Historia Constitucional Argentina
CAPITULO 5 | 1. Generación de 1837
Sumario: Generación de 1837. Pensamiento y principales obras de Echeverría. Las ideas de Alberdi. Los ideales de Sarmiento. Los jóvenes que rodearon a Esteban Echeverría, regresado de Europa en 1830, Juan María Gutiérrez, José Mármol, Santiago Viola, Juan Bautista Alberdi, Juan Thompson, Vicente Fidel López, Miguel Cané, Carlos Tejedor, Luis Domínguez, entre otros, y que mantuvieron primitivamente reuniones en la casa de Mariquita Sánchez de Thompson, en la de Santiago Viola o en la de Miguel Cané, constituyeron un grupo intelectual de vital importancia desde el punto de vista institucional, en cuanto fueron, en alguna medida, inspiradores del pensamiento jurídico-político que cristalizaría en el texto constitucional definitivo adoptado por nuestra República. Hacia 1837, bajo una suerte de patrocinio de Marcos Sastre, formaron una sociedad literaria que funcionó en la librería que poseyó el educador mencionado y que recibió el nombre de Salón Literario. Se aprovechaba la existencia de la colección libresca de Sastre, fuerte en alrededor de mil títulos. En dicho Salón se disertó, se discutió y se cambiaron experiencias intelectuales entre los ávidos asistentes. Una nueva concepción filosófica, política, jurídica y estética los animaba: con Echeverría había arribado al Río de Plata el romanticismo. ¿Qué fue esta corriente del pensamiento? Se constituyó en la reacción, en los centros europeos, especialmente a partir de Alemania, contra la ilustración. Al racionalismo de ésta, el romanticismo opuso un pronunciado realismo; al subjetivismo un objetivismo que valoraba al hombre pero insertado en su medio, no abstracto, con su lengua, costumbres, historia, religión; al individualismo que imperaba, lo enfrentó con una estimación de la nación y la multiplicidad de los valores que ella representaba y que signaba a sus componentes; a la concepción jurídica iluminista, para la que la ley debía ser fruto del plagio de modelos universales, oponía la posición historicista de Savigny, que consideraba al derecho como una particular expresión de una forma de sociabilidad determinada. Al sentido materialista y utilitario, en lo que terminaba el iluminismo, que había inspirado a los autores de moda en el período rivadaviano, tales como Bentham, Condillac, Desttut de Tracy, se lo sustituyó por una cosmovisión en la que el sentimiento y el espíritu ocupaban un lugar predominante, frente al cálculo y al lucro. Los románticos abandonaron un cosmopolitismo interesado, para volver a sentir generosamente la fuerza de Ilustración y romanticismo, en nuestro medio, encarnaron en personajes y en procesos históricos. Sierra asevera al respecto: «La época de Rivadavia respondió, intelectualmente, a la ilustración; la de Rosas, al Romanticismo... el unitarismo, por su sentido racionalista, su impiedad y su repudio del pasado, se apoyó en las orientaciones de un Iluminismo retrasado y de una Ilustración mal digerida, de segunda mano, mientras el federalismo, que comenzó siendo afirmación de valores tradicionales y telúricos, dotado de un gran sentido religioso, se manifestó en oposición al universalismo abstracto y materialista de Pero volviendo al Salón Literario y sus exponentes más destacados, debe puntualizarse que salvo cierto gimoteo literario patente en la obra de Esteban Echeverría y en el periódico « Que nuestros románticos, fuertemente influidos por la ideología que les expusieran Juan Crisóstomo Lafinur, Manuel Fernández de Agüero y Diego Alcorta, no captaron plenamente el mensaje del romanticismo, lo revelan desde el vamos las disertaciones que se pronunciaron en el acto inaugural del Salón Literario. Marcos Sastre, si bien alertó sobre el «error del plagio político, el error del plagio científico, el error del plagio literario», exaltó la necesidad de separarse de todo lo exótico en materia legislativa y literaria, en especial de lo español, con lo que este romántico prescribía prescindir de nosotros mismos, pues si se descartaba lo español, ¿qué quedaba de nuestra sustancia cultural sino lo importado, francés o británico? Alberdi lo dijo más claramente: La piedra de toque del romanticismo de la llamada generación de 1837, la constituyó la intervención francesa y el consiguiente bloqueo de 1838. Ante el ataque insolente de una de las grandes potencias del orbe, era de esperar que los jóvenes románticos platenses se pronunciaran por Disuelto el Salón Literario, producida la intervención francesa, los jóvenes de la generación del 37 fundan, a imitación de El romanticismo en Occidente, revalorizó el sentimiento patriótico entre otros valores, presidió gestas nacionales como la unificación de Italia y Alemania, la conquista del oeste y el sur en los