Viaje al Plata en 1861
Prólogo
 
 

El “descubrimiento”, por parte de la bibliografía argentina, de los viajeros extranjeros que visitaron nuestro país en el siglo XIX y dejaron en libros sus impresiones y observaciones de hechos y costumbres, tipos y paisajes, pertenece, casi enteramente, al primer tercio del siglo que vivimos. Con excepción de unos pocos de aquellos libros que adquirieron, por razones distintas, notoriedad inmediata, es raro ver citados por nuestros escritores de la centuria obras que hoy son populares en versiones a nuestra lengua. Algunos de los oficiales ingleses que participaron en las invasiones de 1806 y 1807 y publicaron sus memo” rías de expedicionarios, fueron consultados por los historiadores de aquellos episodios. La Historia argentina (1861) de Luis L. Domínguez incorpora a sus fuentes bibliográficas la “authentic narrative” del oficial anónimo a las órdenes del brigadier general Craufurd, obra publicada en Londres, en 1808, y todavía hoy sólo conocida por los investigadores y bibliófilos. También la cita el general Mitre, quien además aprovecha las sabrosas páginas de Gleanings and Remarks (Leeds 1818) del mayor Gillespie, ésas sí muy difundidas por la edición castellana de la “Cultura Argentina”, benemérita biblioteca fundada por el doctor José Ingenieros, y asimismo utilizadas, poco antes de terminar el siglo, por Paul Groussac en su Santiago de Liniers 1.


La contribución bibliográfica de los viajeros, casi exclusivamente ingleses, durante las guerras de la independencia, tiene el valor destacado que Mitre señaló en un párrafo de su Historia de San Martín: “Es curioso observar que en su larga carrera nunca le faltó a San Martín un inglés observador por testigo, para comprobar el dicho que allí donde sucede algo notable en el mundo, allí está presente un inglés: en España, lord Macduff; en San Lorenzo, el viajero Robertson; en Mendoza, Santiago y Maipú, Haigh, portador accidental del parte ensangrentado de la batalla; en Lima, el famoso marino Basil Hall, que ha dejado el precioso medallón que lo representa bajo nuevo aspecto en un momento histórico, y Stevenson, secretario de Cochrane, que a la par de éste lo ha difamado”. La lista puede ser ampliada con otros “testigos” del mismo origen: Robert Proctor y John Miers, en Mendoza; Mary Graham en Valparaíso y Guillermo Parish Robertson —hermano menor del espectador y cronista de San Lorenzo— en Buenos Aires, sin contar las memorias de un compañero de armas como el general Miller.


Sarmiento en Facundo, antes de conocer personalmente las pampas y el trópico de su país, extrajo epígrafes para los capítulos primero y tercero de la versión francesa del libro de notas pampeanas del capitán F. B. Head (Londres, 1826), y en el capítulo duodécimo, al presentar el paisaje tucumano citó la descripción del capitán Joseph Andrews en su libro de viajes por América durante 1825 y 1826 (Londres, 1827). Posteriormente, en ocasiones varias, nombró a otros viajeros, sin detenerse especialmente en ellos. Pero ni Sarmiento ni sus contemporáneos, con excepción de un bibliógrafo americanista de la talla del general Mitre, debieron de suponer el caudal y la diversidad de los testimonios de la vida argentina, sepultos en obras ignoradas, muchas de las cuales mantienen aún la comunicación limitada de su lengua original.


