Las provincias del Río de la Plata en 1816
1. Límites, extensión y división política de los Estados Unidos
Nota: Al referirse el autor a "Estados Unidos", quiere decir, sin duda, Provincias Unidas, salvo que quiera contraponer —lo que parece extraño— la expresión Estados Unidos de la América Meridional a los Estados Unidos de la América del Norte. Sea como fuere, para evitar equívocos y la repetición de notas aclaratorias, el traductor ha puesto Provincias Unidas, donde el autor escribe Etats Unis, siempre que se refiera al Río de la Plata. (N. del T.). Sumario: Algunas noticias sobre la topografía general del país. Clima. Producciones del suelo, metales, animales y diferentes castas de habitantes. Carácter general de los criollos españoles del Río de la Plata. Paralelo entre éstos y los del Brasil, con algunas observaciones sobre los indios convertidos e infieles. El cacique indio Cumbaï. Estas vastas regiones de la América Española que por la revolución de Buenos Aires, en 1810, han quedado independientes de la corona de España, limitan al norte con el Perú Meridional, al este con el reino del Brasil y el océano Atlántico, al sur con las inmensas llanuras habitadas por los indios salvajes, conocidas bajo el nombre de Las Pampas y al oeste por la cadena de montañas más alta del mundo, la Cordillera de los Andes. Las provincias situadas al occidente del gran río Paraná y sobre la costa meridional del Plata 1, han entrado en la federación general, pero la región situada al oriente de estos ríos se ha constituido en dos repúblicas separadas, a saber: Paraguay y Montevideo. Trataré particularmente de dar alguna idea de las provincias occidentales o federadas, porque son las únicas, que, en rigor, han sabido arreglar y defender su nuevo sistema. Estos estados, que por declaración solemne de sus representantes nacionales, el 9 de julio de 1816 se han declarado independientes de su antigua metrópoli, del Rey Fernando, de sus sucesores y de todo poder extraño, comprenden la mayor parte del antiguo Virreinato del Río de la Plata. De norte a sur, se extienden desde los 18 a los 45 grados de latitud austral y están limitados: al este, por la región de los indios salvajes del Chaco y por los grandes ríos que en su confluencia toman el nombre de La Plata; al occidente por las Cordilleras de Chile y de Atacama. El mapa que muy humildemente acompaño, señala más exactamente esos límites. Además se han asociado a ellas algunas provincias del Perú y últimamente las repúblicas del lado oriental, pero como esos estados, que no habían entrado en la federación primitiva están al presente ocupados por tropas españolas o portuguesas, no pueden ser comprendidos entre el numero de las provincias unidas. El virreinato de Chile 2 que, desde hace dos años, se halla sojuzgado por fuerzas militares españolas, va nuevamente al combate en la lucha por el sistema americano y solicita la unión de los estados federados, los que han enviado un ejército auxiliar para su liberación, ejército que debía pasar la cordillera en el mes de febrero del presente año; pero como el resultado de estos esfuerzos es todavía muy incierto, no podemos considerar enteramente a Chile como formando parte de la federación de las provincias del Río de la Plata 3. Los estados unidos hasta el presente son seis. Cada uno está dividido en algunas jurisdicciones que tienen su gobernador o teniente gobernador, a saber: 1° La provincia de Buenos Aires que comprende las dos jurisdicciones de Buenos Aires y Santa Fe. 2° Córdoba. Jurisdicción de Córdoba y la Rioja. 3° Cuyo. Jurisdicción de Mendoza, San Luis de la Punta y San Juan de la Frontera. 4º Tucumán. Jurisdicción de Tucumán, Santiago del Estero y Catamarca. 5° Salta. Jurisdicción de Salta y Jujuy. 