Estados Unidos, la expansión colonialista de Francia que anhelaba recuperar un puesto de avanzada en el mundo moderno después de la derrota napoleónica. Es decir, el movimiento romántico estuvo consustanciado con la lucha contra el extranjero y contra los factores antinacionales. Entre nosotros ocurrió todo lo contrario: nuestros jóvenes románticos se caracterizaron por desertar de la causa nacional, justo en momentos en que ella iba a sufrir su prueba de fuego. Pensamiento y principales obras de Echeverría El que pasa por ser líder de la generación del ‘37 nació hacia 1805 en un barrio humilde de las orillas de Buenos Aires: el Alto. Hay indicios de haber sido tormentosa su adolescencia y primera juventud 158. Palcos cuenta que «canta al son de la guitarra en los barrios excéntricos de la ciudad, participa en fiestas equívocas, se enreda en unos violentos amoríos, La frágil contextura física del muchacho calavera queda desde entonces indeleblemente azotada»159. Durante la época rivadaviana, ingresa al Departamento de estudios preparatorios de Condillac, al afirmar que el conocimiento proviene exclusivamente de la sensación, prácticamente negaba la existencia del alma humana. Destutt de Tracy y Holbach, son definida y crudamente materialistas, considerando al hombre nada más que como «un compuesto nervioso», cuya única facultad es la sensibilidad confundida con el pensamiento. Para estos autores, y por ende para Fernández de Agüero, el hombre no es más que un animal, quizás con una sensibilidad más refinada. No es extraño entonces que Echeverría pudiera profesar tales ideas: «La existencia de las ideas está subordinada a la sensibilidad. Es imposible al hombre tener ideas sin sentir; luego la fuente de todas las ideas es la sensibilidad»161. La consecuencia de tal posición frente al problema gnoseológico, esto es, la negación lisa y llana de la existencia del alma humana simple e inmortal, la acepta impávido cuando expresa: «¿De qué puede servirme un alma semejante que sólo posee las propiedades de la materia? De nada. Yo la rechazo, pues, y me atengo a la sensibilidad. En última instancia debemos convenir en que no somos más que una maquina dotada de actividad por el resorte de la sensibilidad»162. La persona humana para Echeverría no es nada más que eso: una máquina movida por la sensibilidad. Este concepto da cierto respaldo filosófico al liberalismo capitalista para perpetrar, ya por esa época, sus abusos contra el proletariado, considerando al trabajador como una herramienta más. Es, por otra parte, la definición del hombre que al negar su realidad espiritual y, por ende, su libertad, serviría como columna maestra para sostener el edificio del determinismo histórico marxista o de cualquier otro totalitarismo. Bentham, predicado por los maestros de Echeverría, influyó también decididamente en éste. En el «Dogma Socialista»», expresa: «La libertad es el derecho que cada hombre tiene para emplear sin traba alguna sus facultades en el conseguimiento de su bienestar, y para elegir los medios que puedan servirle a este objeto»163. Este concepto, repetido a la letra por Echeverría en su «Manual de enseñanza moral»164, destinado a formar nada menos que éticamente a la juventud, puede llevar al abuso de la libertad con consecuencias imprevisibles. Estrada, que hace un comentario del «Dogma», puntualiza lo peligroso de esta fórmula, que podía transformar a nuestros criollos, de costumbres fundamentadas en la práctica de virtudes austeras, en goza-dores escépticos, en epicúreos sin conciencia, creando el clima propicio para la explotación del hombre por el hombre, hecha realidad en Ambrosio Romero Carranza, en la revista «Criterio», ha llegado a afirmar que era Echeverría «un sociólogo cristiano de envergadura»167, que su obra magna, el «Dogma Socialista», «constituyó una orgánica y articulada declaración de principios demócratas-cristianos», y que los principios que sustentaba, llevó a la generación de 1837 «al establecimiento, en las orillas del Plata, de una democracia de inspiración cristiana»168. Nada más alejado de la realidad. Elegimos esta cita, de las que pueden esgrimirse, para demostrar que su cristianismo podía ser protestante, pero jamás católico, la religión profesada por casi toda la población argentina de aquel entonces: «Una lucha de tres siglos no ha bastado en Europa para aniquilar la influencia de ese poder colosal que se sienta en el Vaticano. Gran parte de Aquella ruptura se hace evidente cuando analizamos aspectos más concretos del pensamiento echeverriano. En una época en que, por vía del federalismo, se afirma una concepción democrática populista que abjura del sufragio calificado, Echeverría se abraza a una formulación típicamente burguesa de la democracia cuando escribe: «La