La traducción y difusión de una decena de dichos viajeros o expedicionarios en la biblioteca de “La Cultura Argentina” y otras editoriales, durante el segundo y tercer decenios de este siglo, despertó la curiosidad y el interés del público. El pasado del país revivía con sus claroscuros históricos, sus paisajes regionales tan diversos como sus climas, su flora y su fauna, su vida urbana y rural, sus tipos étnicos. las figuras de jefes militares y caudillos de montonera que la resonancia del tiempo acuñaba en ecos legendarios, los innumerables datos, noticias y referencias que se acumulan en el bolsón de viaje. Páginas arrancadas a un cuaderno de anotaciones escritas en un cuartucho de fonda, en una posta del desierto, a caballo entre tumbos de diligencia o de barcaza por un vendedor de paños, un ingeniero de minas, un industrial, un diplomático. un naturalista, no pertenecían directamente a la literatura, no pretendían ser historia, no habían tenido, en general, otro objeto que documentar los días y los lugares, retener la sombra nómada en el camino y ayudar a la memoria en las excursiones del recuerdo. Pero la vida había quedado en ellas, cálida, palpitante...


Ya eran conocidos en español un Darwin, un Mantegazza, y fragmentos de algún libro que tentaba con todo lo que no había trasvasado de su texto original. En corto tiempo, las ediciones populares en lengua española de las obras de Haigh, Andrews, Head, Proctor, Robertson. Gillespie, Brackenridge, Temple, todos “testigos” de la Argentina. en el primer cuarto del siglo XIX. sorprendieron y deleitaron al lector común con narraciones, descripciones y reflexiones que le enriquecían o aclaraban sus conocimientos geográficos, históricos, sociales, costumbristas, y que trasuntaban en general una verdadera, inocultable simpatía por este suelo americano y una evaluación alabadora .del habitante autóctono de nuestras campañas. Desde las invasiones inglesas a las guerras de la independencia. desde la temeraria travesía de las pampas donde irrumpía el malón, a la libertad de Lima, o desde el Plata a Bolivia. los viajeros de un siglo atrás nos contaban familiarmente lo que la documentación inerte no destila, lo que faltaba a nuestra literatura historiográfica o sociológica, lo que callaron los cronistas y se llevaron en los ojos y en los labios generaciones casi enteras.


Simultáneamente se inició la busca afanosa de las ediciones originales por parte de bibliófilos y coleccionistas. Los libreros de lance husmearon el negocio. En remates de valiosas bibliotecas se encarnizaba la puja cuando se producía el “hallazgo”. Los libreros americanistas de Buenos Aires y del interior disputaban la pieza a sus propios clientes, seguros de valorizarla en el estacionamiento de los sótanos. Los catálogos de las librerías anticuarías de Londres, Leipzig, Amsterdam, eran solicitados, minuciosamente leídos y anotados por quienes se apresuraban a conquistar a algún distante reaparecido, felices de creerse adelantados a morosos rivales 2. A medida que las oportunidades iban siendo más reacias y los precios más altos, afloraban tesoros imprevistos que convencían al acaparador de lo insondable de la veta. El tiempo, siempre misterioso y bromista, descubría nombres y títulos borrados hasta ayer. Sigue aún en su juego. Aparece de pronto en cierto catálogo de París o de Nueva York el ofrecimiento de una antigua exploración a las Malvinas o el relato de un testigo de la conquista del desierto...


Quedan, mientras tanto, numerosos viajeros inaccesibles para el lector argentino que ignora su lengua. Elegir los de mayor interés, dar a sus páginas vestidura castellana y anotarlas, si es posible, con informaciones ilustrativas, será tarea paciente, a veces fastidiosa, no siempre recompensada, pero de generoso propósito e incalculable utilidad. Cuando el traductor es un conocedor profundo de nuestra historia y a la vez historiador y escritor de relevantes cualidades, aquella tarea se torna abnegada en su voluntaria humildad; mas el resultado beneficia con aportación excepcional a nuestra bibliografía histórica y costumbrista. Y tal es el caso del traductor de este libro.


Serio investigador, autor de notables trabajos principalmente relacionados con hechos y personajes de su región nativa, ex catedrático de las universidades del Litoral y Buenos Aires, José Luis Busaniche es un espíritu probo, independiente y penetrante. Su obra histórica, documentada con rigurosa disciplina, ofrece el ejemplo, nada común en nuestro medio, de una expresión clara y precisa, de un estilo sobrio y flexible.


