1890 - Relato de Alem sobre la Revolución de Julio
Relato del Doctor Leandro N. Alem sobre la organización, desarrollo y capitulación de Organizados los clubes parroquiales en la capital, disuelta a tiros la reunión de San Juan Evangelista, y constituida la coalición política de El malogrado y valiente Julio Campos y álvaro Pintos, de Hombres influyentes de la capital, con quienes hablé en el mismo sentido, encontraron que era una necesidad prepararnos para la lucha armada. Debe ser entendido que no a todos les hablaba claramente de una revolución, sino que averiguaba la disposición de su ánimo para resistir por la fuerza en caso necesario la opresión y la violencia del gobierno. Encontrando tanta aceptación el plan revolucionario en el elemento civil, por estelado, no había más que proceder a la organización de los clubes, con el propósito indicado. Siempre pensé que triunfante una revolución en Buenos Aires, las situaciones provinciales odiadas por el pueblo caerían solas cuando les faltara el brazo que las sostenía contra la opinión pública. Esta convicción que tenía de nuestro país fue confirmada por el movimiento revolucionario del Brasil, el cual se limitó a dominar la capital, y se adhirieron en seguida las provincias a pesar del prestigio que conservaba la monarquía, y de las cualidades personales del monarca, muy opuestas a las que adornaban a nuestro jefe de Estado. Pero, no obstante esta opinión arraigada, consideré conveniente que las provincias se preparan por secundar la revolución, sacudiendo con su propio esfuerzo los gobiernos que las oprimían y esquilmaban. Algunas provincias del centro y norte de El Ejército Desde que usted me vio para formar la coalición política que fue aclamada el 13 de abril, yo tenía la convicción de que con el pueblo solo sería difícil hacer triunfar un movimiento revolucionario, contra tantos elementos de fuerza con que contaba el gobierno. Pensaba que debíamos organizar vigorosamente el elemento civil en la capital y las provincias; pero creía en extremo necesario buscar la participación del ejército en esta gran obra regeneradora, contra la cual el gobierno esperaba lanzarlo. Tenía buenas relaciones en el ejército, conocía su espíritu y los sentimientos levantados de muchos jefes y oficiales. No podía convencerme de que un ejército que contaba con elementos tan sanos, sirviera de guardia pretoriana a gobernantes tan pequeños. Mi idea, pues, desde un principio fue ésta: preparar el espíritu del pueblo para la revolución y buscar el apoyo del ejército. Así el movimiento conservaría su carácter popular, interviniendo el ejército en su auxilio; y la lucha armada sería menos sangrienta y más rápida. Llevada a cabo en esta forma, pueblo y ejército de mar y tierra habrían consumado una revolución imponente, en defensa de las instituciones y de cuanto mas caro tenemos los argentinos. La gloria de la jornada sería común, y quedaría este precedente histórico, que el ejército no era una máquina automática creada para provecho personal de gobernantes corrompidos, sino el guardián de las instituciones y del honor nacional. Con este sentimiento, el día mismo del “meeting” del 1º de septiembre, una persona caracterizada me indicó que un empleado de policía quería verme con mucha urgencia. Le observé que debía asistir al “meeting”, indefectiblemente y temiendo que quisiera revelarme algún atentado contra los jóvenes independientes, le insté que lo invitara a pasar por el Jardín Florida a la hora de la reunión. No pude verme con él hasta el día siguiente. Hablé con el empleado de policía, a quien yo conocía perfectamente, y me dijo que un grupo de oficiales del ejército con quienes estaban en relación deseaba ponerse al habla con los opositores al gobierno, pues ellos creían que había llegado la hora de probar que el ejército no era máquina de opresión sino milicia de libertad. Después traté de ponerme en comunicación con estos oficiales, pero ya se habían desorganizado, no se valían del mismo intermediario. Recuerdo este ofrecimiento militar, porque fue el primero que recibí del ejército. Cuando hubo terminado la procesión cívica del 13 de abril, nos retiramos con el doctor Del Valle al Club del Progreso, y allí vino el comandante Joaquín Montaña a comunicarnos esta noticia importante; que acababan de comunicarle unos oficiales distinguidos del ejército que había un grupo de oficiales con mando de tropa, opositores al gobierno, quienes deseaban ponerse al habla con nosotros, representándolos los capitanes Castro Sunblad, Lamas, el teniente Berdier y el subteniente Uriburu. Muy contentos con noticia tan halagüeña, convinimos en que los citara para el día siguiente en casa del doctor Del Valle. No me fue posible concurrir a la cita, porque a esa hora tuve una reunión importante con la junta Ejecutiva para dar impulso vigoroso a los trabajos. De la conferencia vinimos en conocimiento que había una agrupación de oficiales de los diversos cuerpos de guarnición, una especie de logia, formalmente juramentados y decididos a fusionar con el pueblo contra el gobierno vergonzoso que nos afrentaba. El doctor Del Valle tuvo varias conferencias con esos oficiales que ensanchaban sus trabajos, y poco tiempo después me puse directamente en relación con ellos en casa del poeta Joaquín Castellanos, cerciorándome que eran jóvenes muy distinguidos y patriotas. La reunión fue animada; me comunicaron todos los datos que tenían referentes al espíritu de los cuerpos, a la cantidad de oficiales comprometidos, al mando que tenían, etc. les pedí que continuaran los trabajos con actividad porque los acontecimientos se iban a precipitar, y convenía no tener en suspenso una conspiración en la que jugaban con la vida. De esta entrevista salí muy