razón colectiva sólo es soberana, no la voluntad colectiva. De aquí resulta que la soberanía del pueblo sólo puede residir en la acción del pueblo, y que sólo es llamada a ejercerla la parte sensata y racional de la comunidad social. La parte ignorante queda bajo la tutela y salvaguardia de la ley dictada por el consentimiento uniforme del pueblo racional»170. Y también: «Otra condición del ejercicio de la soberanía es la industria. El holgazán, el vagabundo, el que no tiene oficio tampoco puede hacer parte del soberano... Aquel cuyo bienestar depende de la voluntad de otro y no goza de independencia personal, menos podrá entrar al goce de la soberanía...»171. Acusa al partido unitario por haberle dado «el sufragio y la lanza al proletario y puso así los destinos del país a merced de la muchedumbre 172. Remata su posición con este concepto: «El sufragio universal es absurdo»173. En otros párrafos aparece más proclive a la monarquía y a la aristocracia burguesa, que a la propia democracia burguesa: «Quizá en el año 16 hubiera sido fácil el establecimiento de una Monarquía; quizá en el año 19 pudo cortarse en el vuelo a Si la valoración del propio pueblo es característica del romanticismo, Echeverría aparece en las antípodas. Pocos apelativos con que zaherirlo se ahorró Echeverría al referirse a los habitantes del Plata, sus compatriotas. «Pueblo atrasado en todo sentido»; «un pueblo que no tiene instituciones ni tradiciones»; «ni idea de los derechos individuales»; un pueblo «que no sabe en qué consiste la libertad»175. También lo califica como pueblo de «instintos reaccionarios», de «instintos retrógrados», de «antipatías irracionales»176. Como «turba», como «populacho»177, como pueblo de costumbres viciosas 178, como pueblo de inteligencia esclava 179, como pueblo de supersticiosos 180. En «El matadero» es la «chusma»181. Señala a sus connacionales como hijos de «una civilización caduca y degenerada»182, criados otrora en una tierra «que vegetaba en las tinieblas», dominados y explotados 183. Sus sentimientos de desprecio le llevan a ubicarlos en la escala de los semibrutos y así se lee en el «Dogma»: «Las masas no tienen sino instintos: son más sensibles que racionales»184. Enrostra al partido unitario no haber hecho «uso de la fuerza para aniquilar a los facciosos»185, esto es, los federales. No era recomendable que influyera el gauchaje en la política nacional. Gauchaje era federalismo. Y el partido federal era «plebeyo», «semibárbaro»186, «una facción desorganizadora a que siempre se adhirieron los hombres más nulos y retrógrados de mi país»187. Habría que apartarlos de las asambleas públicas y tenerlos bajo tutela 188. ¿Y si los «que permanecían en minoridad» 189 se rebelaban? Entonces «el uso de la fuerza era santo»190. Quien afirmaba que sectores de nuestros proletarios reunían «todo lo horriblemente feo, inmundo y deforme» 191 no podía aspirar sino a «una regeneración social»192. Si éramos hijos de una civilización degenerada 193, no había otro remedio que regenerar, esto es, cambiar radicalmente, dar nuevo ser a nuestra comunidad. Contradictorio en tantas cosas, Echeverría lo es en materia económico-social. Hay pasajes de sus trabajos donde pareciera surgir la voz de un auténtico abogado de las clases oprimidas, en una época en que ya daba sus frutos amargos en el mundo la organización liberal-capitalista de la sociedad. Así escribe: «No hay igualdad donde la clase rica se sobrepone y tiene más fueros que las otras»194. «La potestad social no es moral ni corresponde a sus fines si no protege a los débiles y a los menesterosos»195. «Industria que no tienda a emancipar las masas, y elevarlas a la igualdad, sino a concentrar la riqueza en pocas manos, la abominamos»196. Pero en el «Dogma» formula estas adhesiones al principio quiritario del uso y abuso del derecho de propiedad: «El individuo, por la ley de Dios y de la humanidad, es dueño exclusivo de su vida, de su propiedad, de su conciencia y su libertad»197; «Cada hombre es libre en el uso de su propiedad: de ahí el derecho de propiedad»198. Obsérvese que al reconocer al hombre el derecho de propiedad, lo hace en forma absoluta, sin conceder ninguna salvedad en lo que refiere a su uso. Esto ha sido puntualizado por Sierra, quien en un viejo trabajo, hacía notar que Echeverría no propuso ninguna reforma al concepto liberal de la propiedad 199. También lo deja bien establecido Palcos 200. Nos parecen pues, aventuradas, las afirmaciones de quienes quieren ver en Echeverría un precursor de teorías económico-sociales de avanzada, como Carlos Sánchez Viamonte 201, José P. Barreiro 202, Mario Bravo 203, Alfredo L. Palacios 204. Con espíritu objetivo, otros escritores generalmente inclinados a la alabanza de todo cuanto se refiere a Echeverría, expresan