En veinte años de labor firme y sin teatralidades lleva traducidos y anotados ocho libros del francés y el inglés. Inició esas contribuciones desinteresadas en 1935 con Cinco años en la Confederación Argentina. 1857-1862, versión de Le río Paraná. Cinq années de séjour dans la République Argentino, de Lina Beck-Bernard, editado en París, en 1864. La escritora alsaciana que interesó a Sainte-Beuve, con quien mantuvo correspondencia y al que visitó meses antes de morir el gran critico, se había casado con Carlos Beck, ciudadano de Basilea. en 1852. El matrimonio llegó al país en 1857 y se radicó en la ciudad de Santa Fe, que contaba entonces poco más de seis mil habitantes. La vecina Paraná era capital de la Confederación; cuatro años después se produce el eclipse de la estrella de Urquiza y el surgimiento nacional de la personalidad de Mitre... La señora Lina Beck-Bernard, angustiada por la muerte de dos hijas pequeñas, atribuyó al clima sus pérdidas y decidió salvar los demás hijos llevándoselos a Suiza. El libro que la vincula al recuerdo argentino refleja sencilla y amenamente un lustro intenso y un escenario colorido.


En 1939, el mismo traductor puso en castellano la obra de un negociante inglés, William Mac Cann, Two thousand miles ride through the Argentine Provinces, Londres. 1853, bajo el título Viaje a caballo por las Provincias Argentinas. El viajero había llegado en 1842 a Buenos Aires, de donde regresó a su isla, probablemente a fines de 1845. La obra original, en dos volúmenes, abarca, como lo anuncia el subtitulo, “una relación acerca de los productos naturales del país y las costumbres del pueblo, con un historial sobre el río de la Plata, Montevideo y Corrientes”. La traducción, en un solo volumen, comprende doce capítulos, correspondientes a la parte descriptiva y pintoresca y abundantes en datos y noticias que auxilian la reconstrucción histórica del período. Tres de ellos tratan de la ciudad de Rosas, y no es su menor atractivo la visita del viajero al gobernante, en Palermo; siete, de la provincia bonaerense; dos, del Litoral.


En 1941 apareció José Miguel Carrera, traducción de una olvidada memoria escrita por Witliam Yates —oficial irlandés que había servido a las órdenes del chileno de aquel nombre en nuestras guerras civiles de 1820 y 1821—, memoria que figura en el Apéndice del famoso Journal (1824) de Mary Graham con esta denominación: A brief Relation of Facts and Circumstances connected with the Family of the Carreras in Chile; with some Account of the last Expedition of Brigadier-General Don José Miguel Carrera, his Death, etc., by Mr. Yates. El “Diario” de Mary Graham había sido traducido al castellano en 1909, sin el apéndice, y cuatro años después la Revista Nacional de Montevideo, órgano del Museo y Archivo de esa ciudad, había brindado la primicia del mismo: Memoria sobre la guerra civil en las Provincias argentinas. Una nota explicativa del director de la revista, que trascribía a continuación de aquélla las cartas de los directores de las bibliotecas nacionales de Chile y la Argentina, consultados al respecto, decía así: “Con las cartas siguientes comprobamos la afirmación de que este documento de valía, traducido por el distinguido historiador y político doctor Luis L. Domínguez, cincuenta años atrás, no era conocido en su integridad en Chile ni en la República Argentina. Con su publicación prestamos un verdadero servicio a la historia de la Revolución de América y especialmente a la de las repúblicas citadas”.


La traducción de Domínguez, titulada Extracto, había aparecido un cuarto de siglo antes en la Revista Histórica (t. VI, pág. 289, Buenos Aires, 1888), que dirigía Adolfo P. Carranza, y era en verdad un extracto, una versión abreviada, que el mismo autor, al menospreciar los “papeles” de Yates, no dignos de “los honores de una traducción”, explicó de este modo: “He suprimido grandes trozos: he extractado muchos otros, conservando siempre la ilación del escrito y he traducido fielmente aquellos que a mi juicio lo merecían. Todos los párrafos que van entre comillas son del autor”.