satisfecho, y creo que a ellos les pasó lo mismo. Quedamos en que nos veríamos dentro de cuatro o cinco días en la misma casa. Recuerdo que a esta primera reunión concurrieron el mayor Drury, los capitanes Lamas, Castro Sunblad, Fernández, Facio, y los tenientes Berdier, Pereyra, Ruiz Díaz, Pinto y Uriburu, y otros más cuyos nombres no recuerdo. Contemporáneamente había tenido una conferencia con el coronel Julio Figueroa, en casa del señor ángel Ugarriza, y allí, hablando de la posibilidad de un movimiento revolucionario contra el gobierno de Juárez, el coronel Figueroa me dijo por el conocimiento que tenía del ejército, era su opinión que más de un cuerpo vivaría al pueblo alzado contra ese gobierno bochornoso. Y tratando más detenidamente del estado de cada cuerpo de la guarnición, me dijo que creía con seguridad que el 9º de línea respondería al movimiento revolucionario, pues estaban mandadas las compañías por oficiales muy decentes y patriotas. Quedamos en que él se encargaría de ver a esos oficiales y comunicarme el resultado. A los pocos días me dijo que podíamos contar con el 9º, que ya había hablado con los oficiales, encontrando en ellos espíritu más decidió, que los capitanes de compañía eran muy queridos en el cuerpo, por sus condiciones y por haberse formado allí, unos llevaban catorce años y otros dieciocho de vida común con los soldados; que estuviera seguro que ese batallón secundaría el movimiento revolucionario, por lo cual él mismo lo mandaría. Me permití dudar de la confianza con que me aseguraba el concurso del cuerpo, y entonces me ofreció ponerme en relación directa con los comandantes de compañía. Tuvimos esa entrevista, a la cual asistieron los capitanes Sarmiento, Señorans y un teniente de la otra compañía, en representación del capitán que faltaba. Allí quedé convencido de la verdad de cuanto me había dicho el coronel y de la decisión patriótica de los oficiales del 9º de línea. Aun cuando el jefe y segundo jefe no habían sido vistos todavía, ya podíamos contar seguramente con este cuerpo, pues aparte de la decisión resuelta de los oficiales y de su influencia en el batallón, el coronel Figueroa tenía mucho prestigio, era muy querido, lo había mandado ocho años y respondía con toda seguridad del concurso del 9º. Era tal la confianza que tenía en ese batallón, que había visto para el movimiento revolucionario hasta cabos, sargentos y soldados. Entre los oficiales con quienes hablé en casa de Castellanos había algunos del 1º de artillería; pero aquel cuerpo tenía ocho compañías, y era muy importante ver el mayor número de capitanes. El señor Natalio Roldán, me puso en comunicación con su malogrado hijo, el valiente y distinguido capitán Manuel Roldán, quien se adhirió con entusiasmo al movimiento revolucionario, y por su intermedio vi a otros oficiales más de artillería. Hablé también con el capitán Rojas, que se comprometió conmigo, asistió a varias reuniones, y luego faltó haciéndonos fuego en los combates de julio. Tuvo lugar una segunda reunión de oficiales mas numerosa que la primera, en casa de Castellanos, y allí me convencí que ya podíamos contar seguramente con casi la totalidad de los oficiales del 1º de artillería, del 1º y 5º de infantería, de Ingenieros, con los cadetes de Palermo, concertados por Hermelo, aparte del 9º y de los capitanes Calandra y Ratto, con dos compañías del 4º, vistos por el coronel Figueroa. Todo esto sin contar con que estaban minados los cuerpos de la guarnición, que no eran revolucionarios. En esta conferencia comuniqué a los oficiales la resolución que formaba de lanzarnos al movimiento revolucionario, en vista de los poderosos elementos con que contábamos, pues ya disponíamos también de la escuadra, como se verá luego. Esa noche convine con los oficiales en la formación de grupos civiles para fortalecer la salida de los cuerpos y aprehender a los jefes, organizaciones civiles que ya había encargado yo con antelación. Hasta entonces se habían hecho trabajos para explorar la situación del ejército y ver con que elementos se contaba, pero me parecieron éstos tan poderosos ya, que anuncié a los oficiales la resolución trascendental, asegurándoles que los miembros de la junta, de los cuales sólo conocían al doctor Del Valle, estarían en la misma resolución. Ellos, lejos de mostrarse algo embarazados por el giro grave que tomaban los acontecimientos, rivalizaron en expansiones, su entusiasmo y satisfacción por que lleváramos adelante con mano firme el plan revolucionario. Quedaron los oficiales de cada cuerpo en nombrar sus respectivos representantes, y me hicieron presente la necesidad de que un jefe de alta graduación mandara el movimiento militar. Les contesté que había varios jefes de alta graduación en nuestra causa, y que oportunamente los conocerían. Después, como ueste recordará hubieron dos o tres reuniones de oficiales revolucionarios en su casa, adoptándose resoluciones importantes. El 10º de línea se obtuvo por trabajos del mayor Soler, capitán Rosas y Racedo, capitán Osorio y el teniente Misaglia. Una vez que fue trasladado preso al cuartel del 10º el general Campos, se hizo de todo punto necesario, imprescindible, conseguir este batallón. Convenía mucho para el plan revolucionario conseguir su apoyo, y esta necesidad se hizo más apremiante, desde que el cuartel del 10º era la prisión del jefe que debía mandar las fuerzas militares. Si el batallón no podía adherirse al movimiento saliendo sigilosamente, debía tratarse de sublevarlo para que quedara en libertad el general Campos. Felizmente el día 25 de julio el capitán Rosas Racedo, en una conferencia con Del Valle, Montaña, capitán Osorio y Missaglia, avisó que los trabajos entre los oficiales estaban muy adelantados, y