juicios contrarios a los anteriores. Alberdi, por empezar, niega terminantemente que la doctrina de Echeverría pueda ser calificada como socialismo 205. José Ingenieros afirma que el socialismo de nuestro romántico «fue un socialismo de leyenda»206. Expresa Palcos que el socialismo de Echeverría fue «una atenuación de una atenuación»207, un socialismo «amable»208. Ricardo Rojas asevera que para Echeverría el término socialista es sinónimo de «credo social» y que no formula «reforma alguna del capital y del trabajo»209. Por otra parte, la fuente de inspiración de Echeverría en esta faceta de su posición doctrinaria, esto es, el sansimonismo, es «más bien un inesperado prolongamiento del liberalismo económico que una tardía renovación de antiguas concepciones socialistas»210. A su regreso de Europa escribe Echeverría: «En junio de 1830 volví a mi patria. Cuántas esperanzas traía. Todas estériles: la patria ya no existía»211. ¿Por qué Hay otra idea que obceca a Echeverría: civilización. Que equivale a liberalismo, riqueza, progreso material. Pero Quien hablaba de regenerar a Para los jóvenes románticos con Echeverría a la cabeza, la historia de la nación argentina había comenzado en 1810, o quizás en 1789, con José Luis Romero ha denominado «pensamiento conciliador» 234 el de Echeverría y su grupo. Frente a la antinomia unitarismo-federalismo, se presenta al numen de Después de lo dicho ¿qué queda del romanticismo de Echeverría? Ninguno, como él, fue plagiario del pensamiento en boga. Lo dijo Ingenieros: «Lo más del texto (se refiere al «Dogma») es glosa de escritos europeos, en que la palabra Europa esta reemplazada por América, Francia por Argentina. Revolución del 89 por Revolución de Mayo. etc.»245. Se adhiere a la acusación de que Echeverría no hizo sino importar ideas europeas 246. Groussac, por su parte, escribe que «siempre necesitaba Echeverría ser discípulo de alguien»247. Del «Dogma» acota que si se le quitara «todo lo que pertenece a Lammenais, Leroux, Lerminier, Mazzini e tutti quanti, sólo quedarían las alusiones locales y los solecismos»248. Las ideas de Alberdi La filosofía jurídica de Alberdi comenzó siendo claramente historicista en el «Fragmento preliminar al estudio del derecho», trabajo publicado en 1837 como se ha dicho. Durante ese año Alberdi intentó acercarse a Rosas, por lo que en dicho escrito no ahorró loas al Dictador. Le vino muy bien la lectura del pensamiento de Lerminier, quien trataba de introducir en Francia las enseñanzas del notable jurista alemán Savigny, creador del historicismo jurídico. Este maestro buscaba un derecho vivo y nacional para Alemania, para lo cual indicaba se debía acudir a las fuentes germánicas, a las costumbres propias de este pueblo, dejando de lado cuerpos legislativos estáticos emparentados con el derecho romano, superando así una labor puramente racionalista. Además se debía poner la mira no exclusivamente en objetivos individualistas, como lo quería el iluminismo, sino que se debían tener en cuenta los fenómenos del contexto social en la elaboración y la aplicación del derecho. Por ello en el «Fragmento», Alberdi afirma que «nuestra historia constitucional, no es más que una continua serie de imitaciones forzadas». Pero eran tiempos superados: el acceso del federalismo al poder significó «la abdicación de lo exótico por lo nacional, del plagio por la espontaneidad». La joven generación, de la que Alberdi formaba parte, estaba llamada «a investigar la ley y la forma nacional del desarrollo de estos elementos de nuestra vida americana, sin plagios, sin imitación y únicamente en el íntimo y profundo estudio de nuestros hombres, y de nuestras cosas». Pero este historicismo aparentemente integral, en el propio «Fragmento», muestra la intrínseca contextura iluminista de su formación cuando aparece la prevención por todo lo español que era nuestra verdadera tradición y realidad: «Nosotros hemos tenido dos existencias en el mundo, una colonial, otra republicana. La primera nos la dio España; la segunda, Cuando llega la hora previa al dictado de Alberdi parte de la base de que las instituciones francesas y norteamericanas eran inaplicables atendiendo al material humano deplorable que componía nuestra población. Entiende que la única solución viable consistía en cambiar la población, para que ésta entonces sí pudiera adaptarse a esas instituciones modelo. ¿Y cómo cambiar la población de un país? Propone la mestización con la población anglosajona. Dice en «Bases»: «Es utopía, es sueño y paralogismo puro el pensar que nuestra raza hispanoamericana, tal como salió formada de su tenebroso pasado colonial, pueda realizar hoy la república representativa, que Francia acaba de ensayar... y que los Estados Unidos realizan sin más rivales que