Reseña histórica sobre la capital y el proceso de centralización
Asunción: un liderazgo frustrado
 
 

Las primeras expediciones españolas a estas tierras no tuvieron misión fundadora. Tanto Solís como Magallanes, Gaboto y Diego García, persiguieron el objetivo fundamental de comunicarse con Asia por Occidente, aunque los dos últimos, ilusionados con el hallazgo de fabulosas riquezas, se internaron por el Paraná, y el tercero llegó a fundar en la desembocadura del Carcarañá el primer asiento español en el actual territorio argentino, que perduró fugazmente. Es recién la expedición de don Pedro de Mendoza, por imperio de las estipulaciones de la respectiva capitulación, la que fue señalada para la construcción de tres fuertes. En realidad, la finalidad primaria de la expedición era asegurar para la Corona la Sierra de la Plata, la región del Rey Blanco, evitando que los lusitanos se adelantaran. Por ello, la fundación de Santa María de los Buenos Aires en las proximidades del Riachuelo, y posteriormente de los otros fuertes denominados Corpus Christi y Buena Esperanza, no tenían otro significado que el de escala en la búsqueda de las tierras ricas en metales ubicadas mucho más al norte 5. Pero la verdadera simiente pobladora sembrada por la expedición de Mendoza no fueron estos tres establecimientos que pronto desaparecieron, sino Asunción, enclavada mucho más cerca del objetivo cardinal.


Con profusión se ha escrito sobre el anhelo civilizador, poblador y pacificador de la España de los Reyes Católicos y de los Austrias, en comparación con las estrechas miras de otras potencias conquistadoras limitadas a fines de especulación comercial. Y se ha ejemplificado al respecto señalando que las fundaciones españolas se efectuaron primordialmente en las entrañas americanas, como buscando la permanencia de una acción cultural arraigada, desdeñando la costa que otras naciones apetecían para emplazamiento de los asientos donde se jugaba la razón de sus conquistas: la carga y descarga de mercancías.


Asunción fue alto exponente de la vocación hispánica. Enclavada en el corazón de América del Sur, esta madre de pueblos, merced al brazo y al férreo espíritu de sus primeros habitantes, que encontraron en Domingo Martínez de Irala a su eficiente caudillo, logró subsistir si bien apoyada en la índole del clima y de los aborígenes, suave la del primero y acogedora la de los últimos. De tal manera que producíase en la primera etapa del asentamiento español en la cuenta del Plata, el fenómeno de que Asunción sustituyera a Buenos Aires como centro de la acción pobladora, pues Irala ordenó fuera abandonada la primitiva fundación de Mendoza.


La expansión asunceña de la primera hora se efectuó hacia el noroeste, por la zona chaqueña, en la búsqueda afanosa de la Sierra de la Plata, actual Bolivia, en la que hicieron prodigios de intrepidez el propio Irala, el segundo adelantado Cabeza de Vaca y Nufrio de Chaves. Este rumbo hubo de abandonarse cuando así lo exigió el hecho de la previa ocupación de las ricas tierras alto peruanas por otros españoles. Entonces se buscaron los nuevos horizontes que los inquietos habitantes de Asunción exigían, hacia el área atlántica, siguiendo en esta tendencia los deseos del Consejo de Indias, el que preocupábase por el destino de todas las tierras ubicadas sobre el Atlántico, y que Portugal ambicionaba. Así, partiendo de Asunción, se fundaron Ciudad Real (1557) y Villarica del Espíritu Santo (1570), ambas al este del Paraná, aunque anteriormente, 1552, ya se había establecido un asiento sobre el Atlántico, en la actual costa brasileña, que tres años después lamentablemente se abandonara. Decimos lamentablemente, pues de haberse reincidido desde Asunción en esta tendencia de expansión geográfica, España nos habría asegurado la posesión del litoral atlántico, hoy brasilero, y sus tierras aledañas, de los que Portugal mañosamente se apoderó en secular forcejeo guerrillero y diplomático. Quizás también esta salida por el Atlántico hubiese afirmado a Asunción en su liderazgo rioplatense, y la ulterior Buenos Aires debería haberse conformado con un papel que, en el devenir histórico, armonizara más con los intereses generales del Plata. Pero las cosas no sucedieron así, porque ni la Corona ni los funcionarios en América tuvieron la visión suficiente para valorar el peligro lusitano por un lado, ni la estrategia geopolítica interior e internacional que convenía a estas tierras, por la otra.


Especialmente a partir del momento en que Asunción fue incorporada a la jurisdicción del Virreynato del Perú, los capitanes venidos desde Lima a gobernarla, siguiendo el plano inclinado de la búsqueda fácil de la salida al Atlántico que los comunicaba con España, debieron topar con el pico del embudo. Este es el sentido de las fundaciones de Santa Fe en 1573 y de Buenos Aires en 1580 por Garay. Se abandonó el camino fragoso de la salida táctica por el este, que insumía lucha y desvelo, por la ruta del sur, predeterminada y cómoda.