que creía sacar el cuerpo para la revolución, lo que se puso en conocimiento del general Campos. El batallón de Cabos y Sargentos debía entrar también en la revolución, pero falló y no concurrió a la cita. Deseando poner en relaciones a los oficiales de todos los cuerpos entre sí, y con el jefe superior que mandaría las fuerzas revolucionarias, las convoqué a una reunión en casa del doctor Copmartin, calle Belgrano, cerca de la policía. Allí concurrieron como cuarenta o cincuenta oficiales, los jefes superiores coronel Figueroa y el general Campos. A esta conferencia asistí con el doctor Del Valle, como a las subsiguientes, luego que se resolvió echarnos a la calle, según la frase que empleábamos. La reunión fue demasiado numerosa, pero no imprudente, por hacerse a las barbas de la policía, donde sus agentes jamás se imaginarían que se tramaba una revolución armada, pues para esta clase de entrevistas es costumbre buscar puntos solitarios y alejados, que la policía vigilaba mucho. Los oficiales se estrecharon las manos con efusión, con sinceridad, con esa sinceridad de los conspiradores que se coaligan para una obra grande y patriótica. Informaron al jefe de todos los elementos con que se contaba en cada cuerpo, y del plan para sacar los batallones de los cuarteles; oyeron las indicaciones de aquél; y todos se retiraron convencidos que eran impotentes los elementos del ejército que entraban en la revolución. Campos salió satisfecho de la entrevista. El joven Ricardo Oliver me puso en relación con el mayor Ramón Lira, quien se sentía movido también por este sentimiento patriótico de oposición radical hacia el régimen imperante. Hablamos de política, y no ocultó su antipatía al gobierno de Juárez; le pregunté cuál era el espíritu que animaba a la oficialidad de la armada, y me dijo que creía que habían de simpatizar, como el, con la causa de A los pocos días vino y me presentó al alférez de fragata Leopoldo Pérez, anunciándome que ya contaba con varios oficiales de la escuadra, cuya lista me entregó, animados de sus mismos sentimientos políticos opositores al gobierno de Juárez, y que secundarían Honores me ofreció presenta al mayor O´Connor, comandante del Villarino, porque estaba seguro que le era simpática la causa de Así es que la sorpresa fue muy agradable para todos; para mí porque veía congregados jefes y oficiales distinguidos de la armada, comprometidos a ponerla al servicio de la revolución; para ellos, porque se confortaron al ver que estaban casi todos en el plan revolucionario. Ya también estaba conseguida la división de torpederas con su 2º jefe por los trabajos de Lira y Pérez. Estaban en el movimiento de Jefes Después del “meeting” del 13 de abril, encontré un día, por la calle Florida, a los coroneles Julio Figueroa y Mariano Espina, quienes me preguntaron cuál era la actitud que asumía El general Manuel J. Campos era muy conocido como opositor radical y vehemente al gobierno del doctor Juárez Celman; terminado el meeting del 13 de abril, fue llevado preso por la policía, lo que contribuyó a aumentar su antipatía a los gobernantes. Sabía por el doctor Del Valle que el general Campos era hombre dispuesto para un movimiento subversivo contra Juárez; yo también había hablado, en general, con él de la necesidad de hacer algo serio para salvar el país; pero sin concretar ninguna fórmula, ni menos comunicarle todavía los elementos con que contaba para un movimiento armado contra el gobierno que todos condenábamos. Pedí al doctor José Juan Araujo que, con la habilidad necesaria, hablara con el general Domingo Viejobueno de política opositora, y según como lo tratara, concertase una entrevista de este jefe conmigo. En seguida me informó que lo había encontrado muy bien dispuesto y que tal día nos veríamos. La conferencia fue breve, porque al momento adhirió a la idea revolucionaria, y entonces le dije que era conveniente tuviésemos una conferencia con el general Campos en casa de éste, en la cual le comunicaría los elementos con que contaba. En seguida hablé con Campos, fijando día para la conferencia con Viejobueno. Allí les expuse todos los elementos con que contaba para el movimiento revolucionario, y meditando con suma seriedad y cautela, pusieron en duda que los oficiales sacaran los cuerpos contra los jefes, dijeron que los oficiales se dejaban llevar con frecuencia por su entusiasmo, y no medían todas las dificultades de una empresa llena de peligros. Conviniendo conmigo que era una base muy sería la que teníamos en el ejército, me aconsejaron que continuásemos los trabajos en los cuerpos y que pusiera la oficialidad en contacto con uno de ellos, con Campos, porque no convenía que se hiciera notable la participación de Viejobueno, Jefe del Parque. Entonces fue cuando dispuse aquella reunión de oficiales en casa del doctor Copmartin, de la cual salió muy satisfecho el general Campos. Vio que la oficialidad era distinguida y que estaba resuelta hasta llegar al sacrificio. Estos dos jefes eran de la misma graduación, generales de brigada; y por la circunstancia del puesto de feje del Parque, tan delicado e importante, que ocupaba Viejobueno, el cual no convenía, bajo ninguna forma, exponernos a perderlo, haciendo intervenir a éste demasiado en los trabajos revolucionarios, y por la extrema miopía que padece este distinguido general, convinieron ellos que Campos tuviera el mando de las fuerzas. Ya le he dicho que en casa de Ugarriza me puse de acuerdo definitivamente con el coronel Figueroa y cuál fue el valioso contingente que trajo a la revolución el 9º de línea, dos compañías del 4º, y su consejo y ayuda en los trabajos revolucionarios, pues desde entonces formó parte del grupo o junta que preparaba la revolución. El doctor Del