los cantones helvéticos... si no alteramos o modificamos profundamente la masa o pasta de que se compone nuestro pueblo americano... No son las leyes las que necesitamos cambiar; son los hombres... Necesitamos cambiar nuestras gentes incapaces de libertad por otras gentes hábiles para ella... suplantar nuestra actual familia argentina por otra igualmente argentina, pero más capaz de libertad, de riqueza y progreso. ¿Por conquistadores más ilustrados que España, por ventura? Todo lo contrario, conquistando en vez de ser conquistados. A esos extranjeros inmigrantes, según Alberdi, había que asegurarles libertad absoluta de comercio, de navegar libremente nuestros ríos, de ejercer todos los derechos civiles reconocidos a los nativos, de estar exentos de empréstitos forzosos, exacciones y requisiciones militares, «de mantener en pie todas estas garantías, a pesar de cualquier rompimiento con la nación del extranjero residente en el Plata»253, de disfrutar de entera libertad de conciencia y de culto. Es decir, los extranjeros debían gozar de todas las prerrogativas de los nativos, pero debían estar explícitamente excluidos de la principal obligación de todo integrante de una comunidad: «de no poder ser obligados al servicio militar»254. Situación, pues, de irritante desigualdad que consagraría Este Alberdi republicano –hubo una década después un Alberdi monárquico 255– patrocina un federalismo atenuado, propuesto como vimos por Echeverría: «abandono de todo sistema exclusivo y (al) alejamiento de las dos tendencias o principios, que habiendo aspirado en vano al gobierno exclusivo del país, durante una lucha estéril, aumentada por largos años, buscan hoy una fusión parlamentaria en el seno de un sistema mixto, que abrace y concibe las libertades de cada Provincia y las prerrogativas de toda El republicanismo de Alberdi es burgués y cosmopolita, es decir, sólo para ilustrados y propietarios, sin distinción entre nativos y extranjeros. Su adhesión al sufragio calificado y a la participación de los forasteros en la conducción de nuestra política, queda patente en este párrafo de «Bases»; «En cuanto al sistema electoral que haya de emplearse para la formación de los poderes públicos... Cuando expresa ideas para la conformación de los órganos de gobierno, se inclina por la división de los poderes: «tres poderes elementales destinados a hacer, interpretar y a aplicar la ley tanto constitucional como orgánica»259. Al considerar la integración del poder legislativo, se manifiesta partidario del bicamerismo: «Así tendremos un Congreso general formado de dos cámaras, que será el eco de las Provincias y el eco de Alberdi es partidario de un poder ejecutivo que prevalezca sobre los otros dos poderes, esto es, prohíja un poder ejecutivo fuerte; así lo explica: «Esa solución tiene un precedente feliz en Entrando a los aspectos económicos de las ideas de Alberdi, que luego serían acogidos en líneas generales por el texto constitucional de 1853, diremos que su adhesión al liberalismo económico capitalista es total, irrestricta y extremada. Comenzando por el concepto de propiedad, él es el individualista, romano, quiritario; así expone: «Siendo el desarrollo y la explotación de los elementos de riqueza que contiene Como corresponde a un liberal manchesteriano convencido, el librecambismo de Alberdi es neto: «Desmembración de un Estado marítimo y fabril, los Estados Unidos tenían la aptitud y los medios de ser una y otra cosa, y les convenía la adopción de una política destinada a proteger su industria y su marina contra la concurrencia exterior, por medio de exclusiones y tarifas. Pero nosotros no tenemos fábricas, ni marina, en cuyo obsequio debamos restringir con prohibiciones y reglamentos la industria y la marina extranjeras, que nos buscan por el vehículo del comercio»263. Que no teníamos industria ni marina corre por cuenta del tucumano; como se sabe poseíamos industria artesanal, necesitada precisamente de protección para evitar su destrucción, y para que ella se maquinizara y evolucionara hacia formas más complejas. También, como se ha visto en el capítulo anterior, poseíamos una notable marina de cabotaje, que era criterioso también proteger para que ella se convirtiese en la marina mercante internacional que reclamaba un país asomado al océano, con dilatadas costas sobre él de cuatro mil kilómetros. El subdesarrollo argentino tiene pues, en este párrafo de Alberdi, una de sus causales básicas. Pero no termina aquí el librecambismo de Alberdi, pues él se transforma en radicalizado cuando propone nada menos que suprimir las aduanas: «La aduana es la prohibición; es un impuesto que debiera borrarse de las rentas sudamericanas. Es un impuesto que gravita sobre la civilización y el progreso de estos países, cuyos