Viajes por América del Sur
Capítulo 4
 
 

Ingresos. — Deuda pública. — Seguridad interna y externa. — Ataques de los indios.



Desde el año 1776, en que las provincias del Río de la Plata fueron organizadas en Virreinato, hasta el momento de las invasiones inglesas de 1806, los ingresos del erario español, rara vez pasaron de los 700.000 pesos. Cuando se considera la extensión de este antiguo virreinato, así como la riqueza de algunos de sus distritos mineros (Potosí, La Paz, Oruro) y los impuestos que pesaban sobre la población, no puede menos de sorprender que el monto total de las entradas fuera tan escaso. Las gabelas entonces existentes eran muy numerosas y opresivas. La Alcabala, o impuesto del 3, 4 y 5 por ciento sobre todas las ventas y reventas, era uno de los impuestos que habían provocado mayor descontento y fue abolido después de la revolución por todos los nuevos gobiernos si exceptuamos el Paraguay. Los derechos de tonelaje, venta de bulas papales y el quinto real sobre el oro y la plata, eran clasificados arbitrariamente y cobrados con toda severidad. El tributo pagado por los indios, formaba un item aparte. Cuando los sucesos de la revolución abrieron el comercio al resto del mundo, el Gobierno continuó, sin embargo, con los mismos pesados tributos y derechos de aduana, y, como debido a las circunstancias que se atravesaban, los impuestos al comercio interior no eran suficientes, resultó que la renta del Estado vino a depender principalmente de los derechos aduaneros.


Los gastos eran muy onerosos y las varias expediciones organizadas por Buenos Aires —y destinadas a todas las regiones del continente— así como las grandes sumas de dinero otorgadas a Chile y a la Banda Oriental, vinieron a probar que los gastos excederían a las entradas, año tras año, desde que se inició la Revolución. El gobierno, como todo economista novel, trató de resarcirse del déficit aumentando la tasa de los impuestos, sin poseer ninguno de los medios de que disponen otros países para reprimir el comercio ilícito. Los comerciantes extranjeros, más de una vez estuvieron a punto de abandonar el país para eludir el pago de contribuciones forzosas. Así que llegaba un barco a puerto, los mismos oficiales de la Aduana proponían la descarga clandestina, y si el capitán, por escrúpulos de conciencia no se avenía con lo propuesto, encontraba de inmediato todas las dificultades que podían oponérsele por parte de quienes habían propuesto el tráfico ilícito. Más de una vez se hicieron reclamaciones ante el gobierno exponiendo que se habían propuesto tarifas especiales para la introducción de algún cargamento próximo a llegar. Tales hechos dieron lugar a que muchas mercaderías fueran desembarcadas en Montevideo y después introducidas clandestinamente en la provincia. Las guerras civiles han dificultado mucho, sin duda, el cobro de los impuestos interiores: los diezmos, por ejemplo, que antes constituían una de las principales fuentes de ingreso, no han producido nada. De todo esto puede deducirse el estado a que había quedado reducido el tesoro público antes de que el gobierno actual llegara al poder.


En julio de 1821, el gobierno se dedicó especialmente al arreglo de las finanzas y un señor Wilde, inglés, formuló varios proyectos destinados a la reorganización de la aduana. Poco después quedaron establecidas las nuevas tarifas, en escala más reducida. El decreto lleva fecha 21. de agosto. Según este decreto pagan el 5 % de derechos de aduana: el azogue, las máquinas de toda clase, los enseres de labranza, los instrumentos científicos, las imprentas, las imágenes en talla, la lana, pieles, relojes, bujerías y todos los géneros y artículos para manufacturas. Pagan el 10 % las armas, la pólvora, la seda en bruto y manufacturada. Otros artículos no incluidos en la lista anterior pagan el 15 %, a excepción del azúcar, té de la China, café, cacao y yerba mate que deben pagar 20 %. Los carruajes, muebles, sillas de montar, vinos y licores de toda especie pagan el 25 %.


