En torno a la crisis financiera del Noventa
Orígenes, desarrollo y consecuencias
 
 
La “crisis monetaria”

Cuando concluyó la revolución del 90 y asumieron autoridades, el entonces ministro de Relaciones Exteriores, Eduardo Costa, envió a todas las embajadas argentinas una sucinta explicación de lo sucedido en julio de ese año para que ellas lo transmitieran al gobierno ante el cual estaban acreditadas. Esta nota pude conocerla mientras investigaba en el National Archives (de Washington) los papeles procedentes de nuestra representación en esa ciudad. Se le decía al ministro plenipotenciario Vicente G. Quesada que el “sacudimiento político revolucionario” ocurrido en Buenos Aires se debía a “un malestar económico ocasionado por la crisis monetaria que el gobierno no era suficiente a [sic: para] dominar” y “se había relacionado [con] la organización de un partido político con tendencia revoluciónaria para remover al primer magistrado, en cuyos actos se creía descubrir la causa eficiente de los males que azotaban al país en sus intereses más delicados” 1.

Me voy a referir solamente a ese aspecto que el canciller Costa menciona como “malestar económico ocasionado por la crisis monetaria”, valiéndome de informaciones elevadas por los representantes español, francés e inglés en Buenos Aires, existentes en los Archivos Diplomáticos de los Ministerios de Asuntos Exteriores de Madrid, París y Public Record Office-Foreign Office de Londres, respectivamente 2.


El capital inglés desde mediados del siglo XIX


La historia de los primeros treinta años de la vida independiente de nuestros países iberoamericanos “es la de las obligaciones comprometidas con las finanzas europeas” 3. Casi desde mediados del siglo XIX hasta el 80 se destacan tres hechos característicos en el orden económico: aumento de las transacciones, expansión del crédito y desarrollo de las comunicaciones. Gran Bretaña ostenta en el periodo la hegemonía financiera, comercial y técnica. La sexta parte de las operaciones comerciales realizadas en el mundo durante los últimos cincuenta años del siglo XIX están en manos inglesas. “En suma —dice Schnerb— el mundo tiende a constituirse en un único y grandioso conjunto económico subordinado al capitalismo europeo”4, el cual obtiene grandes rentas. Esos intereses se mezclan en las discordias civiles de cada país con miras a apoyar a los partidos y a los hombres que proporcionan mayores seguridades para continuar aquella expansión. Cuando algún Estado quiere evadirse se espera la ocasión propicia. Esta actitud está claramente expresada en aquellos versos de Ruydard Kipling

”Nuestra herencia es vasta y nuestro parto fecundo ...

... Es más difícil romper nuestros lazos que la vida”

Los capitalistas británicos participaron con entusiasmo en la actividad bancaria de nuestro país. En 1862 formaron el Banco de Londres, Buenos Aires y Río de la Plata, en el que nombraron director residente a Norberto de la Riestra. A los tres años de funcionamiento, distribuía dividendos del 15% y después estableció sucursales en Córdoba, Rosario y Montevideo. Liquidaba intereses en el balance diario y pagaba en £ sobre los caudales convertidos. Ferns sostiene que todo se facilitó porque la “Argentina era un paraíso de los prestamistas”5. Entre 1868 y 1873 Argentina contrajo empréstitos en Inglaterra por valor de £11.700.000, que fueron destinados, casi totalmente, a la adquisición de material en el Reino Unido. Es decir, que aquel capital no salió de su país, sino bajo la forma de mercaderías6. Pero esos capitales no fueron aplicados a la industria nacional porque los productos fabricados en el exterior eran más baratos y técnicamente mejores, comparados con los de fabricación artesanal que iban desapareciendo.


Repercusiones en la Argentina

En ese contexto inversionista y de especulación se incuban las crisis de la economía europea ocurridas en los años 1873-1874 y 1882-1884, que también alcanzaron a nuestro país. Otra crisis cíclica del capitalismo financiero se repite en 1889-1890, que igualmente llegó hasta nosotros y dio nombre a la revolución porteña ocurrida en el 90. En efecto, la depresión europea de los años 80, cuya crisis se produjo en 1885, repercutió en la Argentina. Aquí fue estimulada por las frecuentes emisiones de títulos de la deuda externa y de las provincias, que despertaron algún recelo en las plazas de Londres y París7. Dice Terry que en los comienzos de la presidencia de Roca, “la crisis fatal, con sus engañosas perspectivas [...] se iniciaba ya con lógica inflexible” 8. Como la situación financiera era muy delicada, el Congreso aprobó (5 de noviembre, 1881) la reforma monetaria propuesta por el ministro Romero, que tendía a terminar con las emisiones de papel y a unificar la moneda circulante. Se prohibían los pagos en moneda extranjera y solamente cinco bancos podían emitir billetes. El papel se utilizaría para las transacciones internas y el oro para pagos al exterior. Este régimen de dos patrones monetarios no tuvo larga duración. Entre los años 1882 y 1884, debió afrontarse en metálico el abultado déficit de la balanza comercial y fue necesario enviar al exterior 50 millones de pesos oro para pagar los intereses de 1.000 millones de la misma moneda de capital extranjero aplicado en el pais 9.

