José Miguel Carrera 1820-1821
Ramírez se une a Carrera
[Ramírez se une a Carrera. Marcha sobre Bustos en el Sauce. Ataque frustrado de la Cruz Alta. El Padre Guiraldes. Separación de Ramírez y Carrera. Sus causas.] Mientras se pasaban todos estos hechos, Bustos había permanecido encerrado en sus fortificaciones del Sauce. Ramírez y Carrera decidieron asaltarlo en las trincheras y a ese efecto emprendimos nuevamente la marcha. Pero informado Bustos de nuestro movimiento, abandonó su reducto para reunirse a López y La Madrid, que se encontraban en la Posta de la Esquina, lugar situado en los límites de Córdoba y Santa Fe 1. Se llevó consigo desde el Sauce un gran número de carretas para protegerse en el camino de un posible ataque. Cuando llegamos al Sauce, encontramos que Bustos se había retirado dos días antes. Dejamos entonces en esa villa el bagaje más pesado y partimos a marchas forzadas en su persecución. Doña Delfina, la dama que acompañaba a Ramírez, era una linda porteña “que le amaba por las batallas que ganó contra sus comprovincianos” (sic) y la afición que le tenía Ramírez era causa de los errores que éste venía cometiendo y fue más tarde motivo de su muerte. Por su naturaleza delicada, difícilmente podía Doña Delfina soportar las penalidades de semejantes marchas y por ella nos vimos obligados a detenernos repetidas veces. Así, cuando llevábamos a Bustos muy próximo, unas ocho leguas de distancia, fue preciso hacer alto durante toda una noche para que doña Delfina descansara y pudiera soportar las fatigas del día siguiente. Estas paradas permitieron a Bustos llegar antes que nosotros a la Cruz Alta y atrincherarse allí. En la mañana siguiente a su llegada estuvimos delante de la villa y formamos nuestras divisiones. 2 Un ayudante se adelantó para intimar la rendición incondicional, amenazando a Bustos con el asalto inmediato en caso de negativa. Se le dieron quince minutos para contestar, pero no vaciló en responder al oficial “que las armas federales no se rendían sino al precio de la sangre de quienes las empuñaban”. El oficial volvió con la respuesta y nos preparamos para el asalto. (Bustos hablaba de su ejército federal, pero cuando fue puesto en posesión del gobierno de Córdoba, por Carrera y Ramírez, la fuerza de Bustos se denominaba “tercera división del ejército federal”. Ahora que había renegado de su credo, luchando como aliado de Buenos Aires y mercenario de Chile, tenía la impudencia de llamarse “federal”). 3 La Cruz Alta es un pueblito que ha sido fortificado algunas veces contra las incursiones de los indios del norte. Dispone de tres pequeños fuertes en ángulo recto, formados por empalizadas, muros de tierra, e impenetrables corrales de tuna. 4 Uno de los lados del triángulo en cada fuerte estaba ahora protegido por una fila de carretas amarradas estrechamente unas con otras; los otros dos lados por caballos de frisa, casas, corrales, etc. 5 Estos pequeños fuertes estaban bien guarnecidos y cada uno tenía una pieza de artillería. Entre cada fuerte se había emplazado infantería ligera, atrincherada. La caballería de Bustos, muy escasa, fue batida por nuestras guerrillas y obligada a guarecerse en la plaza, así que llegamos al pueblo, por la mañana. El total de la gente de Bustos alcanzaba a unos quinientos ochenta hombres. Nuestra división con la de Ramírez pasaban de mil doscientos. Trescientos soldados nuestros desmontaron para obrar como infantería contra los fuertes, protegidos por toda nuestra caballería. Así formada la infantería, avanzó por los flancos derecho e izquierdo de la población y se le hizo un fuego muy vivo. Nuestros soldados siguieron adelante y desalojaron al enemigo de un puesto de avanzada, apoderándose inmediatamente del fuerte que ocupaba. En esas circunstancias Ramírez montó a caballo y ordenó cargar a la caballería. Llegamos al galope hasta la línea enemiga bajo un recio tiroteo y entramos en la plaza donde sólo encontramos los caballos abandonados por los soldados de Bustos que se habían guarecido en los fuertes. 