Valle habló con el general de división don Joaquín Viejobueno, quien adhirió al movimiento de Tuve también una entrevista con el general Racedo; este jefe no deseaba tomar parte en el movimiento revolucionario de la capital, sino conseguir uno o más buques de guerra y algunas tropas de línea, para convulsionar el litoral, especialmente Entre ríos, donde tenía elementos populares organizados. No obstante su propósito, influyó con el comandante Ruiz, jefe del 5º para que nos acompañara en la revolución; y con el mismo objeto decidió al comandante Casariego, jefe del batallón de ingenieros, quien no pudo entrar por haber sido preso. Quedó el general Racedo en ver al comandante José García, feje del 9º de línea, pero no pudo hacerlo. Don Natalio Roldán y yo hicimos ver al capitán Mon, 2º jefe del 9º, con su propio señor padre, para que entrara a la revolución. El cuerpo quedó listo para ponerse en movimiento, hasta con su 2º jefe. Momentos antes de estallar la revolución como a las 3 de la mañana, recién los oficiales del 9º y el mayor Mon informaron al comandante García del plan revolucionario, adhiriendo este jefe al movimiento. El mayor Bravo, 2º jefe del 5º, me ofreció su concurso, porque le gustaba la causa, y porque sabía que los oficiales estaban en la revolución. Tuve dos conferencias con él, en casa de Miguel Páez. Ya sabíamos que este distinguido jefe había mandado ofrecer sus servicios y que estaba en la revolución desde el principio, según lo aseguraron a su nombre los oficiales del 5º. En los últimos días que precedieron a la revolución, el general Racedo habló con los comandantes Ruiz y Casariego. Como he dicho, ellos aceptaron entrar al movimiento y ofrecieron su espada, pero ya los oficiales de los cuerpos habían abrazado la causa revolucionaria. Estaban en el plan revolucionario, y me habían prestado su ayuda los coroneles Morales, Irigoyen, comandante Joaquín Montaña, y mayores Vázquez, Carranza, Soler y Drury. Concurrieron al Parque cuando estalló la revolución, los generales Napoleón Uriburu, Eduardo Racedo, los coroneles Mariano Espina, Martín Guerrico y Julio Campos, el comandante López, el comandante Córdoba, mayor Ricardo A. Day y varios jefes más de guardias nacionales y de línea, cuyos nombres no recuerdo en estos momentos, pero que ya son conocidos del pueblo. Las peripecias del distinguido mayor Vázquez, son muy conocidas. Plan de las Operaciones Militares La revolución hubo de hacerse de día, y ya estaban tomadas todas las disposiciones para lograr un éxito que yo creí siempre seguro, cuando fue necesario cambiar de hora y de teatro, porque la oficialidad consideraba imposible o muy peligroso el sacar de día algunos cuerpos sublevados de los cuarteles, mucho más cuando habría que tomar medidas violentas contra los jefes si se presentaban a impedir la adhesión del ejército. Yo insistía en que la revolución fuese de día, entre otras razones poderosas que después se dirán, porque así tendría su verdadero carácter popular, debiendo operar primeramente el elemento civil atacando La revolución estuvo, primero, combinada para hacerla de día a las 3 de la tarde. Tenía tomadas varias casas en puntos estratégicos, y el combate debía librarse en la plaza de Mayo. Se haría una interpelación ruidosa al Ministro de Estos grupos, distribuidos convenientemente, llevarían, en el momento oportuno, el ataque a la plaza de Mayo. Las divisiones serían mandadas por el coronel Morales, comandante Montaña y Mayor Felipe Vázquez y otros más. El doctor Miguel Goyena representaría a Después convinimos hacer estallar el movimiento a las 9 de la noche, atrayendo a un teatro, con algún espectáculo extraordinario, o durante las fiestas julias, al presidente y demás hombres que necesitábamos apresar. Tomé casas en las cercanías de El plan definitivo de las operaciones militares fue confeccionado en la penúltima reunión que tuvimos con los oficiales representantes de los cuerpos en casa del doctor Castro Sunblad, a la cual asistieron éstos, el general Campos, los coroneles Figueroa e Irigoyen, el doctor Del Valle y yo. En la subsiguiente y última conferencia se comunicó el día que debía estallar la revolución. El plan era el siguiente: a las 4 de la mañana saldrían los cuerpos de sus cuarteles marchando en seguida con rapidez al Parque, lugar de reunión de todos nuestros elementos. Reunidas las fuerzas revolucionarias en la plaza del Parque, inmediatamente se desprenderían dos columnas compuestas de infantería y artillería; una de ellas llevaría el ataque a Una vez tomada la policía y rendidas o dispersadas las fuerzas gubernistas, debíamos ocupar inmediatamente la casa de Gobierno, el telégrafo, las estaciones de ferrocarriles y todas las posiciones estratégicas; en una palabra dominar toda la ciudad. Posesionados así de la capital de La escuadra, cuando observara las señales convenidas, haría algunos disparos de cañón sobre el cuartel de Retiro y sobre la plaza de Mayo y casa de Gobierno, debiendo cesar su fuego por señales igualmente convenidas. Este plan no se modificó hasta el 26 de julio en el Parque por indicaciones del general Campos, como verá usted más adelante. La prisión de los doctores Juárez y Pellegrini y de los coroneles Roca y Levalle nos había preocupado mucho, creyéndola de gran importancia. Se trataba de impedir que los dos primeros organizaran la contrarrevolución en la capital o en las ponencias. Valiéndose de su título legal, que el ministro de Cuando se iba a hacer de día la revolución, yo había tomado todas las medidas para la aprehensión de estos hombres, y garantía a los miembros de Pesando los miembros de Se consiguió tomar casas próximas a los edificios de estos jefes, para que allí se apostaran los grupos cívicos, que debían