Entre 1881 y 1884 se incrementaron notablemente los gastos públicos, incluyendo los del nuevo distrito federalizado, que no alcanzaban ser cubiertos con las recaudaciones del erario. El permanente déficit fiscal llevó a la negociación de nuevos empréstitos en el extranjero, a los que después se fueron acumulando las respectivas conversiones. En la década del 80-90 coexistían los siguientes empréstitos: el de 41 millones de pesos oro para la cancelación de la deuda nacional con el Banco Provincia (que arrancaba de la crisis de 1876); el de ferrocarriles (1880) por £2.450.000; de Obras de Salubridad y Puerto del Riachuelo (1881) por £817.000; de Fondos Públicos (1882) por £1.700.000; de Obras Públicas (1883) por £2.000.000; etc. Entre amortizaciones y prórrogas, en 1891 la deuda exterior era de £105.125.000 y exigía al país la satisfacción de £7.767.076 por año para su servicio10. La deuda pública interna y externa subió tres veces y medio de 1882 a 1884 11. Afirma Terry que desde “fines de 1884 se sentía el peligro de la inconversión y la corrida en los bancos no se hizo esperar y se llevó a cabo en forma de giros para el exterior. En poco días, el Banco Nacional dio giros por 6.750.000 libras y el Banco de la Provincia por 580.000 libras”12. Fue necesario decretar, en enero de 1885, la inconversión por dos años con el objeto de amparar los establecimientos bancarios. El oro valía 121 en enero de ese año y se cotizó a 142 en diciembre.

Para pagar los servicios de empréstitos y otras garantías, en 1884 se compraron importantes cantidades de oro. El representante español en Buenos Aires, Juan Duran, informaba a Madrid ese año que en el anterior se habían observado graves síntomas de desequilibrio financiero debido “al abuso del crédito en el exterior” y de las acciones especulativas de los inversores. Este diplomático señalaba que se avecinaba una crisis para una época no lejana. Acotaba, además, que el excesivo liberalismo en el manejo del crédito externo por parte del gobierno nacional y de las provincias produjo una perjudicial impresión en los mercados europeos, donde los títulos argentinos se cotizaron desfavorablemente. No obstante, se gestionó un empréstito de 20 millones para obras públicas, con el propósito de contener la crisis y facilitar la reactivación de la plaza. El empréstito Morgan y Cía. se colocó “al tipo de 84% con comisión y gastos”13. Pero, a juicio del diplomático Duran, se estaba corporizando la crisis económica y financiera que ya se había vaticinado en la Memoria Comercial del año anterior 14.

Ese año se anunció otra reforma de la Ley de Aduanas, que comenzaría a regir desde el 1° de enero de 1885, con el objeto de “cubrir el déficit” —dice Duran— originado por la suspensión de los derechos de exportación y a compensar los que habían sido reducidos a la mitad. La supresión de aquellos derechos produjo —sigue el diplomático español—una “retracción en el mercado en cuanto a transacciones”15. El gobierno nacional tampoco pudo controlar los envíos al exterior realizados por varios bancos en 1884. Solamente “en un día –escribe Duran– el Banco de la Provincia había girado al exterior 913.000 libras esterlinas”. Agrega que “particulares e instituciones especulaban en gran escala”16.

Toda la prosperidad que supuestamente se vivía hasta 1883, parecía desmoronarse en 1885. El programa de paz y administración anunciado por Roca, comenzaba a “sufrir alteraciones sensibles —dice Duran— confirmadas por el reconocimiento oficial de la crisis”, mediante la imposición del curso forzoso17. En 1885, Pellegrini (en su carácter de representante de! gobierno argentino) logró un acuerdo para que seis banqueros europeos facilitaran un préstamo de 8.400.000 libras esterlinas a la Argentina, pero a condición de que nuestro país no tomara otros préstamos sin el consentimiento de esos banqueros. El gobierno argentino quedaba comprometido a depositar diariamente una parte de sus ingresos aduaneros para pagar los intereses y la amortización del préstamo. Las cuotas debían pagarse en £. Este acuerdo —o “arreglo” Pellegrini— fue ratificado por el Congreso, a pesar de la fuerte oposición que desató. Llegó, pues, más dinero para obras públicas nacionales18.

Hacia fines de la década del 80, la Compañía de trenes Central Argentino distribuía dividendos de más del 20% y, en 1885, sus accciones de 1£ se cotizaban a 3 en el mercado londinense19. En el transcurso de ese año se extendía la falta de confianza y aumentaba la escandalosa “especulación con las contrataciones a oro” que se desarrollaban en la Bolsa20. Se llegó al agotamiento del metálico, decretándose la inconversión21. En octubre de 1886 existía una enorme deuda exterior, presupuesto con déficit, balanza comercial con 28 millones de pérdida. Ese año se había iniciado con malos presagios22. Es decir que el nuevo presidente Juárez Colman se hacía cargo en medio de una grave crisis financiera. El mismo día de la asunción del mando, La Prensa denunciaba el “estado prevaleciente de poca moralidad política en el gobierno”, atribuyéndolo a una desmedida avidez de mando y de riqueza personal23. Antes de quince días de haberse hecho cargo el novel mandatario, el mismo diario señalaba: “lo sólo malo y oscuro que existe en la República es el estado financiero” (26 de octubre de 1886).