Los derechos de exportación son los siguientes: 1 real por cada cuero de vacuno; Vi real los cueros de caballo y de mula; 1 % el oro acuñado y 2 % el trabajado; 3 % la plata acuñada y 4 % la trabajada o en pina; productos del país 4 %; los granos del país y las harinas, si son exportados en barcos nacionales —así como todas las manufacturas del país y las cerdas—, están libres de derechos. La yerba mate que se introduce por tierra paga el 10 %. El arancel establece que pueden extraerse los objetos de la aduana para internarlos al país sin pagar otros derechos, una vez obtenido el correspondiente permiso, Tan pronto como este arancel fue puesto en vigencia, se dejó sentir un gran aumento en la renta de aduana. Es de saber que en los últimos cuatro meses de ese año, se habían cobrado 288.079 pesos y en el año 1822 la renta de aduana ha subido a casi $ 2.000.000. En los seis primeros meses de 1823 la renta de aduana subía ya a 955.882 pesos, lo que demuestra un continuo aumento. Otra considerable fuente de ingresos es el papel sellado y las patentes. En el primer cuatrimestre de 1821, el ingreso alcanzó a $ 12.313, pero, como después se aumentó el papel sellado para los permisos de pulperías, las entradas fueron considerables. En el primer trimestre de 1822, el ingreso por papel sellado fue de $ 31.037 netos, de los cuales $ 21.000 correspondían al papel sellado adicional para los permisos de pulperías. El total de los ingresos por ese año, llegó a $ 74.789. En el año siguiente fue grande el aumento en el renglón del papel sellado y demostró que a esto más que a otra cosa, se debía la creciente prosperidad de la provincia: desde el 1° de enero al 31 de julio, esos ingresos llegaron a la suma de $ 86.635.


Durante los últimos disturbios, la escasez del tesoro llegó a tal extremo, que por repetidas veces fueron exigidas contribuciones personales. Este modo de arbitrar recursos fue sancionado por el tiempo, y últimamente ya se daba por establecido que cada individuo debía contribuir con su cuota correspondiente, según su posición. No parece, sin embargo, que el porcentaje hubiera sido fijado antes de mi llegada a Buenos Aires. Hacia fines de 1821, fue publicada la reglamentación correspondiente a las contribuciones: los comerciantes deben pagar 8 por 1.000; los manufactureros, 6; criadores de ganado, 2; quinteros, 1 por 1.000 pesos; todas las otras clases $ 2 por 1.000; si el capital no excede de $ 2.000 y se trata de una persona casada, está exenta de contribución. Todos deben pagar esta contribución, salvo que el capital no llegue a $ 1.000.


Los derechos de puerto han sido muy modificados: en 1822, llegaban apenas a $ 8.407. Los barcos nacionales y todos los que comerciaban en las costas de Patagonia, parecían eximidos de todo derecho. Por lo que hace a los buques extranjeros, es razonable suponer que el Estado los hubiera colocado en el mismo pie que los suyos propios si una concesión parecida le hubiera sido acordada por otros estados; hoy los barcos nacionales son tan escasos que difícilmente podrán beneficiarse con un acto de reciprocidad semejante.


El correo también ha sido reorganizado y se han establecido correos a Chile, Montevideo y el interior. Los ingleses, que, en consideración a su comercio tenían el privilegio de recibir sus cartas directamente sin que pasaran por la oficina del correo, han sido colocados en el mismo pie de igualdad con los demás habitantes.


En diciembre de 1821, el gobierno estimó conveniente abolir por entero el opresivo impuesto llamado Alcabala y unos doce meses después fueron abolidos también los diezmos, para siempre.


El monto de todas estas fuentes de


ingreso llegó en 1821 a poco más


de............................... 1, 000,000 = £343,743:15


1822 aumentó a.......... 2, 519,094 = £566,793: 3


1823, — y deben tenerse en cuenta los


sucesos ocurridos, así como cierta


estagnación debida a los ataques


de los indios.................3, 000,000 = £675,000: 0



Examinemos ahora los gastos que tiene el Estado. Como lo hemos dicho, en los primeros años de la Revolución las demandas que se hicieron al tesoro para cuestiones urgentes de la guerra, no permitieron al gobierno desenvolverse con los arbitrios ordinarios para alcanzar sus recursos. Por eso hubo de recurrirse a los empréstitos que se obtuvieron con la garantía de la renta aduanera. Algunos de esos empréstitos, fueron de carácter forzoso y otros tuvieron origen en la liberalidad y el patriotismo del momento. Como los gobiernos cambiaban de continuo, nunca pudo examinarse el estado de la deuda en cada uno de ellos: resultaba una tarea desagradable. Por lo demás, considerábase difícil satisfacer siquiera una parte de la deuda; de ahí que se estimara también como trabajo inútil el examen de los diversos reclamos y la posible solución de los mismos. Cuando el gobierno de don Martín Rodríguez logró consolidarse, fue ordenado el estudio y examen general de la. deuda pública, su monto, su origen, fecha de los empréstitos y las garantías con que contaban. De este estudio resultó que el total llegaba a unos cuatro millones y medio de pesos. Entonces se acordó la consolidación de la deuda creándose un fondo de amortización para proveer a su extinción gradual.


