Viajes por América del Sur
Capítulo 1
 
 

En viaje a Buenos Aires. — Maldonado. — Un pampero. — Montevideo. — El Río de la Plata. — Cambios políticos. — La Provincia Cisplatina del Brasil. — Paraguay. — El Dictador Francia. — La yerba. — Bonpland. — Sistema impuesto por el Dictador paraguayo. — Llegada a Buenos Aires.



Invitado por el capitán Stanhope —a cargo del bergantín Alacrity de la marina de Su Majestad Británica— para ir con él a Buenos Aires, nos hicimos a la vela en Río de Janeiro el 18 de enero de 1821. No distraeré la atención del lector con el relato de este primer viaje por mar; diré solamente que después de once días abordamos en el Cabo de Santa María, extremidad oriental en la costa norte del Río de la Plata. La tierra que circunda este cabo lleva el nombre de Los Castillos, sea porque tuvo en otro tiempo fortificaciones o porque ciertas islas pequeñas de las cercanías ofrecen apariencia de castillos. Estaba la costa cubierta de lobos marinos que jugaban entre el agua y sobre las rocas. La orilla no es alta y conserva el mismo aspecto hasta la Isla de Lobos y Maldonado. En este lugar se hace más escarpada, hasta Montevideo. La pequeña isla de Lobos es concedida en arrendamiento por el gobierno de Buenos Aires con destino a la pesca de lobos marinos y de ahí que este animal se ponga ahora cada vez más escaso.


Maldonado tiene un puerto que no es malo; la pequeña isla de Gorriti lo protege de los violentos huracanes conocidos con el nombre de pamperos, llamados así porque soplan desde las inmensas llanuras denominadas pampas. Los navíos de guerra Vengew y Superb habían permanecido aquí por espacio de varios meses sin sufrir avería ninguna por causa de esos vendavales. En la isla de Gorriti está emplazada una insignificante guarnición portuguesa. El suelo es de arena y piedra.


En la mañana del 31 de enero pasó por Maldonado el navío Alacrity. Siguiendo nuestro camino encontramos al Creole que llevaba la insignia de Sir Thomas Hardy y navegaba con destino a Valparaíso. Nos comunicamos rápidamente con él y continuamos viaje a Montevideo, empujados por una ligera brisa del noreste; el tiempo estaba hermoso y templado; el termómetro marcaba 75° 1. Cuando subimos al puente después de la comida, pudimos advertir que la temperatura había experimentado un notable cambio: estaba pesada y sofocante; el termómetro y el barómetro lo indicaban también. El primero se había elevado a 85° y el barómetro había bajado más de una pulgada a 29-5. Estos y otros síntomas revelaban la proximidad de una tormenta. El cielo se encapotó hacia el suroeste y el capitán Stanhope ordenó de inmediato que echaran el ancla preparando lo necesario para pasar la noche. Apenas concluida la maniobra y cuando faltaba un cuarto de hora para las siete, el viento se puso repentinamente del sudeste en forma huracanada. Empezó a llover a cántaros con relámpagos continuos pero con pocos truenos. A los veinte minutos había pasado el huracán y sobrevino la calma.


Pasada la violencia del viento, el termómetro bajó en forma sorprendente a 62°; el barómetro indicó tiempo normal y el equilibrio atmosférico pareció restablecerse. Supe después que se trataba del pampero más violento sentido hasta entonces. Había empezado a las cinco y media en Buenos Aires y nos alcanzó en la isla de Flores —distante ciento veinticinco millas— a las siete menos cuarto. A bordo del Creole, que estaba a cien millas de distancia, fue sentido el viento poco después de las ocho. Esto dará una idea de su velocidad y de los daños que puede ocasionar una tormenta de tal naturaleza. Los huracanes se producen más comúnmente en los meses del verano, desde noviembre hasta abril y tienen origen en la gran cantidad de aire frío acumulado en las regiones altas de los Andes, que se precipita sobre las llanuras calurosas sin encontrar ningún obstáculo. Viene del sudoeste y al llegar a las montañas del Brasil se disipa o recibe un impulso en dirección al este. En la parte de la cordillera de los Andes situada hacia el noroeste de Buenos Aires, se produce el mismo fenómeno pero sus efectos no se sienten en la región oriental porque se interponen las montañas de Córdoba y Tucumán. En Río de Janeiro pueden observarse algunos signos del pampero aunque su violencia no es de temer, dada la naturaleza montañosa de la región.


