La escuadra Anglo-francesa en el Paraná
2. Las bocas del Paraná
 
 
Sumario: Próximos a las bocas del Paraná. — Cambio de escenario. — Contraste con el océano. — Frutas deliciosas. Tierras inundadas. — Los arroyos y las arboledas. — El agua con zarzaparrilla. — Su sabor agradable. — Economía de combustible debida a la levedad del agua. — La corbeta varada. — Terrible soledad. — La partida exploradora. — Hormigas con alas. — Gruñidos de saurios. — El Firebrand. — Las baterías de Obligado. — Campamento de observación. — Descanso bien venido. — El general Paz.


Febrero 6. Viernes. Después de haber navegado con las máquinas unas dos horas, nos acercamos a una tierra que aparecía muy baja, bien arbolada y singularmente verde, pero no dábamos con ninguna entrada que estuviera en proporción con este enorme río. Todo lo que veíamos era un arroyo de unas trescientas yardas de ancho. Pusimos proa directamente hacia él, y en un instante, como por arte de magia, la escena cambió completamente, convirtiéndose, de desolada que era, en el más hermoso y feérico paisaje que pueda imaginarse. El deleite experimentado al encontrarnos en aquel río, había aminorado mucho, hasta casi desaparecer, pero esta primera entrada influyó maravillosamente sobre la imaginación. Ahora íbamos enfilando el camino entre cantidad de islas pequeñas, puestas allí como centinelas en la boca del Paraná. El ancho era muy variable, desde unas pocas yardas hasta una milla. A veces el buque iba casi pegado a los árboles de una orilla, y de pronto, por la variación del canal, teníamos que cruzar a la margen opuesta. La superficie del agua estaba tersa como un lago natural, y la fragancia del aire, el exquisito follaje de los árboles, las malezas que veíamos entre el agua, formaban contraste seductor con el ancho mar. De vez en cuando, con sólo extender el brazo desde la caja de la rueda, casi alcanzábamos a tomar las hermosas flores desconocidas para nosotros. De todo aquello, lo más seductor mientras la embarcación se deslizaba tranquilamente entre las islas pobladas de árboles frutales, eran los rosados y tentadores duraznos que en grandes cantidades caían casi al alcance de la mano, pero ¡ay! no tanto que pudiéramos tomarlos. Y es de imaginar el deseo vehemente con que eran miradas estas frutas deliciosas, sobre todo por quienes llegaban allí después de un largo viaje por mar. Era el suplicio de Tántalo; pero, como estábamos sin noticias del enemigo y de sus maniobras, no era prudente bajar a tierra.

Estas islas son muy bajas, están cubiertas casi por entero de árboles frutales bajo los cuales crecen malezas tupidas y enmarañadas en que se forman aquí y allá grandes lagunas con plantas de juncos y llenas de extrañas aves acuáticas.

Según íbamos avanzando, alguno que otro arroyo se alejaba serpenteando entre las ilimitadas llanuras pantanosas y veíase hermosamente orillado por los árboles en distancia de muchas millas. Se afirma generalmente, y es común creerlo así, que estas aguas están de tal manera impregnadas por las raíces y las ramas del árbol de la zarzaparrilla, que actúan como remedio entre los organismos extraños a la región, hasta que se acostumbran a sus efectos. Lo cierto es que nosotros lo experimentamos al entrar en el Paraná y el agua influyó benéficamente sobre la salud de todos 1.

He de decir que a todos nos sorprendió lo liviano del agua, que se hizo sentir muy favorablemente cuando se hubo de producir vapor, y se tradujo en una gran economía de combustible, si se comparaba con el uso de agua de mar para el mismo propósito.

Continuamos la marcha durante todo el día y muy a menudo entre islas llenas de frutas. El río se ensanchaba, o más bien las islas parecían retroceder unas sobre otras, dejando más despejado el canal. Los árboles hiciéronse más escasos, si exceptuamos las hermosas hileras formadas en las márgenes de numerosos arroyos, que los señalaban con sus líneas de follaje hasta perderse de vista en la lejanía. Entretanto, desde el mástil podía verse una ilimitada llanura, de un verde muy vivo, producido por los altos pastos ondulantes, algo inundados por la crecida del río. Sobre cada parcela de terreno más alto que el resto del suelo, en esta vasta llanura aluvial, crecía siempre un grupo de árboles.

Eran las seis y nos congratulábamos de haber escapado a los numerosos bancos de esta parte del río, prometiéndonos un sueño tranquilo (el sondeador daba nueve brazas en cada caja de las ruedas), cuando nos sorprendió el grito alterado del hombre que iba sobre el moco del bauprés y que decía: ¡Catorce pies!...

¡Alto, marcha atrás! fueron las órdenes que se dieron en seguida, pero ¡ay! la fuerza de la Alecto no era igual esta vez a la fuerza que se oponía, y antes de que pudiera darse la marcha hacia atrás se hundió en un banco de barro, con once pies y seis pulgadas de agua por la parte de proa y siete brazas y doce pies menos cinco yardas desde la banda de estribor. A pesar de todos los empeños,no pudimos sacar el barco atrás con las máquinas antes de la noche. De manera que se cubrió el fuego y empezaron a echar las anclas para servirnos de ellas de la mejor manera. Hecho esto, se dio vapor otra vez, las ruedas empezaron a girar para atrás todo cuanto pudieron y al mismo tiempo tiraron con los cables fuertemente, pero sin lograr mover el buque una sola pulgada. Como este esfuerzo resultó infructuoso, volcamos cuarenta toneladas de agua, eme la máquina, trabajando hacia atrás, arrojó con la misma rapidez con que las había sacado del río; removimos hacia popa los cañones, las reservas de pan y todas las cargas pesadas. Para la hora en que esto se terminó de hacer, las tres de la mañana, la gente estaba tan exhausta que se hizo necesario un corto descanso.