elementos vienen de fuera. Se debiera ensayar su supresión absoluta por 20 años, y acudir al empréstito para llenar el déficit»264. La falta de capitales durante Se ha visto, que Alberdi propone la supresión de las aduanas, sustituyendo su producido, que en aquel entonces era algo así como entre el ‘80 y el ‘90 por ciento de las entradas del tesoro nacional, por empréstitos que cubrirían los gruesos déficit. Sin perjuicio de tener visos de proyecto de pura fantasía, parece que al tucumano no le turbaban las gruesas cadenas con que el erario público se ataría a los prestamistas, que además, es de suponer serían mayoritariamente de origen extranjero. Es partidario también de apelar a los empréstitos con fines de progreso, y sin medir las condiciones: «El dinero es el nervio del progreso y del engrandecimiento... Sin él Su idea sobre la navegación de los ríos interiores, consiste en transformarlos en prolongación del océano: «Hacerlos del dominio exclusivo de nuestras banderas indigentes y pobres, es como tenerlos sin navegación. Para que ellos cumplan el destino que han recibido de Dios poblando el interior del continente, es necesario entregarlos a la ley de los mares, es decir a la libertad absoluta... Y para que sea permanente... firmad tratados perpetuos de libre navegación»267. Es decir, patrocina la más absoluta libertad de navegación, sin que ella sea limitada ni siquiera por una reglamentación elemental. Como ya se ha visto, esto fue de deletéreas consecuencias para nuestra marina de cabotaje y para nuestro destino en el mar, pues el pensamiento de Alberdi inspiró a los constituyentes de 1853. El afán de atar a Estas sorprendentes expresiones son completadas por estas otras: «Y ante los reclamos europeos por inobservancia de los tratados que firméis, no corráis a la espada ni gritéis; ¡Conquista! No va bien tanta susceptibilidad a pueblos nuevos, que para prosperar necesitan de todo el mundo. Cada edad tiene su honor peculiar. Comprendamos el que nos corresponde. Mirémonos mucho antes de desnudar la espada: no porque seamos débiles, sino porque nuestra inexperiencia y desorden normales nos dan la presunción de culpabilidad ante el mundo en nuestros conflictos externos... La victoria nos dará laureles; pero el laurel es planta estéril para América. Vale más la espiga de la paz que es de oro, no en la lengua del poeta, sino en la lengua del economista. Ha pasado la época de los héroes; entramos hoy en la del buen sentido»269. Es que toda esta pasión por lo extranjero, en Alberdi, se entronca con su concepto de Patria, reducido a ver en ella la sede de la riqueza y de la comodidad: «Nuestros patriotas de la primera época no son los que poseen ideas más acertadas del modo de hacer prosperar esta América que con tanto acierto supieron sustraer del poder español. Las nociones del patriotismo, el artificio de una causa puramente americana de que se valieron como medio de guerra conveniente a aquel tiempo, los dominan y poseen todavía. Así hemos visto a Bolívar hasta 1826 provocar ligas para contener a Europa, que nada pretendía, y del general San Martín aplaudir en 1844 la resistencia de Rosas a reclamaciones accidentales de algunos Estados europeos... La gloria militar que absorbió sus vidas, los preocupa todavía más que el progreso. Sin embargo, a la necesidad de gloria ha sucedido la necesidad de provecho y de comodidad...»270. La hora de San Martín, Bolívar y Rosas había pasado, habían llegado los tiempos de Wheelwright, Baring, el barón de Mauá. Los ideales de Sarmiento En muy buena medida, la posición mental de Sarmiento frente a los distintos tópicos que hemos tocado, coincidía con las de Echeverría y Alberdi. Las diferencias son sólo de matices. Desde este punto de vista bien puede decirse que el sanjuanino integró la generación de 1837, y si no frecuentó el Salón Literario fue por no estar en Buenos Aires, aunque mantuvo correspondencia con algunos de sus concurrentes más conspicuos. Su consustanciado con las apreciaciones de Alberdi en «Bases», queda revelada por la carta que le envía a éste, al recibir un ejemplar de la obra que en su segunda edición iba acompañada por un proyecto de constitución: «Su constitución es un monumento. Ud. halla que es la realización de las ideas de que me he constituido Apóstol. Sea, pero es Ud. el legislador del buen sentido bajo la forma de la ciencia»271. La misma concepción iluminista del derecho surge de la admiración de Sarmiento por el proyecto constitucional alberdiano. El mismo concepto del «gobernar es poblar», pero no con hombres meridionales de Europa, sino con habitantes del norte de este continente: la inmigración de vascos, italianos y franceses, era trabajadora, pero ignorante. En cambio a Estados Unidos iban habitantes del norte europeo, llenos