La margen meridional del río de la Plata ofrece una marcada diferencia con el norte. En la primera el terreno es muy bajo y expuesto a los vientos del suroeste. Un día después de la tormenta a que me he referido, el río creció en forma extraordinaria. El viento influye de tal manera en su altura, que a veces los bancos de arena más pronunciados quedan al descubierto enteramente secos.


En la mañana siguiente llegamos a Montevideo; poco después anclamos y fuimos a tierra; la ciudad está en una pendiente sobre el río y tiene buena edificación; las casas son de azotea y muchas construidas con piedra y ladrillo cocido. Las ventanas exteriores ostentan rejas de hierro, muy fuertes. Las calles han sido empedradas últimamente por las tropas portuguesas a expensas de los vecinos. Había en las calles un ambiente de desolación que no está de acuerdo con el grado de prosperidad alcanzado por Montevideo. El aspecto de la catedral es poco imponente; se hallaba repleta de señoras, vestidas todas de negro según la moda de la ciudad y era difícil permanecer indiferente a sus encantos y atractivos personales, sobre todo para quien venía del Brasil. Estaban haciendo sus oraciones, arrodilladas sobre alfombras pequeñas traídas ex profeso por sus sirvientas. Esto era ya una prueba de que habíamos llegado a una ciudad más limpia, porque la costumbre de la alfombra no ha sido introducida todavía en el país del norte; también resultaba una novedad el número de mujeres bien vestidas que se veían en las calles.


Concurrí al teatro por la noche; un oficial del gobierno me presentó a las bellezas más celebradas, que se mostraron conmigo muy finas y amables hasta obligarme —de acuerdo con la costumbre— a comer más dulces y confituras de lo que hubiera deseado... El teatro era pequeño, mal arreglado y los actores —como es de suponer— no de lo mejor. Una de las farsas representadas tenía por título El inglés con splin, lo que provocó de parte de las señoras algunas observaciones ingeniosas y satíricas, aunque no mal intencionadas, sobre nuestro carácter nacional.


Montevideo, durante los meses de invierno (junio a agosto) tiene clima frío. El suelo es fértil y produce trigo excelente; fréjoles, maíz, melones y frutas europeas en abundancia, como manzanas y duraznos. En los campos hay gran cantidad de ganado vacuno y caballar, aunque no en la proporción de épocas anteriores. Esto último se atribuye al estado de anarquía en que ha vivido el país antes de la ocupación portuguesa.


Los principales artículos de exportación son el sebo y los cueros que se envían a Inglaterra, así como el tasajo que se destina al Brasil. El comercio ha aumentado considerablemente desde que se restauró la tranquilidad en Buenos Aires porque había llegado a tal extremo la inestabilidad de los gobiernos en esta última ciudad que —durante varios meses— resultó más conveniente descargar los barcos en Montevideo .con el pago del consiguiente derecho de aduana, que correr el riesgo de una dificultosa navegación de cien millas más, para pagar después un derecho de importación exhorbitante o sufrir una pérdida en el cargamento por los gastos de contrabando. Las principales importaciones consisten en artículos manufacturados ingleses y en productos de países más cálidos, como el café y el azúcar del Brasil.


El aspecto del país no tiene nada de tropical; los botánicos extranjeros que han estudiado su flora declaran que el género de plantas es por lo general el de los países de Europa.


La población de Montevideo era de unos quince mil habitantes; ha disminuido en los últimos años por la situación de desorden en que vivió toda la región. Al presente el número de habitantes será de diez mil, comprendidos los negros que cuentan en escasa proporción.


Es singular que los españoles tardaran tanto tiempo en tomar posesión de este sitio y en fortificarlo si se considera que ofrece el único puerto seguro de alguna extensión en todo el río; el hecho resulta más extraño si se tiene en cuenta que los portugueses amenazaban con hacer una fundación como habían fundado la Colonia para asegurar el contrabando general a través del río. Con todo esto. San Felipe de Montevideo no se pobló y fortificó por los españoles hasta cincuenta años después que los portugueses ocuparon la Colonia. La bahía se halla protegida por el Cerro. A veces, cuando el agua está baja, los barcos grandes suelen tocar el fondo al aproximarse a la costa, pero como es blando y fangoso no experimentan mucho daño. Sin duda Montevideo es el mejor puerto existente en el Río de la Plata.


