Las provincias del Río de la Plata en 1816
Advertencia del traductor
 
 
Una feliz coincidencia, me puso en relación —hace ahora dos años— con el señor Axel Paulin, diplomático sueco, hombre informado y culto, aficionado a cosas americanas. Se empeñaba por entonces el señor Paulin en descubrir, escondido en algún museo del Estado o en colecciones particulares, un cuadro antiguo del Congreso de Tucumán, donde se hallaría la vera effigies del capitán sueco Jean Adam Graaner, huésped de la referida ciudad en 1816 y agente secreto u oficioso de Bernadotte. Invocaba para ello datos que creía fidedignos. Hube de convencer al diplomático de que sus referencias no podían ser exactas porque la escasa iconografía del Congreso era toda ella casi reciente y de poco valor.

Pero con ese motivo, el señor Paulin me dio muy sugestivas referencias sobre el capitán Graaner, e hizo alusión a un documento de que tenía copia, existente en los archivos de Estocolmo. Era un informe de Graaner a Bernadotte, escrito en 1817, después de una permanencia de un año en el Río de la Plata. No oculté mi interés, y el señor Paulin tuvo la gentileza, de ofrecerme personalmente, un día más tarde, el despacho de su compatriota. Estaba escrito en correcto francés y revelaba un espíritu culto y sagaz. De una en otra cosa, y a vuelta de poco tiempo, vinimos a convenir en que yo pondría en castellano el informe de Graaner y él escribiría un prólogo para la traducción. El texto no era muy extenso ni ofrecía dificultad, de suerte que, a poco andar, la tarea quedó terminada; y como se hacían necesarias ciertas aclaraciones de carácter histórico, fueron agregadas por mí, en forma de notas. Creímos con mi nuevo amigo que alguna institución oficial acogería esos papeles para ofrecerlos, revestidos de seria indumentaria, al público lector. Pero no pudo ser así. De ahí que aparezcan ahora en ropaje común, transformados en pequeño volumen, para correr el albur de otras publicaciones impresas, en los estantes de las librerías.

Y con lo dicho quedaría suficientemente explicado el porqué de este libro. Al traductor sólo restan por decir dos palabras destinadas a disipar el posible escrúpulo de algunos lectores de buena fe, ante apreciaciones críticas, un tanto acerbas, del militar sueco. Creo que ellas, en su mayoría, fueron tomadas del mismo ambiente rioplatense y que, en rigor, quedan resarcidas con la simpatía que trasuntan no pocas de sus páginas por todo lo más íntimo de aquella sociedad y aquel momento, ya se trate de la abnegación del soldado argentino, ya de virtudes fundamentales reconocidas por los extranjeros —aun a su pesar— como herencia genuina del solar español. Observaciones adversas con respecto a hechos o personas de la época, pueden encontrarse, idénticas, en las Memorias de argentinos coetáneos, en las del general José María Paz, por ejemplo, que andan en todas las manos.

En cuanto al provecho que puedan extraer de este documento ciertos “historiadores” avisados y expertos en el manejo de nombres ilustres, (nombres que utilizan para captar, en propio beneficio, la atención del pasante), quizás no sea muy copioso. El traductor no lo lamenta y recuerda la frase de Sainte-Beuve: “Sucede hoy día, con mucha frecuencia, que los nombres de los muertos célebres no son más que un pretexto para el amor propio y la vanidad de los vivos”.

Quienes se interesen por testimonios imparciales, fríamente objetivos pero sinceros y veraces en punto a visión personal y juicio desinteresado de las cosas, pueden leer el informe de Graaner, seguros de que habrá de proporcionarles, no solamente información original y novedosa sobre tópicos capitales, sino también aportes de menor entidad de que mucho necesita nuestra historia para cumplir el proceso de su formación integral.

J. L. B.