Yates era un apasionado admirador de Carrera y las dieciocho páginas iniciales de su trabajo se ocupan de la vida del personaje antes de 1820. Esas páginas son las únicas suprimidas por el doctor Busaniche, debido “a que contienen tan abundante copia de errores históricos y éstos alteran a tal punto la sucesión cronológica de los hechos, que hubiera sido menester un exagerado número de notas para rectificar los tropiezos del autor”. Las reemplaza con un extenso y pormenorizado relato de su propia pluma, que es, al mismo tiempo, un nítido y muy completo cuadro histórico de aquellos años enardecidos. La versión aparece también muy enriquecida por notas que muestran detallado conocimiento de los sucesos y que en casi todas las páginas aclaran, rectifican o amplían el texto original.


Le siguió la de los Travels in South América during the years 1819-20-21, de Alexander Caldcleugh, quien vino a Río de Janeiro acompañando al ministro inglés en la corte portuguesa del Brasil, en 1819, y que dos años más tarde llegaba a Buenos Aires y atravesaba el país por el camino de postas para dirigirse a Mendoza y continuar a Chile. De las setecientas cincuenta y tres páginas que forman los dos tomos originales de 1825, o sea diecinueve capítulos, ocho de éstos —trescientas de aquéllas— corresponden a la Argentina, parte extraída por nuestro traductor para el volumen que llamó Viajes por la América del Sur - Río de la Plata - 1821, y publicó en las ediciones Solar, en 1943.


Al mediar el siglo visita Buenos Aires el escritor francés Xavier Marmier. Narrador ágil, traductor de Goethe y de Hoffmann. catedrático de literaturas extranjeras en la universidad de Rennes, también es viajero ávido y curioso, como lo atestiguan sus libros Lettres sur la Russie, Du Rhin au Nil y Lettres sur l'Algérie, anteriores a su crucero del Atlántico. El futuro académico se embarca en el Havre, a fines de 1848. con destino a Nueva York. “Adieu. Je part encore...” El nuevo viaje comprenderá los Estados Unidos de Norte América, Canadá, Cuba, el Río de la Plata.


Dos tomitos atrayentes, Lettres sur l'Amérique (1851), lo relatan con amenidad y agudeza. De los dieciséis capítulos del segundo, doce pertenecen a nuestra región: nueve se ocupan de Buenos Aires con incisivas descripciones de la ciudad y sus habitantes, de sus barrios característicos —la Boca, Santos Lugares, Palermo—, y los tres últimos de Montevideo, la Nueva Troya donde se ha refugiado la literatura argentina. Con esos capítulos rioplatenses, traducidos a un castellano fluido y fiel y reunidos y publicados en 1948 bajo un título nada arbitrario —Buenos Aires y Montevideo en 1850— el traductor santafesino incorporó a su galería de “viajeros” —en el sentido lato que se ha visto— el nombre de Xavier Marmier.