El sistema de los Bancos Nacionales Garantidos

Debido a la iliquidez monetaria, en 1886 comenzaron a circular emisiones clandestinas de algunos bancos provinciales. Con el fin de contener esta situación, el gobierno se propuso acrecentar la circulación de billetes, aumentar el capital del Banco Nacional e incorporar oro en el mercado financiero. Para imponer tales medidas el Ministerio de Hacienda elevó en 1887 el proyecto de Bancos Nacionales Garantidos, cuyo objeto era obtener “pluralidad de bancos con unidad de moneda fiduciaria”. Con tal objeto, serían emitidos fondos públicos nacionales y se disponía que los bancos no podrían retirar ni hacer circular ni emitir billetes garantidos sin depositar previamente su valor en oro en el Banco Nacional. Las emisiones estarían garantizadas por los fondos públicos y se aseguraban los beneficios para los inversores nacionales y extranjeros. Mediante este sistema, aquellos fondos públicos se aplicarían al retiro y amortización de los títulos de la deuda externa y ésta se convertía en deuda interna.

El sistema propuesto era copia del modelo norteamericano, pero constituía una alteración del régimen financiero argentino porque si en país del Norte había una gran deuda interna, en el nuestro no existía y con el nuevo sistema se la creaba. En efecto, como los fondos públicos serían aplicados al retiro y amortización de títulos de la deuda externa, ésta quedaba transformada en deuda interna y a oro21, es decir, que toda la deuda interna se “externalizó”25. El proyecto se discutió vivamente en el Congreso durante las sesiones de setiembre y octubre de ese año. Fue atacado por Aristóbulo del Valle y Manuel D. Pizarro en Senadores y Ernesto Colombres en Diputados. Pizarro sostuvo que se producirían serios transtornos en la riqueza pública hasta llevar a una crisis económica. “Yo me temo —afirmó proféticamente— que esto va a producir el empapelamiento general de República.”

La propuesta quedó aprobada (3-XI-1887), pero después, la ley fue transgredida por bancos oficiales y privados. El propio gobierno autorizó emisiones sin garantía y, por ello, el Banco Nacional prohibió el canje de oro por billetes de curso legal y viceversa. Mas adelante, como el Banco Nacional fue autorizado a adquirir letras de cambio para el servicio de la deuda externa, se movieron los depósitos de los bancos garantidos (en oro y en billetes)26.

El oro vendido a los bancos se destinó para estabilizar el valor de la moneda y el gobierno, en vez de retirar los billetes —como había aconsejado Hansen—, los depositó en su cuenta del Banco Nacional. La circulación fiduciaria aumentó de 88 a 215 millones de pesos. Se originó, entonces, “un verdadero carnaval de especulación y locura”, el oro fue aparar a las manos de los agiotistas y, como con secuencia, se produjo la depreciación del papel, la inconversión y la salida del oro al exterior 27. Con esta disminución del oro comenzó una acelerada inflación y rápida depreciación monetaria. Como resultado, aunque fueron emitidos 150 millones de pesos con respaldo oro, en realidad las reservas de oro se mantuvieron en 76 millones. La emisión aumentó en tres años el 95% y la depreciación del dinero corriente fue de 41% 28. Se produjo, asimismo, una recesión económica que impidió el pago de la deuda pública.

El compromiso contraído por Pellegrini en 1885, como ya se ha visto, no permitía que el gobierno nacional contrajera otros empréstitos, pero no impedía que lo hicieran las provincias o empresas privadas. Por ese motivo, algunas casas europeas, como la Baring Brothers, formalizaron importantes empréstitos con algunas provincias29. Los bancos de Catamarca y Corrientes respaldaron sus emisiones con libras esterlinas giradas desde Londres; el de San Juan lo hizo con una tetra de cambio también sobre Londres; el de San Luis mediante un empréstito en pesos oro que se colocaría en inscripción pública y el de Salta, con otro empréstito que gestionaba. Excepto Jujuy, todas las provincias fundaron bancos que no siempre pagaban los fondos públicos, sino a través de letras, certificados o promesas verbales30. Es decir que, al no poder las provincias garantizar sus emisiones por la falta de oro, recurrieron a la contratación de empréstitos respaldados por la Nación. “Así se explica —dice Hansen— que provincias cuyos nombres jamas habían sonado en las Bolsas europeas, y que no tenían industrias ni producción con qué responder a tan cuantiosos préstamos, obtuvieran millones de pesos oro”31.


”Argentina (...) una de las maravillas del mundo”

El 9 de julio de 1887 el ex presidente Roca fue agasajado en Richmond (cerca de Londres) por las principales casas financieras inglesas vinculadas con la Argentina. Entre los 300 comensales se encontraban representados Baring Brothers y Cía; Murrieta y Cía; Morgan y Cía, Banco de Londres y Río de la Plata, Ferrocarril Central Argentino, Ferrocarril Gran Sud de Buenos Aires, Compañía de Tranvías de la Ciudad de Buenos Aires, etc. Los oradores ingleses destacaron el prestigio financiero de la City, la histórica asociación de Argentina e Inglaterra, el crédito de nuestra nación entre los británicos, la renombrada administración de Roca y la esperanza de que Juárez Celman “continúe prestando —dijeron— su apoyo a las empresas extranjeras y a los capitalistas”. Al agradecer el homenaje, Roca ensalzó el genio y el esplendor del comercio inglés y aseguró que Argentina sería leal a sus responsabilidades financieras, pues “no olvidará jamás que el estado de progreso y prosperidad en que se encuentra [...] se debe en gran parte al capital inglés” 32.

