Lecciones de Historia Rioplatense
El 2 de mayo: las juntas
 
 
El alzamiento inesperado de los súbditos fue la mejor respuesta a la traición de los reyes. Las proféticas palabras de Pitt, tres meses antes de su muerte, se cumplían al pie de la letra: “la nobleza y el clero han degenerado —había dicho— pero el pueblo conserva su pureza primitiva, su odio a Francia”.

En las provincias del interior de España que aún conservaban la integridad de sus tradiciones, la insurrección se extendió en nombre de Cristo y del rey Fernando “Los sacerdotes preguntaban a los paisanos: ¿es pecado mortal exterminar a un francés? —¡No, padre!— Se gana el cielo matando a esos perros herejes.” 8

Unos levantaban la bandera antigua: eran reaccionarios y juzgaban la guerra como cosa santa, necesaria y salvadora para el Imperio. Otros, en cambio —más influenciados por las ideas liberales—, luchaban contra el invasor considerándolo un tirano indigno de la generosa causa de los “derechos del hombre”. Actuaron juntas, sin embargo, estas dos tendencias mancomunando sus esfuerzos contra el despotismo de los Bonaparte. Lo cual nos prueba que, en realidad, el movimiento era espontáneo: no tenía jefe político ni más directivas que las del patriotismo e indignación populares.

En Asturias, Aragón, Sevilla y en todas partes donde resonó el eco del 2 de mayo, constituyéronse Juntas compuestas de ciudadanos que gobernaron invocando el nombre de Fernando VII, cautivo de los franceses. Conocida es la célebre actitud de Palafox al intimársele rendición de la plaza aragonesa que defendía, junto a un puñado de valientes. “¡Guerra a cuchillo!” fue la voz de orden cumplida por todos con heroico y ejemplar estoicismo. Ello demuestra el espíritu con que los españoles lucharon por su vida, honor y tradiciones, holladas por las hordas imperialistas de allende los Pirineos.

Improvisadamente fueron formándose, así, en las ciudades, gobiernos autónomos de Junta preanunciadores de anarquía y caldo de cultivo de separatismos fomentados por las ideas triunfantes desde 1789. Mas, las necesidades de la guerra y el riesgo de perderla obligaron a concentrar el poder, que fue reunido, a la postre, en un solo organismo: la Junta Central, con sede en Madrid y más tarde en Sevilla. Esta Junta revolucionaria será, a partir de entonces, la autoridad única de gobierno bajo la advocación de Fernando VII, para la metrópoli y colonias ultramarinas.

Entretanto, los mariscales napoleónicos obtienen victoria tras victoria. Hasta que al fin se les da inesperadamente la contra. El general Castaños logra un triunfo espectacular, glorioso, en la famosa batalla de Bailen en que intervino el futuro Gran Capitán de los Andes: José de San Martín.

Inglaterra, como siempre —al acecho desde el comienzo de las hostilidades—, no se había animado a ofrecer ayuda a España previendo su inminente derrota militar. Pero ahora la cosa cambiaba de aspecto. Era la oportunidad de intervenir. Reunió, pues, un ejército poderoso al mando de Wellington —cuyo destino apuntaba a la conquista del Río de la Plata—, acudiendo en auxilio de los invadidos. Lo cual frustró, por esta casual circunstancia, la tercera expedición a Buenos Aires.

José Bonaparte es obligado, poco después, v evacuar Madrid. Y el General Junot, finalmente vencido en Portugal, hubo de firmar el 21 de agosto de 1808 la convención de paz en Cintra.