primeras presidencias
1854 - Mensaje de Urquiza a la primera legislatura
 
 

Mensaje del Presidente Justo J. de Urquiza al abrir las sesiones del Primer Congreso Legislativo Federal en Paraná




Con el corazón henchido de nobles emociones y con la confianza que inspira una profunda convicción, os anuncio que la Confederación Argentina ha entrado por fin en el orden normal del sistema representativo, por el juego franco y libre de sus propias instituciones.


Las elecciones que se mandaron practicar en Mayo para instituir los cuerpos colegisladores del Congreso Federal, han traído de todas partes al seno de las cámaras el mérito, el talento y el patriotismo, y lo que es más satisfactorio aún, el espíritu de concordia y de tolerancia, tan necesario para fortificar la unión.


El país, al encargaros de su mandato, ha correspondido con serio propósito a la solemnidad de la ocasión y a la altura de las necesidades que debéis encarar, conocer y remediar.


A la faz de estas circunstancias y en presencia de las personas que tan altamente las confirman, cúmpleme reconocer como la más rara felicidad de mi carrera pública, la de presidir hoy a la instalación del primer Congreso Legislativo de la República Argentina. La grandeza de ese acontecimiento, en que rivalizan el interés y la novedad, ha de ser aplaudida y ha de ser saludada por las provincias de la Confederación con el mismo alborozo y júbilo con que yo me congratulo por él.


La ejecución de la Constitución puede ser imperfecta, pero ya es un paso muy avanzado y una adquisición admirable haberla recibido y jurado. Mucho bueno se puede augurar de un pueblo que ha hecho el objeto de su culto la ley que contiene los principios, los hechos y las esperanzas que he diseñado.


No nos alucinemos: ni el mando ni la obediencia pueden alcanzar en nuestro país a una exacta regularidad, porque así como nuestros vicios son resabios del pasado, por la misma causa nuestras virtudes son sintomáticas tendencias más bien que habitudes, que sólo podremos adquirir de muchos años de práctica feliz del orden legal establecido por la Constitución.


La Constitución, confirmando el programa de Mayo, quiere y prescribe la concordia y el olvido de lo pasado. ¿Habrá alguno que no sienta como nosotros, que tiene necesidad de olvido y de concordia? La reacción de Mayo, distinta de las demás, ha traspasado con el arpón de su flecha la manzana colocada sobre una cabeza querida, sin herir el corazón del hijo, del hermano o del amigo.


La fusión y el olvido es hoy la ley providencial que rige la conciencia de los argentinos, y si en algunas raras localidades se siente todavía la necesidad de aborrecer y de odiar, es aquella mórbida reminiscencia que acusa la presencia y aun los dolores de un miembro separado ya por la amputación.


La Confederación Argentina ha orillado dichosamente sus desgracias, levantándose de la última postración con el espíritu y la voluntad indomable de presentarse delante del mundo como una nación compacta y firmemente regularizada.


Es esta otra disposición providencial que agradezco expresamente a la bondad del cielo.


Los que están encargados de afirmar la organización nacional por sus trabajos, no deben perderla de vista. Semejante disposición triunfante de tantos reveses, no es asunto instintivo, irreflexivo del pueblo, que se abandona delante de los primeros obstáculos: no es un propósito ambicioso que se mueve contrariado por las dificultades del momento.


La nacionalidad argentina es un bien precioso costosamente adquirido. Idea convertida en hecho glorioso, sentimiento sagrado de aquellos que por los sacrificios que se le han ofrecido se convierten en fe; fe afirmada por el martirio, por la sangre, por el fuego recibido en los combates, y los espléndidos triunfos que los han coronado; fe que tiene un magnífico templo, modestos altares, el incienso purísimo de los votos de todos los argentinos y los coros sublimes del ruido de las batallas y de la fama de sus infortunios, mayor que la de sus victorias.


Si el espíritu nacional necesitase demostrarse, bastaría señalar el himno universal que han cantado todos los pueblos a la Constitución y los prolongados juramentos con que le reiteran su adhesión.