6° Chichas. Jurisdicción de Chichas y de Tarija. Este gran país, que comprende más o menos 40.000 millas cuadradas españolas, es, en general, muy fértil, aunque, como consecuencia de su excesiva extensión de norte a sur, varía infinitamente en clima y producciones. La parte norte, situada en el trópico, es montañosa, cubierta de bosques, rica en metales y tiene fértiles valles regados por ríos caudalosos. En la parte occidental hay muchos volcanes y brazos de la cordillera cuyas ramificaciones se extienden hasta el centro del país. En esas alturas nacen todos estos ríos que bañan las llanuras del interior. El centro del país abunda en maderas de toda especie, en pastizales y en frutas, pero es muy bajo hacia el sur y hacia el este; sus ríos son poco profundos y muchos de ellos se pierden en los bañados o en los terrenos arenosos. Las cadenas de montañas llevan casi todas el sello de una revolución volcánica y los temblores de tierra se hacen sentir casi todos los meses en la ciudad de Tucumán y sus vecindades, pero sin causar perjuicios funestos. Con todo, en los momentos en que se producen, no puede uno librarse de sensaciones muy desagradables. Más hacia el sur, en el interior del país, se extiende un desierto muy grande, conocido bajo diferentes nombres, desde el pie de las cordilleras, hasta las vecindades de la ciudad de Santiago; no se ven allí ni árboles ni plantas, ni animales ni agua dulce y todo este terreno se halla cubierto por un salitre semejante a la nieve. La parte oriental del país, atravesada del noroeste al sudeste por los grandes ríos Pilcomayo y Bermejo y por el Salado y el Dulce, es muy baja hacia el sur, donde está bañada por lagos y terrenos pantanosos que se inundan a menudo desde los 29 a los 32 grados de latitud austral. Esta región se halla próxima a las inmensas llanuras del territorio indio del Chaco. En este territorio, en latitud sur de 25° 26', longitud occidental de Londres 62° 40', en la llamada Sierra Colorada, la ignorancia y la afición a lo maravilloso, han colocado un lago y un río muy abundantes en oro, lo que ha dado al lugar el nombre de “El Dorado”, aunque todas las exploraciones hechas hasta hoy, han sido tan infructuosas como las efectuadas en las orillas del lago Parima en la Nueva Andalucía. Hacia el sur y el sureste, partiendo desde la ciudad de Córdoba, hasta las llanuras inmensas de las Pampas, todo el país no es más que una campiña muy fértil, si exceptuamos las orillas del río Tercero, desprovistas de árboles. El terreno, hasta el borde del océano, en una extensión de unas trescientas leguas, es una superficie de apariencia ondulante, casi como el mar en un día de calma. El agua de sus ríos (poco profundos casi todos) es más o menos salada y en diversos lugares se encuentran terrenos llanos cubiertos de salitre. En general, todo el país goza de clima delicioso, a excepción de algunos lugares pantanosos (en latitud 30° a 32° entre los grados 59° y 62 grados de longitud) que son casi inhabitables, y los ardientes desiertos de Quilino y Embargasta. Aunque el calor del verano es bastante fuerte en los valles del norte, situados bajo el trópico austral, los vientos que soplan de las montañas cuyas cimas permanecen casi todas cubiertas de nieves eternas, enfrían el aire, y éste en algunos sitios se enrarece tanto que, principalmente en la frontera del Perú, todo aquel que no es indio de la región, se ve obligado a respirar con dificultad y a detenerse en la marcha para tomar aliento. En Salta, a una latitud de 24° el calor más fuerte que se ha observado a la sombra, ha sido de 98°, termómetro de Fahrenheit. En la provincia de Santiago la reverberación de los rayos del sol sobre la arena salitrosa que cubre el suelo, aumenta excesivamente los calores, seca las hojas de los árboles, quema los pastos e incomoda a los animales. Los habitantes de estos parajes andan desnudos durante el verano y llevan una vida casi nómade, tratando siempre de fijarse en las proximidades de los ríos que no han sido secados por el sol; pero en los meses de noviembre y diciembre, las frecuentes inundaciones del río de Santiago, los molestan casi tanto como la sequía de las otras estaciones. Las provincias de Córdoba y de Cuyo, que son atravesadas en todas direcciones por cadenas de montañas y por ríos que tienen allí su origen, gozan de una temperatura muy agradable, pero infinitamente variada, según la desigualdad del terreno. En Mendoza, es posible experimentar en el mismo día los diferentes climas de las cuatro estaciones del año, con solo escoger ciertos sitios más o menos elevados sobre la cima de la cordillera o en sus valles. La provincia de Buenos Aires tiene un