Su mayor esfuerzo en esa labor modesta y generosa ha sido, indudablemente, el de los tres tomos de las Cartas de Sudamérica, de los hermanos escoceses Parish Robertson. Juan, el mayor, arribó a Buenos Aires en 1808. “cuando la estrella del virrey Liniers palidecía”: se dedicó al comercio, se vinculó a la mejor sociedad porteña y en 1811 partió por tierra al Paraguay, tocándole el privilegio de asistir como espectador, invitado por el propio San Martín, al combate de San Lorenzo. Tres años después se le reunió su hermano Guillermo en la capital paraguaya, donde protegidos por el veleidoso doctor Francia, gozaron de la más amplia hospitalidad y prosperaron comercialmente, hasta que el dictador los expulsó del país en 1815. Establecidos desde entonces en Corrientes, medio semibárbaro en que la aventura sobredoraba los atributos de Mercurio, los emprendedores hermanos se hicieron capitalistas poderosos; pero la guerra con el Brasil y las luchas internas de nuestros años anárquicos desinflaron sus talegas, y Juan en 1830 y Guillermo en 1834 se volvieron al solar nativo, y reunidos en Londres escribieron los dos volúmenes de Letters on Paraguay (1838). cuya edición se agotó enseguida; reimpresos al año siguiente, los acompañó el volumen ya anunciado en ellos: Francia's Reign of Terror. La obra fue vertida al español por el doctor Carlos A. Aldao, aunque no completa —los dos primeros tomos y seis de las veintiocho cartas del tercero— y publicada en la Biblioteca de La Nación, en 1916. Esa misma versión fue reeditada en 1920 por la “Cultura Argentina”.


El asombroso caudal de conocimientos, observaciones y experiencias de la vida argentina atesorado por los inteligentes y cultos hermanos Parish Robertson se hubiera perdido, en buena parte, para la posteridad, sin una nueva obra, también compuesta de tres tomos, Letters on South América, aparecida cinco años después de la anterior. El primero de éstos se ocupa únicamente de la provincia de Corrientes y tiene la seducción de una buena novela documentada, con su galería de tipos y la diversidad pintoresca de sus escenas y episodios; el segundo continúa en el mismo lugar, pero añade un resumen histórico de los acontecimientos del país desde los días de Mayo y termina con una presentación de la ciudad de Buenos Aires; también Corrientes y sobre todo su población indígena dan al tercero su tema inicial, aunque pronto pasa de la barbarie a la civilización y se instala en los más elegantes salones porteños. Es el momento de las campañas de los Andes, de la epopeya sanmartiniana, y la vida social cisplatina se colora en el claroscuro de las noticias que llegan de tan lejos. La casa de Escalada, suegro del héroe, es, naturalmente, el resonador preferido por el cronista.


De tan amplio y rico panorama que tiene a veces, en la pluma de sus autores, la mordiente intensidad del grabado. o la extendida policromía de los frescos o la apretada luminosidad de los tapices, sólo unas pocas muestras, provenientes de las sesenta y tres cartas, había vertido a nuestro idioma y publicado en La Prensa, de Buenos Aires, en 1922, don Ricardo Pillado: Escenas de la vida argentina a principios del siglo pasado. Relaciones de un testigo presencial. José Luis Busaniche tomó a su cargo la pesada aunque entretenida tarea: tres tomos densos, ilustrados por Luis Macaya y editados por Emecé, en 1951, proporcionan al lector común entera participación en esas “andanzas por el litoral argentino”, en esos ambientes y acontecimientos de nuestro pasado épico.


Entre la publicación aislada del primer tomo de esta obra de los Robertson —1946— y su reedición unida a la aparición de los dos siguientes, se intercala un informe dirigido al príncipe Bernadotte por el capitán sueco Jean Adam Graaner, agente secreto u oficioso: Las provincias del Río de la Plata en 1816. El traductor lo acompaña de apostillas indispensables y nos dice, refiriéndose a las “apreciaciones críticas, un tanto acerbas”, que dicho informe contiene: “Creo que ellas, en su mayoría, fueron tomadas del mismo ambiente rioplatense y que, en rigor, quedan resarcidas con la simpatía que trasuntan no pocas de sus páginas por todo lo más íntimo de aquella sociedad y aquel momento, ya se trate de la abnegación del soldado argentino, ya de virtudes fundamentales reconocidas por los extranjeros —aun a su pesar— como herencia genuino del solar español”. La adhesión al espíritu del documento le arranca además una declaración de espontánea solidaridad: “Quienes se interesan por testimonios imparciales, fríamente objetivos pero sinceros y veraces en punto a visión personal y juicio desinteresado de las cosas, pueden leer el informe de Graaner, seguros de que habrá de proporcionarles no solamente información original y novedosa sobre tópicos capitales, sino también aportes de menor entidad de que mucho necesita nuestra historia para cumplir el proceso de su formación integral”.