La insistencia de estas manifestaciones revela que el buen sentido de las provincias repudia con horror el aislamiento y que tienen en odio las banderías parciales que las mantuvieron segregadas como átomos sin ningún valor ni importancia social. Materia de amargo y perdurable sentimiento será para ellas el recuerdo de los males que sufrieron. Cruelmente iludidas habían pedido a su propia y efímera independencia la seguridad y el bienestar, que sólo el orden general y el progreso natural del tiempo podían conquistar y garantirles. Y no se diga que estas manifestaciones son estériles y mentidas. No. La autoridad nacional en ninguna época ha sido mejor obedecida en cuanto cabe, ni más bien respetada; al paso que jamás tuvo disponibles menos elementos de poder y fuerza material.


Si este hecho tan notable y prominente triunfó de la razón sobre las malas pasiones, colma el deseo de los buenos, también inquieta á los prudentes y sirve de asunto y materia de alarde para los malos. Estos se empeñan en hacer que los pueblos desconozcan la generosidad del jefe que se ha despojado voluntariamente del ascendiente personal sobre la fuerza, como un homenaje de respeto debido por el fundador de la ley a las influencias legítimas del derecho.


Imperiosa era la necesidad de la reunión de las Cámaras Legislativas, porque es indispensable que todo el apoyo moral del país asista a esta República en su infancia como una nodriza cariñosa y vigilante.


La sanción y percepción de los impuestos fiscales, de la contribución directa territorial, la formación del tesoro, en suma, cuyas fuentes ha determinado la Constitución, demandarán la más asidua contracción de las cámaras. La circulación monetaria y las leyes de crédito, pedían su intervención instantánea y, con la misma preferencia, la creación del ejército permanente, que ha de prestar seguridad a la paz de la Confederación y a su comercio interior.


La instrucción pública y el culto llamarán seriamente vuestra atención, puesto que la base fundamental de todo orden social está, según la convicción de la experiencia, en la moral que viene de Dios y en el conocimiento del deber a que toda educación bien entendida debe dirigirse. Una masa considerable de antecedentes, de noticias estadísticas referentes a estos dos importantes ramos, existe ya penosamente recogida y estará á disposición de las cámaras para ilustrarlas en sus deliberaciones.


La comunicación postal por medio de las mensajerías y correos, la mejora de los caminos actuales, las concesiones de las diversas líneas de ferrocarril que se solicitan actualmente, la regular navegación a vapor de nuestros principales ríos y la protección de los esfuerzos hechos hasta aquí para atraer brazos extranjeros, preparan un período legislativo que tendrá por término la más gloriosa recompensa.


Si lográis legislar con acierto sobre estas materias, habréis regularizado la vida de la Confederación, habréis estrechado y robustecido los vínculos frágiles que ligan las partes con el todo de esta naciente República. Habréis fundado la autoridad, no en el sentido de ningún partido, sino en el de los intereses de toda la sociedad a que ella legítimamente pertenece.


Evitad dos escollos: la precipitación y el nimio temor de errar. No olvidéis que cada día tiene su afán y que a cada uno está señalada su merced. No perdáis de vista que el trabajo de los fundadores es esencialmente espiritual, y que después de las más laboriosas tareas, suele tenerse por resultado las más crueles decepciones. No os arredréis por esto; vencer dificultades es el trabajo incesante de toda la vida. Poned de vuestra parte buena voluntad, cautelosa circunspección y la energía perseverante y siempre victoriosa del patriotismo. Confiad, por lo demás, en la fuerza de las cosas y en el nuevo giro que han tomado los espíritus y os encontréis ayudados con tal que mantengáis la autoridad en la alta esfera que os dejo trazada.


éste es el modo regular de proceder, esta es la tarea que tenéis que llenar para dar cuerpo y conciencia a la nacionalidad argentina y una base fija y sólida a su progreso.


Burlado el país en sus legítimas esperanzas de tener por capital al pueblo iniciador, privada la Confederación de la alianza de los hechos antiguos con las necesidades del presente por el egoísmo de una facción que se ha arrojado a quebrantar la unidad nacional, para que Buenos Aires no; sea la capital, como lo habría roto para que forzosamente lo fuese, el Gobierno se ocupó en buscar en las previsiones del Congreso General Constituyente el remedio a esta deficiencia.


Por una ley suplementaria podía elegirse una capital provisoria en el caso que Buenos Aires no aceptase la Constitución o se negase a hacerlo.