clima delicioso durante el verano, pero el invierno se hace sentir a veces muy severamente cuando los vientos soplan del sur y del sureste. El agua de los pozos se cubre entonces de una ligera capa de escarcha durante la noche y a menudo sufren las plantas de los jardines. Este viento, muy temido en las aguas del río de la Plata, es llamado el Pampero, y sopla en ocasiones con tal violencia, que parece más bien un huracán. Felizmente tiene signos seguros que lo anuncian casi 24 horas antes de su llegada y uno de los más infalibles es que el mercurio del barómetro cae de pronto considerablemente y después sube un poco, horas antes de que el viento comience a soplar. El tiempo del equinoccio es muy tormentoso en el río de la Plata, especialmente el de septiembre, aunque, al aproximarse el verano, el cielo aparece como encendido por relámpagos casi continuos en todo el horizonte y los truenos son con frecuencia tan fuertes que parece temblar la tierra. Sin embargo, estos fenómenos, aunque intimidan no son peligrosos y rara vez ocurre que los rayos alcancen los navíos aunque se les ve caer a su alrededor. A pesar de la extrema negligencia de los habitantes, éste país fértil y casi incultivado, provee a las primeras necesidades de su vida y les ofrece gran número de comodidades; hasta les proporciona abundancia y lujo. La parte norte produce granos en gran cantidad, cera, aceitunas, vinos y todos los frutos deliciosos del trópico. La fertilidad de los valles de Salta es tan grande, que el trigo candeal y el maíz dan tres cosechas por año de setenta y hasta cien por uno. Sus montañas abundan en minas de metales preciosos de las cuales actualmente se explotan tres. En las alturas cubiertas de nieve pacen rebaños innumerables de llamas y de jacos (alpacas) y en las cordilleras de Chile, los guanacos y las vicuñas, tan famosas por su lana excelente. Según el mineralogista alemán Helms, que por orden del Rey de España recorrió estas regiones en 1788, toda la cadena de montañas, desde Tucumán hasta los límites meridionales del Perú, contiene en abundancia, oro, plata y cobre. La provincia de Tucumán tiene selvas inmensas con más de cien diferentes especies de madera, de las que he recogido cincuenta y cuatro muestras, únicamente en las vecindades de San Miguel. Todos estos bosques, en que se mezclan los limoneros con los naranjos silvestres, están llenos de abejas que dan miel y cera en gran abundancia; palomas, faisanes, cantidad infinita de loros y otros pájaros silvestres se encuentran, puede decirse, a cada paso, y la caza es tan abundante, que se le mira como un gran inconveniente por el perjuicio que causa en los sembrados de arroz y maíz que se hallan de vez en cuando entre las praderas altas. A estas praderas se mandan en tropas cantidad de excelentes caballos y muías que se venden en el Perú. Por sobre estos campos, vense planear en gran número, esos pájaros famosos considerados como los mayores de su especie que llaman en lengua del Cuzco cuntur y en Europa cóndor. Las lagunas y bañados están llenos de garzas (especie de cisne) y los ríos abundan tanto en pescado, que, por ejemplo, en el río de Santiago no se puede beber el agua durante el mes de octubre por el mal gusto que le produce la gran cantidad de peces que viven en el río. En la provincia de Catamarca, hay plantaciones de algodón, cuya extensión alcanza a 18 leguas, la mina de plata del Famatina es considerablemente rica, pero por falta de iniciativa, de fondos y de operarios, se han explotado solamente algunas vetas, las más abundantes, que han rendido hasta el 80 %, pero los gastos de explotación son casi cuatro veces más crecidos que en Potosí, donde la avaricia y la esperanza de lucro, ha reunido tan gran número de obreros que el precio del trabajo se reduce a poca cosa. Al sur del río de Santiago, la comarca es poco fértil y casi todo el terreno se halla cubierto por un salitre que a la altura de los 29° de latitud forma este gran desierto, desprovisto de toda vegetación, al que me he referido anteriormente; pero terminado el desierto, desde Bemanzo hasta Córdoba, el territorio adquiere otra vez la misma fisonomía que presenta en Tucumán, aunque es más elevado, más frío y