El libro que ahora es rescatado de su doble apartamiento —por la rareza de sus ejemplares en el comercio y por el idioma que lo aislaba— nos coloca en el centro dramático del largo transcurso de la organización nacional. Hinchliff complementa los recuerdos de la señora Lina Beck-Bernard; pero su elección no debe de ser precisamente una preferencia, aunque los últimos capítulos, dedicados a Santa Fe y Entre Ríos, hayan influido, acaso, con un tirón de la “patria chica”. Busaniche y yo habíamos hojeado juntos, años atrás, el ejemplar de mi biblioteca, y comentado, no recuerdo si más de una vez, su contenido de viviente interés costumbrista y de valiosa contribución pictórica para la reconstrucción de las horas cargadas con la incertidumbre de una batalla decisiva en el ordenamiento de la República. Me sorprendió agradablemente conocer la incorporación de Hinchliff a la galería general. La obra se titula en inglés South American Sketches; or a Visit to río Janeiro, the Organ Mountains, La Plata, and the Paraná (Londres, 1863) y consta de dieciocho capítulos; la traducción elimina los que no atañen a nuestro país y agrupa los pertinentes con la más directa y expresiva denominación.


Thomas Woodbine Hinchliff, magister artium y miembro de la Real Sociedad de Geografía se embarcó en Southampton el 9 de abril de 1861. resuelto a comparar personalmente los Andes con los Alpes. Ya era autor de un libro sobre éstos, Summer months among the Aips (“Un verano en los Alpes”); pero no pudo llegar a Mendoza ni atravesar las pampas descritas por Head que le habían encendido la imaginación. En el prefacio de la obra —excluido, dado su carácter general, por el traductor de la parte argentina— adelanta que sólo pasó algunos meses en Buenos Aires y regiones no muy distantes, atraído y bien guiado por la amabilidad de sus amistades y relaciones. “La sociedad de Buenos Aires es muy hospitalaria y encantadora —nos dice—, el clima es comúnmente delicioso y seria difícil encontrar algo más saludable y vigorizador que la vida libre e independiente en los establecimientos de campo”. Agrega que remontó el río Paraná hasta la ciudad de su nombre —todavía capital de la Confederación Argentina— con permanencias escalonadas en Rosario y Santa Fe, y que de Gualeguay regresó en una pequeña embarcación hasta las proximidades de Buenos Aires. El libro tiene algunas ilustraciones llamativas: bosquejos tomados por el autor y perfeccionados por sus “amigos”: salvo una vista del terremoto de Mendoza, todas aquéllas pertenecen al Brasil.


