Debates memorables
Conferencia
 
 
Alejado este recinto del ajetreo de la vida de la ciudad, substraído de las pasiones de la política y del violento choque de los intereses apremiantes, de la dura tarea del gobierno y de los ásperos conflictos que provoca la lucha de partidos y caudillos; alejado de las grandes manifestaciones populares, de la algarabía de los negocios cada día más activos, de los rumores y bullicios de la calle que en el diario afán se escuchan en la capital, como la voz de un inmenso gigante que vive agitado y nervioso, cumpliendo cada hora su cíclope faena de vivir, este recinto evoca y conserva en la soledad de su recogimiento el alma nacional. Palpita en su silencio, como en algunos antiguos monumentos, el espíritu y la pura esencia de nuestra historia, la historia de uno de los períodos más felices de la república, durante el cual, los ideales de Mayo y los principios de la constitución, se tradujeron en debates memorables que terminaron en leyes constructivas para organizar instituciones fundamentales y levantar obras imperecederas.

Decantados por el tiempo, engrandecidos por las ideas que expusieron, olvidadas las pasiones que alimentaron, aquí en este recinto, parecen recobrar nuevos relieves y vigorosos perfiles, los personajes que ocuparon estos sitiales, para señalar al país el derrotero cierto de sus destinos.

Me sentiría un intruso al hablaros desde esta tribuna, cubierta con la antigua carpeta de terciopelo azul y el escudo nacional, si no fuera para hacerlo con un profundo recogimiento y ocuparla un instante, solamente un instante, para evocar algunos de los memorables debates y los legisladores que en ellos intervinieron.

Diputados y senadores que traían la voz de la nación y las aspiraciones de las provincias que eran entonces verdaderos estados federales, celosos de sus prerrogativas y defensores de su personalidad política. ¿Quién se hubiera atrevido a intervenir a Sarmiento en San Juan o a Urquiza en Entre Ríos? Ministros nacionales que venían a debatir con la responsabilidad de sus funciones, los principios que definían su programa y los resultados de la tarea realizada. El despacho parecía que estaba en la antesala del Congreso y a él, concurrían espontáneamente para participar en sus trabajos, Presidentes de la Nación que leían mensajes repletos de iniciativas y de obras.

Levantaba los primeros sillares de la nueva república para realizar la unidad nacional, informaba la marcha de la guerra, la organización de la justicia federal y el Código Civil, Mitre. Al término de la montonera, la paz en las fronteras, escuelas y colegios, Sarmiento. La conquista del desierto, la capital y la Municipalidad de Buenos Aires, una gestión honesta y austera, Avellaneda. “Paz y administración”, la enseñanza laica, la pacificación interior, Roca. El matrimonio civil, la extensión de los ferrocarriles y el telégrafo, Juárez Celman. La liquidación de la crisis, el Banco de la Nación y la Caja de Conversión, Pellegrini. La apertura de la primera avenida y la construcción del palacio legislativo, Luis Sáenz Peña. El arbitraje que resuelve el problema de los límites internacionales, Uriburu. Los pactos de Mayo y la multiplicación de los ganados y las mieses, la consolidación del crédito internacional, Roca. La promesa de la reforma electoral, Quintana.

Ilustres presidentes, que entre motines militares, intervenciones federales y conflictos políticos van afirmando las instituciones democráticas consolidando la unidad de la nación. Personalidades creadoras, que trabajan con tanto empeño como previsión. Cada uno continúa la tarea del anterior, en unidad y solidaridad. Cada uno realiza su misión y busca superarse en su empresa. Cada uno absorbido en el servicio del país, conduciendo al pueblo sin preocuparse de la manifestación hostil de hoy, que se transforma al día siguiente en aprobación unánime. Conductores extraordinarios, actividades prodigiosas, que al evocarlas en este recinto, reconfortan el espíritu. Constituyen la mejor época del Parlamento nacional, donde se escuchó al ardoroso Temistocles, al mismo tiempo que al prudente Pericles. Presidentes, ministros y legisladores, el pueblo que asistía a las sesiones y se agolpaba en la plaza, cultivaron la simiente de los hombres de Mayo. Aquel incipiente intento de independencia y libertad, echó raíces, creció el “árbol institucional de la república” y subió la savia de las capas profundas del suelo argentino. ¿Que contenido tenía esa simiente que produjo tan óptimos frutos? La Revolución no la anunciaron notables publicistas, ni apasionados tribunos. Las ideas y ejemplos extranjeros fueron infiltrándose por las fronteras, hasta formar una tensión espiritual, sostenida por una serie de factores, que demostraron la consistencia de la fuerza y capacidad de los patriotas, la oportunidad y urgencia de constituir un gobierno propio.

