Reseña histórica sobre la capital y el proceso de centralización
Incidencia de la rivalidad con Portugal
 
 

Pero no fue sólo el factor económico el que engendró el señorío porteño. Poco a poco la relevancia militar de Buenos Aires fue remarcando su silueta vigilante en las costas del Plata como la más austral posibilidad hispánica en su lucha contra la penetración comercial inglesa, detrás de la cual medraba Portugal con su bien concebida política internacional cimentada en marchas y contramarchas, perfidias y artificios, con la que trataba de solventar su tradicional endeblez en otras áreas. El episodio de la fundación de la Colonia del Sacramento por este reino en la costa oriental y frente a Buenos Aires en 1680, verdadero acto de usurpación, generó la reacción española centrada precisamente en esta ciudad. Recuperada por el gobernador Garro, Colonia fue devuelta a los portugueses hasta tanto se dilucidaran las fronteras de ambos reinos en América. En 1705, producida la guerra de sucesión española, los rioplatenses retomaron la mencionada plaza fuerte, pero en 1716, al firmarse la paz de Utrech, fue nuevamente reintegrada a los lusitanos, en cuyo poder permaneció hasta 1750. En este año se firma el malhadado tratado de Permuta, y por una de sus cláusulas Portugal debía restituir a España esa verdadera guarida de contrabandistas. Pero no lo hizo a pesar de lo escrito. Y en 1762 nuevamente los rioplatenses, bajo la jefatura de Don Pedro de Cevallos, recuperaron la controvertida plaza, mas los enjuagues diplomáticos de la paz de París en 1763 la llevaron nuevamente a manos portuguesas. Finalmente, el mismo Pedro de Cevallos la reconquistó en 1777, esta vez definitivamente. En todos estos avalares bélicos, con motivo de los sucesivos hechos de la custodia de la brumosa frontera con Portugal, Buenos Aires fue erigiéndose en puntal de la defensa de los dominios españoles en su cono sur. Correlativamente crecía en poder, y a comienzos del siglo XVIII, el Tratado de Utrech, que dio finiquito a la guerra de sucesión, contribuyó a ese ascenso. En efecto; por una de sus cláusulas, Gran Bretaña se aseguró el monopolio de la introducción de negros esclavos en América española. Uno de los asientos fue establecido en Buenos Aires. La entrada de esclavos permitió que, conjuntamente con ellos, penetraran subrepticiamente manufacturas británicas, con lo que Buenos Aires en la práctica comenzó a gozar de un cuasi libre cambio que incrementó su movimiento comercial. Según la acertada expresión de José María Rosa, desde aquí en adelante “la puerta cerrada del tráfico con Europa se entornará” 12, y Buenos Aires habría de recoger dividendos cuantiosos de su privilegiada posición clave. Pero evidentemente no en proporción de los que obtendría cuando las circunstancias históricas la llevaron a convertirse en sede arrogante de un nuevo virreynato.