prenderlos. Ordené a Fermín Rodríguez que transmitiera las siguientes instrucciones a los jefes de esos grupos: Si dadas las cuatro de la mañana del día 26 de julio, o en el momento en que hubieran sentido la revolución, salían de sus casas los generales Roca y Levalle, los prendieran inmediatamente, conduciéndolos al Parque en seguida; si abrían las puertas de sus casas, que penetraran en ellas para arrestarlos y conducirlos luego al lugar indicado. Sólo que los jefes resistieran con armas, harían uso de las suyas para rendirlos. Estas fueron las instrucciones terminantes que ordené a Rodríguez trasmitiera a los jefes de esos grupos. ¿Porqué Roca y Levalle no fueron presos? Lo ignoro. No dije una palabra de que esperaran para obrar la señal de un cañonazo, o que se retirara el vigilante de la esquina. Todo ello es una solemne mentira, pues fácilmente se comprende que hubiera sido verdadera insensatez despertar al enemigo con cañonazos al aire. Esto es cuanto ha pasado respecto de las prisiones de los jefes referidos, y de los doctores Juárez y Pellegrini, repitiendo que no se han tenido en cuenta en el plan concertado para llevar el ataque al enemigo en los primeros momentos, y que con ellas y sin ellas, el ataque estaba resuelto. Los comisarios tenían orden del jefe de policía de reconcentrarse al Departamento cuando sintieran movimientos subversivos. El jefe les había trasmitido esta orden reservadísima: es inminente que estalle, de un momento a otro, una revolución; cuando Ud. la sienta, se reconcentrará al Departamento sin pérdida de tiempo, arreando los caballos y trayendo los vehículos que encuentre en su marcha. En el lugar de la reconcentración, se pondrá Ud. a las órdenes del infrascrito, o de quien le presente una orden firmada por mí, y si no se le presenta esta orden, obrará según su criterio. Guarde Ud. la más estricta reserva del contenido de esta comunicación, no debiendo hablar palabra de ello, ni a los empleados de mayor confianza, ni a sus propios colegas. Yo tuve copia de esta orden, tan luego como se dictó. El Ministerio de La escuadra debía proceder cuando se le hicieran del parque las señas convenidas, que eran tirar cohetes y globos. El doctor Miguel Goyena era el encargado de esta operación, me consta que valiéndose del doctor Liliedal hizo llevar al Parque los cohetes y las bombas, las cuales se tiraron y fueron vistas del Andes ( aquel no estaba todavía en la revolución) y de La acción de la escuadra era de poca eficacia para el movimiento revolucionario de la capital, y tan poca importancia le dieron los miembros de Ya ve usted que poca participación debía tomar la escuadra en el movimiento militar revolucionario de tierra, y cómo el plan de guerra de la ciudad, no podía ni debía jamás esperar que la escuadra rompiera las hostilidades contra las fuerzas del gobierno, pues debían ser batidas en detalle sin dejarlas reconcentrar. Yo concurría al Parque de tres a cuatro de la mañana del 26 de julio, y allí debían ir trescientos o cuatrocientos hombres decididos; lo cual se ejecutó con la exactitud y destreza que exigía una cita revolucionaria de honor en medio de una activa vigilancia policial. Resuelta la revolución de noche, las organizaciones o agrupaciones civiles quedaron sin misión inmediata, debiendo concurrir al Parque en los primeros momentos, como efectivamente concurrieron. Unas agrupaciones populares debían ayudar la salida de los cuerpos y prender a los jefes si se presentaban, otras estarían listas para acudir al Parque cuando aclarase el día. No quisimos ensanchar mucho las agrupaciones de civiles, por el peligro de confiar a tantos el secreto revolucionario, y exponerlo a posibles indiscreciones. El movimiento principal y eficaz debían realizarlo los cuerpos comprometidos, que obedecían como máquina a sus oficiales, y estos, por discreción y porque les iba la vida, guardarían la mayor reserva de todo. Es falso que El gobierno revolucionario fue designado por En vísperas de la revolución, para atender como era debido tantos detalles importantes, el doctor Del Valle se hizo cargo de todo lo que se refería a Si la repartición policial me seguía los pasos fastidiándome muchas veces, no por su habilidad, sino por la grosería del espionaje, yo, a mi vez, sabía cuanto pasaba en esa repartición, sin el aparato del espionaje. La policía me seguía sin descanso. Yo la despistaba, cambiando tres o cuatro veces de carruaje en cada viaje comprometedor, dejando el coche lejos de la casa donde iba. Entraba último a las reuniones de jefes y oficiales, que iban de particular, y salía primero que todos. Algunos agentes que llegaban en su pesquisa hasta la casa donde había entrado, me seguían cuando me retiraba, hasta que iba a dormir, sin vigilar los que pudieran quedar en la casa de donde venía. Los conjurados entraban de a uno o de a dos, y se retiraban lo mismo cada cuarto o media hora. El día que iba a la cita más peligrosa, salía en carruaje con mi familia a paseo; en lugar conveniente tomaba otro coche y me dirigía al lugar de la entrevista. Los agentes se alejaban desde que me veían salir con mi familia; y si había alguno demasiado tenaz, yo sabía burlarlo hasta que los despistaba completamente. La policía tenía conocimiento de la organización de los grupos civiles; yo fomentaba mucho esas agrupaciones, para desviar la vigilancia policial de los cuerpos de línea, porque consideraba que las tropas veteranas que habían entrado en la revolución eran suficientes para dominar la ciudad, aunque los grupos civiles no acudieran bien organizados en el primer momento. Los gubernistas contaban en los cuerpos de línea, porque tenían mucha seguridad en los jefes, y cuando llegaron a desconfiar de éstos, ejercieron vigilancia en