de ilustración y ciencia 272. Se queja de los inmigrantes, en su mayoría italianos, que llegan en 1887: «Lo más atrasado de Europa... Parece que huyeran de la luz que en sus países respectivos brilla desde que llegan a su aldea los rayos de la mayor cultura»273. Su desdén se magnifica con la posibilidad de inmigración de rusos residentes en Alemania: «estarían prontos a embarcarse con destino a estas playas cantidad considerable de estos bípedos... Razas que están más abajo de los pueblos más atrasados del mundo»274. O con los inmigrantes irlandeses a los que califica de «chusmas irlandesas organizadas por sus curas» que en Estados Unidos habían sido derrotadas en elecciones en el Estado de Nueva York, por «el pueblo decente»275. En «Argirópolis», libro editado en 1850, como Alberdi, se muestra partidario del federalismo, ante la evidencia de que hacia esa fecha ya era indiscutible que esa sería la forma de gobierno definitiva de En los hechos, en 1857, apela al fraude en las elecciones Buenos Aires entre «pandilleros», fracción que él integraba, y «chupandinos», según él mismo relata: «Nuestra base de operaciones ha consistido en la audacia y el terror, que empleados hábilmente, han dado este resultado admirable e inesperado... establecimos en varios puntos depósitos de armas y municiones, pusimos en cada parroquia cantones con gente armada, encarcelamos como unos veinte extranjeros complicados en una supuesta conspiración; algunas bandas de soldados armados recorrían de noche las calles de la ciudad, acuchillando y persiguiendo a los mazorqueros (así denomina a los opositores); en fin, fue tal el terror que sembramos entre toda esta gente, con estos y otros medios, que el día 29 triunfamos sin oposición... El miedo es una enfermedad endémica en este pueblo: ésta es la gran palanca con que siempre se gobernará a los porteños; manejada hábilmente, producirá infaliblemente los mejores resultados»281. Es que para Sarmiento «...una constitución no es la regla de conducta pública para todos los hombres. La constitución de las masas populares son las leyes ordinarias, los jueces que las aplican y la policía de seguridad. Son las clases educadas las que necesitan una constitución que asegure las libertades de acción y de pensamiento: la prensa, la tribuna, la propiedad, etc.»282. El fuerte de Sarmiento no fue la economía, pero buena parte de sus escritos los destinó a temas vinculados con ella. Se muestra casi siempre como fiel admirador del programa de «Bases», y por ende, liberal convencido. En materia comercial, opina por la inserción argentina en el esquema internacional de la división del trabajo que nos deparaba Europa: «Los hombres vivirán en Europa, y La misma postura de Alberdi ante los empréstitos externos y el endeudamiento consiguiente con los círculos financieros internacionales, hallamos en Sarmiento. No teme que el país se hipoteque: «Nuestras lanas y peleterías, nuestras harinas y nuestro maíz responden por las deudas contraídas de unos pobres millones de libras esterlinas. Hemos dado en la conquista de la pampa una nueva hipoteca y en los cereales, que ya figuran al lado de los Estados Unidos, una muestra del uso que hicimos de los capitales prestados»287, escribe eufórico en «El Nacional» del 25 de abril de 1879. «Nuestros enormes empréstitos llaman la atención y el mundo empieza a fijarse en nosotros»288, diría siendo presidente. Pero Sarmiento haría mucho más que Alberdi por la política del empréstito externo. Durante su presidencia contrajo el tercer gran empréstito con la banca inglesa por 30 millones de pesos, aunque el gobierno sólo recibió cerca de 26 millones. Ellos se invirtieron «en el fausto y listas civiles y militares de la administración, en las dos guerras de Entre Ríos con López Jordán, en las que se gastó más que en la del Paraguay, y por último en el muy célebre ferrocarril de Córdoba a Tucumán», según José María Zuviría289. Esto es, el empréstito se dilapidó en contentar a la burocracia y guerrear contra la «barbarie». Lo único útil que se hizo fue construir el ferrocarril a Tucumán, no obstante lo cual este empréstito se denominó «de obras públicas». También como Alberdi, en «Argirópolis», es partidario de la libertad de navegación de los ríos interiores. Y como Alberdi, aparente prosélito del romanticismo en boga, reniega de España y de nuestros orígenes hispánicos. De la primera potencia mundial en el siglo XVI y parte del XVII, escribe: «La historia de España nos es hoy indiferente, ni por su aislamiento peninsular, serviría de núcleo a los hechos culminantes del continente europeo. La historia de Francia, por otra parte, es siempre materia de estudio necesario»290. De la autora del Siglo de Oro, sentencia: «son como... como nosotros, atrasados, sin ciencia