6 Permanecimos algunos momentos en la plaza, cubiertos de humo y polvo, expuestos al fuego que partía de distintas direcciones. Advertida nuestra infantería de que sus fuegos cruzaban la plaza y podían ofendernos, cesó en sus disparos. Poco después, viendo que nada podíamos hacer, nos retiramos bastante desconcertados. La infantería, al contemplar el desorden que cundía entre nosotros, se retiró también abandonando las ventajosas posiciones conquistadas, que muy pronto reocuparon los enemigos. Pudimos reorganizar la infantería y la caballería frente a la villa, pero a poco advertimos que habíamos gastado casi toda la munición. Resultaba imposible renovar un ataque, malogrado por una imprudencia de Ramírez. Este se apartó del plan convenido entre los oficiales y arriesgó absurdamente la caballería en una posición donde no debió intervenir porque no podía obrar con eficacia. Dos días más permanecimos frente a la Cruz Alta y luego volvimos al Sauce, dejando libre a Bustos para reunirse con sus aliados López y La Madrid. Habíamos perdido de cuarenta a cincuenta hombres en el asalto. No eran menos las pérdidas de Bustos, pero éste, por halagar a sus aliados, les comunicó que, por informes fidedignos, sabía que nuestras bajas alcanzaban a trescientos hombres. Hasta describió la manera cómo nos apresurábamos a enterrar los cadáveres de los soldados para ocultar las bajas de nuestras divisiones. Al llegar al Sauce, conocimos las operaciones del enemigo por informes de nuestros espías. Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, San Juan, San Luis y Mendoza enviaban fuerzas para combatirnos. El Padre Guiraldes llegó en calidad de diputado por Mendoza, bajo el pretexto de negociar la paz o la neutralidad en nombre de aquella provincia, pero en realidad con el objeto de promover una sedición entre los oficiales de Carrera. El gobierno de Mendoza había obligado a don Juan José Benavente, hermano de nuestro coronel Benavente, y avecindado en aquella ciudad, a dar a Guiraldes una carta de recomendación para el mencionado coronel. En dicha carta suplicaba Benavente a su hermano que aceptara las proposiciones del sacerdote, porque de ellas dependía el bienestar del país y nuestra salvación. Privadamente, Guiraldes las puso en conocimiento del coronel esperando que éste propagaría la rebelión. Por lo que se nos informó, las proposiciones de Guiraldes podían resumirse así: Carrera y sus divisiones habían causado grandes ofensas a la Nación; eso no obstante, sus oficiales estaban todavía en tiempo de reparar los daños a que habían contribuido, si abandonaban el estandarte de la anarquía para seguir las banderas de la Patria; debían apartarse de Carrera y sus soldados para que éstos sufrieran el castigo que la Nación creyera justo imponerles. Se hacían elogios de nuestra capacidad y la Patria no dudaba de que acogeríamos bien esas proposiciones porque s¿ habíamos tenido la desgracia de extraviarnos era seguro que ahora miraríamos por el bien público, aprovechando la oportunidad de demostrarlo. El coronel Benavente, en premio de ese servicio, sería promovido al grado de Brigadier General y los oficiales al grado inmediato superior al que tenían en el ejército de Carrera. Los despachos nos serían otorgados por la Nación y no por el gobierno particular de una provincia, lo que consideraban más honroso para nosotros. Nada se decía de la Legión del Mérito, pero de habernos allanado a lo propuesto, hubiéramos ingresado sin duda en aquella benemérita hermandad. Cuando conocimos por el coronel las dichas proposiciones, sólo nos merecieron burla y desprecio. Prendimos a Guiraldes y le llevamos frente al general, a quien terminó por revelarlo todo. 7 Fue conducido a la guardia en calidad de prisionero y pocos días después escapó, aprovechando la confusión de un combate. Desde el Sauce nos dirigirnos hacia Fraile Muerto, donde sobrevino una desavenencia entre nuestros generales y se separaron. Nosotros echamos a andar hacia la frontera de San Luis con el fin de sorprender a los mendocinos que acampaban en las Barranquitas. Ramírez marchó en dirección al norte con intención de volver a Entre Ríos por el Chaco. 