Nuestros historiadores nunca terminaron de investigar, ni de ponerse de acuerdo, sobre las distintas substancias que formaron la base ideológica que sustentó la independencia. Vano intento y vanidad humana, creer posible descubrir cómo se forman las ideas. Los historiadores debemos ser más modestos y menos vanidosos. Solamente podemos intentar reconstruir los hechos sucedidos y muchas veces, ¡cuántas veces!, es imposible nuestro intento. Pero sí, podemos afirmar, que la Revolución de Mayo, es una consecuencia del estado espiritual y político del mundo occidental, el comienzo de una gran evolución histórica de la cual no podía escapar Sud América. Esa evolución venía impulsada por dos ideas principales: la independencia de los países y la libertad individual, con sus consecuencias, la soberanía del pueblo y la igualdad civil. Castelli, Paso, Saavedra, Moreno sostuvieron con éxito la doctrina que legitimó el golpe de Estado, pero la idea que la inspiraba y su contenido, no fueron su patrimonio, era el patrimonio de la nueva generación que surgía en toda la extensión del virreinato. Abogados, militares, sacerdotes, comerciantes y estancieros nativos, y aún españoles, aspiraban a ejercer el gobierno, independizarse de los funcionarios que venían de Madrid, romper el monopolio y privilegios peninsulares para constituir una nueva nación.

La idea de libertad ardía en el espíritu de los patriotas. Antes que en Buenos Aires se sublevan los héroes del Alto Perú. En Mendoza, Sosa y Godoy se levantan para apoyar a Buenos Aires. En Córdoba, el Deán Funes y su hermano Ambrosio, dispersaron con las milicias de Liniers y Concha antes que llegara la expedición de Ocampo. En Jujuy, el canónigo Gorriti, en su Derecho Político las expone con singular claridad. En Montevideo, el coronel Murguiondo y los Balbín están prontos para alzarse. Gorriti y Funes tenían una erudición y cultura política muy superior a Moreno, aunque les faltaba la energía de carácter y el brillo expansivo de su inteligencia. No son sólo los hombres, sino también las mujeres las que profesaban ideas liberales como María Mendeville y María Tiburcia de Haedo, que ofreció sus joyas y sus dos hijos a la revolución. La doctrina de Mayo no tiene dueño, como decían Paso y Gorriti en el congreso de 1826, ni su fuente prístina está en la asamblea del 22 de Mayo. La hallamos también en los bandos y proclamas, artículos de diarios, correspondencia, estatutos, reglamentos y constituciones, en los testimonios orales, memorias y escritos de los patriotas. .La doctrina de Mayo, no es una fórmula simple, estática y definitiva. Su valor está precisamente en su constante desenvolvimiento y adaptación a las circunstancias. Adquiere la mayor trascendencia en los debates y leyes sancionadas en este recinto. La Soberanía popular y la igualdad civil planteó desde Mayo una necesidad urgente: educar al pueblo y formar la clase dirigente. No hay libertad, ni igualdad en la ignorancia. Belgrano, Moreno y Rivadavia fueron los primeros adalides de la educación. Fundar escuelas, institutos, universidades, periódicos y bibliotecas es la tarea urgente en la nueva república. Alberdi y Sarmiento le dan un desarrollo insospechable a aquellas rudimentarias iniciativas. Educaron al pueblo y también a la clase dirigente. “Este es uno de los pueblos más exquisitamente ignorantes que yo conozco” decía Sarmiento, con esa franqueza que lo caracteriza. “Hay que educarlo”. “Las ciencias y las letras son el complemento de una civilización real y verdadera” afirmaba Alberdi. La ignorancia es la plaga terrible que asola Sud América, y la ignorancia se combate con la libertad de enseñar y aprender. El planteamiento de este problema está aún vigente. Si en Argentina ha disminuido el analfabetismo, no ha mejorado en su medida la educación. La deficiencia se observa mejor en la clase dirigente. Las crisis políticas y sociales son también problemas de educación, de educación popular, para trabajar con mayor eficiencia, desterrar la demagogia y respetar la ley; de educación de los funcionarios! y hombres de Estado, para interpretar las aspiraciones populares en lugar de servir sus instintos y pasiones.

He escogido para esta tarde dos debates memorables sobre educación, en los que intervinieron personalidades sobresalientes de dos generaciones. La educación es un tema de permanente actualidad sobre todo en este país, donde todavía no se ha hallado una fórmula adecuada para educar a la clase dirigente, ni tampoco al pueblo. La crisis política y social es principalmente un problema de educación. Hace muchos años que el gobierno nacional continúa con el mismo programa y las provincias participan en reducida proporción, olvidando preceptos constitucionales y las obligaciones que les impone el gobierno propio y el extraordinario desenvolvimiento del país.

En el debate de 1878, presidía la Cámara el Dr. Félix Frías. ¿Quiénes eran los diputados? Bartolomé Mitre, Amancio Alcorta, Marco Avellaneda, Miguel Cané, Eduardo Wilde, Carlos Pellegrini, Delfín Gallo, Olegario Andrade, Norberto Quirno Costa, José Cortez Funes, Manuel Quintana, Juan M. Garro, Vicente C. Quesada, Juan Agustín García, Adolfo Dávila, José A. Terry, etc.

