Lecciones de Historia Rioplatense
Las Invasiones Inglesas
 
 
Miranda tiene una importancia grande, como se ha visto. Encarna una de las corrientes más activas que interfiere en la revolución de Mayo: la que pacta con el extranjero —de procedencia borbónica—, recogida por “morenistas”, “alvearistas”, y más tarde, “unitarios” de las luchas civiles argentinas.

Pero hubo patriotas que buscaron la emancipación alegando razones intransigentes, heredadas de la España Contrarreformista. Son los soldados que actuaron en nuestras guerras contra los portugueses y en la Reconquista y Defensa de Buenos Aires, durante los años de 1806 y 1807. Los patricios de Cornelio Saavedra en 1810. La montonera de Artigas, caudillo de la Banda Oriental invadida por imperialistas extranjeros. Y la hueste federal de Rosas, triunfadora en dos memorables ocasiones de Francia e Inglaterra, a la sazón las potencias más poderosas de la tierra.

Ya saben Uds. que las tan mentadas invasiones inglesas se hicieron posibles a raíz del triunfo de Nelson en Trafalgar, el 21 de octubre de 1805. A partir de entonces, Gran Bretaña precipita los acontecimientos preparando con sigilo una expedición marítima que puso al mando de Pophan, quien debía salir del Cabo con destino a Buenos Aires.

La flota llega a la vista de esta Capital en la segunda quincena de junio, y después de embicar en el banco de Ortiz, sus jefes ordenan el desembarco a la altura de Quilmes. Sobremonte es el virrey. Ya había actuado sin brillo en la guerra llamada de las “naranjas”, entre España y Portugal, en la que la primera perdió los siete pueblos de las misiones Orientales uruguayas. Su actitud será ahora mucho más lamentable. Huye precipitadamente a Córdoba con los caudales para trasladar tierra adentro —según dijo— la capital del Virreinato; en tanto los porteños inermes quedan solos y librados a sus propias fuerzas.

Pero providencialmente surge una personalidad salvadora: Santiago de Liniers, hombre del antiguo régimen —francés noble y marino por añadidura— que se había puesto al servicio de España llegando al Río de la Plata en la expedición de Pedro de Cevallos, triunfante sobre los portugueses allá por 1777. Liniers era ya maduro (tenía 53 años de edad) y, a la sazón, mandaba una escuadrilla en el Estuario. Sobremonte, desconfiando de él, lo relevó del cargo en el preciso momento que nos ocupa.