La estructura geológica en las orillas de este gran estuario, es muy interesante porque pone de manifiesto la separación existente entre una formación primitiva y otra posterior de un terreno secundario. En la parte norte, o sea del lado de Montevideo, las rocas están constituidas por granitos, gneiss, arcilla, greenstone, mientras en la costa sur se encuentra una piedra caliza en forma de estalactita de un color blanco amarillento entre capas de greda.


Las únicas minas existentes en Montevideo se hallan en el punto denominado Las Minas, a quince leguas de la ciudad. No se habían efectuado trabajos recientes, y al parecer nunca han sido éstos muy productivos. Aunque no tuve ocasión de visitar las minas, me exhibieron algunos muestras de minerales: se trataba de galena entre una ganga de piedra caliza.


El inmenso río de la Plata, formado por el caudal del Pilcomayo, del Paraguay, el Paraná y el Uruguay, puede ser considerado como el desagüe de la hoya central de esta parte de América del Sur. Las aguas que corren de las montañas del Brasil —en su parte occidental— y de la vertiente oriental de los Andes, así como las que vienen de las cadenas intermedias de Córdoba y Tucumán, confirmarían lo que acabo de decir. Dada la extensión de llanura que deben atravesar estos ríos, la velocidad de su corriente no es muy considerable. Ofrecen grandes ventajas al país y por medio de canales podría facilitarse el transporte de artículos y productos desde toda la parte oriental de los Andes.


La posesión de la margen septentrional del río de la Plata había sido codiciada siempre por los portugueses; así lo atestiguan las guerras, tratados y trueques entre España y Portugal desde la fundación de la Colonia del Sacramento, frente a Buenos Aires. Poco después de estallar la revolución en las antiguas colonias españolas, se presentó a la corte de Río de Janeiro la oportunidad de realizar sus propósitos. Encontró el pretexto en la actitud de Artigas y otros jefes revolucionarios, en los desórdenes que provocaron y en las supuestas incursiones que habrían realizado sobre la frontera de la provincia portuguesa de Río Grande. En consecuencia, hizo el gobierno portugués marchar un ejército que tomó posesión de la fortaleza de Montevideo, de toda la costa norte del río de la Plata y de la Banda Oriental, o sea la costa oriental del río Uruguay. Esta ocupación tiene la mayor importancia para Portugal porque se trata de una región fértilísima y porque con ella tiene la llave del río de la Plata. De ahí que levantara la protesta de todas las provincias argentinas y sobre todo de Buenos Aires. Esta última no podía permanecer tranquila mientras el río de la Plata pasaba a manos de un estado extranjero contra el cual mediaba un sentimiento de animosidad creado por agravios tradicionales. La región ocupada por los portugueses era la más fértil y boscosa; como remate, el dominio del río de la Plata, otorgaba a Portugal un serio control sobre todos los ríos del país. Podrá parecer de peso el argumento según el cual, desde el punto de vista geográfico, el territorio oriental debe pertenecer al Brasil; Buenos Aires y las demás provincias no lo admiten y sostienen que, políticamente, el Uruguay no debe pertenecer jamás a ese país; añaden que, de acuerdo al argumento geográfico, también Portugal debería unirse a las provincias españolas, a las que originariamente perteneció. No cabe duda de que si la situación de las provincias argentinas hubiera estado más consolidada y el Barón de la Laguna se mostrara menos liberal, ya se habría intentado algo para arrancar esa región de manos de sus actuales ocupantes.


En julio de 1821, cuando las Provincias del Río de la Plata ofrecieron por primera vez una promesa de estabilidad, se creyó posible la recuperación de Montevideo. Los portugueses arbitraron entonces un recurso para asegurar la definitiva y tranquila posesión del territorio. Se resolvió reconocer la independencia de Buenos Aires a fin de acallar los clamores de esa Nación y al mismo tiempo realizar en Montevideo un plebiscito para que sus habitantes decidieran si querían unirse al Brasil o formar una república independiente. Hiciéronse todos los esfuerzos posibles para obtener una solución favorable al plebiscito. Considerados los beneficios que trajo a la ciudad la ocupación portuguesa y los robos y saqueos ocurridos antes de ese hecho, no es de sorprender que los habitantes hayan preferido quedar en poder de Portugal, formando parte del gran imperio del Brasil. Por la constitución del Brasil, la Provincia Cisplatina se considera federalmente unida al imperio y como el Barón de la Laguna ha hecho pública su obediencia, permanece todavía en el mando. Este negociado de Montevideo dejó a los porteños poco satisfechos. Fue reconocida —es verdad— su independencia, pero se retenía la Banda Oriental y aquello aparecía como asunto de toma y daca. Parece más que probable que, tan pronto como las provincias adquieran fuerza suficiente, se intentará el desalojo de los brasileños, pero el éxito de la empresa será muy problemático por la falta casi absoluta de una marina de guerra en las Provincias Unidas.


