Primer Adelantazgo del Río de la Plata
Domingo Martínez de Irala
El tercer personaje seleccionado para este nuestro esbozo del Primer Adelantazgo del Río de la Plata, era un obscuro pasajero en el momento de zarpar la flota; sólo figuraba en la “Relación de la gente que va en la armada”, pero no en lista de Caballeros para ocupar cargos de jerarquía. No obstante el destino lo irá haciendo escalar posiciones hasta convertirlo en uno de los conductores de las huestes sobrevivientes de la expedición de Mendoza, para llegar finalmente a Gobernador del Paraguay después de la desaparición de Ayolas. Natural de Guipúzcua, del pueblo de Vergara, poseía en España una sólida situación económica. Como los demás compañeros de aventura, contaba con unos veintitantos años de edad en el momento de embarcarse. Al quedar Irala en Candelaria en espera de Ayolas, con dos bergantines y treinta y tantos hombres, el trato con los nativos payaguás era cordial y recibían de éstos todo el alimento que necesitaban. Sin embargo, pasado un tiempo, los españoles comenzaron a maltratarlos, abusándose de las indias, incluso de la hija de un cacique que éste había cedido a Ayolas en prenda de paz y que Irala arbitrariamente tomó para sí. Tal actitud enojó a los payaguás que cortaron relaciones con los expedicionarios, privándolos de todo auxilio. Este fue uno de los motivos por lo cual Irala abandonó Candelaria y bajó unas leguas por el río hasta llegar a los guaraníes. Los payaguás no se dieron por satisfechos y aguardaron que Irala retornara a Candelaria en busca de Ayolas; cuenta Ruy Díaz de Guzmán que en uno de esos viajes se le acercaron en son de paz tratando de sorprenderlos, pero los españoles no se dejaron engañar e hicieron frente al ataque intempestivo de los indios, quienes los hacían tanto por tierra como por el río. El choque fue feroz y en él murieron algunos españoles, pero los indígenas fueron rechazados con grandes pérdidas. Esta desavenencia con los payaguás seria de consecuencias funestas: la muerte de Ayolas y su gente habría sido una venganza de aquéllos por las tropelías sufridas a manos de Irala y los suyos. En efecto, cuando aquél retornó a Candelaria desconocía el rompimiento de relaciones con los indígenas con quienes, hemos visto, concertara paces firmes; confiando en ellas y en el recibimiento engañoso que nuevamente le brindaran como si nada hubiese ocurrido durante su ausencia, Ayolas mordió el anzuelo entregándose mansamente en sus manos. La “confianza mata al hombre” dice el refrán y acá se cumplió acabadamente. Recordemos que el Adelantado Pedro de Mendoza, antes de partir para la Madre Patria en su viaje póstumo, despachó tres bergantines que remontaran el río en apoyo de Ayolas y de las poblaciones establecidas en Buena Esperanza y Corpus Christi. Dichas naves estaban comandadas por Juan de Salazar, Gonzalo de Mendoza y Hernando de Ribera; uno de esos bergantines quedó en Buena Esperanza, los otros dos continuaron navegando en procura de Ayolas. Cerca de la Candelaria se encontraron con Irala y sus hombres, en Junio de 1537. Este encuentro de Irala con los bergantines comandados por Salazar y Mendoza fue festejado ruidosa y efusivamente por ambas partes; luego continuaron navegando juntos río Paraguay arriba en busca de noticias de Ayolas y sus expedicionarios. No habiendo tenido éxito regresaron hasta Candelaria donde permaneció Irala, mientras Salazar y Mendoza con cincuenta y tantos hombres siguieron río abajo hasta la tierra de los guaraníes; allí Salazar, en el viaje de ida, había prometido al cacique lugareño fundar un asentamiento poblacional. Cumpliendo con su palabra, el 15 de Agosto de 1537 construyó una fortaleza o casa fuerte en ese lugar, a la que denominó Nuestra Señora de la Asunción en honor a esa festividad de la Virgen María. Con el tiempo, esta fundación que comenzó siendo una simple fortificación, se convirtió en la Ciudad de Asunción, capital