los cuarteles, especialmente para observar a los mismos jefes. De los oficiales no se cuidaban, porque creían tener el cuerpo segurísimo, desde que el jefe pertenecía en cuerpo y alma a la situación; aparte de que los oficiales conspiradores eran muy cautos en su proceder y en sus conversaciones. El inmenso personal de policía no descubrió nada de la organización militar de la revolución, a pesar de la traición de Palma, visto en mala hora sin mi opinión y sin mi conocimiento; la capital estaba en plena tranquilidad, y los vigilantes en sus puestos acostumbrados, como si no se moviera un solo hombre en son de guerra, cuando llegó a la plaza central del Parque una división de mil trescientos hombres de línea, con un regimiento de artillería. Los rondines policiales y los vigilantes encontrados por los cuerpos que venían al Parque eran desarmados y conducidos en calidad de prisioneros. El doctor H. Irigoyen, de acuerdo con Recapitulación de los trabajos revolucionarios Ahí tiene usted expuestos, a grandes rasgos, los trabajos revolucionarios, los elementos con que nos lanzamos a la lucha armada, y el plan de campaña militar adoptado por Como usted ha podido observar, me han ayudado eficazmente para preparar esta grande y justísimo revolución, los caballeros que componían Cuando la traición de Palma y la salida del 1º de línea hicieron postergar el movimiento revolucionario, tuve que hacer frente con serena energía a las impaciencias de los unos, a las protestas amargas de los otros, al desagrado general, y a este aviso que comprometía seriamente la causa de Recuerdo que en una de esas ocasiones los miembros jóvenes de Por la noche me notificó el capitán Roldán que los oficiales de artillería, del valiente 1º de artillería, se retiraban de la causa revolucionaria, por la demora y por la última postergación. Empiezo a argumentarle cariñosamente en esta forma: “¿Ustedes no son patriotas, entonces? ¿Quieren que la revolución estalle sin pies ni cabeza? ¿Qué haga sacrificar estérilmente tantas nobles vidas en una pelea descabellada? ¿Se imaginan que yo postergo la revolución por temor o por capricho? ¿No ven que hay fuerza mayor que se opone? ¿Que tal vez se haga el pronunciamiento antes de una semana? Pareciera que ustedes todo lo hacen depender de un instante, como si no pudiera tal vez triunfar con más seguridad en otro momento. Convengamos, capitán, en que los oficiales iniciadores, lo que quieren es el honor de la iniciativa militar que ha organizado las fuerzas de línea nuestras, aunque sea un sacrificio estéril, y esto no es lo que la patria exige de sus hijos. Me parece, agregué, que ustedes no piensan separase de la causa del pueblo, sino hacer presión sobre mi ánimo para que precipite el movimiento, lo cual no conseguirán, pues bajo mi dirección la revolución no estallará sino cuando tenga casi la seguridad del triunfo; lo demás es impaciencia peligrosa, que nos expone a grandes sacrificios estériles, a retrogradar nuestra causa de principios y a consolidar en el poder a los mercaderes que nos proponemos derribar. “Conmovido y llenando de alegría a su noble padre, me interrumpió: “No nos separaremos de usted, doctor, efectivamente, queríamos precipitar los sucesos, creyendo que se postergaba el estallido por negligencia o por desconfianza en los cuerpos. Estoy seguro que los oficiales de artillería seguirán la causa del pueblo, como la sigo yo desde ya”. Al día siguiente me comunicó que todos los oficiales de su regimiento seguían la revolución. El espíritu revolucionario era poderoso, hasta la tropa de los cuerpos estaba entusiasta por la causa del pueblo. Sin que ningún oficial hubiera comunicado nada a los soldados, éstos sabían que se conspiraba contra el gobierno; les gustaba la causa, y se entusiasmaban leyendo con placer los diarios opositores más radicales, que compraban con su propio dinero y oían luego al lector en círculo. Este espíritu revolucionario estaba en el ejército, en la policía, en el comercio, en las clases conservadoras, en los centros sociales, en la capital, en las provincias, animaba a los viejos, a los jóvenes, y hasta a las mujeres y a los niños. Todo clamaba por que se derribara con las armas el infame unicato. Ya conoce usted estos trabajos revolucionarios, cuya historia completa requiere un grueso volumen. Por ellos la causa de la revolución contó con el pueblo, que pronto iba a revelar su entereza para el combate; con el regimiento 1º de artillería de línea; con los batallones 1º (en viaje al Chaco), 5º, 9º y 10º,Ingenieros, dos compañías del 4º, los cadetes mayores del Colegio Militar; y con casi toda la escuadra nacional. Quedaban en contra, a favor del Gobierno, el 6º y 11º de caballería, el 4º, 6º, 8º, 2º de infantería, cuerpo de Bomberos y En política el movimiento revolucionario iba a ser radical; ningún mal funcionario del tiempo de Juárez quedaría en su puesto conspirando contra el bienestar público. La capital, la nación y las provincias experimentarían ese cambio benéfico, en todas las ramas administrativas, y el Congreso y las Legislaturas de los Estados serían compuestos por verdaderos y genuinos representantes del pueblo. El juarismo había envenenado todo nuestro ambiente y era necesario un huracán para purificar esa atmósfera que nos rodeaba, que nos asfixiaba, que nos envilecía. Era el momento supremo en que la entereza argentina nos ponía de pie y nos mandaba a derribar a cañonazos un régimen de opresión y de vergüenza. La revolución iba a implantar en las esferas del gobierno el imperio de todas aquellas reglas fundamentales que hacen el bienestar de los pueblos civilizados y la grandeza de las naciones; la revolución iba a realizar en todas sus partes el programa de Cambio de Plan Militar el 