tiene mayor número de población. Los habitantes de la provincia de Córdoba son más industriosos que los de Tucumán. La labranza de la tierra constituye su principal ocupación, para lo cual fueron instruidos por los jesuitas que fundaron antiguamente varios colegios de educación en esta provincia. De ellos quedan hoy solamente los lindos y espaciosos edificios de Jesús María y de Caroya, a doce leguas de la ciudad. Las montañas de Córdoba contienen ricas minas de plata, de cobre y de plomo, algunas de las cuales se hallan en explotación. Las fértiles llanuras que forman la provincia de Buenos Aires, están muy poco cultivadas y sembradas, si exceptuamos las vecindades de la capital, pero en compensación, se hallan casi cubiertas de animales domésticos y salvajes 4. Gran cantidad de caballos, vacas, ovejas, cabras y muías corren en tropas innumerables por las inmensas llanuras, entre millares de avestruces, cabras salvajes 5 y vizcachas. En cuanto a animales feroces, solo se conocen en todo el país el tigre americano (en lengua del Cuzco Uturunco) y el animal aquí llamado impropiamente león (en quichua: Puma). El primero no puede compararse con el tigre real de áfrica, ni en ferocidad ni en tamaño. El segundo, aunque muy salvaje, no tiene tanta semejanza con los leones del viejo continente como para merecer ese nombre. Ambos animales abundan mucho en los bosques y en esos lugares se muestran muy malos, pero hay pocos en las llanuras y los que hay son muy tímidos. Cuando se anda de viaje, óyeseles gritar a menudo, sobre todo en las cercanías de Salta. Quince días antes de mí llegada a Montevideo, un tigre había entrado a las diez de la mañana y herido a varias mujeres antes de que fuera posible matarlo. Hay también algunas especies de víboras, muy venenosas y cantidad de serpientes. De éstas he visto una que llaman Ampalaqua larga y gruesa en extremo, de unos cinco toiser de largo, pero no es peligrosa para el hombre. Si no se la persigue, ataca únicamente a los terneros, a los corderos y a los pájaros, a los cuales, según dicen, atrae con su aliento. Por lo que hace a la población de estas provincias, sólo se tienen nociones muy vagas, y las conjeturas a ese respecto, que varían hasta el infinito, dejan entrever muy bien la crasa ignorancia de los gobiernos anteriores sobre un objeto tan importante. Personas reputadas por no tener mucho conocimiento del país, dan más de un millón de habitantes. No he podido determinar nada cierto sobre el particular pero, reunidos los diferentes cálculos obtenidos de los representantes de las provincias, el resultado no da más de 550.000 personas de toda edad, de las cuales, la sexta parte viven en las ciudades, a saber: Buenos Aires.......................... 45.000 San Miguel de Tucumán............ 7.000 Córdoba................................ 9.000 Salta................................... 6.000 Mendoza.............................. 5.600 Santa Fe............................... 3.000 San Juan de la Frontera............. 2.000 San Luis de la Punta................ 1.800 San Salvador de Jujuy................. 1.600 San Fernando de Catamarca.......... 1.500 Santiago del Estero.................... 1.500 Todos Santos de Rioja................ 1.200 San Bernardo de Tarija............... 1.000 Orán........................................ 800 Ensenada de Barragán................. 600 Lujan.................................. 500 Humahuaca............................ 600 Rosario.............................. 600 Total....................................... 89.300 Es de notar que en este número no está comprendida ninguna ciudad del Perú, porque este país está actualmente ocupado por los ejércitos españoles, aunque sus diputados se hallen en el congreso de Tucumán. Los criollos o descendientes americanos de los españoles de Europa, forman la casta dominante de esta población, si bien más o menos confundida con la raza india o con los africanos. Muchos de entre ellos proceden de los primeros conquistadores de América, cuyos apellidos llevan, particularmente en Buenos Aires que fue fundada por aventureros célebres de las familias más consideradas en España bajo la dirección del famoso capitán Mendoza, mientras que las otras