Lecciones de Historia Rioplatense
Ideología postiza
El mentado “precursor” lograría, sin embargo —acaso por la irradiación contagiosa de las ideas del siglo en que se vive—, gran influencia en ciertos jóvenes talentosos de los antiguos virreinatos que, aprovechando el descontento existente en sus pueblos de origen (debido a causas profundas, no precisamente ideológicas), fueron vehículos y portadores de la panacea que se les ofrecía. Comenzaron los más decididos constituyéndose en ligas secretas. A medida que avanzaba la influencia revolucionaria, iban haciéndose de fama y prestigio en sus respectivos países. Así se explica el fanatismo de Antonio Nariño, por ejemplo; la militancia de 0'Higgins y los apetitos de gloria de Simón Bolívar: el “magnetizador universal del Nuevo Mundo”, en vías de ser dominado efectivamente por los ingleses. Pero Miranda —abanderado de las ideas liberales entre nosotros— fue, sobre todo, un instrumento de la potencia rectora cuya hegemonía en el mundo afirmóse después de la caída de Napoleón. La fama le viene precisamente de ahí. Lector de tratadistas estadounidenses e ingleses, el audaz venezolano, ensamblando a unos con otros, engendró su famoso “Estado Territorial y Agrícola”; suerte de Constitución destinada a desespañolizar estos pueblos con utopías de averiguada procedencia anglosajona. Ello, so pretexto de asegurar a los hombres libres del hemisferio occidental, su “felicidad” futura. Desavenido con los republicanos franceses se hizo monárquico, adoptando, el sistema en su Estado Territorial. Desarraigado y rebelde, repudió la historia mediante el efugio de una socorrida reivindicación indianista. El nuevo rey debía ser, para él, un Inca secundado por dos Cámaras a la manera inglesa: la de los Caciques y la de los Comunes. Los Caciques elegidos por el Inca y los Comunes por el pueblo. En el engendro referido intercálanse, además, una serie decorativa de magistrados menores inspirados —muy románticamente— en las instituciones republicanas de Roma. Así: los Censores, Ediles y Cuestores; a los cuales designaría el Senado y los Comunes respectivamente, debiendo ser confirmados por el Emperador. En último término, de los norteamericanos tomó Miranda la manera de reformar la Constitución. Tenemos por lo menos tres fuentes dispares y contradictorias en el Estado Territorial que nos ocupa: la de la república romana, la del bicamarismo británico y la reforma Constitucional de los anglosajones del Norte. Sin contar aquella regresión a lo Rousseau que prueba, en definitiva, el utopismo de su autor: la vuelta al Inca. Es realmente extraño que prócer tan desarraigado haya podido contagiar e influenciar una generación —cuya inteligencia nadie niega— destinada a emancipar el españolísimo nuevo continente. De todo esto tuvo la culpa el “siglo de las luces”. Cierto. Muchos cayeron en la tentación ideológica llegando a preconizar para sus pueblos la rectoría extranjera so capa de “Civilización” y “Felicidad” materiales (como en el Fausto de Goethe). Pero otros contemporáneos, menos ilustrados acaso, resistiéronse —leales todavía a las tradiciones vernáculas— repudiando, con la bandera de soberanía y autodeterminación, las exóticas influencias de Miranda en estas latitudes. |
|