hoy de la República del Paraguay; siendo además, la única que sobrevivió y perduró de las establecidas por la expedición de Mendoza. Pasados unos años, en las últimas décadas del siglo XVI, de Asunción partirían las expediciones que fundaron Santa Fe en 1573, Buenos Aires en 1580, Concepción del Bermejo en 1585 y San Juan de Vera de la Siete Corrientes en 1588. Resultó así que esta pequeña fortificación levantada sobre el río Paraguay por algunos sobrevivientes de la expedición de Mendoza, prosperó y progresó en el tiempo, convirtiéndose en madre de nuevas ciudades. Quedó entonces justificada la creación del Adelantazgo del Río de la Plata y compensadas las penurias y pérdidas de quienes vinieron con esa misión pobladora y descubridora. Luego de fundar Asunción, Salazar retomó a Buenos Aires, dejando a Gonzalo de Mendoza a cargo de la nueva Casa Fuerte. En Buenos Aires había quedado Ruiz Galán, designado por Mendoza antes de partir de regreso, mientras durara la ausencia de Juan de Ayolas. Salazar convenció a aquél de subir juntos a la Asunción llevando gran parte de los habitantes de la primera fundación. Enterado Ruiz Galán que Ayolas no había retomado aún y que se temía por su vida y la de los expedicionarios, decidió disputarle a Irala la primacía en el Gobierno del Río de la Plata. Al efecto, al pasar por Corpus Christi se detuvo e hizo prestar juramento de fidelidad, tanto a los habitantes de este punto como a todos los pasajeros de Buenos Aires que transportaba en cinco embarcaciones. Continuó luego su viaje al Paraguay agregando a la flota dos bergantines que habían quedado en Corpus Christi; su arribó a la Asunción ocurrió por el mes de Febrero de 1538. Entre tanto Irala navegaba desde Candelaria, diez leguas al norte de Asunción. Encontrados ambos Capitanes, cada uno hizo valer sus argumentos para sostener los derechos de ejercer el mando: Ruiz Galán la designación que le hiciera Don Pedro de Mendoza antes de partir y el juramento de fidelidad prestado por los sobrevivientes de Buenos Aires y Corpus Christi; Irala las comunicaciones del primer Adelantado a Juan de Ayolas, de las que había sido portador Juan de Salazar, donde establecía que delegaba el mando y la gobernación en Ayolas, con derecho a designar sucesor en caso necesario. Ninguno de los dos dio su brazo a torcer, produciéndose serio enfrentamiento entre ambos que estuvieron a punto de irse a las manos, como si lo hicieron algunos de sus subalternos. Sin llegar a una solución definitiva, Ruiz Galán retornó a Buenos Aires e Irala volvió a remontar el río Paraguay en busca de noticias de Ayolas, dejando a Salazar al frente de Asunción. Ruiz Galán, en su viaje río abajo, se detuvo nuevamente en Corpus Christi, donde permaneció una temporada; antes de partir resolvió escarmentar a los aborígenes timbúes del lugar; por motivos baladíes los atacó a traición haciendo una gran matanza de ellos. Esta actitud inicua de Ruiz Galán con los aborígenes, seria de nefastas consecuencias para los españoles; varios meses después se tomaron desquite asaltando la fortaleza, destruyéndola y dando muerte a la mayoría de sus defensores. Los pocos sobrevivientes se salvaron en unos bergantines que, providencialmente, llegaron en ese momento. Se perdió de esta forma otra de las fundaciones de la expedición pobladora de Mendoza. Al llegar Ruiz Galán a Buenos Aires se encontró con la carabela de León Pancaldo quien, frustrado su intento de cruzar el Estrecho de Magallanes, se había refugiado en el Río de la Plata cargado de mercaderías y bastimentos, por lo que fue muy bien recibida por los desprovistos habitantes de dicha población. Tiempo después arribó otra nave: la famosa Marañona que había desertado o extraviado de la flota del Adelantado, dirigiéndose a Santo Domingo; a bordo de ella viajaba el Veedor Alonso Cabrera. El intemperante, Ruiz Galán, a quién la llegada del Veedor cayó como un balde de agua fría, lo