Al comentar este homenaje, el diario La Tribuna Nacional (30 de julio y 12 de diciembre de 1887) decía: “La City tenía puestos en nosotros sus ojos grandes y penetrantes, siguiendo los contornos de sus montañas de oro”33. Durante esa visita, Roca gestionó un empréstito de 10 millones de pesos oro para Córdoba, que se concretó cuarenta días después de aquel agasajo (20 de agosto de 1887) 34. Poco tiempo después, en 1888, se contrató en Londres el empréstito de Obras Públicas, mediante el cual los financistas ingleses facilitaron 21 millones de pesos oro a cambio de 25 millones en bonos que debían venderse en Londres emitidos por la empresa británica que había arrendado los servicios de Buenos Aires. Desde fines de 1888, para los ingleses “Argentina se había convertido —dice Ferns— en una de las maravillas del mundo”, pues absorbía entre el 40 y el 50% de las inversiones inglesas en el extranjero 35.

El saldo desfavorable de la balanza comercial se cubría con nuevos empréstitos externos cuya negociación, en los tres primeros años de la administración Juárez Celman, llegó a 668 millones de pesos oro, incluidos los 90 millones de pesos oro provenientes de los empréstitos contratados anteriormente por las provincias. La suma adeudada eran cuatro veces mayor a las comprometidas durante igual lapso de la presidencia anterior. Debe recordarse que el balance de nuestro comercio exterior fue negativo durante toda la presidencia de Sarmiento, la mitad de la de Avellaneda, casi toda la primera de Roca (excepto lo dos años iniciales) y así continuó hasta 1890. Es decir, que el lapso de los vieintiún años anteriores al 90, solamente hubo superávit anuales en cinco oportunidades: 1876, 1877, 1879, 1880 y 1881 36. Po otra parte, desde 1864 hasta 1892, siempre existió déficit entre las rentas recaudadas y los gastos totales de la administración 37.


Venta de los ferrocarriles y arrendamiento de las ohras sanitarias

En 1886 el presidente anunció la venta del Ferrocarril Andino, que se convino con Juan E. Clark, quien, a su vez, lo revendió a la empresa inglesa Great Western. Siguió en 1889 la enajenación del Central Norte a la firma británica Hume y Cía que era intermediaria de la Central Córdoba Railway. Con estos antecedentes, también en 1889 la provincia vendió el Ferrocarril Oeste, que era el orgullo de los porteños y obtenía ganancias aplicando las tarifas más bajas de todos los ferrocarriles existentes. El beneficiario de esa venta fue la empresa británica Western Railway formada exclusivamente para esa operación. Después siguieron otras vías férreas de Santa Fe y de Entre Ríos 38.

Mas tarde se arrendaron los servicios sanitarios de la Capital Federal a The Buenos Aires Watervorks Supply and Drainage Co. (junio de 1888) la cual, para atender los compromisos, contrajo un empréstito con la Baring Bros, que le facilitó 21 millones de pesos oro, a cambio, como se lia indicado, de bonos por valor de 25 millones de la misma moneda, los cuales fueron colocados en el mercado de Londres39. El principal opositor de este convenio fue el senador Aristóbulo del Valle, quien señaló los perjuicios que su ejecución significaría para el país. Además, el empresario obtendría un beneficio de 226 millones y medio de pesos oro en el lapso de 50 años de arrendamiento, frente a los 110 millones de pesos oro que invertiría. Pero el contrato tuvo la ratificación legislativa. Los sobornos que por valor de muchas libras esterlinas recibieron funcionarios públicos para apoyar aquel arrendamiento del vital servicio público de Buenos Aires quedaron al descubierto tiempo después en la Cámara de Diputados de la Nación (Sesión del 19 de agosto de 1891) 40.

En esos momentos se vivía una política de despilfarro. Los legisladores se aumentaron el sueldo (a 10.000 pesos anuales) que continuó con el de los militares desde teniente coronel, también se otorgaron sin restricciones, concesiones y aumentos de pensiones, donaciones de tierras, construcción de suntuosos edificios41.


En el vértice del torbellino

Sin embargo, la economía en general no reflejaba la crisis. El dinero corría a raudales porque cincuenta bancos lo prestaban cómodamente. “¿De dónde se ha sacado ese dinero que hace subir las acciones en la Bolsa [...]?”, se preguntaba Balestra, para contestar: del Viejo Mundo donde se viven momentos de expansión. Decía el ministro de Hacienda en 1887: “Los capitales europeos afluyen al país en proporciones desconocidas hasta ahora [...]”42. En 1888 operaban 134 sociedades anónimas con 400 millones de pesos papel, además de compañías extranjeras con 13 millones mensuales, pero no eran negocios reales, si no “pura tiza”, consigna Balestra43.

