien nos ilustra sobre este modo singular de usar las boleadoras como arma de combate, en los cantos 595 a 606. En esta ocasión es el gaucho quien utiliza las bolas en un entrevero de caballerÃa, frente a un indio que lo carga con la lanza:
«Dios le perdone al salvaje
las ganas que me tenÃa...
Desaté las tres marÃas
y lo engatusé a cabriolas.
Pucha...si no traigo bolas
me achura el indio ese dÃa
Era el hijo de un cacique
sigún yo lo averigüé;
la verdá del caso fue
que me tuvo apuradazo,
hasta que, al fin, de un bolazo
del caballo lo bajé.»
Como se puede apreciar, en ambos episodios del MartÃn Fierro, el personaje que emplea las boleadoras para pelear no las arroja ni se desprende de ellas en ningún momento, sino que golpea con una u otra bola, o con ambas a la vez, pero reteniéndolas siempre en las manos, tanto peleando de a pie como de a caballo.
Concluido el entrevero y el combate, aquellos que resultaban derrotados emprendÃan la huÃda, y quienes terminaban vencedores los perseguÃan para concluirlos o hacerlos prisioneros. Acá entraba a jugar la boleadora como arma arrojadiza. En este momento se usaba principalmente la boleadora potrera de tres ramales, pues era más segura para enredar y manear las patas del caballo que perseguÃa. Estas boleadoras llevaban dos bolas más grandes de piedra o madera, y una más chica que servÃa de manija o manijera. Las ñanduceras podÃan ser de dos o tres ramales (en este caso se denominaban «tres marÃas»), tenÃan las bolas más chicas de piedra, plomo o acero, y los ramales torcidos que las unÃan eran más delgados que en las potreras.
Los tiros más comunes eran los de dos y tres vueltas, que tenÃan un alcance de 25 a 50 metros respectivamente. Las vueltas que se tienen en cuenta son las que da la boleadora en el aire al ser arrojada; cuando el tiro era de una o media vuelta porque la presa se hallaba muy cerca, se decÃa también «bolear bajo el freno». A los ñanduces, venados o guanacos el tiro iba dirigido al pescuezo, mientras que a los yeguarizos y ganado mayor, se les tiraba a las patas traseras. Para defenderse de las boleadoras el jinete que disparaba llevaba la lanza arrastrando por detrás de su montado o en caso de carecer de lanza colocaba el poncho enrollado en la misma forma. Los indios enseñaban a sus fletes de pelea a correr boleados, maneándolos de las patas y obligándolos a disparar a los saltos.34
El lazo se usó asimismo en los combates de caballerÃa para enlazar los jinetes que huÃan o también para sacar los cañones a la cincha del caballo; ello significaba una hazaña mayor, muy difÃcil de realizar, pero no imposible para los gauchos que pelearon en las guerras de la independencia y en las filas de los ejércitos irregulares, más conocidos como «montoneros».