Artigas, después de derrotado por los portugueses, entró en la provincia del Paraguay y fue confinado al interior como prisionero. Difícil parece que puede recobrar su libertad. Había llevado a cabo tales estragos entre el numeroso ganado de la campana, que se le temía en todas partes.


La hermosa provincia del Paraguay provee a estas regiones de la yerba mate, producto de enorme consumo. Poco es lo que se conoce de esta provincia debido a las severas medidas que impiden su comunicación con las vecinas.


El Paraguay alcanzó fácilmente su independencia y el gobernador español Velasco alternó en el gobierno con el jefe revolucionario Francia, paraguayo, que, habiendo obtenido un título en la Universidad de Córdoba, era más conocido por “el Dr. Francia” 2. Esta administración, como puede suponerse, duró poco tiempo; Francia se desembarazó de su colega, declarándose Dictador del Paraguay y poniendo a dos sobrinos suyos como secretarios.


En 1810 salió de Buenos Aires una expedición bajo el mando de Belgrano para atacar al Dr. Francia. Avanzó el ejército durante varios días por las selvas paraguayas sin encontrar un solo enemigo y pensaron que podrían llegar a la Asunción sin ningún obstáculo. Pero, una noche, poco después de acampar el ejército, fueron descubiertos algunos fuegos en las cercanías y llegó un trompa con una comunicación de Francia. Decía en ella que no deseaba la efusión de sangre y estaba dispuesto a garantizar la retirada de las tropas de Buenos Aires, pero que, si continuaban avanzando, cargaría Belgrano con las consecuencias de su indiscreción. Ante esta requisitoria, el jefe porteño, después de algunas vacilaciones y viendo que estaban cortados sus recursos, ignorando también el número de sus enemigos, consideró más prudente retirarse. Todas las noches, mientras permanecía en territorio paraguayo, Belgrano vióse rodeado de igual manera y pudo considerarse satisfecho al escapar de aquel peligro que le amenazaba de continuo.


Desde el año 1810 —año en que fue depuesto Velasco— hasta 1816, la yerba se exportó como anteriormente en grandes cantidades. Según M. Bonpland, el árbol que produce la yerba es una especie de ilex. En 1814 llegaron a Buenos Aires no menos de veinte mil fardos o tercios de yerba, pero desde 1816 el Dictador permite apenas la exportación, y eso en cambio de pólvora y armas. En uno o dos casos el trueque se ha llevado a cabo por instrumentos o aparatos científicos. No entraré en detalles sobre el modo de preparar las hojas de la yerba porque ha sido explicado a menudo y con bastante exactitud por algunos publicistas. La yerba que se trae del Paraguay es de todo punto superior a la brasileña y la diferencia se atribuye exclusivamente al método empleado en la elaboración. Porque esta especie de ilex, siendo producto de un clima cálido, es más natural que se desarrolle mejor en Brasil que en el Paraguay y sólo prospera en la región norte de este último país. Debido a la prohibición implantada por Francia, los brasileños tienen ahora una gran fuente de riqueza en la preparación de yerba y abastecen a las Provincias Unidas y a Chile. Para Chile destinan una clase de yerba más fuerte porque el frío de la cordillera —según creen— quita sabor a la yerba común. Los brasileños consumen poco este artículo.


Por las circunstancias antedichas, el precio de la yerba es bastante alto, unos doce reales o sea seis chelines y seis peniques la libra, pero hay tanta demanda que la pagarían a cualquier precio. Los extranjeros se aficionan a ella lo mismo que los nativos y celebran sus buenos efectos.


El Dictador Francia tiene, sin duda, sus vistas políticas propias, cuyos secretos no es fácil descubrir. Se abstiene cuidadosamente de participar en las disputas de las demás provincias aunque se le invite a intervenir en ellas, pero guarda una neutralidad verdaderamente armada.