Gran Bretaña tuvo un “entusiasmo casi fanático por la Argentina”, que atrajo intensamente a los inversores entre 1886 y 1889 porque consideraban que en Sudamérica había buenas perspectivas44. Sin embargo, ese resplandor “era sólo un espejismo”. En 1889 el oro había subido el 94% y en esa tendencia continuó hasta fines de año. Pakenham, representante británico en Buenos Aires, informaba a lord Salisbury sobre la “grave depreciación del papel moneda”43. Por su parte, el diplomático español acreditado en Buenos Aires, J. Duran, consideraba que de Juárez Celman dependía “la solución definitiva de la crisis”. La acentuada desvalorización de la moneda nacional obligó a la renegociación de los empréstitos y el endeudamiento excedía la capacidad económica y financiera del país 44. Los inversores británicos se alarmaron por esa crítica situación, que ellos mismos habían concurrido a generar mediante títulos y compromisos de devolución en oro47. Desde entonces se mostraron reticentes hacia las propuestas argentinas y comenzaron a buscar horizontes en otras plazas. De esa manera, contribuyeron a precipitar la crisis Baring (noviembre 1890)48.

En julio de 1888 el oro volvió a subir (de 144 a 151) y las pérdidas de la Bolsa fueron enormes, y se originaron quiebras y pánico. Ambos hechos fueron “el anuncio —diceTerry— de la gran catástrofe que se avecinaba”. En octubre faltaba circulante y los bancos restringieron los créditos49. Según el gobierno, la carencia de dinero se debía a que los capitales de la República eran atraídos por la vorágine de la Bolsa. Como la suba del oro encareció los precios, los obreros y jornaleros no alcanzaban a cubrir la subsistencia con los ingresos que obtenían y se produjeron algunas huelgas. Para detener el ascenso incontenible del oro. el nuevo ministro de Hacienda, Rufino Varela, decidió vender el que poseía el Gobierno50. Los 76.854.579 pesos oro de los bancos garantidos se arrojaron al mercado y fueron exportados en cancelación de saldos internacionales pendientes. Los bancos quedaron sin garantía oro para los 215 millones de pesos que circulaban51. El alza del oro hizo pensar al ministro que se debía a los especuladores y, por ese motivo, prohibió su transacción en la Bolsa, a la que cerró, aunque se cotizaban mucho más alto en las casas de cambio. “Toda clase de gente se puso a jugar en la Bolsa en vez de dedicarse a trabajos productivos”52.

El oro, en ascenso continuo, salía del país en tal magnitud que a mediados de 1889 llegaron a Europa varios vapores ingleses que transportaban oro argentino equivalente al valor de 100 a 150.000 libras esterlinas por nave52 bis. La banca internacional suspendió sus favores, las quiebras se multiplicaban y, prácticamente, el país estaba al borde de la bancarrota. Los bancos cerraron sus puertas y en presencia de esta crisis, el desarrollo económico detuvo se ritmo. Varela renunció y Pacheco volvió al ministerio, quien reabríó la Bolsa y autorizó la cotización oficial del oro. Como primera medida intentó reducir el papel circulante a 100 millones con una garantía metálica de 80 millones oro, que ingresarían mediante la venta de 24.000 leguas de la Patagonia por las que se suponía obtener 120 millones oro. Pero el oro llegó a 242 en setiembre53. Destaquemos que esta crisis no afecto a las empresas extranjeras en el país, sobre todo a las inglesas, porque en 1888, la Cía del Central Argentino no pagó el 40% de los dividendos por temor al escándalo público, limitándose, en cambio, a abonar sólo el 22%54.


De la crisis económica a la crisis política

1890 comenzó con malos auspicios. Los bancos no prestaban dinero y los valores se desmoronaron. “El Banco Nacional y el Banco de la Provincia de Buenos Aires agotan sus reservas a principios de 1890”55. Pánico general. En abril de 1890 renunció el presidente de la Oficina Inspectora de Bancos Garantidos, Marco Avellaneda, porque no quiso autorizar una emisión de dos millones del Banco Nacional contra la opinión del ministro Pacheco que la propiciaba56. Este renunció con el resto del gabinete y asume Francisco Uriburu la cartera de Hacienda. Para contener el alza del oro, el nuevo ministro se propuso contratar otro empréstito con la Casa Baring, Murrieta y Morgan, pero las condiciones impuestas por los prestamistas obligaron a suspender la diligencia. “Los especuladores ingleses habían comprado grandes tenencias en el momento en que se cotizaban a 174 pensando con ellas que daría un dividendo del 20% 57.” Para dar algún paso que permitiera aliviar la situación financiera, Uriburu decretó el 15% de aumento en las tarifas aduaneras y dispuso que la recaudación del 50% de los impuestos se haría en oro58.

Aristóbulo del Valle había denunciado en el Senado emisiones clandestinas de papel moneda59. El culpable era el presidente del Banco Nacional, Wenceslao Pacheco, a quien Uriburu exigió la renuncia. Pero como el presidente se opuso, Uriburu renunció cuando apenas llevaba dos meses de gestión. La presencia de Uriburu era una garantía para los británicos. El ministro de esa nacionalidad en Buenos Aires informaba que el ministro era “bien conocido, en quien se confiaba mucho, tanto aquí como [...] en los círculos financieros de Europa. Especialmente en Inglaterra”60. Por tal motivo, el representante inglés Pakenham, que tenía una visión optimista de la situación argentina, se fue de visita al Paraguay en junio de 1890, sin dar importancia a la suspensión de pago de los dividendos. Aquellas emisiones clandestinas fueron legalizadas en ambas Cámaras del Congreso.