Es en virtud de esa ley que consultada la Provincia de Entre Ríos por el órgano de su Sala de Representantes, accedió a los deseos del Gobierno Nacional para servir de asiento a las autoridades federales, sometiéndose a su inmediata y exclusiva dirección con todos sus medios del poder, población y recursos.


La Provincia de Entre Ríos tiene la gloria de haber iniciado el 11 de mayo de 1851 el movimiento regenerador de la Nación.


La celebridad y el número de los triunfos alcanzados en esta causa de patriotismo y salvación, la constancia de sus sacrificios, la perseverancia en añadir mayores esfuerzos y fatigas en la causa de la conservación de la nacionalidad argentina, no había de perderse delante de la única abnegación que falta para coronarlas todas. La Provincia de Entre Ríos es, pues, en virtud de las leyes del Congreso Constituyente de 4 de mayo de 1853 y de su Sala de Representantes de 22 de marzo último y del decreto del 24 del mismo mes, la capital interina de la Confederación.


Con estas determinaciones, la cuestión sobre capital, que es una cuestión de hecho, puede quedar eliminada, hasta que, transcurrido el primer período decenal, pueda promoverse la reforma de la Constitución.


Así el Congreso General Constituyente habrá dicho bien "que penetrado del vivísimo deseo de hallar un remedio para la ominosa actualidad de esa provincia de Buenos Aires y no podía dejar de expresar su convicción y su esperanza de que en esos mismo actos del Congreso, se encontraría la más novedosa y eficaz transacción, buena para el presente y como justa e inalterable, buena para mañana y para todo tiempo".


Con la única excepción de la provincia de Buenos Aires, todas las demás de la Confederación respiran en paz. En todas partes los beneficios sentidos por este don del cielo, redoblan el ardor con que se le bendice y anhela.


La conciencia de la seguridad se extiende y fortifica, y con ellas los capitales y los brazos se desatan en solicitud del trabajo y de la industria.


Parece que cansados de luchar los pueblos argentinos buscan en el desarrollo de su actividad inteligente, en las ocupaciones de la industria, en el cultivo de los campos, en las crías de los ganados, en la explotación de los tesoros encerrados en el seno de sus montañas y en el comercio interno y externo, la reparación de sus fortunas destruidas.


La aurora de la paz y del orden ha lucido apenas sobre el horizonte argentino, y ya se pueden ver con los ojos los beneficios y los prodigios que han de crear el trabajo y la libertad sobre un suelo tan privilegiado.


Casas, campos, productos, frutos y salarios, han doblado sus respectivos valores de un año a esta parte en todo el país.


La circulación, desembazarada de las trabas y vegetaciones que detenían el movimiento de las personas y mercancías en los límites de cada provincia, se ha activado en proporciones desconocidas.


Los caminos se reparan. La cadena de los Andes se salva en cualquier dirección, y los mercados del Pacífico ofrecen colocación y beneficios al sobrante de nuestras producciones.


Aquellos mercados con sus necesidades crecientes están destinados a estimular poderosamente la industria argentina, con especialidad la que tiene por objeto el aumento de los ganados y la extensión de los prados artificiales.


Los pueblos del litoral, como que se han levantado de un pesado sueño, hoy vigorosos y lozanos, están llenos de animación y de esperanzas. Los ríos que corren eternamente sin traer ni llevar nada, son la más perfecta imagen de una vida estéril y la refleja en las poblaciones que los avecinan.


Por estas grandes arterias se ha precipitado un torrente de vida muy pujante; al impulso de su primera oleada hemos visto levantarse la villa del Rosario a la altura de un verdadero emporio; ciudad importante, asentada sobre las barrancas arcillosas del Paraná, sin molde ni preparación.


Siendo el Rosario el punto de acceso más inmediato para el comercio exterior, penetrando por las bocas del Guazo, es allí donde se dan la cita los comerciantes de los últimos extremos de la Confederación, allí donde se reúnen todas las producciones, frutos y especies que mueve el comercio argentino para recibir en cambio los géneros extranjeros —allí donde bulle un considerable accesorio de buques y marineros, carretas y conductores, trajinantes y recuas— allí, finalmente, donde bajo las banderas de los cónsules extranjeros y la protección del pabellón nacional, se transan los mayores intereses del comercio de la República.