Buenos Aires era una ciudad de 140.000 habitantes; el lector porteño de nuestros días la reconocerá en una página, la desconocerá en otra. Todavía mantienen los muy próximos mataderos el “color local” que tiñe la descripción horrenda de Darwin y suelta los tonos más intensos en el realismo del gran cuadro póstumo de Echeverría. Felizmente, decoran el otro extremo quintas bien arboladas y floridas, alfalfares en declive hacia el río y huertas fértiles con frutales y legumbres. La ciudad tiene carruajes muy buenos, excelentes casas de comercio, mercados bien provistos. Las mujeres son hermosas y gustan exageradamente de las flores y los dulces. Hay la más amplia libertad de cultos y se agigantan las emisiones de papel moneda. Ciudad orgullosa, capital de la provincia de su nombre, enfrenta su destino al de las trece provincias restantes que forman la República. La lucha entablada se acerca al punto supremo. “En los comienzos de 1861 y muy poco tiempo antes de mi llegada al país —nos dice el viajero—, los liberales de San Juan habían producido un disturbio revolucionario...” Asoman a continuación algunos nombres propios: Urquiza. Sáa, Paraná, Guardia Nacional. “El primer domingo que pasé en la ciudad —leemos poco más adelante— me encontré con una multitud congregada para ver el desfile de la Guardia Nacional que volvía de una revista. El número de soldados era de cuatro mil hombres y me pareció el más abigarrado conjunto de fuerzas militares que había visto hasta entonces”. Era gobernador de Buenos Aires el general Mitre, quien, en caso de guerra, tendría que tomar el mando de aquellas fuerzas. El viajero de este libro lo conoció en un baile dado por el Club del Progreso “en sus propios y hermosos salones”. El general había concurrido con su esposa y todos los presentes hubieran deseado descubrir en su semblante el pensamiento de aquella hora intranquila. Adelantemos aquí la impresión, que le causó al visitante extranjero: “Es un hombre alto y hermoso, de aspecto verdaderamente elegante, con una linda frente y rostro meditabundo; es poeta y hombre erudito y parece en todo demasiado fino y caballeresco para habérselas con los sucios procederes de los políticos de segunda categoría”.


El 17 de setiembre entraron en acción las fuerzas dirigidas por Mitre y Urquiza. Mr. Hinchliff se hallaba en Buenos Aires; dos días después de la batalla de Pavón, él y la ciudad entera ignoraban el resultado. Se decía “que había como 10.000 cohetes listos en la plaza del Parque para el caso en que fuera posible anunciar una victoria”; algunos desertores llegaron con noticias catastróficas; los comentarios de la calle y de los salones eran contradictorios y obedecían al partidismo de los opinantes. Llegó la noche, y he aquí algo efectivo: “A eso de las dos de la mañana me despertó una detonación... Salté de la cama y vi el cielo muy animado con esos meteoros anunciadores de la victoria...” Dos días después el anotador se mezcló a la multitud en el muelle para presenciar el arribo del vapor en que llegaban prisioneros y trofeos de guerra. El 14 de noviembre. Mr. Hinchliff desembarcó en Montevideo: el día anterior había desembarcado en el mismo sitio el doctor Derqui, presidente huyente de la Confederación Argentina. El 20, a las cinco de la mañana, nuestro viajero llegó a Rosario, y estando muy próximo al campamento quiso visitar al general vencedor, todavía en su tienda de campaña. Atravesó el campamento en compañía de su primo el capitán del barco sin que nadie se preocupase de la presencia de ambos. Ya estaban frente a la gran carpa... Adelantemos también algo del vivido cuadrito: “Como nadie aparecía tampoco para cerrarnos el paso, avanzamos atrevidamente y franqueamos la entrada: hallamos al general en traje civil, fumando y en conversación con el ministro de guerra, general Gelly y Obes. El general ya conocía al capitán Parish, de manera que nos recibió muy cortésmente en su espaciosa tienda donde lucia un. juego de muebles de muy buena apariencia y en contraste con todo lo que yo había visto en el campamento... A pesar de su victoria de setiembre, notábase en el general Mitre cierto aire preocupado y triste. El ejército estaba para marchar esa noche, o en la mañana siguiente y quizás el general sentía el peso de la responsabilidad que importaba para él sus futuras acciones”.


Las páginas simples, sin énfasis de aprovechado testigo que el viajero dedica a los penosos acontecimientos de aquel año. aportan detalles interesantes para la petite histoire. Pero esas anotaciones se rodean de luminosas viñetas en que un verdadero amante de la naturaleza y de la vida al aire libre desnuda jubilosamente su alborozo. El ombú. amigo del hombre, un vuelo de flamencos o una colonia de vizcachas, en las que sorprende cierto parecido con las marmotas alpinas, atraen su atención y su pluma. La cacería en una laguna de promiscua población entre sus juncos. le merece minuciosa crónica. El geógrafo se complace aspirando los aromas de la llanura bonaerense y embebeciéndose en los paisajes litorales. Hombres y árboles, pájaros y cielos, ranchos en que pernocta, caballos en que viaja, praderas y abrojales, ríos y puertos, quedan apresados en una prosa franca, sin presunciones. El lector apreciará en todos los capítulos la contribución del viajero a la historia de nuestras costumbres, y especialmente en el penúltimo —tan bien apostillado por las observaciones y sugerencias del traductor— al conocimiento de la vida rural de hace un siglo en una estancia entrerriana.