Casi inmediatamente después, el presidente del Banco Nacional comunicó a la Baring Brothers que no podrían pagarse los dividendos trimestrales de los bonos nacionales. Con el alejamiento del ministro y esa nueva decisión del Banco terminaron las negociaciones que se estaban realizando con los banqueros de Londres61. En esa época los depósitos y créditos argentinos en Londres totalizaban 50 millones de pesos oro (negocio de obras sanitarias, ventas del F. C. Norte y Andino etc.). Nuestro país debía 15 millones por el servicio de la deuda, pero la Baring —a través de la B. A. Watervorks Supply— nos debía siete millones correspondientes a la tercera cuota del arrendamiento de los servicios sanitarios. Compensando, pues la Argentina sólo debía ocho millones de oro que hubiera podido satisfacer con los 50 millones que, como se ha dicho, tenía disponibles en Londres. “Aun tenía Baring en el buche la mayor parte de los cincuenta millones de las Obras de Salubridad” escribía Carlos Pellegrini desde Bruselas a su hermano Ernesto62.

El 8 de julio salió hacia Montevideo un millón y medio de dólares en oro. Se produjo la retirada de depósitos en los bancos, que hizo temer una cesación de pagos63. Para entonces el oro ya valía 314 (julio), y recuérdese que a comienzos del período de Juárez Celman valía 144, lo que motivó un difundido rumor: “Si sube el oro bajará el presidente”. Porque “¿de quién era la culpa? —pregunta Terry—. Del gobierno, se dice [...] Voltear al gobierno causante de tanto mal es volver a la época pasada, es recuperar lo perdido, porque el país es rico, porque sus fuerzas productivas están más potentes que nunca”64. Este es el momento en que la crisis económica se transformó en crisis política. En julio, el encargado de negocios inglés, Bland, avisó al Foreign Office sobre la crítica situación financiera y los rumores de conspiración contra el gobierno, pero cuando ella se concretó dijo que las tropas concentradas eran, más que todo, un inconveniente para el tránsito en la ciudad65. El 26 comunicó telegráficamente sobre el estallido de la revolución. Al día siguiente informó que seguía el movimiento, pero que habían cesado momentáneamente las hostilidades y que la ciudad estaba tranquila. El 30 de julio transmitió: “Todo arreglado. Ciudad tranquila”66.


Las inversiones europeas, especialmente inglesas

Durante este período los inversores europeos estaban entusiasmados con nuestro país. Los bancos ingleses, en primer lugar, y los franceses, en menor medida, apenas podían hacer frente a la demanda de títulos argentinos. Ese presente tan lucrativo alentaba una manía de especulación en pos de un fantástico futuro67. Durante el período de Roca, se contrajeron empréstitos (en mayoría ingleses) por valor de casi 150 millones de pesos oro. Puede considerarse que, si los hombres del 80 llevaron adelante un plan de desarrollo económico, lo hicieron con desorden financiero68. En esa década, “la clase dirigente argentina —afirma Mc. Gann— especuló desatinadamente [...] con el destino de la nación” y “se ligó a Europa con cadenas de oro”69. El crédito dependía no sólo la riqueza de la tierra sino también de la afluencia de divisas extranjeras. El constante ingreso de libras esterlinas y francos franceses en sus cuentas bancarias parecía aislar a los dirigentes de la dura realidad70. En 1873, Vicente López (que fue ministro de Hacienda después de la revolución del 90) preguntaba en el Congreso: “Qué somos ahora?” y contestaba: “No somos sino agentes serviles y pagados a módico precio, de las plazas extranjeras”71. Pero, “específicamente, hacia el 80, la Argentina ya era una colonia económica de Gran Bretaña” (”Quitadnos el Canadá, pero no la Argentina” gritaba un inglés)72.

En 1890, el monto de los capitales ingleses invertidos en el país ascendía a 150 millones de libras y significaba el doble de los aplicados en Brasil y en México73. Creció el capital extranjero aplicado en el país. Pero ese incremento se realizó sobre la base de la absorción de los bienes argentinos. En “dos años de plena crisis económica, cuando casi habían cesado las inversiones extranjeras, el capital extranjero duplicó sus valores en oro en la República Argentina”74. Los intereses que ellos devengaban habían aumentado tres veces en relación a los de 1885. En esta situación, la Argentina “era responsable del capital y de los intereses de los empréstitos [...] y era el garante de un beneficio mínimo de los capitales invertidos en ferrocarriles [...]”. “De manera —sigue Ferns, a quien estoy citando— que una proporción que se acercaba al 80% de las inversiones hechas por los capitalistas británicos, o a través del mercado financiero de Londres, dependía directa o indirectamente [...] de la capacidad y voluntad que tuvieran las autoridades argentinas de recaudar impuestos con una mano y transferir con la otra una proporción apropiada de las rentas públicas en las inversiones privadas”75. O sea, pagar de inmediato. La caída de los precios hizo que el pago de intereses y amortización de empréstitos en libras esterlinas absorbiera en mayor proporción los ingresos del gobierno nacional. En Londres, los mismos tenedores de bonos reconocían que los intereses cobrados a la Argentina eran más altos que los exigidos a otros Estados.