Se alimenta hasta hoy aquel mercado en sus relaciones más importantes por el comercio de entre puertos con las plazas de Buenos Aires y Montevideo. Más adelante, creciendo las producciones de las provincias destinadas a la exportación, y haciéndose más independientes en sus fortunas los comerciantes del país, se aglomerarán géneros y comerciantes directamente del exterior, consumidores y frutos nacionales en aquel puerto, y harán de él un mercado cuya grandeza será proporcionada al bulto y valor de las especies centralizadas por la concurrencia. Se suprimirán los agentes intermediarios por aquella tendencia natural que lleva el comercio a hacer sus operaciones menos dispendiosas y más breves, ejecutándolas en un mercado abundantemente surtido y barato.


Se reconocerá entonces prácticamente la bondad de los canales de acceso al puerto del Rosario, el abrigo, facilidad y economías que permite hacer en los operaciones de carga y descarga. Entonces el comercio exterior directo, tímido y desconfiado hasta ahora, empezará a persuadirse que puede verificar sus especulaciones, y fundar establecimientos fijos en aquel punto con seguridad, con libertad e inmunidad doméstica; condiciones tanto como el pájaro sus alas necesita el comerciante en sus empresas.


Las operaciones, que son el resorte exclusivo del tiempo y de la naturaleza de las cosas, no pueden ni deben violentarse, porque se alejan los resultados, procurando acercarlos, y porque el artificio de las leyes no vale nada contra la verdad e interés.


Sin embargo, si la situación indefinida en que la provincia de Buenos Aires se ha colocado respecto de la Confederación, continuase por más tiempo, tal vez seremos forzados a aceptar otro orden de ideas. El comercio del interior, sufragáneo del de Buenos Aires, necesita emanciparse, para desembarazar la moralidad de sus opiniones, quedando así mejor dispuesto para apoyar las disposiciones de la autoridad al beneficio de los intereses generales de la Confederación. Pues que empieza a ser sentido el convencimiento de que las situaciones anómalas e indefinidas son esencialmente perturbadoras.


El mercado del Rosario tal como es actualmente, es el principal de la Confederación, así como la aduana de aquel puerto es la primera fuente de sus rentas. Estas circunstancias han solicitado la atención del gobierno nacional sobre aquella ciudad de tanto interés. Con este objeto, entre otros, fue comisionado el Ministro del Interior cerca del gobierno de Santa Fe, y representándole la necesidad de dar a aquella ciudad del Rosario la forma protectora de administración, seguridad y decoro, correspondientes al número e importancia de los intereses que en ella se custodian, aquel gobierno se prestó con laudable celo a esta fundada exigencia.


En consecuencia, aquella población ha sido dotada de las instituciones necesarias a una ciudad populosa y mercantil. Se ha establecido muy acertadamente en ella un Tribunal del Consulado, magistratura congenial con las costumbres y el espíritu del comercio, el que ha de administrar la justicia entre comerciantes, conformándose con las prescripciones de las ordenanzas de Bilbao, código cuya bondad es generalmente reconocida.


No es posible presentar una relación detallada del estado de la Confederación en el Departamento de Hacienda. Es preciso, por lo tanto, limitarse a relatar sencillamente lo que se ha hecho, y proponer las medidas que la situación exige, sin ocultar que la experiencia y observación han modificado las ideas que se habían adoptado.


Desde la instalación del Gobierno Nacional hasta hoy, el tiempo ha sido corto para el trabajo exigido en todos los ramos del Departamento de Hacienda. Nada había preparado; era preciso destruir los restos fiscales del aislamiento; crear rentas conforme a la Constitución; organizar lo que se creaba; remover los obstáculos propios de todo lo que no tiene antecedentes; atender al pago de la deuda exigible de la Confederación y a los gastos más necesarios del Gobierno Nacional; y todo este cúmulo de trabajo ha sido simultáneo y urgente. Se ha hecho mucho en verdad; pero como ha faltado el tiempo, que es el realizador de todas las obras, las rentas y demás resultados, están en germen en mucha parte.


La transición del aislamiento de las provincias a la nacionalidad argentina ha debido ser gradual, y tan lenta como lo permitían los medios que debían verificarla. El Gobierno Nacional apareció con deberes positivos que cumplir, y los arbitrios con que debían expedirse, eran un derecho escrito que necesitaba el tiempo para realizarse.