La cantidad cancelada en


1821 fue de.. .. .. .. .. ........... pesos


1822 .. .. .. .. .. .. ...... 643,791 pesos


1823 hasta julio .. .. 213,000 pesos



Al parecer, la intención del gobierno consiste en destinar anualmente $ 300.000 con ese fin y pedir a los gobiernos de Chile y Perú que concurran a la liquidación de la deuda, dado que en una gran proporción fue contraída en provecho de esos pueblos. Hasta ahora el gobierno de Buenos Aires no ha contraído empréstitos en Europa y debido a ello está en mejores condiciones que otros países del Nuevo Mundo para tratar con los capitalistas. No pueden dejar de sorprender los esfuerzos realizados por esta provincia en las luchas por la independencia; más de una tercera parte de su renta ha sido invertida en esa guerra y puede decirse con toda verdad que a la provincia debe la causa patriota su verdadera existencia. Hasta el primer semestre de 1823, Buenos Aires no había cejado en sus esfuerzos, aunque un enemigo de distinta naturaleza había golpeado a sus mismas puertas. Para terminar con este punto diré que, si bien no se advierte ningún superávit, las finanzas se hallan en excelentes condiciones y si la provincia puede librarse una vez por todas de los ataques de los indios y de la pesada carga de la guerra en Chile, pronto podrá pagar su deuda nacional y habrá de verse muy floreciente. También es de esperar que con el tiempo el comercio nacional irá en aumento hasta permitir concesiones en favor de las mercaderías que sólo tienen que pasar por la capital (Buenos Aires); algunos otros derechos de tránsito que impusieron las provincias fronterizas podrían contribuir a calmar la irritación que hoy existe contra Buenos Aires en lo relativo a este asunto.


Para la seguridad interna, se han creado algunos cuerpos de ciudadanos armados, en momentos de peligro. El cuerpo de Cívicos y los Cuerpos del Orden, deben su organización a los disturbios internos que en algunos casos ellos mismos han contribuido a fomentar en lugar de evitarlos. En casos de emergencia, los dichos cuerpos patrullan las calles de la ciudad. Hasta no hace mucho, las funciones de policía fueron ejercidas por el Cabildo o Municipalidad, pero tal sistema fue modificado por Rivadavia. Se nombró un jefe de policía, que fue destituido a consecuencia de la revuelta de marzo de 1823 y reemplazado por otro. Antes de este cambio, apenas podía decirse que hubiera policía en la ciudad y aunque varias veces fue” alterada la tranquilidad de la población, la verdad es que en otro país y bajo idénticas circunstancias, los desórdenes hubieran sido mucho mayores. La beneficencia, ejercida en diversas formas, estaba también a cargo del Cabildo pero ahora Rivadavia ha creado para ese efecto establecimientos parecidos a los ingleses y ha exhortado a los habitantes a constituir sociedades benéficas.


Por lo que hace a la defensa exterior de la provincia, estaba encomendada durante mi residencia en Buenos Aires, a un regimiento de negros compuesto de ochocientos hombres; ésta es en realidad la única tropa que puede ser llamada regimiento regular. Estaba formándose también entonces un regimiento de caballería bajo el comando del coronel La Madrid, y don Martín Rodríguez trataba de formar un ejército de cinco mil hombres. De entonces acá se han formado tres regimientos de caballería y la infantería se ha fortalecido mucho. La milicia era numerosa pero desorganizada. En cuanto a las fuerzas de Buenos Aires que ahora luchan en el Perú, se hace difícil calcular su número, aunque parece que en el momento actual no son muchas.