colonias fueron pobladas por bandidos y viles aventureros de la hez del pueblo español 6. Por eso en esta capital se jactan mucho, todavía hoy, de que la sangre de sus habitantes se ha conservado tolerablemente pura o con poca mezcla de sangre africana. Las mujeres son por extremo bonitas, de buenas formas y llenas de gracia, famosas por sus atractivos en toda América. En Córdoba, el color de los habitantes comienza a oscurecerse visiblemente y el número de mulatos y mestizos aumenta a medida que se penetra en el interior. En la provincia de Santiago, los habitantes son casi más indios que criollos, pero así mismo más blancos o amarillentos que los cordobeses. En la misma proporción cambia el lenguaje. En Córdoba, donde ha habido siempre un gran número de gallegos y de negros, la pronunciación es arrastrada y lánguida. En Santiago se habla un dialecto 7 muy dañado del español y el pueblo bajo habla la lengua del Cuzco, o quichua (el antiguo idioma del imperio de los incas) lo que hace suponer que estas gentes descienden de pueblos emigrados del Perú durante las guerras civiles entre los dos últimos incas, Huáscar y Atahualpa. Más al norte, hacia el lado de Tucumán, el color de los habitantes se nota más claro y decae la lengua quichua hasta que en la ciudad puede oírse un castellano puro. En la jurisdicción de Salta comienza a oírse nuevamente el idioma del Cuzco, pero menos influido por el español, que en Santiago, y tanto en los rasgos fisonómicos como en el color cobrizo de los habitantes, reconocemos fácilmente su origen peruano. La política cruel e insensata de España, que consistía en dejar vegetar en la obscuridad y la ignorancia a los súbditos americanos, para poder gobernarlos más a su arbitrio, ha sido públicamente confesada y confirmada por varios ministros a quienes fueran confiados los asuntos del nuevo mundo. Este sistema vergonzoso fue fielmente observado durante tres siglos y casi todos los españoles establecidos en América lo adoptaron. Es tan sabido como digno de recordarse, que los españoles europeos descuidaron a designio la educación de los niños nacidos en América, y, más apegados a su patria de origen que a su propia familia, no era raro que prestaran su fortuna y su crédito a extranjeros venidos de España mientras sus propios hijos perecían en la indigencia o en el libertinaje, provenientes del abandono desolador en que vivían. La suerte de las hijas era más favorable porque a veces se las casaba con aventureros españoles y la criolla sentíase muy honrada con ese matrimonio. No es, pues, extraño que, el criollo, comunicativo por naturaleza, se haya hecho desconfiado y reservado para con el español, y en general contra todo europeo. De ahí que su espíritu amargado le haya hecho también envidioso de las personas que considera como más instruidas. Tiene nociones muy vagas sobre principios de honor y de moral, es intolerante, carece de iniciativa y sus preocupaciones no van más allá del momento en que vive. Esclavo de sus mancebas, es mal administrador, y deudor moroso. Le gustan con locura los juegos de azar, las intrigas amorosas, la galantería española, el baile y la música. Rara vez encontramos en él la buena fe y el sentimiento de gratitud por los beneficios recibidos que distinguen ventajosamente a los españoles del viejo mundo; pero es hombre sobrio, más por instinto que por economía. Exento de celos, es en extremo hospitalario y en sus placeres no se advierten los vicios deshonrosos que manchan a su vecino el criollo del Brasil. Es valiente sin fanfarronería y profundamente religioso. En sus maneras hay mucho de la dignidad española pero con menos austeridad. A pesar de su ignorancia, es inteligente y susceptible. En la Universidad de Córdoba, tanto los profesores como los estudiantes, se han consagrado, llenos de curiosidad, a casi todas las ramas científicas que les estaba prohibido cultivar antes de la revolución. Pero faltos de buenos maestros y de libros, y teniendo que luchar de continuo contra la ortodoxia de los jefes de la iglesia, no pueden realizar grandes progresos. Yo obsequié a uno de los profesores que me pareció ávido de conocimientos, un ejemplar de la Historia filosófica de las Indias y lo recibió