El Ministro de Instrucción Pública de Avellaneda Dr. Bonifacio Lastra, en su discurso recordó las ideas de Mayo. “Sean cuáles fueran las causas de nuestros infortunios, se ha conservado siempre vivo en las generaciones, el espíritu de libertad; y cada uno ha creído que el primero de sus deberes era recoger la herencia legada por las generaciones”. “La libertad de enseñanza está establecida por sus leyes fundamentales y consagrada por los hechos”. ¿Qué se discute? Extender a los colegios particulares de enseñanza secundaria el derecho de rendir exámenes en los colegios nacionales de acuerdo con ciertas condiciones que fija la ley.

El miembro informante es Juan M. Garro, periodista y profesor ilustrado, dedicado especialmente a la enseñanza y a los estudios históricos. Después fue ministro y notable publicista, respetado varón de la república. Planteó con precisión el debate: “Educación popular y sufragio universal son ideas inseparables”. “Es necesario que el gobierno comience a ser aligerado de la inmensa carga... de la enseñanza... y estimular los establecimientos particulares... Como deben ser colocados en un pie de igualdad, en lo posible, con los sostenidos por el Estado”.

Intervienen en el debate con breves discursos una pléyade de diputados: Vicente C. Quesada, Olegario Andrade, Acuña, Eduardo Wilde, Delfín Callo, José A. Terry y Pedro Lucas Funes.

Vicente F. López es enemigo de la libertad de enseñanza y defensor acérrimo de los privilegios de la universidad de Buenos Aires. Trae al debate los prestigios de su padre, la experiencia de la inmigración y las luchas por la organización nacional. La discusión del acuerdo de San Nicolás lo coloca entre los hombres de Estado más descollantes del país. Rector de la universidad y catedrático de economía política, es también un romanista de nota. Las más diversas materias abarca su cultura y su saber. En su casa ha escuchado los relatos de la revolución de Mayo por sus actores, y luego escribirá su historia. Es un exponente genuino del espíritu liberal. “La libertad de la educación no es la anarquía de la educación” dice en su discurso. Somos “una república liberal que tiene esta insignia: la libertad en la vida y en el pensamiento”. Dirijamos la educación a fin de amar la libertad y sus progresos. No podemos admitir doctrinas que vengan del siglo XIV, que “traen tras de sí todas las miserias de los malos hábitos y una educación retardataria”. Se puede organizar libremente una universidad, pero no es posible que los certificados de casas extrañas sean válidos en la universidad de Buenos Aires, porque sería un atentado contra la libertad misma de la enseñanza.

El joven Manuel Quintana, que ya había presidido Cámara y presidirá la Nación, con frase precisa de hombre de ley, opina: Soy partidario de la libertad de enseñanza, pero no de los extremos de la licencia. No se puede admitir a examen a alumnos de colegios no controlados por el gobierno. Quintana ya es catedrático de derecho civil y se destaca por sus sustanciosos discursos.

Vicente G. Quesada, discípulo de Benjamín Gorostiaga, más que político es un hombre de estudio, con larga práctica en la administración, publicista, investigador y crítico erudito, posteriormente embajador y académico de la lengua. “El despacho no significa peligro alguno para las libertades públicas, sostiene Quesada, y no se quiera restringir la libertad de enseñanza para servir los métodos que sigue una universidad de provincia. El despacho es imparcial, “no sirve” los intereses del fanatismo, ni a las “exageradas pretensiones de libres pensadores”. Lo que se busca con este proyecto de ley es privar a la universidad del derecho de examen para trasladarlo a los colegios de jesuitas.

¿Quién provoca el debate religioso? Es López, que no puede reprimir su temperamento apasionado. Está listo para librar la batalla para defender la universidad, las profesiones liberales y los grados, del asalto de los colegios religiosos, “arruinando la enseñanza y la disciplina universitaria”. “Soy partidario de la libertad de las profesiones, que nada tiene que ver con la libertad de enseñanza. No tenemos esa libertad y debemos establecerla. Que los títulos los expida cada colegio, pero no se puede aceptar que se ganen títulos en la universidad sin haber cursado en ella. Si se aceptan las condiciones que establece el estado, cualquiera puede pedir autorización al gobierno nacional o provincial para cerrar una universidad, pero los títulos del estado no serán para los estudiantes que han cursado fuera de sus universidades, sin el control de sus profesores”.