8 Las causas que provocaron la separación fueron diversas y entre las principales pueden consignarse las siguientes: Ramírez tenía como secretario al célebre cura Monterroso, que había sido primer secretario de Artigas y el consejero de todas sus resoluciones. Era muy adicto a su antiguo jefe y en consecuencia enemigo de Carrera y Ramírez. Carrera reconvino a Ramírez por la presencia de tal individuo y le insinuó la oportunidad de mandarlo a Entre Ríos donde podría darle pruebas de su amistad. Así evitaba el riesgo de llevar en sus filas un sujeto sospechoso de traición. Pero Ramírez tenía mucha confianza en el belicoso clérigo y no se mostró dispuesto a separarlo de su lado. Por otra parte, nuestra gente comenzaba a demostrar mala voluntad con los de Ramírez, acusándolos de ser ellos y su general los causantes del fracaso de Cruz Alta y del abandono del sitio de Córdoba. Ramírez, que en esta, campaña se había dado a los placeres con más libertad que en las anteriores, no toleraba a sus soldados la menor desviación en la rígida disciplina que les imponía. En medio de la abundancia se les mezquinaba la carne y eran castigados por la falta más pequeña. El contraste resultaba algo fuerte, porque si el general satisfacía todos sus apetitos, los soldados, que venían exponiendo la vida en su defensa, eran, merecedores por lo menos a que se les alimentara mejor; sobre todo en regiones enemigas donde el mantenimiento no costaba nada. En atención a estas cosas, Carrera creyó lo más conveniente alejarse de su amigo Ramírez, antes de que se ahondaran las disidencias y como la separación era impuesta por las circunstancias, no causó menoscabo en su amistad. El día subsiguiente a la separación, apareció un ayudante de Ramírez con carta para el general, en que aquél solicitaba la unión de todas las fuerzas bajo el comando de Carrera. Monterroso permanecería en calidad de simple cura, dándose la seguridad de que había terminado su amistad con Artigas y era un sincero adepto de la causa. Carrera contestó que, mientras el intrigante fraile siguiera en el ejército, él no arriesgaría su vida ni la de sus soldados. A ese reparo agregó que el único medio de eludir la continua vigilancia de nuestros muchos enemigos era la separación inmediata porque así podríamos distraer su atención desde puntos diversos y batirlos separadamente. Concluía dándole su opinión sobre la conducta que consideraba más oportuna en la marcha emprendida y le reiteraba su invariable amistad. Además de la correspondencia oficial, el dicho ayudante fue portador de una proposición confidencial de los oficiales de Ramírez, por la que ofrecían dejar a su general y pasarse con todos sus soldados a Carrera, si éste estaba de acuerdo y los recibía. Carrera oyó esta proposición con asombro y enojo. Contestó que lamentaba que los oficiales tuvieran de él tan mezquina opinión hasta suponerlo capaz de traicionar a su amigo. Manifestó también al Ayudante que no daría cuenta a Ramírez de lo sucedido, pues era de esperar que desistirían de tan execrable proyecto; que si su general había cometido errores, necesitaba hoy más que nunca la ayuda de sus soldados, y cualesquiera hubieran sido sus debilidades, éstas no podían eclipsar sus glorias. Por eso confiaba en que, oficiales de reconocido valor, no empañarían su fama con el crimen de abandonar al jefe que tantas veces los había conducido a la victoria. El ayudante se puso en camino con la carta de Carrera para Ramírez y el mensaje de reprobación para los oficiales. Algunos soldados y sargentos de Ramírez desertaron y otros varios siguieron nuestra división. 9 |
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