Lecciones de Historia Rioplatense
3. LIBERALISMO Y TRADICIONALISMO | Francisco Miranda
 
 
En 1796 los norteamericanos —en colaboración con los ingleses— planean, ellos también, una invasión a Buenos Aires que abortó por motivos que no hemos de analizar aquí. Años más tarde, Adams, presidente de los yanquis, expresará —en un arranque de fastidio— este juicio sobre la insobornable América latina de antaño: “El pueblo de la América del Sud es el más ignorante, el más fanático, el más supersticioso de los pueblos católicorromanos del universo; cree que la salvación está limitada a él y a los españoles de Europa; con dificultad se la concede al Papa y a los italianos, y, por supuesto, se la niega a los franceses. Para Inglaterra, para la América inglesa y para las otras naciones protestantes, solo quiere y espera llamas inextinguibles, eternas, de leña y azufre”.

El verdadero promotor de las invasiones inglesas al Río de la Plata es —lo veremos— Francisco Miranda. Por un sarcasmo, figura en los textos escolares de historia como “precursor” de la Independencia argentina. Resulta interesante referirse a él no sólo por su vida agitada de aventurero, sino, sobre todo, porque representa y encarna la concepción del patriotismo desde el punto de vista ideológico.

Miranda, o la corriente liberal en la Independencia hispanoamericana.

Criollo audaz y renegado, pidió ayuda al extranjero rompiendo con la tradición de su patria para construir un Estado por decreto —sobre bases racionales—, cuyos lineamientos estructuró inspirándose en la antigua Roma y en la mercantilista revolución yanqui, en cuyas jornadas tomó parte activa. Tiene este doble interés el personaje que nos ocupa. El de su azarosa existencia —porque fue un trotamundos—y el de ser el primer hombre con predicamento político que aparece en el destino de las colonias de América para desviarlas del curso de su emancipación legítima —de su lealtad a la historia—, despertando el apetito imperialista de grandes potencias cuyas rivalidades azuzó maquiavélicamente, pero nunca a favor nuestro.

Miranda traduce, sin duda, la influencia masónica en la vernácula epopeya libertadora. La revolución dirigida desde afuera.

Nace el “precursor” en Caracas, en 1750 (año del tratado de Permuta). Hijo de español, desde muy joven dedicóse a la carrera militar estrenándose en áfrica. Luego pasa a Cuba y, enterado del movimiento revolucionario de los Estados anglosajones del Norte, va con los ejércitos de España a pelear contra Inglaterra. Se destaca allí adquiriendo el grado de teniente coronel. Más tarde viaja a Rusia; según cuentan los historiadores fue, durante un tiempo, el favorito de la emperatriz Catalina. Pasó a Francia participando en la revolución de 1789, de la que saldrá huido, pero con el ascenso de general del ejército que logró combatiendo al lado del famoso Dumouriez.

Este joven descontento, desarraigado, pero audaz e inteligente y muy dado a la lectura de libros clásicos (latinos y griegos), en virtud de su temperamento y educación sintióse fuertemente atraído por las ideas nuevas del siglo. A la vez que ideólogo, fue conspirador y político. No le quedó otro remedio a falta de arraigo: aferrarse al sistema como sucedáneo del patriotismo. Y, todos sus proyectos presentados a la Corte inglesa —a cuyo servicio se puso secretamente contra España— serían hechos sobre la base de planes que había aprendido en indigeridas lecturas.

Ninguno de ellos, sin embargo, llegó a tener fuerza para provocar siquiera un levantamiento en su país de origen. En Venezuela, en efecto, lo derrotó la soledad más que el ejército de “empleados de aduana, sacerdotes, cirujanos, barberos y boticarios”; como lo dijo un periódico inglés de la época.

Miranda, luego de huir de Francia salvando milagrosamente el pellejo, se instala en Londres poniéndose al servicio de S. M. B. Inicia allí conversaciones con Pitt y sus colegas de gabinete. En adelante será el principal animador y promotor de la intervención inglesa —política, económica y hasta militar— en hispanoamérica; y por ende, en el Río de la Plata. La correspondencia cambiada entre ambos personajes —el conspirador y el ministro— está registrada en los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores británico y ha sido publicada en parte por el Sr. Carlos Roberts en su libro citado. Consta claramente que en 1790, el aventurero venezolano comienza a vincularse a Pitt, estudiando sus planes el gobierno y subvencionando sus servicios como agente confidencial y de influencia.

Miranda vivirá con una pensión de Gran Bretaña. Fue fundador, allí, de una logia masónica que sirvió para descastar a no pocos de nuestros bisoños próceres de Mayo...