Los diputados católicos recogen el ataque de López. El más respetable de todos ellos es el doctor Félix Frías, que preside la Cámara. Tiene sesenta años, bigote y barba blanca cerrada; bajo su calvicie sus ojos oscuros brillan en la tez rosada de su cabeza venerable, donde su nariz fina y fuerte, los pómulos marcados y la mandíbula saliente revelan energía y calidad. Hizo la campaña libertadora con el general Lavalle desde Martín García y conoció a San Martín en Europa. Aún se recuerda su magnífico discurso en la legislatura de Buenos Aires sobre la dictadura de Rosas. Ministro en Chile, designado por Sarmiento, arregló la difícil disputa de límites y su eficacísima gestión fue elogiada por Vélez Sársfield y Avellaneda de quien fue ministro de Relaciones Exteriores. Es respetado por todos los partidos políticos, por su austera conducta y saber, por la extensa obra de publicista que ha desarrollado. El Presidente Frías abandona su sitial para sostener en el debate que el provecto de ley no tiene la trascendencia que le quiere dar el diputado López, sólo “aspira a establecer en favor de la libertad de enseñanza secundaria una garantía indispensable”. “Es la libertad que determina la constitución pero que en la práctica existe el monopolio, que ha desaparecido de todas las naciones civilizadas”. “No tenemos nada que hacer con la universidad de Buenos Aires”. “Estamos legislando para la nación.

Los liberales estrechan filas y el joven Eduardo Wilde, tan agudo y mordaz, con su fisonomía sajona, de piel rosada y barba encendida, afirma que si la universidad no acepta los certificados de los colegios privados es porque su enseñanza es deficiente. Cualquiera de los señores diputados se avergonzaría de no poder contestar esta pregunta que se me ocurre: “¿Por que arde una vela? Doctores de hace tres siglos no lo sabían. Los colegios privados carecen de gabinete de física”. “La libertad de los exámenes llena de pedantes al pueblo”.

Pequeño y nervioso, joven entre los más jóvenes, José A. Terry, quiere extender los beneficios de los exámenes aun a los alumnos que aprenden con profesores en sus domicilios.

El estado de la enseñanza y su régimen es el resultado de la falta de recursos, afirma el ministro Lastra. El estado debe costearla y si el estado la costea está en su derecho reglamentario. El peligro de admitir a exámenes a los alumnos de los colegios privados se evita con la vigilancia del gobierno. Garro agrega: conviene fomentar a los colegios particulares que se ajusten a una reglamentación.

“No necesitamos doctores, necesitamos ciudadanos de trabajo y paz”, exclama el catamarqueño Federico Espeche.

Quintana insiste: el monopolio del estado con la universidad de Córdoba y los colegios nacionales quiere extenderse a los colegios particulares. Soy partidario de la libertad de enseñanza y la libertad de aprender. Admitamos a examen a todo estudiante venga de donde venga.

Quesada es un hombre ecuánime que conoce el ambiente del país. Sostiene que no hay libertad de enseñanza, hay monopolio por la universidad de Buenos Aires. La libertad de enseñanza, sólo se practica en toda su amplitud en Inglaterra y Estados Unidos. No es cuestión de libertad sino de posibilidades. Mitre y Quirno Costa, abogan por la libertad.

El debate lleva ya cinco sesiones, han intervenido veinte diputados y existe la impresión de. que todavía no se ha agotado.

El presidente Frías vuelve a dejar la presidencia: “La república no tiene interés más alto que la instrucción pública —comienza así su discurso—. ¿Cómo se practica? La única solución es la libertad. ¿Quién debe enseñar? Todo el mundo. ¿Con qué restricciones? Con ninguna. Al presentarse un alumno al examen no debe preguntársele de dónde viene sino cuánto sabe. La religión y la filosofía son los dos grandes poderes de toda sociedad civilizada, son las dos hermanas inmortales que deben entenderse. Estoy persuadido que los hombres que pensamos en forma diferente, cuando nos acercamos, advertimos que podemos vivir en buena armonía”. “Soy siempre partidario de la conciliación...” Sin embargo esa conciliación no la logra con su amigo López. “Hace cincuenta años que nos conocemos... y nuestros corazones no estuvieron jamás separados por ninguna distancia...” pero en opiniones que se “relacionan con las materias más íntimas, están separadas de las suyas por la distancia que separa el polo ártico del antártico”.

El desafío está lanzado. La lucha es violenta. El prudente y tierno presidente Frías, lanza una andanada contra la universidad de Buenos Aires y recuerda las palabras de su amigo en el debate de 1876. “Los colegios nacionales —decía López— son, y no pueden ser otra cosa sino sucursales de la Universidad de Buenos Aires”. Un colegio sucursal no es un colegio libre.

El ministro Lastra quiere evitar la tormenta que estalla. La cuestión de la libertad tan vinculada con la religión siempre se ha resuelto sinconmover a la sociedad. Nada apacigua al ardiente López. Este ataca francamente a su amigo Frías. “Es él un celosísimo adversario de la emancipación de la razón, que es la esencia de la libertad”. Es un católico ultramontano que respeta la infalibilidad del papado. No puede entonces propiciar la libertad. Lo que quiere para los colegios particulares son los grados oficiales, “repartir el monopolio para graduar profesores y abogados, simple cuestión mercantilista”. Después de defender su universidad y desahogarse con su amigo, el discurso adquiere vuelo y amplitud. Analiza con erudición el problema de la enseñanza en el país. Ataca la centralización que contraría el derecho de las provincias. Estas deben controlar la enseñanza que se imparte a sus hijos. Quiere sustraerla de la dirección del Ministro y entregarla a comisiones provinciales haciendo así un ramo del gobierno propio. Lo único que debe hacerse es trazar rumbos e inspeccionar las cuentas. La forma para que las universidades sean realmente independientes, es que el estado les entregue bienes para que se costeen con sus rentas.