—Este Francia —me decía una vez el gobernador de Córdoba —este Francia del que no sabemos nada...


Sostienen algunos que se trata de un ex-jesuita, otros que conserva el país para devolvérselo al Rey de España y todos lo vilipendian porque no permite sacar yerba del Paraguay. Sería difícil asegurar si el Dr. Francia procede así por evitar la muerte de algunos súbdito en la cosecha de yerba —porque se trata sin duda de un trabajo perjudicial a la salud— o bien porque tema que el comercio facilite la entrada de extranjeros y con ellos la introducción de las nuevas ideas. Lo cierto es que persiste en su plan.


Bajo tales condiciones, poco es lo que se conoce con certeza sobre el interior del Paraguay. Se dice, sin embargo, que el pueblo está satisfecho bajo este orden de cosas; que la población aumenta y goza de buena salud. Calculase en doscientos mil el número de habitantes blancos, excluidos los indios. El Dictador gobierna en forma despótica y no castiga nunca con la muerte sino con prisión perpetua. Hace algunos años zanjó ciertas dificultades políticas de una manera inesperada: Decretó que el gobierno del país sería en adelante esencialmente popular y que debía celebrarse un congreso de mil diputados elegidos entre todas las clases del pueblo para arreglar los asuntos generales y establecer la nueva forma de gobierno. Los miembros del congreso vinieron de las más diversas regiones a la Asunción con la obligación de reunirse en esa ciudad. Allí, después de dirigir un mensaje al Dictador, pusiéronse al trabajo. Al cabo de tres días, y como no recibiesen sueldo ni gaje alguno, seguros por otra parte de que sobrevendría la ruina de sus propiedades rurales y de sus familias, se dirigieron en corporación a casa del Dictador y depositaron nuevamente el poder en sus manos declarando que estaban satisfechos con su gobierno. Terminaron pidiéndole permiso para volver a sus casas. Su Excelencia, disimulando ]a satisfacción por el éxito de su plan, respondió que se reservaba la facultad de llamarlos otra vez y haría uso de ese derecho si se producían quejas o murmuraciones; en tal caso, los diputados debían prepararse para un período de sesiones que duraría por lo menos seis meses.


Con el empleo de sus instrumentos científicos, el doctor Francia ha podido aumentar considerablemente su prestigio entre el pueblo. Todas las noches sale de la casa de gobierno con sus aparatos y le acompañan cantidad de personas; examina las estrellas, hace sus cálculos y después se retira entre la admiración de la multitud.


El Sr. Bonpland, que acompañó a Humbolt en su viaje por las regiones equinocciales del Nuevo Mundo y que con sus investigaciones de botánico dio más valor a las exploraciones del ilustre prusiano, se estableció después en Buenos Aires. En 1820 recibió una invitación de Francia para continuar sus investigaciones en el Paraguay; afectaba con ello el deseo de estimular los trabajos científicos. Le ofreció también facilidades para el estudio de la flora paraguaya, sólo conocida por los trabajos de Azara. El ofrecimiento era tentador; los amigos de Bonpland le hicieron ver, sin embargo, el riesgo que corría poniéndose en manos de Francia porque anteriormente varios europeos —entre los que se encontraban el médico Dr. Powlett y un constructor de barcos, ingleses todos— fueron a la Asunción y no se les ha permitido salir hasta ahora.


A despecho de estos ejemplos en que aparecía la mala fe de Francia, Bonpland salió de Buenos Aires en su primer viaje a Entre Ríos, provincia situada al sudoeste del Paraguay entre el Paraná y el Uruguay. Dícese que Bonpland recibió allí órdenes del Dictador para que no avanzara porque había oído decir que, como otros franceses, Bonpland había tenido intervención en los negocios políticos de Buenos Aires. El botánico siguió a las Misiones, al oeste de la provincia de Corrientes, donde —según me dijo Madame Bonpland— pudo formar grandes colecciones en distintas ramas de la Historia Natural. Después volvió a Entre Ríos dedicándose al cultivo de la yerba en sociedad con un escocés. Esto provocó la oposición del Dictador paraguayo y la empresa no duró mucho porque Francia envió una partida río abajo para prender a los que consideraba sus enemigos. Los escoceses, más prevenidos, escaparon, pero Bonpland tuvo la desgracia de caer preso. No se conocen exactamente los detalles de la captura, pero lo cierto es que el botánico fue apresado y todavía se halla prisionero aunque tiene libertad para dedicarse a investigaciones científicas en el país.