y sin artes»291; «El castellano es hoy una barrera insuperable a la transmisión de las luces para los pueblos que lo hablan, y Hay en Sarmiento una idea fuerza –que en realidad no es propia, sino tomada, según Suárez, de Juan Cruz Varela301, y según Gálvez, de Arsenio Isabelle– volcada en su obra «Viaje a Buenos Aires y Porto Alegre»302: la contraposición entre civilización y barbarie. «Facundo», escrito en 1845, lleva la dicotomía como subtítulo, que en labios de Sarmiento será un verdadero grito de guerra. Allí, presenta sus apreciaciones sobre la civilización y a la barbarie en el Plata: «El hombre de la ciudad viste el traje europeo, vive de la vida civilizada tal como la conocemos en todas partes; allí están las leyes, las ideas de progreso, los medios de instrucción, alguna organización municipal, el gobierno regular, etc. Saliendo del recinto de la ciudad todo cambia de aspecto: el hombre de campo lleva otro traje, que llamaré americano por ser común a todos los pueblos; sus hábitos de vida son diversos, sus necesidades peculiares y limitadas; parecen dos sociedades distintas, dos pueblos extraños uno de otro. Aún hay más: el hombre de la campaña, lejos de aspirar a semejarse al de la ciudad, rechaza con desdén su lujo y sus modales corteses, y el vestido del ciudadano, el frac, la capa, la silla, ningún signo europeo puede presentarse impunemente en la campaña. Todo lo que hay de civilizado en la ciudad está bloqueado por allí, proscripto afuera, y el que osare mostrarse con levita, por ejemplo, y montado en silla inglesa, atraería sobre sí las burlas y las agresiones brutales de los campesinos»303. Sarmiento contrapone pues, el estado social de la ciudad, especialmente de Buenos Aires, como sede de la civilización, del progreso, de las formas europeas de vida, con la situación de la campaña, ámbito de la barbarie, del atraso, de las formas vernáculas de supervivencia. El hombre de frac de la ciudad adherido a los usos importados, y el gaucho de chiripá, habitante de la pampa, con su índole y sus costumbres tradicionales. El primero es un arquetipo; el segundo símbolo de todo lo deleznable y que por tanto debe superarse imitando al ciudadano. En realidad, la palabra barbarie proviene de bárbaro, el que vivía fuera de las fronteras del Imperio romano, el extranjero; y entre nosotros, en la campaña, supervivía lo más auténtico de nuestra cultura hispanoamericana. Por el contrario, en determinados estratos sociales de la ciudad, especialmente en Buenos Aires, se encontraba lo más desarraigado y extranjero de nuestras realidades humanas. En cuanto al estado de salvajismo de los habitantes de las pampas y demás zonas rurales del país, usando la palabra barbarie como sinónimo de fiereza o crueldad, esto es una impostura de Sarmiento, que conocía esas realidades. Uno de quienes ha puesto mejor las cosas en su lugar, ha sido Pedro de Paoli, que manifiesta: «La campaña argentina era primitiva, pero no bárbara. Sarmiento, con esa falta de respeto por el verdadero sentido de las palabras, por falta de conocimiento, y a veces de intento, confunde en su libro primitivismo con barbarie... El rancho del gaucho era poco confortable, pero se parecía más a la choza de Moisés que a la tienda de Alarico. El gaucho conservaba el apellido paterno, los sentimientos católicos de sus antepasados, las costumbres hispánicas que le eran ancestrales: tenía el culto de la hospitalidad; la hidalguía de su estirpe peninsular que llevaba en la sangre; la nobleza de los sentimientos caballerescos más elevados, y un gran don de gente. Todos los viajeros ingleses, personas cultas que han descripto fidedignamente nuestra campaña de aquella época, como Head, Robertson, Guillispe, King, Darwin, etc., están contestes en que los gauchos eran hombres de vida primitiva por lo simple, pero que eran civilizados, hospitalarios, dignísimos, honrados y caballerescos. Es que tenían el don de gente de sus antepasados, los viejos hidalgos españoles, como que descendían directamente de los conquistadores, y en la mayoría de los casos, en la provincia de Buenos Aires, sur de Santa Fe y sur de Córdoba, sin mezcla indígena... Belgrano, Güemes y San Martín se sirvieron de los gauchos para darnos patria y libertad. Muy desdoroso sería para nosotros, como argentinos deber esa patria y esa libertad a bárbaros»304. La contraposición de la civilización con la barbarie fue en Sarmiento una idea obsesiva, pero además, se ha dicho, un grito de guerra. Luego de la caída de Rosas, especialmente después de Pavón, el gauchaje quedó inerme, situación aprovechada por el sanjuanino para predicar, y en alguna medida concretar, la destrucción del paisanaje por la clase culta, como veremos más adelante. |
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