López habla durante dos sesiones. Nada olvida en su discurso, los antecedentes nacionales y los minuciosos detalles de la legislación y experiencia extranjera, los maestros y publicistas. Su fondo de libre pensador lo lleva al ataque más despiadado contra el clericalismo. El “monstruo de aspecto repugnante: el socialismo” de que hablaba Frías, no está engendrado en otro vientre que en el de las reacciones. “Son los imperios absolutos y los Papas infalibles los que provocan las reacciones y desmanes de la incredulidad”. Es el despotismo clerical y militar quienes engendran el socialismo y el carbonarismo. Termina con una última salva que hiere la religión de su amigo Frías. Los jesuitas son un “amasijo de extranjeros sin patria y sin ciudadanía, son una milicia con fines ocultos que nadie conoce ni nadie penetra”. Hay que alejar a los ateos y jesuitas de las mesas examinadoras.

Cortez Funes se agita en su banca, y Frías que escucha en silencio, solicita en el acto la palabra. Después del ataque tan directo y “una diatriba tan larga y violenta contra todo lo que creemos y veneramos los católicos, no es posible dejarlo sin respuesta al señor diputado”. “Yo no acostumbro a ser cobarde cuando se trata de defender mis creencias religiosas”. Frías habla con mesura y con energía. No considera que él ha sido atacado, sino las ideas que profesa. No se traba en lucha personal. Todo lo dice con claridad y sencillez. “El país necesita la libertad de enseñanza y la universidad de Buenos Aires la monopoliza. ¿Son los libres pensadores, los hombres de razón emancipada los únicos que saben lo que es filosofía y ciencia, lo que es la libertad? ¿Somos nosotros los únicos retardatarios, que no sabemos lo que es la civilización en el mundo, ni que son los progresos del siglo en que vivimos? La verdadera filosofía es la religión católica, filosofía que está contenida en el catecismo. Los más grandes pensadores de la humanidad fueron católicos. Después de hacer profesión de su fe, analiza el liberalismo de López. Lo hace con ironía, pero sin maldad. “Me ha sorprendido que el señor diputado haya podido decir: yo soy libre pensador y católico, es decir: yo soy la luz y las tinieblas; yo soy las dos cosas más contradictorias del mundo: yo soy la razón emancipada y la razón no emancipada”. Tiene para su amigo mayor bondad que su amigo para él. La crítica es más elevada y sobria. Termina con un voto digno de él: “Que se estreche cada día más en nuestro país, esa alianza del espíritu religioso y el espíritu liberal a que deben su colosal grandeza los Estados Unidos”.

Funes, cordobés, es un católico militante, ilustre ministro de Instrucción Pública y del Interior de la Confederación, varias veces diputado nacional y posteriormente senador, miembro informante de la ley de justicia federal. Calificó de inoportuno el discurso de López, tan severo para su amigo Frías tan respetable por su ilustración y virtudes. Funda la libertad de enseñanza con la inspección superior del estado, en el interés del orden. Es muy extenso y erudito su discurso. Versado en derecho canónico, defiende la política de la iglesia, sus bulas y concilios, así como la educación de los jesuitas. Demostró que Adán no era hermafrodita, ni híbrido, como afirmó López, pues de serlo no .hubiera podido tener descendencia. Concluyó su exposición sosteniendo que la libertad de enseñanza era la garantía de todas las libertades.

Quintana vuelve a intervenir en el debate con espíritu realista. “¿La comisión examinadora debe estar formada por los profesores de los colegios nacionales o por un jurado mixto?”. Esta es la cuestión y sostiene el procedimiento del “jurado mixto”. Para apoyar su opinión trae una amplia información extranjera desde Italia hasta Noruega

El debate ha llegado a su término y el artículo es aprobado con la mayoría de un voto. Frías y López continuarán siendo amigos. Los católicos están satisfechos a pesar de la exclamación de Quintana: “La Cámara asiste a un espléndido triunfo de las ideas liberales que forman el timbre de honor de nuestra época”.

No siempre en el viejo Congreso se desarrollan debates de esta calidad intelectual. La política interviene a menudo con sus pasiones e intereses irreductibles y entonces la discusión es terrible, cruel y sin grandeza. Los hombres más cultos pierden la mesura cuando ambicionan el poder y en el viejo parlamento eran muchos los que aspiraban a ser presidente, gobernadores y ministros.