Pero todas las deudas, epecialmente debentures y garantías ferroviarias estaban contraídas en libras y su pago pasaba por toda la nación. Como nuestra deudas eran de interés fijo, con obligación de satisfacerlas pronto y en oro o en libra esterlinas, el país debía arbitrar las medidas económicas que permitieran adquirir esas divisas para pagar su deuda76. Era obvio que la posiblidad de pago estuviera en relación directa con la capacidad del gobierno para reembolsar en oro o en libras, en cambio, el capital nacional debía cobrar en pesos papel (que cada día se hallaba más despreciado) o dejar de cobrar por insolvencia general. Para hacer frente a esas obligaciones, el gobierno no procuró obtener los recursos mediante la venta o el arrendamiento a los acreedores de las obras públicas (F. C. Oeste, Andino, obras de salubridad, etc.), como ya se ha explicado, es decir, a los prestamistas extranjeros con cuyo concurso habían sido contraídas. Fácil es comprender, entonces, cómo fue posible que la crisis mundial de 1889-90 al envolver a los centros financieros europeos (como explicaremos más adelante) arrastrara a la Argentina. Su naturaleza y sus efectos no dependían de Juárez Celman, aunque los argentinos creyeran que toda la crisis se debía a su gobierno.


La penetrante observación del representante francés

El representante francés en Buenos Aires —A. Rouvier— informaba a su gobierno77 que los comentarios periodísticos europeos llegados a la capital argentina aluden a los sucesos del 90 con actitud indulgente y sin manifestar reproches o críticas. Destaca que esas apreciaciones son tomadas con prevención por las colectividades extranjeras, pues en ellas “se interpretaban mal las causas”. Además los europeos vaticinaban graves consecuencias para el crédito de la Argentina y, cínicamente, por ello, se hacían aparecer los acontecimientos como una “inevitable explosión de la indignación pública”. Agrega el diplomático que, en general, los europeos excusan los hechos violentos ocurridos porque han permitido “la caída de un gobierno corrompido y corruptor”. Señala este diplomático que esas versiones causaban la impresión de que no se deseaban investigar las verdaderas causas y sus consiguientes efectos económicos.

¿A qué se debía esa actitud? Según Rouvier, obedece al objetivo de evitar que los inversores e intereses europeos pudieran inquietarse y retraerse en sus operaciones. Pero, ¿desde dónde se impulsa ese movimiento que originaba un “optimismo tan afectado para Argentina?”. Rouvier no duda: “se mueve en Londres y de allí proceden las informaciones más detalladas sobre los acontecimientos de Buenos Aires”. El francés considera que Inglaterra está comprometida a fondo en este país por numerosas empresas comerciales e industriales, pero más que cualquier otra, la plaza de Londres está colmada de valores argentinos”. Por esa causa, “el Times estaba inspirado políticamente y no era desinteresado”, ya que protegía “al mercado del peligro de las novedades alarmantes”. Pues “propagarlas [...] habría producido rápidamente un irresistible pánico y un “crash” en Londres, como puede ser en París, en Berlín o en Roma”. La afirmación del diplomático francés es perspicaz y refleja un cabal conocimiento de la realidad y vinculaciones europeas. En efecto ¿quién era el principal acreedor de la Argentina? La casa Baring que, asimismo, era copropietario del The Times78 e intentaba cubrir sus intereses en nuestro país transmitiendo (por su órgano de prensa) una interpretación distorsionada de la crisis financiera existente. Debido a estas razones “de naturaleza mercantil —continúa Rouvier— los ingleses consideran que la Argentina debe “merecer la indulgencia y la absolución”.

Era necesario evitar el pánico entre los inversionistas europeos. Esta visión optimista de la revolución emanaba de Londres, en donde se habían elaborado aquellas “consideraciones de naturaleza mercantil”, a que se refiere Rouvier. De la delicada situación fínaciera no era totalmente responsable el presidente Juárez Celman, como lo demuestra el hecho de que nada cambió con su derrocamiento. El precio del oro, por ejemplo, que antes de julio se cotizaba a 317 pesos y aunque después de la revolución valía 280 pesos, al finalizar ese año llegó a 320 pesos.

Este es el motivo por el cual los informes diplomáticos francés e inglés procedentes de Buenos Aires hablaban de la revolución como de un “estallido de la indignación pública” [francés] o que el movimiento de tropas era un “inconveniente para el tránsito de la ciudad”, cuya actividad continuaba normal [inglés]. Para mantener la confianza en los círculos financieros, debía presentarse, pues, una imagen optimista de la Argentina y de sus acontecimientos políticos, mostrando que seguía ofreciendo excelentes condiciones para todas las empresas. Esta situación se hallaba implícitamente reconocida en The Times, de Londres, cuando casi un año después de haber sido derrocado Juárez Celman dijo que puede alegarse “con algo de razón que la perniciosa oferta de dinero europeo, en casi cualquier cantidad, fue una de las causas principales de la corrupción” que caracterizó el período juarista. “Por lo tanto —agrega— debe atribuirse a la influencia europea gran parte de la responsabilidad por la actual situación argentina. (21-VII-1891)”.