Ahora quedan pocas esperanzas de que el mundo científico pueda beneficiarse con las investigaciones de Bonpland; éste se halla incomunicado y son muy escasas las probabilidades de fuga. Sería mucho de desear que el comandante en jefe de las fuerzas navales inglesas de estación en la América del Sur, tomara en arrendamiento un buque pequeño y proveyéndolo de armamento, destacara un oficial en comisión ante este emperador chino aparecido en occidente, a fin de que se hiciera el canje de los ingleses o europeos que hayan caído en sus garras, algunos de los cuales tienen familias que lamentan sus desaparición. Dicho plan humanitario podría servir también para obtener algunas ventajas en favor de los comerciantes ingleses, empleando al efecto buenas palabras 'y pequeñas dádivas que surtirían excelentes resultados. Es el mejor procedimiento que podría ensayarse.


Esta larga digresión, ha tenido por objeto dar una idea de un país acerca del cual se ha hablado como de ningún otro de América del Sur con motivo del sistema admirable que los jesuitas lograron implantar en él. A tiempo de recibir las últimas noticias de Buenos Aires, no se había experimentado ningún cambio en la situación del Paraguay y no es probable que se produzca, aun en el caso de la muerte del Dictador. El sistema adoptado por él se asemeja mucho al de los jesuitas y quizás se dirige a mantener la provincia tranquila y feliz. Debido a la naturaleza del terreno y al ejemplo de la retirada de Belgrano, ninguna de las otras provincias —deseosas sin duda de atacar al país de la yerba mate— osaría llegar al territorio del doctor Francia.


Volviendo a Montevideo, diremos que la vía más indicada para trasladarse hasta Buenos Aires es la .fluvial. El viaje por tierra ofrece dificultades porque se hace necesario atravesar los varios ríos que desaguan en el Plata, el que hay que cruzar también en último término por una distancia de veinte millas y utilizando buques pequeños con los riesgos consiguientes.


Nosotros partimos de Montevideo el 3 de febrero y el Alacrity navegó rumbo a la orilla opuesta para seguir remontando el río. Ya me he referido a las dificultades que ofrece la navegación. Anclamos por la noche; al día siguiente por la tarde estuvimos en la rada exterior de Buenos Aires. Habíamos dejado hacia la izquierda el pequeño puerto y río de la Ensenada de Barragán. Está lleno de restingas y es muy peligroso, pero asimismo varios buques de mucho calado habían sido reparados allí. Este puerto se encuentra a unas doce leguas de Buenos Aires.


Por la escasa profundidad del río, los buques no pueden abordar en Buenos Aires y vense obligados a descargar en lanchas pequeñas. Muchos carros tirados por un solo caballo van y vienen sobre la playa de arena conduciendo pasajeros.


La vista de Buenos Aires desde el río es muy distinta de lo que puede imaginarse. El asiento de la ciudad no es tan bajo como lo suponen los viajeros; la costa es bastante alta sobre el nivel del agua y más levantada en la curva que hace el río en ese lugar. La ciudad cubre una gran extensión de terreno y tiene una edificación uniforme como en general todas las ciudades españolas; los campanarios de las iglesias y conventos, por su buena distribución, contribuyen a la mejor apariencia del conjunto. El Fuerte ocupa el centro de la ciudad por el lado del río y domina la costa y la Plaza Mayor. Es de poca importancia, de forma irregular y con cañones de diversos tamaños. Son escasos los edificios públicos dignos de mención. Las iglesias de Santo Domingo, San Francisco y San Nicolás merecen una visita. Las casas son, por lo general, de techo plano, llamado azotea y no tienen pisos altos. Hasta hace poco tiempo, relativamente, se construían de barro, pero ahora las hacen de ladrillo y cal. Dícese que un jesuita fue el primero que introdujo y enseñó este nuevo sistema de construcción. La mayoría de las casas tiene un gran patio central con un aljibe porque es muy deficiente la provisión de agua. El agua del río se tiene por malsana y se abren pocos pozos debido a que el espesor de la capa de greda los hace muy caros. Las calles son bastante anchas, pasablemente limpias y provistas de aceras.


Esta fue la primera impresión que recibí de Buenos Aires al entrar en la ciudad el 5 de febrero de 1821.