26 de Julio La mañana del 26 de julio estaba impaciente en el Parque por la demora de la columna donde debía venir la artillería, pues ignoraba si habrían, sobrevenido serias dificultades o si, el enemigo hubiese atacado la columna. Recordé que el 11 de caballería vigilaba con mucha prevención al 9º, y que tal vez hubiese impedido su salida o se habrían trabado en combate. Sabía qué en la comisaría de Smith estaban más de cien hombres, elegidos, con caballos listos, para vigilar la artillería. En semejante expectativa, envié a mi ayudante Ricardo Oliver a que pasase por el cuartel del 10º, se fijara si estaban allí el batallón, y luego observara si se sentía la marcha de la columna que esperaba, pues como venía la artillería, se haría sentir desde gran distancia. Volvió Oliver y me informó que no estaba el 10º en su cuartel, y que se sentía rumores como de marcha de la columna esperada, en dirección de Aquellos eran momentos de solemne expectativa y de verdadera ansiedad. Podía descubrirnos y sorprendernos la policía. ¿Cuál era la suerte de nuestros batallones? ¿Habrían salido felizmente a la hora señalada? El reloj estaba en la mano a cada momento. El coronel Irigoyen, que había bajado para observar los alrededores, nos anunció poco antes de las cinco, que el 5º e Ingenieros llegaban al Parque. El 5º venía con un gran grupo de civiles organizados por Torino y Honores, y encabezados por éstos y el teniente Bravo. Al poco rato, al aclarar, llegó la columna revolucionaria a la plaza del Parque, después de una marcha sin ningún inconveniente, pues ni el 11º había agredido al 9º, que salió del cuartel muy temprano para el ejercicio de tiro, ni la artillería había sido atacada por nadie. Los cadetes del Colegio Militar salieron sin ser sentidos. Cuando llegó la columna con la artillería el Parque estaba ya defendido por el 5º, el cuerpo de Ingenieros, sacado por el teniente Ruiz Díaz, una compañía del 4º mandada por el capitán Calandra, que vino de La llegada de la columna del norte y cerca de la cual habían sido disputados los doctores Del Valle, López e Irigoyen, al mando del general Campos, nos llenó de satisfacción, pues a pesar. de los inconvenientes habían salido con felicidad de los cuarteles los cuerpos, y llegaban al punto de reunión sin haber hecho un tiro. Igual suerte habían tenido las demás fuerzas que estaban en el Parque. Todo me revelaba que habíamos sorprendido completamente al enemigo, que tal vez no se había apercibido del movimiento revolucionario, y en esta creencia me confirmó la circunstancia de que las fuerzas nuestras desarmaron y trajeron como prisioneros a los vigilantes y rondines policiales que encontraron en la marcha. El comandante Ramón Falcón, que estaba autorizado para representar al jefe de policía y tomar el mando de los vigilantes, caso de no encontrarse el jefe en La primera parte del plan revolucionario, aquella que ofrecía serias dificultades y peligros que tal vez hicieran fracasar el movimiento, se había ejecutado matemáticamente y con toda felicidad. Quedaba el segundo y supremo esfuerzo, esto era, atacar inmediatamente al enemigo en Salí a recibir al general Campos cuando enfrentó la puerta del Parque, y una vez que me informó del movimiento ejecutado con suerte y acierto, le dije que correspondía ahora llevar al instante el ataque al enemigo, cumpliendo el plan aprobado, El general Campos me hizo las siguientes objeciones. Que era necesario que los cuerpos entre sí se conocieran, y se estableciese la verdadera solidaridad entre esos cuerpos. Que hasta podían comer algo allí las tropas. Que ciertas informaciones lo autorizaban a suponer, muy fundadamente, que el 4º y el 6º de infantería de línea, se someterían a la revolución si se les pasaba una intimación enérgica y patriótica. Que ignoraba el lugar donde se encontrarían en ese momento las tropas fieles al gobierno, y temía que si enviaba columnas del ejército, revolucionario en su persecución, fuesen, atacadas por retaguardia y batidas. Que tal vez las fuerzas que se desprendieran del Parque, viéndose aisladas, se desbandasen, aumentando estos temores la circunstancia de hallarse varios cuerpos sin sus jefes. Que, creía que las tropas del gobierno se pasaran en seguida a la revolución, o que muy en breve se les podría rendir fácilmente, evitándose efusión de sangre. Que esperáramos que contestasen a la intimación que me pidió les pasara a los jefes de cuerpos y al jefe de policía. Que si no se entregaban pronto, los haría pedazos con los elementos de que disponíamos. No me preguntó absolutamente nada de la prisión de Roca y Levalle; ni fundó sus objeciones a seguir el plan trazado, en esa circunstancia de la falta de prisión de los generales referidos. Yo asentí a las modificaciones del plan militar revolucionario, que en aquel momento supremo, me hizo el general de nuestro ejército, invocando la serie de argumentos referidos y otros por el estilo; y en consecuencia envié las intimaciones a los jefes de cuerpos de gobierno y el jefe de policía. Reconozco que fue un error de graves consecuencias, el haber aceptado yo estas modificaciones al plan militar combinado con todo acierto de antemano; pero como se trataba de operaciones de guerra, a las que el general del Ejército ponía tantas objeciones terminé por ceder. Para mí, el fracaso de la revolución consistió en no haberse ejecutado él plan militar hecho por Las fuerzas del gobierno nos atacaron de 8 1/2 a 9 de la mañana, habiéndoseles dejado más de dos horas, a causa de las modificaciones del plan propuestas por el general Campos; nos atacaron formando línea de cantones ocupados por vigilantes, y nosotros hicimos otro tanto, quedando ya reducida la revolución a defenderse en el Parque y sus