muy agradecido, pero dos días después me lo devolvió, diciéndome que no podía tener en su poder un libro que no se salvaría de la quema si era descubierto por los superiores del colegio. Tanto en sus maneras como en sus costumbres, el criollo del Río de la Plata está muy por encima del portugués del Brasil, y creo también que no existirá un odio nacional más inveterado ni menosprecio más profundo que el del español americano por el portugués en general; un paralelo entre los caracteres de estas dos naciones, podría fácilmente explicar la causa. El portugués del Brasil, y particularmente en las ciudades principales, es vicioso en toda la extensión de la palabra. Sanguinario, pérfido, celoso y cobarde, ejerce venganzas valiéndose de negras calumnias o paga el puñal de un asesino, o el veneno, para desquitarse de un ligero insulto. Miedoso y afeminado, tiraniza a su familia, a sus sirvientes, y a sus mujeres que se cuida de encerrar en la casa, al modo de los orientales; y vive en la crápula sin respeto alguno por los lazos de parentesco. Pero fuera de su casa, afecta un exterior muy decente y una elegancia que contrasta con la suciedad maloliente del interior doméstico. Rastrero y vil para con los grandes, es altivo e insoportable para con sus inferiores y excesivamente cruel con sus pobres esclavos. Muy pagado de las distinciones y preeminencias exteriores, acuerda una importancia ridícula a los títulos sin empleo y a las decoraciones desprovistas de mérito. En esto exceden a cualquier nación europea. Pero cuida muy bien de cubrir su conducta desarreglada con el velo de la devoción y es muy escrupuloso en la observación de las ceremonias de la iglesia, aunque, íntimamente, carece de religión y de virtud. El español americano es por temperamento más pacifico que el español de Europa, pero tan valiente e impetuoso como éste cuando se le irrita. En tal caso toma venganza de su enemigo inmediatamente sin calcular sus consecuencias. La manera de tratar a las mujeres es galante y respetuosa, sin que por eso tenga nada de servil. Las mujeres tienen el gobierno doméstico de la casa y una completa libertad, de las que aprovechan, quizás, demasiado. Las hijas son más vigiladas. El interior de las casas está siempre limpio, despejado y a menudo elegante. Por lo que respecta a los esclavos, el español americano es, acaso, demasiado indulgente, a punto de que puede verse a los esclavos alternando con sus amos, sobre todo desde que el comercio de negros fue completamente abolido y los niños nacidos después de la revolución quedaron libres. Esto último ocurre también con los que ingresan al servicio militar. El pueblo bajo de las provincias es muy ignorante, celoso, supersticioso e intolerante, pero valiente, sobrio y hospitalario. En medio de la mayor abundancia, vive casi en la indigencia, despreciando todas las comodidades de la industria y el lujo. La danza, los juegos de azar, el canto, la música del arpa y la guitarra, el cigarro y el té del Paraguay, constituyen sus delicias en los momentos de ocio. En la guerra, el habitante de la campaña es infatigable, emprendedor, corajudo, adicto a sus jefes a quienes consagra una completa obediencia, pero es también de una indomable crueldad y rara vez deja de sacrificar o estropear a los enemigos que caen en sus manos, principalmente en el Uruguay, donde la raza feroz de los charrúas, perdura todavía. Estos charrúas, hace ahora cosa de once años, se adornaban con cuerdas en que aparecían las orejas o las narices cortadas a los prisioneros ingleses. Sin embargo, en tiempo de paz, el pueblo se muestra generalmente de carácter amable y tranquilo, sobre todo con el extranjero, por poco que éste conozca su idioma y siempre que quiera acomodarse a la sencillez de sus costumbres y de sus maneras. El extranjero puede viajar con la mayor seguridad, aunque sea durante las conmociones de las guerras civiles, siempre que no manifieste timidez o desconfianza porque entonces se burlarán de él y es posible que le hagan víctima de algo peor. Todos se apresuran a prestar servicios al extraño, a servirle de guía, a recibirlo en sus casas, y en caso de necesidad a protegerlo. Esto es, por lo menos, lo que yo he experimentado