La fuerza naval de la República es insignificante y aunque sólo se tratara de defender la provincia de Buenos Aires, existen grandes dificultades para armar una flota. Ningún barco del tamaño de una fragata puede acercarse a más de cuatro o cinco millas de la ciudad. La Ensenada es un puerto mediano. Por otra parte, la región está completamente desprovista de maderas adecuadas para construcciones. Si el puerto de Montevideo volviese a poder de Buenos Aires, habría esperanza de aumentar la fuerza naval; tampoco faltaría madera en abundancia si se produjera un cambio en el sistema adoptado por el Paraguay. En último caso, podría traerse madera del Brasil. Sin duda cuando la situación se encuentre más consolidada este asunto será objeto de singular atención para el gobierno.


Se ha dicho que los indios del sur de Buenos Aires forman varias parcialidades o naciones; y ya sea por suposiciones erróneas o por datos de quienes se habían internado en el país o venían de la costa del mar, lo cierto es que los mapas de esta parte del mundo incluyen nombres de infinitas naciones indias, cuyos límites, cuando se señalan, aparecen mal definidos. Los padres jesuitas no se arredraron ante las tribus más crueles del norte, cuya mala disposición supieron dominar en poco tiempo, pero no han tenido el mismo resultado con los indios del sur, debido a su mala condición y a la vida errante que llevan. Diríase que al final perdieron la esperanza de someterlos. Entre esta larga lista de tribus, si ponemos aparte las que están en contacto más inmediato con los pobladores de la campaña de Buenos Aires y las del sur del continente —cuya naturaleza ha sufrido algunos cambios debido a la severidad del clima— tengo para mí que el resto forma una sola nación, de lengua y hábitos comunes. Se ha creído que los Andes formaban una verdadera división entre las naciones indias pero el hecho es que, al sur de los 37° de latitud, no puede decirse que esas montañas formen una línea divisoria porque el pasaje se realiza por ahí con frecuencia y con tal facilidad, que hay noticias de que pasan hasta los carros sin dificultad alguna. Existen fundados motivos para creer que los indios del Este de la cordillera, conocidos bajo el nombre de Aucaes, Puelches y Pehuenches, son los mismos que los Araucanos de Chile. Según noticias de los primitivos misioneros y otras fuentes autorizadas, pocas dudas quedan respecto a la identidad existente entre los aucaes y los araucanos de Chile. Los primeros se parecen en sus hábitos y costumbres con la gran masa de las naciones indias. El gobernador de Valparaíso, que cruzó la cordillera muy hacia el sur, opinaba también que, de existir alguna diferencia —lo que no creía— era muy insignificante. Parece ser que estas tribus viven en paz y no puede decirse lo mismo de las que pueblan los territorios al norte de Buenos Aires. Sus costumbres han sido descriptas por diversos autores. Son valientes, capaces de soportar largas fatigas, y el caballo —que manejan con maravillosa destreza— les sirve también de alimento. Los indios que tuve oportunidad de ver en Buenos Aires —en una de cuyas calles estaban establecidos y trabajaban— eran altos, bien proporcionados, de largos cabellos negros y rostros amarillentos. Tenían en verdad muy buena apariencia. Desde que comenzaron las diferencias entre los pobladores de la campaña de Buenos Aires con los indios pampas, raro es el año en que no se han producido robos de ganado y algunas agresiones por parte de los indios. Después de la guerra de 1740, la paz se hizo en una forma que dio a los indios conciencia de su propia fuerza y de su importancia. Como los españoles fueron derrotados completamente, creyeron prudente hacer la paz a cualquier precio, y sin tener en cuenta la opinión de los misioneros jesuitas que pusieron fin a la guerra, se dispuso que los prisioneros indios fueran dejados en libertad incondicionalmente, mientras debía pagarse rescate por los cautivos españoles. En 1767, los indios atacaron otra vez a Buenos Aires, furiosamente; devastaron todas las tierras cultivadas próximas a la ciudad, arrearon todo el ganado y —lo que fue peor— se llevaron también con ellos muchos cautivos. Según Falkner, de las dos partidas españolas que salieron en aquella ocasión, escaparon solamente diez individuos. Una gran tropa salió después en persecución de los indios pero creyeron más prudente dejarlos retirar sin hacerles hostilidades. Cabe decir que las cualidades atribuidas a las tribus indias de América del Sur, con pocas excepciones, les son muy desfavorables. Los mismos jesuitas —que las conocían bien y que en sus relatos atenúan en lo posible sus vicios— no pueden negar la crueldad, la indolencia, y los hábitos supersticiosos que las caracterizaban. Quizás la nación guaraní, —una de las más numerosas— quedaría exceptuada de esta censura general pero debe tenerse en cuenta que los guaraníes fueron los primeros indios sujetos a los piadosos cuidados de los jesuitas y siempre vivieron bajo su tutela. Así pudieron mantenerlos apartados de los soldados españoles y en la ventajosa ignorancia de todos los vicios que degradan al hombre.