Sin rentas, sin moneda, sin comercio regular, sin medios de comunicación, todo era forzoso crearlo y entretanto servirse de lo existente en las provincias que más recursos tenían, y en las que resaltaba el sentimiento de nacionalidad.


En 1853 los gastos nacionales encargados al Director Provisorio y al Gobierno Nacional Delegado, fueron suplidos por un módico derecho de internación, muy liberalmente percibido, que se estableció por el decreto de 3 de octubre de 1852, por el producto del empréstito decretado en 26 de febrero de 1853 por el Congreso Constituyente y por las anticipaciones que las provincias de Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y Mendoza hicieron de sus propias rentas.


No obstante estos recursos y la recomendable generosidad con que los gobiernos de las provincias mencionadas asistieron al Gobierno Nacional, no fue posible pagar las dietas de los Diputados al Congreso, ni otros sueldos civiles y militares que quedaron atrasados.


De estas resultas, a la inauguración del Gobierno Constitucional, el Ministro de Hacienda debía atender el pago de:


Ajustes de los Diputados.


Sueldos atrasados.


Empréstitos.


Varias deudas exigibles.


Saldos en favor de las provincias.


Gastos de instalación y ordinaria de gobierno.


A estas exigencias se unió luego la de dar subsidios a aquellas provincias que a consecuencia de la abolición de las aduanas interiores y de la nacionalización de las exteriores habían quedado sin medios propios para su conservación.


El Gobierno Nacional Delegado sin conocimiento del monto de estos desembolsos, pero en previsión de la necesidad de atenderlos, había dado el plan de hacienda que envuelve el estatuto, abrazando en él, el crédito, la moneda, las rentas y todo cuanto podía con el tiempo y con la cooperación de los pueblos, servir a los gastos ordinarios y al desenvolvimiento de la riqueza pública.


Sobre las bases que las rentas de un Estado tienen un origen igual al derecho de propiedad, nada aparece en él arbitrario, que no sea el producto de un servicio prestado o de un capital anticipado, y que no sea en favor y sostén de la propiedad que protege, como la mayor base para la creación de las rentas y uniformidad de la moneda. Tales son los fundamentos de la organización que él contiene, y todas sus proposiciones lo muestran, estando de acuerdo con la verdad y los principios.


El gobierno constitucional encontró los negocios eclesiásticos en un lamentable desarreglo causado por el aislamiento de que han salido las provincias confederadas. Cuatro diócesis, compuestas cada una de diversas provincias que no reconocían dependencia política común en asuntos eclesiásticos, no podían establecer un gobierno regular.


Reducidas las sedes episcopales a la sola asistencia, de la provincia en que estaban establecidas para subvenir a los gastos del culto divino y gobierno de la iglesia, sin el auxilio y protección de las distintas autoridades soberanas en que se hallaban divididas las diócesis, no había orden ni regularidad posibles.


Así, pues, el Gobierno al tomar cuenta del estado de las iglesias de la Confederación, ha encontrado los terribles efectos de aquel largo y violento período de desquicio social: la relajación de los resortes de la autoridad eclesiástica, la disminución considerable del clero secular y regular, la destrucción material de los templos y hasta el cisma mismo en algún punto de la República.


Los esfuerzos de algunos gobiernos de provincia y prelados celosos han conseguido mantener la decencia del culto y establecer la regularidad posible en la administración del pasto espiritual en ella; pero su influencia no podía alcanzar al establecimiento de un gobierno regular en la diócesis, que sólo podía partir de un centro común que no existía.


El Gobierno Constitucional en los pocos días de su existencia, ha contraído muy especialmente su atención a parar los efectos de aquella causa envejecida; y os propondrá las medidas que a su juicio deben restablecer el buen orden en el gobierno de las iglesias de la Confederación, y propender al aumento e instrucción del clero, reparación de sus templos, decencia y esplendor en el servicio de culto divino.


Para todo ello cuenta con el bien acreditado celo paternal y sabiduría del actual Pontífice reinante nuestro Santísimo Padre Pío IX.



H. Mabragaña, Los mensajes. Buenos Aires, 1910, t. m, p. 9 a 62.