Veinte años después se realizó otro debate memorable sobre la instrucción pública. En él participaron legisladores de la nueva generación: Joaquín V. González, Exequiel Ramos Mexía, Marcelino Ugarte, José Yofre, Mariano de Vedia, Rufino Varela Ortiz, Pedro O. Luro, Manuel de Iriondo, Manuel Gálvez, Vicente A. Casares, Manuel Carlés, Felipe Centeno, Marco M. Avellaneda, Francisco Barroetaveña, Antonio Bermejo, Enrique Berduc, Elíseo Cantón, Manuel Quintana. Fue un debate de otro tipo, igualmente erudito y exhaustivo, pero más técnico. Vuelve a estudiarse la orientación de la enseñanza, la experiencia realizada, los ejemplos extranjeros. El país había consolidado la unidad nacional, vencido las dos crisis. Se anunciaba una era de prosperidad. Los dos contendores sobresalientes fueron el ministro de Instrucción Pública Osvaldo Magnasco y el diputado Alejandro Carbó. Magnasco era una inteligencia privilegiada, de vasta cultura que con igual capacidad concebía la reforma educacional y el Código Penal, como traducía un verso de Horacio y dictaba la cátedra de derecho romano. Su hijo Benito me ha facilitado la correspondencia que mantuvo con su amigo el general Victorica. Comentan en ella la crisis de la presidencia de Luis Sáenz Peña, los trabajos del campo, y asuntos profesionales. Numerosas cartas están escritas en verso y páginas enteras en latín. Asombra la cultura clásica del ilustre varón de la organización nacional y de su joven amigo. ¡Que hombres y qué época!

Magnasco poseía el don de escribir y hablar con elocuencia. Su palabra además de su sustancia tenía el brillo de la imaginación que es la gracia que Dios ofrece al orador para deleitar, seducir y convencer. Tiene treinta y seis años. Cuando habla no permanece inmóvil como Thiers. Su gesto es el brazo tendido y el índice que lo prolonga, como Mirabeau en la tribuna. El mechón de su pelo negro caído sobre la frente, la barba en punta y la concentración de su expresión, dan a su personalidad un aspecto austero y solemne que acentúa su voz grave y sonora. La movilidad de las cejas, cierta vibración en toda su persona, revelan la electricidad contenida en su temperamento combativo. Cita con frecuencia a los escritores clásicos. La mirada se le ilumina con la divina inspiración de la poesía cuando recuerda el verso latino. Aparece en sus labios la sonrisa de la gracia cuando responde con ingenio la pregunta insólita o la interrupción traviesa.

Una revolución educacional nos trae el señor ministro, dijeron en el debate. Pero el tema en discusión sólo anunciaba suprimir algunos colegios nacionales para sustituirlos por institutos prácticos de artes y oficios, agricultura, industrias, comercio, etc.

El diputado Carbó se opuso decididamente a esa supresión. Entrerriano como Magnasco, era el primer normalista del país. Recibido en la escuela normal de Buenos Aires, de la que fue director, murió siendo director de la Escuela normal de Profesores de Córdoba, designado por mi padre. Varias veces diputado nacional. Su palabra brota espontáneamente sin adjetivos ni abalorios, producto de un razonamiento preciso y claro. Su voz tenía un atractivo singular, así como el gesto, la expresión de sus ojos, la postura de su cabeza, siempre erguida y arrogante. Atacó a fondo la reforma que anunciaba el mensaje presidencial. “El gobierno” quiere desligarse de toda clase de enseñanza primaria, secundaria, normal, y aun especial, a fin de que las provincias se encarguen de ella, reservándose únicamente la inspección y superintendencia. He aquí la gran revolución.

Pellegrini había sostenido en 1876, que las provincias debían asumir la responsabilidad de la enseñanza bajo la vigilancia directa del pueblo; sacarla del poder central quien sólo proveerá los fondos para sustentarla. En el federalismo de la primera época, cuando seguía a Tejedor y Alsina, decía que los únicos funcionarios nacionales que debían residir en las provincias eran los jueces y los recaudadores de renta.

Conocí a este ilustre personaje, siendo aún niño. Yo esperaba a mi padre en las antesalas de su estudio. Pellegrini lo acompañaba para despedirlo. Me pongo de pie para saludarlo.

—”¿Este es el joven Cárcano?” —pregunta.

Me pareció un gigante. Me estrecha con fuerza la mano y me interroga.

—”¿Qué carrera ya a seguir usted? ¿Abogado o Militar? ¡Son las únicas profesiones para un hombre público en este país!”

¡Cómo abarcar en algunos párrafos el discurso de Carbó! Es el Amazonas con todos sus afluentes. El argumento central es la defensa de la enseñanza secundaria y normal. “Los altos estudios universitarios son más necesarios y útiles que todas las escuelas técnicas que propone el ministro. Los adelantos industriales salen de las universidades”. No se suprima ningún colegio, auméntense todas las escuelas, las elementales y las técnicas. Dejemos que la juventud escoja las carreras liberales, ellas no perjudican la ilustración y los altos estudios. Son estas escuelas las que han elevado la cultura en las provincias más pobres. No se puede sacrificar la enseñanza secundaria a fines de utilidad inmediata. La creación de las escuelas técnicas depende del adelanto económico del país y las necesidades de cada región. No es conveniente sustituir aquéllas por éstas. No engañemos al país con el simulacro de las escuelas técnicas, cuando necesitamos afirmar nuestras aspiraciones en un mejoramiento cívico nacional., con una finalidad más noble que la simple habilidad para los negocios.