recibió de mala gana. Alonso Cabrera venia munido de una Real Cédula en la que se lo instruía del proceder a seguir en caso que el fallecido Pedro de Mendoza no hubiese designado Lugarteniente, o bien si lo hubiese designado, éste fuese fallecido sin nombrar sucesor. Inmediatamente se abocó a la tarea de indagar entre los pobladores de Buenos Aires lo que sabían sobre el tema. Tomó declaración testimonial al Tesorero Garci Venegas, al Contador Felipe de Cáceres y al Capitán Carlos Dubrin. Los tres fueron contestes en manifestar que Mendoza dejó por su Lugarteniente a Juan de Ayolas y que éste a su vez lo había hecho en la persona de Domingo de Irala cuando se internó en el Chaco en procura de la Sierra del Plata. Para informar a Su Majestad Real de lo ocurrido en estas tierras del Río de la Plata, se despacharon dos galeones: la Trinidad y la Santa Catalina. Luego, en Mayo de 1539, se embarcaron para Asunción Alonso de Cabrera, Ruiz Galán y doscientos cincuenta personas en siete bergantines. Llegados allí y con la presencia de Domingo de Irala, éste exhibió el poder que le había conferido Ayolas junto con las instrucciones a seguir mientras durase su ausencia. Ratificadas las firmas por testigos, Alonso de Cabrera determinó que Juan de Ayolas era la persona designada para Gobernador y que Domingo de Irala era su Teniente de Gobernador, por lo tanto a éste se debía la obediencia correspondiente. En el acto todos prestaron acatamiento a esa determinación, incluso el mismo Ruiz Galán. Días después, Juan de Salazar ponía a Irala en posesión de la Casa Fuerte de Asunción; ocurría esto a mediados de 1539. El nuevo gobernante, a los pocos meses de asumir el cargo, dejó Asunción para emprender una nueva búsqueda de Ayolas y su gente. Lo hizo con un contingente de 280 hombres y una dotación de indios amigos, embarcados en nueve bergantines que remontaron el río una vez más hasta Candelaria. En Asunción quedó Gonzalo de Mendoza al frente de la fortaleza. Al llegar a Candelaria unos indios payaguás les dieron referencias, evidentemente falsas, que Ayolas y los suyos estaban tierra adentro esperándolos. Animados por esta noticia se lanzaron en su búsqueda a través del Chaco. Anduvieron semanas chapaleando barro o con el agua hasta la cintura, pues la tierra se había anegado debido a las intensas precipitaciones que continuaban de manera ininterrumpida. Al regresar de esa entrada fue que se encontró con el indio chañe, quien le informó de la muerte de Ayolas y todos sus compañeros, como ya mencionáramos anteriormente. De vuelta en Asunción despachó al Capitán Juan Ortega para que despoblara Buenos Aires y trajera todos los habitantes que quedaban. Estos resistieron la medida, a pesar de los malos tratos de que fueron objeto por el enviado de Irala. Ante el fracaso de Ortega, el mismo Irala en persona resolvió efectuar la transmuta; al efecto se embarcó en tres bergantines, llegando a Buenos Aires en Abril de 1541. Los motivos que daba Irala para desamparar esta primera fundación de Don Pedro de Mendoza, eran la necesidad de concentrar en un solo punto toda la población, a los efectos de enfrentar con más fuerzas el poderío de los aborígenes rebeldes, como también el poder lanzarse, una vez más, en procura de la Sierra del Plata. Sin embargo algunos historiadores sostienen que el verdadero objetivo de Irala al despoblar Buenos Aires, fue concentrar todo el poderío político, reuniendo a los habitantes del Río de la Plata bajo su mando efectivo: eliminando a la vez a Ruiz Galán, su enemigo acérrimo y peligroso, que aun detentaba el mando de aquella fundación, que le había sido conferido por el propio Adelantado. En Buenos Aires quedaban unos trescientos cincuenta habitantes, con ellos se embarcó a fines de Junio de 1541. Antes de partir dejó mensajes enterrados con una señal indicatoria, para posibles viajeros que arribaran con posterioridad a su partida. En ellos indicaba