Una docena de viajeros no traducidos aún que han dejado en sus libros elementos aprovechables y en más de un caso preciosos para la reconstrucción de la vida argentina en todos sus aspectos durante el período comprendido entre el triunfo de Caseros y la solución del viejo problema de la capital federal, esperan el mismo privilegio acordado a Mr. Hinchliff. Como en varias de esas obras sólo algunos capítulos corresponden a nuestro país, y en otras las digresiones o las repeticiones sin variantes significativas impondrían la selección o la síntesis, creo que la reunión armónica de esos fragmentos en uno o dos volúmenes sería la solución deseable. Me complazco en imaginar su composición. La iniciaría con páginas finales del libro de un diplomático inglés, L. Hugo Bonelli, quien tuvo en suelo salteño, viniendo de Bolivia, la noticia del avance del ejército grande, asistió en Tucumán a la celebración de la caída de Rosas, fue recogiendo ecos e impresiones hasta llegar a “la importante ciudad de Buenos Aires treinta años después de haber estado en ella”, y tuvo “la oportunidad de reunirse con el general Urquiza en compañía de varios amigos”3 . Con Urquiza, en Palermo, se entrevistó asimismo el químico inglés C. B. Mansfield, a fin de solicitarle autorización para dirigirse por río a Asunción. La ciudad, el viaje y el regreso, correspondientes a la parte argentina de sus cartas tendrían a continuación lugar indisputable 4. Del magnífico tomo 5 en que el marino norteamericano Thomas J. Page recogió sus observaciones y experiencias durante siete años (1853-1860) como jefe de la misión diplomática, económica y científica enviada al país, reclamo sus encuentros con Urquiza —de Buenos Aires a la estancia San José— e incorporo desde ahora las mismas páginas que Busaniche tradujo hace años y publicó en el Boletín de la Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos. Las dos cartas sobre Buenos Aires en 1868, la visita a Urquiza en su palacio entrerriano y partes de las tres cartas sobre Santa Fe y Corrientes, del famoso explorador y escritor irlandés capitán Richard F. Burton, añadirán en seguida cuanto un ingenio agudo capta y filtra 6. El 17 de agosto de 1871 salió de Buenos Aires, recién asolada por terrible epidemia, y se dirigió a Chivilcoy, al frente de cincuenta hombres entre técnicos, auxiliares distintos y peones, el ingeniero Mr. Robert Crawford, venido especialmente desde Liverpool para explorar la ruta de un probable ferrocarril trasandino a Chile y levantar los planos respectivos. Se internó después en las tierras que ocupaban los indios, atravesó las provincias de San Luis y Mendoza, estudió los pasos andinos y se embarcó en Valparaíso para regresar por los dos océanos. Entre los apuntes del ingeniero espigará el compilador cosas pintorescas y sustanciales 7. Y para cerrar ese conjunto, ¿habrá algo más oportuno que los recuerdos del ministro de Gran Bretaña, sir Horace Rumbold, asistente a la trasmisión del mando presidencial, de Avellaneda a Roca? Pero siento antigua predilección por sus “notes” sobre la ciudad y su viaje fluvial hasta el límite brasileño, y no quisiera sugerir amputaciones del ameno libro... 8.


Y dejo aquí una iniciativa que requiere imitadores del traductor de esta obra.


Rafael Alberto Arrieta.