inmediaciones. Empezó el fuego bastante fuerte, y yo creía que sería el combate decisivo, porque no conocía las líneas militares. No hablé con el general Campos en las primeras horas del combate; después me dijo que el combate iba bien; que pronto concluiría la batalla, porque tenía dominado al enemigo. Así se perdió el 26 hasta que al anochecer cesó el fuego de ambas líneas. El Creía que encajonado el enemigo en una calle o en una plaza, le sería fácil combatirlo. Pareciéndome raro el plan, le observé que juzgaba inconveniente el retiro de las piezas; pero él me replicó: "Déjeme, doctor, facilitarles el ataque, y verá cómo, en cuanto se encajonen los hago pedazos". Durante el 26 y en la misma noche estaba seguro que si el enemigo nos traía un ataque decisivo, la victoria sería nuestra; por esto no hice más objeciones al general, sobre la reconcentración de la artillería dentro del Parque. Como yo no recorría las líneas militares, ignoro por qué no avanzaban rápidamente nuestras tropas cuando el enemigo retrocedía o era batido. Los informes que recibíamos del general Campos eran muy buenos. Creo que no se tomó el Arsenal porque en el Parque debía haber 560.000 tiros, y porque no se dominó ampliamente la ciudad, como estaba convenido en el plan hecho por Falta de Municiones Según los informes que tenía la junta, en el Parque debían existir 560.000 tiros de rémington. El domingo 27 empezó el combate muy temprano, con un ataque que nos trajo el enemigo. Un fuego vivísimo se continuó en las primeras horas. En un principio yo creí que traerían el asalto de que había hablado el general Campos la noche del 26, y que todo concluiría pronto; pero me desagradó el que se prolongara el fuego tan nutrido hasta cerca de las diez de la mañana. Ese mismo día me dijo el general Campos que tenía que comunicar a Al momento vi que era una falta grave en un jefe militar que no hubiera verificado los elementos de guerra cuando llegó al Parque, pero no quise hacerle recriminaciones en ese momento supremo de rudo batallar (porque el fuego de fusilería y cañón seguía con mucha violencia). Tratamos en Entonces, se dijo, veamos un pretexto para ganar tiempo y poder buscar municiones. De ahí vino el armisticio, pedido por nosotros para enterrar los muertos, ocultando la verdadera causa de la suspensión de las hostilidades. Había que aprovechar el tiempo y buscar con toda actividad municiones. En esto se ocuparon cuantas personas se creyeron aptas. Gregorio Ramírez, el doctor José María Rosa, el doctor Arévalo, el doctor Liliedal y usted mismo. Se enviaron cuatro comisiones a la escuadra, el doctor Abel Pardo, que cayó prisionero, los hermanos Páez y De Fin de la lucha Ya he explicado a usted lo que aconteció con las prisiones de los generales Roca y Lavalle. Como lo había pronosticado en La junta de guerra deliberó largo rato; el general Campos insistió en que era inútil toda resistencia; en fin: la junta da guerra, por gran mayoría, adhirió a la opinión del general Campos, creyendo que toda resistencia sería estéril, pues ya el gobierno había recibido poderosos refuerzos y entre ellos el regimiento 2º de artillería que estaba en Río IV. Allí tuvo, lugar una discusión entre el mayor Day y el general Campos, reclamando también Espina, pero fue aquélla la opinión general. Pensamos exigir que todo quedara como antes de la revolución, cuerpos, jefes y oficiales, pero los jefes se opusieron a que pidiéramos nada para ellos; sólo nos dijeron que tratáramos de conseguir que no se dieran de baja a los ofíciales, ni se disolvieran los cuerpos. Nuestra proposición fue ésta: que no se siguiera procesos por los hechos de la revolución, y que los cuerpos y oficiales quedaran como antes del 26 de julio. Como se sabe el gobierno pactó el desarme aceptando estas bases menos la continuación de los oficiales en los cuerpos, lo que se nos hizo creer sería momentáneo. La acción inmediata de Al terminar, creo que no debo pasar en silencio un incidente importante. El lunes por la mañana se presentó en el Parque el señor don Máximo Paz, anunciándose a Hipólito Irigoyen. Iniciando nuestra conferencia, Paz me manifestó que iba a ofrecernos su interposición a fin de que la contienda tuviese una solución decorosa y equitativa, sabiendo que nos encontrábamos en situación muy mala. Antes de proseguir, me pareció conveniente llamar a los doctores Del Valle y Goyena para continuar la conferencia. Reunidos todos, el señor Paz repitió su ofrecimiento, y entonces, por nuestra parte, se le pidió inmediatamente que, con las fuerzas de Buenos Aires de que disponía, se pronunciase por la revolución; que así ésta se salvaría sin duda alguna, y con ella se salvaría la patria, recibiendo un timbre de gloria aquella noble provincia y él, Máximo Paz. -Mi corazón está con ustedes -nos contestó-, la revolución es santa, pero graves consideraciones políticas me lo impiden-. Insistimos con argumentos fundamentales, pero todo fue inútil. Comprendiendo que su resolución era firme, yo me levantó dejándolo con los doctores Del Valle y Goyena, quienes después de algunos momentos, volvieron con las mismas tristísimos impresiones. El mismo día (el lunes), a la tarde, se presentó el presidente de La última esperanza quedó desvanecida. Que la historia pronuncie su juicio y su fallo. Cuando tuvo lugar el desarme y retirada de las fuerzas, usted sabe bien lo que pasó. ¡Cuántas escenas o incidentes conmovedores! Estuve hasta el último momento y he podido presenciar muchos. ¿Para qué contarlos ahora? No es fundamental para esta narración histórica. Contesto, ahora, su última pregunta, respondiéndole ,en mi opinión, el fracaso de la revolución de julio fue debido, casi exclusivamente, a no haberse ejecutado el plan militar combinado por |
|