donde se encontraban los sobrevivientes del primer Adelantazgo y como llegar hasta allí. También daba precisas instrucciones de los indígenas que habitaban en la comarca de la primitiva fundación y en ambas riberas de los ríos Paraná y Paraguay. Sobre todo destacaba la amistad de los Caríos del Paraguay, en quienes se podía confiar plenamente y que, además, brindaban sus mujeres para todo servicio. Más de dos meses le llevó remontar los ríos Paraná y Paraguay, arribando a Asunción a principios de Septiembre. Reunidos en este punto los habitantes llegados de Buenos Aires más los que allí había, sumaban unas cuatrocientas almas. A partir de entonces Irala dedicó sus esfuerzos a transformar en ciudad lo que Salazar había fundado simplemente como fuerte o fortaleza. Comenzó por repartir tierras y solares para que los habitantes pudieran levantar sus viviendas, a las que rodeó de una empalizada para mayor seguridad. Luego organizó un Cabildo; como los Regidores designados por Ordenanza Real para este caso no arribaron nunca a estas tierras, procedió a hacer elegir las nuevas autoridades capitulares. Para darle validez jurídica a todo este procedimiento, hizo labrar un acta con el Escribano Juan Valdez y Palenzuela, donde constaba la fusión realizada en Asunción de todas las fundaciones efectuadas por la expedición de Mendoza, como también el procedimiento establecido para elegir los cabildantes y quienes resultaron elegidos. Dicho acto tuvo lugar el 16 de Septiembre de 1541 y a partir de él, la fortaleza de Asunción quedó transformada en Ciudad. Conforme a esta nueva jerarquía poblacional, Irala hizo derribar la empalizada que rodeaba la casa fuerte, designó solares a los vecinos, como ya dijimos, y señaló el lugar para la plaza pública. La mentada Sierra del Plata, que tantas vidas y penurias había costado a los descubridores del Río de la Plata continuaba obsesionando a los sobrevivientes de la expedición de Mendoza. Al año siguiente de haber dejado asentada y organizada la ciudad de Asunción, levantó bandera Irala convocando a la población para una nueva entrada al Chaco. En ese trámite se hallaba ocupado, inscribiendo los voluntarios que se presentaban a su llamado, cuando un indígena que venía del lado del Brasil se presentó con una carta para el Gobernador. La misma era enviada por Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, nuevo Adelantado del Río de la Plata, quien venía a hacerse cargo del mando atravesando a pie con sus huestes todo el territorio del Brasil, desde la Isla Santa Catalina. La sorpresiva e inesperada noticia, que alegró a muchos y desagradó a otros, cambió radicalmente la situación institucional del Paraguay, Irala se quedó sin los títulos y atributos del poder que tan trabajosamente había obtenido, debiendo someterse a la autoridad del nuevo Adelantado. No obstante no se dio por vencido: continuó intrigando y enredando con tenacidad, hasta que obtuvo la destitución de Cabeza de Vaca y recuperó el mando que, con diversas alternativas, ora favorables ora desfavorables, conservó hasta su muerte en 1556. Entre tanto la expedición al Chaco en busca de la Sierra del Plata que se estaba organizando, como dijimos, en 1542, debió ser suspendida ante la llegada del mensajero indígena que enviara Cabeza de Vaca. Pero esa idea obsesiva, motor impulsor de todas las expediciones españolas al Río de la Plata en la primera mitad del siglo XVI, principalmente en la del desgraciado Pedro de Mendoza, esa idea, ese objetivo alucinante no podía quedar abandonado y olvidado. Y filé precisamente el tenaz Domingo Martínez de Irala quien, luego de varios intentos fallidos, logró alcanzar la ansiada meta en el año 1547; más... ¡oh desagradable y frustrante sorpresa! la mina de la Sierra del Plata ya estaba en poder y era explotada por los españoles arribados al Perú con la expedición de Francisco Pizarro. |
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