Es la primera vez que se estudia detenidamente, se ahonda la experiencia argentina y se la compara con las naciones extranjeras el resultado de las diversas escuelas en el interior y la capital, se citan ejemplos y hechos concretos, se abarca todo el territorio, la clase de población, la psicología individual y colectiva, el maestro y el niño, las influencias políticas. Nada falta en la extensa exposición de Carbó. Su discurso es la clase de un maestro que no sólo domina su lección sino que la dice con pasión y profundas convicciones. Desde la barra la aplauden los maestros y también la mayoría de los diputados. La iniciativa ministerial estaba vencida antes del discurso de Carbó. Después sus adversarios tienen los argumentos para combatirla.

El presidente Roca no usa de su influencia para apoyar el proyecto de su ministro. Lo deja abandonado a su propia suerte, y el ministro se presenta a la cámara sin más armas que su palabra, frente a una mayoría contraria. La expectativa es inmensa cuando la solicita. El público invade el recinto. Los taquígrafos no tienen, espacio para trabajar. El silencio es absoluto. Los diputados rodean al orador. Nunca se vio en el parlamento una escena semejante.

Magnasco comienza pausadamente su discurso: “la educación es una materia tan simple y al mismo tiempo tan variada, tan conexa con todas las ramas del gobierno, sobre todo entre nosotros. Es problema de educación el de nuestra justicia, nuestras finanzas, las industrias, la fuerza armada, nuestra diplomacia y nuestra vida institucional; es la instrucción pública de la que todo sale y a la que todo vuelve en las sociedades civilizadas, la que todo lo irradia y todo lo urge, la vida del hogar y la vida colectiva, la vida moral y la vida cívica, la vida orgánica y la vida más alta del espíritu, no ha habido nunca ni habrá jamás fórmula de progreso social fuera del campo eternamente firme, eternamente fundamental de la educación”. La introducción conmueve al auditorio que la recibe con nutridos aplausos.

Magnasco pronunció durante dos sesiones uno de los discursos más difíciles y elocuentes de su carrera política. Planteó la crisis de la educación en el país y la necesidad de su reforma. Las ciencias y las letras son sin duda el complemento de una civilización real y verdadera, pero otros elementos deben complementarla. Pretender que la educación sea una nueva gimnasia de la inteligencia y toda ella modelada en el liceo llamado colegio nacional es desconocer las necesidades del país que requiere elementos de trabajo para sus campos y sus industrias. Las escuelas elementales y prácticas son necesarias antes que el gobierno corone el edificio de la educación. Estudió el ciclo superior y universitario, para sostener que fue un grave error la difusión del colegio nacional. “No hay que dejarse alucinar por el espejismo de las grandes culturas, por el espejismo del liceo universitario. Por más práctica que hagamos, su enseñanza general nos lleva indefectiblemente a las universidades”. Las escuelas técnicas son indispensables para armar al joven en la lucha por la vida.

Como antes Carbó, Magnasco revela un conocimiento y una erudición amplia. Sin abandonar los colegios nacionales y universidades, difundamos las escuelas prácticas. Esta es su tesis y la desenvuelve con singular elocuencia. El ambiente hostil lo transforma al punto en una asamblea que lo escucha con simpatía y admiración, que no puede contener los aplausos que suscita su palabra. Pero cuando las personas no quieren dejarse convencer no existe razonamiento, ni dialéctica, ni talento que lo logre. La barra y los diputados al terminar su discurso prorrumpen en aclamaciones. Doscientas personas se lanzan a la calle para acompañarlo a su despacho. El triunfo del joven ministro no tiene precedentes, pero el proyecto del ministro está vencido. Es inútil que lo apoye Carlos Olivera el precursor de los estudios agronómicos. El debate continúa.

Carbó rectifica las estadísticas del ministro Juan Balestra con su autoridad de ex ministro y austero político liberal, interviene con un extenso discurso, oponiéndose a la reforma. Nuevos elementos trae al debate, ideas substanciosas y bien dichas. Joaquín Castellanos defiende los colegios nacionales en las provincias. Los diputados Juan A. Algerich, Emilio Gouchon, Silvano Bores y Pedro Lacavera participan en la discusión. El ministro vuelve a hablar para responder a todas las críticas. Es inútil su enorme esfuerzo. La reforma es rechazada por cincuenta votos.

La idea de Magnasco de difundir las escuelas técnicas es un germen que no se ha perdido. Hoy aflora como una necesidad impostergable y urgente frente al enorme desarrollo industrial y agrícola del país. Magnasco como Sentenach y Belgrano es un precursor de la enseñanza técnica.