Los franciscanos, que habían contribuido a la evangelización, tuvieron de pronto en sus manos toda esa tarea cuando los jesuitas fueron obligados a dejar el país. No hay duda de que pusieron empeño en la conversión pero, sea por carencia de aptitudes o por falta de verdadero celo, lo cierto es que los mismos indios que en tiempo de los jesuitas fueron prosélitos fervorosos, se encuentran ahora relapsos, agregando a sus vicios naturales la larga lista de otros adquiridos de los europeos. Esto puede aplicarse a casi todas las tribus indias: llevan ahora una vida más inquieta y miserable que antes del descubrimiento. Los independientes —dicho sea en su honra— han abolido la capitación y la mita o servicio personal pero las guerras civiles no les permiten ocuparse de estas tribus que han aumentado en número. Algunas de ellas se alistan bajo las banderas de los diferentes caudillos. Cuando estuve en el cuartel general de López, gobernador de Santa Fe, había en su ejército unos ochenta indios más inclinados al pillaje que a la disciplina militar.


En los últimos años, los ataques de los pampas han sido más frecuentes. Cuando hice mi viaje a Mendoza, los indios estaban levantados hacia la parte norte de la pampa y los acaudillaba José Miguel Carrera, uno de los jefes chilenos descontentos. Como se verá más adelante, en poco estuve de conocer por experiencia propia los hábitos de vida y costumbres actuales de aquellos salvajes. En 1822, los ataques se han hecho tan frecuentes y tan próximos a Buenos Aires, que el gobernador ha debido salir en persona y ponerse al frente de la persecución, pero la naturaleza del terreno permite que un enemigo fugitivo se encuentre pocas horas después pisándole los talones al perseguidor que se retira. Es fama que los indios tienen el sentido de la vista extraordinariamente desarrollado y esa facultad se encuentra en todos los que tienen sangre india. En la región de la frontera puede verse en las viviendas de los criollos una plataforma de unos veinte pies de alto 1 sobre la cual se mantiene de continuo un muchacho avizorando el horizonte, lo que permite tomarse el tiempo necesario para escapar. Más común es levantar en seguida el puente, abriendo el foso que rodea la casa, y cerrar bien las puertas de la empalizada que la defiende.


En vista de estos repetidos ataques, Martín Rodríguez consideró que el único medio de contener a los salvajes estaba en la construcción de fuertes en sitios adecuados. El proyecto se llevó a cabo estableciéndose una línea al sureste de Buenos Aires, desde Tandil hasta la Sierra de la Ventana. Los fuertes no estaban quizás terminados cuando los indios volvieron al ataque en enero de 1823. Pusieron como pretexto de disgusto la construcción de los mismos fuertes y aparecieron en las cercanías de la ciudad. El gobernador salió en su persecución y estuvo ausente durante seis meses. Rivadavia, gobernador interino, planeó entonces la mejor organización de las milicias y de un tercer regimiento de caballería. En esos momentos, la provincia de Santa Fe y la de Mendoza, mandaron también fuerzas militares para contener la invasión. El 4 de agosto volvió Martín Rodríguez a la ciudad para llevarse toda la fuerza disponible y se puso nuevamente en campaña el 17 de septiembre. Los indios estaban bien apostados a la altura de Tandil y Chapaleofú. Según las últimas noticias recibidas en el mes de noviembre, se hallaban otra vez próximos a Buenos Aires y habían provocado gran pánico. El comercio decrecía notablemente y como predominaba la idea de que los atacantes no eran ya los indios pampas conocidos, sino los araucanos de Chile —que habían atravesado por el Planchón— se temía muy seriamente que el ejército de la provincia no fuera suficiente para rechazarlos y perseguirlos. No creo que estos indios vengan de Chile pero pueden ser araucanos del este porque al mismo tiempo ha sido atacada la parte sur de aquel país por los mismos araucanos que están ahora en contra del gobierno a causa de la conducta observada con los hermanos Carrera. Nunca se dijo si éstos mantenían agentes secretos entre los indios pero me inclino a creer que era así.