en mis viajes al interior, acompañado solamente por un criado de nacionalidad sueca. La mayor parte de los indios convertidos, de esta parte del país, se han refugiado durante las últimas guerras civiles más allá de los ríos de Santiago y del Salado, en las fértiles llanuras del Chaco. Los que quedan se muestran descuidados al extremo. Se ven muy bien los efectos de la tiránica opresión en que han gemido durante tres siglos, con solo contemplar sus miradas tímidas, su indigencia y sus campos incultos. Deben exceptuarse, sin embargo, aquellos indios que fueron reducidos y bautizados por los jesuitas entre los ríos Paraná y Uruguay y sus cercanías, entre los 24 y 29 grados de latitud meridional, y desde los 54 a los 57 de longitud occidental (de Londres). En la descripción escrita en sueco, de mi viaje al interior, he insertado un artículo sobre las instituciones particulares de los jesuitas que me fue facilitado en Buenos Aires por el erudito doctor Funes. Pero, por desgracia, estos establecimientos ya no existen. Después de la expulsión de los jesuitas de América, en 1767, la mayor parte de los nuevos convertidos reanudaron su vida salvaje 8 y los frailes a quienes se confió la conservación de la gran obra comenzada por los jesuitas, fueron pronto más detestados que los mismos españoles. Sin embargo, en las aldeas, todavía existentes, hay quien pretende encontrar huellas visibles de la educación y la civilización de los jesuitas, y del gusto que supieron inspirar a los salvajes por las artes útiles y de recreo durante los casi ochenta años en que fueron sus amos. Pero estos indios, a quienes se había dejado su culto, su libertad y usos particulares (porque no pudieron ser extirpados) han permanecido bravos, generosos, sanos y robustos. Más de una vez estos salvajes, a los que también se les llama infieles, se han ofrecido hasta en número de 20.000 para combatir contra los españoles a la cabeza de los americanos y su ofrecimiento ha sido rechazado a pretexto de que la religión prohíbe incluir a los paganos bajo el sagrado estandarte de los católicos. He visto en Salta, a un cacique venerable de la nación de los Chiriguanos, llamado Cumbaï, que había venido acompañado de veinte caciques de otras tantas naciones vecinas, desde las orillas del río Pilcomayo, para ofrecer su concurso a los patriotas. Era el mismo cacique a quien el general Belgrano, algún tiempo antes, había invitado a revistar sus tropas con toda la pompa posible para impresionarle, pero el cacique no pareció sorprenderse en modo alguno. Con mirada tranquila, y muy sereno, contemplaba en silencio el número de armas de fuego, y después, volviéndose hacia donde estaba un oficial del Perú, le dijo en lengua del Cuzco: De cuantas cosas he visto y me han mostrado estos hombres dorados, lo que me gusta más es ésta, y mostraba un gran tambor. El coronel Díaz Vélez, segundo comandante del ejército, tenía en menos adelantarse a saludar al cacique y evitó hacerlo mientras le fue posible. Pero, al fin, el general Belgrano se lo presentó a Cumbaï y éste se excusó de no haberlo saludado antes, porque, le dijo: —Creí, por su aire embarazado, que era usted un subalterno, intimidado por la presencia de un príncipe. Si la superstición de los criollos no los hubiera puesto en pugna con sus propios intereses, podrían esperar una gran ayuda de los infieles. Cuando las tropas americanas fueron expulsadas del Perú, esos mismos indios se arrojaron entre ellos y el enemigo y una gran parte se ocupó en recoger los fusiles y municiones que entregó después con toda lealtad al general de los patriotas. Otros de estos indios, por retardar la persecución que llevaban a cabo los españoles, se dejaron matar, dando así tiempo a los americanos, de retirar su ejército, fusiles, artillería y bagajes. Tal es el verdadero carácter de los indios que los criollos menosprecian o temen incorporar a su causa. Los indios de las pampas, los de las cordilleras, y los de la confluencia del Salado con el Paraná, son más salvajes que los de la frontera del Perú; poco se comunican con las provincias occidentales y muy raramente han tomado alguna parte en sus guerras. |
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