Fue un debate de alta calidad intelectual. Se olvidaron las diferencias partidarias, las creencias religiosas, las habilidades parlamentarias para sólo considerar la gran cuestión que se discutía. En ella, sólo contaban los valores personales de los diputados. Esta clase de debate prestigió el parlamento argentino. El pensamiento se ennoblece con la elocuencia, la elegancia de la frase se une al vigor de la idea, y la cita clásica da prestancia al discurso. La interrupción se contesta con la palabra ágil y alada. La ironía, que no lastima, estimula la respuesta. Los conceptos contradictorios coinciden en una misma inspiración de bien público. Las convicciones íntimas se concilian en el respecto mutuo. A las pasiones las domina la inteligencia y los arrebatos los detiene la cultura. El Congreso alcanza así el más alto nivel intelectual y la elocuencia misma, por el hechizo de las palabras, por la magia del sonido de la Frase. ¿No se proponía Flaubert escribir una novela, sin más sujeto que la belleza de la prosa?

Quien lee los discursos del viejo Congreso Nacional se siente reconfortado. Alimenta una gran esperanza en el valor de las nuevas generaciones. Lo que ha sido puede volver a ocurrir. Sobre ellas pesa una gran responsabilidad. Devolver al parlamento la capacidad, la cultura y la elocuencia que necesita el gobierno del país.

Quien lee estos debates, después de medio siglo, siente admiración y respeto por aquellos sabios varones. Nos parece escuchar la voz de los oradores. Descubro su gesto, siento el ambiente del recinto, la expectativa y atención del público, el fervor con que se defienden las ideas. ¡Cuánto pensamiento, experiencia y saber se desprende de esas sesiones! Discuten ideas y problemas que permanentemente preocupan a los hombres, desde la Agora de Atenas y el foro de Roma, hasta el parlamento inglés y la cámara francesa.

Quien lee estos debates siente un respeto por el viejo parlamento argentino, donde los intereses inferiores, las pasiones personales, las ambiciones desmedidas, las argucias políticas están superadas por la capacidad, la erudición y la cultura de los legisladores, el deseo de hacer, el afán de crear todo lo que hace falta y todo lo que se necesita. ¡La pasión creadora! Crear y superar, en un medio pobre, con elementos rudimentarios, cuando hacía un instante se vencía la última montonera y aún no se había dominado el desierto. Era entonces el congreso argentino un factor esencial en el gobierno, un colaborador indispensable, un fiscalizador eficaz que realizaba con conciencia las funciones que le señala la constitución nacional. El congreso gozaba de un enorme prestigio en la opinión pública. Fue la principal tribuna política de la nación. Era la más alta expresión de la clase dirigente de las provincias y la capital. La universidad, el foro, la iglesia, el ejercito, el periodismo, el comercio y la industria estaban en el parlamento, junto con los tribunos del pueblo. Todavía no habían llegado los demagogos, los simuladores y los charlistas. El congreso era la expresión real de las fuerzas que impulsaban el país. Pellegrini, sólo ocupó las tareas ejecutivas durante cinco años; sin embargo, desde su banca parlamentaria fue constante su influencia en los negocios del estado y la política nacional. Los grandes presidentes dejaban el gobierno para continuar actuando desde su banca. Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Roca y Pellegrini no se retiraban a cuidar su estatua, el país los veía en el parlamento afrontando la lucha cívica, como factores indispensables para mantener la continuidad de una política. Las disidencias, contradicciones, rivalidades y disputas eran circunstanciales y efímeras frente al gran programa de construir y consolidar la unidad nacional y acelerar el progreso económico y cultural.

En este viejo Congreso se hizo prácticamente la unidad nacional. A ella se consagró y fue su tarea fundamental. La Constitución de 1853 fue el primer intento para lograrla. Sobre las bases que sancionó este viejo Congreso se levantó la sólida construcción de la personalidad de la República. Realizóse la aspiración de los hombres de Mayo: constituir una república liberal y democrática, unida y poderosa. Esa es la principal obra de este viejo Congreso.

Aquí, debemos celebrar los grandes actos de la república como un homenaje a su historia de cincuenta años. Ningún ambiente más apropiado que esta sobriedad republicana, de paredes lisas, como el Westminter Hall, la cúpula sostenida por simples pilares de hierro y arcos sin adornos superfluos, todo dominado por la luz cenital a la manera del sol. Y luego los sitiales, gastados por el uso, sin pupitres, que faciliten la lectura de discursos adocenados, los clásicos sitiales de los parlamentos del siglo de oro.

Cuidemos y reservemos este recinto para celebrar los grandes actos de la república. Ninguno más evocativo y prestigioso, ni otro ha visto hombres más notables, ni escuchado tan fundamentales discursos.

El Cabildo de la independencia de la plaza de Mayo, la casa del Congreso de Tucumán y el viejo congreso de la unidad nacional, son los tres monumentos que representan tres grandes períodos de nuestra historia. Lleguemos hasta ellos a buscar inspiración y energía para defendernos de las malas ideologías extranjeras y la demagogia disolvente que desvirtúan y corrompen la república, dañina y espinosa maleza, que aplastaron y estirparon, los grandes varones de este congreso, para edificar la nueva y gloriosa nación.