Importantes revelaciones sobre cómo actuaban bancos y compañías inglesas en el país, pueden leerse en las discusiones de la Cámara de Senadores de la Nación durante las sesiones extraordinarias de diciembre de 1890 y enero de 1891, con motivo de las nuevas medidas financieras propuestas por el ministro de Hacienda, Vicente F. López79.


La crisis financiera mundial de 1890. Los inversores ingleses y la revolución

Hacia 1880 surgen en el mundo las concentraciones mediante los “carteles”, “holdings” y ”trust” que empiezan a dominarlas actividades económicas. Los marcos nacionales son sobrepasados por la expansión de aquellas modalidades. Se extiende la especulación y quedan envueltos amplios escenarios del universo. En 1889 ocurren quiebras en Francia e Inglaterra. Hacia fines del 90 la Baring Brothers va camino de la quiebra, pero es socorrida por los bancos de Francia, Inglaterra y Rusia. Los mismos factores, y de forma similar, producen la crisis en Italia, en donde quiebran las dos instituciones emisoras más importantes, pues los franceses les exigen la inmediata restitución de sus préstamos. Estas dificultades se propalaron por toda Europa (Grecia, Servia, Rumania, Portugal, etc.). En EE.UU. cundió también una fiebre de especulación y fraude que, en pocos años, llevó a la quiebra a numerosas sociedades financieras y comerciales80.

Juárez Celman pretendió satisfacer a los inversionistas ingleses con un procedimiento diferente del habitual. En vez de hacerlo en oro, ofreció pagar en papel moneda y con lo producido por las próximas cosechas. Este intento alarmó y retrajo a los inversionistas y acreedores británicos porque significaba romper “el gran contrato general en el que estaban comprometidos todos los contratos legales particulares”, a la par que les privaba “de una vez más y acaso para siempre de las fuentes de crédito”81. En ese momento la Argentina podía adoptar uno de estos dos caminos: el señalado por el presidente (de repudio e inflación) o el indicado por el vice Pellegrini (de conciliar con los banqueros de Londres y París y continuar pagando tal como se hacía hasta el momento)82.

El plan de Juárez Celman fue rápidamente desbaratado por la diplomacia inglesa que supo aprovechar el malestar político existente. Es así como introdujo personeros en los diferentes grupos revolucionarios del 90 con el fin de estimular el derrocamiento de Juárez Celman. Según el periódico madrileño La época (6 de agosto de 1890), los despachos procedentes de Londres y de París indicaban que los banqueros ingleses exigían la dimisión del presidente como condición para conceder un emprestito83. Cuando Celman fue removido del gobierno y el encargado Bland telegrafió “todo arreglado”, quizás haya afirmado implícitamente que, con el alejamiento del presidente, quedaba abierto el camino para un arreglo con los banqueros ingleses. De ahí la benevolencia de la prensa inglesa para referirse a la revolución y su dureza con el gobierno que se derrumbaba. Hasta John Baring estuvo varias semanas en Buenos Aires, y el rumor popular comentaba que esa presencia era porque seguramente no ocurriría nada bueno84. También es curioso observar que los diferentes sectores revolucionarios propusieran como ministro de Hacienda a Vicente López, que se decía era abogado de la Baring en nuestro país85. Como el presidente quiso terminar con la dominación del dinero británico en la Argentina su situación quedó sellada, pues la remoción suya creaba la posibilidad de un arreglo con los ya inquietos financistas e inversores europeos, especialmente los ingleses.


Después...

Contra lo que decía Bland en su informe el Foreign Office, poco era lo que había podido arreglarse. La crisis continuó con el oro en alza y con los bancos sin dinero.

Sin embargo las autoridades subsiguientes a la revolución conservaron las buenas relaciones con los centros financieros europeos. En ese momento, contra la actitud de Juárez Celman, se adoptó la solución de Pellegrini: conciliación con los banqueros de Londres y París86. Pensaba que la moratoria podría generar problemas internacionales para la Argentina y hubieran sido graves las consecuencias de no pagar a los acreedores ingleses. Se contrataron nuevos empréstitos en Gran Bretaña (es decir, pagar deudas con más deudas), se emitió papel moneda por valor de 60 millones y al mismo tiempo, se recurrió a la política proteccionista aconsejada por el ministro López.

¿Cómo actuó el gobierno argentino? Los sucesos financieros que hemos consignado nos proporcionan la clave para interpretar la conducta de Pellegrini, quien antes de asumir la presidencia, reunió a los principales banqueros de Buenos Aires para pedirles ayuda financiera con la cual pudiera pagar las deudas en Londres (tanto la de los empréstitos como la de garantía de los ferrocarriles)87. Sostiene Ferns: ”Parece que el general Roca y Pellegrini llegaron a la conclusión de que la Argentina no podía romper con los banqueros y suscriptores europeos”88. A tales efectos, envió a Victorino de la Plaza para que realizara negociaciones en Londres con una comisión internacional de banqueros (ingleses, franceses y alemanes) presidida por Rothschild. Tal vez por ese motivo, Estanislao Zeballos, ministro de Relaciones Exteriores después de la revolución, le dijo al representante norteamericano en Buenos Aires que “Francia, Alemania e Inglaterra financieramente había tomado posesión de la República” 89.