Al amanecer fue reanudado el trabajo con todos los medios disponibles, pero (lo que nos disgustó mucho) el ancla volvió arriba sin que el buque se hubiera movido una pulgada. Como no teníamos ancla de servidumbre y no podíamos utilizar todos los botes a la vez, nos vimos obligados a servirnos del anclote para tirar el barco hacia atrás, y ésta fue pesada tarea por la rapidez de la corriente y lo pequeño de los botes, pero, con todo, se cumplió con buen éxito a las siete de la mañana. A las siete y media se hizo otro esfuerzo violento con el aparejo y con las máquinas en movimiento. Inmediatamente, siguiéronse tres burras y la Alecto fue arrastrada a las aguas profundas. Quedó anclada por un momento en medio del río para dar descanso a la tripulación y poner en orden el buque. Después del necesario reposo y de un refrigerio, enfrentamos otra vez la corriente y proseguimos adelante

Desde el mástil, la escena mudaba de continuo por el rápido cambio de posición. Las praderas ofrecían a veces muy hermoso aspecto: veíanse pequeños herbazales muy bien aparejados y abrigados por árboles, y después la interminable llanura hasta perderse de vista. Pero el rasgo más singular, el más apropiado para impresionar a quien dejaba una nación civilizada como la nuestra, era la terrible y casi parlante soledad. La riqueza tan lozana de la vegetación despertaba profunda pena por cuanto aquel suelo magnífico había sido dejado así, cuando podía contribuir a la felicidad y a la civilización de la gran familia humana.

A eso de mediodía el barómetro comenzó a descender rápidamente y en seguida el horizonte oscureció por el SO. A las cuatro p. m. la atmósfera se puso amenazante, y anclamos entonces en un cómodo amarradero y sobre una costa que nos abrigaba del viento. Apenas tuvimos tiempo de hacerlo porque un pampero se desató sobre nosotros. Fue un pampero muy benigno: poco más que una racha fuerte que terminó por completo en dos horas acompañado de vividos relámpagos y fuerte lluvia. Al caer la tarde aclaró y nos dispusimos a bajar a tierra y a explorar la isla donde habíamos buscado abrigo durante la tormenta. Una partida bien armada desembarcó también en un punto próximo. Lo primero que nos impresionó fueron las flores de pasionaria, en gran cantidad y de todos grados, desde los pimpollos hasta el fruto maduro. La fruta era devorada, puede decirse, por grandes bandadas de loros y otros pájaros pequeños de hermoso plumaje. El pasto alto y silvestre —de tres a ocho pies de altura— dificultaba la marcha en cierta distancia hacia el interior, pero asimismo, algunos de la partida pudieron cazar ciertos pájaros de plumaje ostentoso, y, en forma antipoética —debido también a la escasez de comestibles—, se los comieron aderezados como pasteles. Un hombre de la partida armada iba pasando por casualidad cerca de un nido colgante suspendido de las ramas de un árbol, a siete u ocho pies del suelo 2. Este nido estaba habitado por una especie de insecto que podría describirse corno una hormiga grande, voladora 3, y ocurrió que, de común acuerdo, los alados habitantes del nido se lanzaron todos a la vez en vuelo contra el desgraciado intruso y lo picaron en forma muy seria en toda la parte descubierta del cuerpo. Estas picaduras son malignas y venenosas en extremo, y producen hinchazones muy irritantes, mucho peores que las que generalmente producen otros insectos pequeños, aunque sean venenosos por naturaleza.

Matamos dos pájaros pequeños de largas y finas plumas que formaban la cola, de diez y ocho pulgadas. Los marineros les llamaban pájaros viudos. Hicimos aquello sólo por curiosidad y porque su apariencia llamaba la atención cuando andaban por el aire con sus extrañas colas. Los mosquitos nos molestaban grandemente, sobre todo si estábamos sentados y permanecíamos quietos por algunos momentos. Esto último era de esperarse, pasada la violencia del pampero y cuando la plácida y hermosa noche invitaba a todos a gozar de la frescura y fragancia del ambiente.

Hube de hacer guardia desde la medianoche hasta las cuatro de la mañana y aunque estaba familiarizado con los climas tropicales, me sentí impresionado por los variados y extraños ruidos de los insectos y los saurios en el río; atrajo mi atención en particular un ruido raro que un baquiano inteligente, o piloto, explicó después como causado por una especie de lagarto; se oía con intervalos regulares y era semejante al rasgueo de una guitarra que se hiciera lenta y lastimosamente. Los vigías informaban con frecuencia que los tigres rondaban por la costa, pero como no se les oía bramar y mis ojos trataron en vano de descubrirlos, me vi obligado a no dar mucho crédito al parte.

Febrero 8. Domingo. Habíamos andado tranquilamente cosa de una hora cuando atrajo nuestra atención una larga línea de humo, a proa, por la banda de estribor. De haberla visto en el mar, hubiéramos dicho en seguida que era de un vapor. Según nos acercábamos, acentuábase la semejanza, hasta que no hubo duda alguna de que era así; porque venía acercándose a nosotros con rapidez una gran chimenea de un vapor, perfectamente visible, pero sin duda en otro brazo del río. Por fin, y a distancia de unas cuatro millas, aquel buque hizo señales de anclar y de esperar su llegada, agregando que era el Firebrand, nuestro navío de comando. Oír una orden es obedecerla en la marina de guerra y echamos el ancla en seguida. Muy luego apareció el Firebrand marchando en dirección contraria, pero esta aparente desviación indicaba únicamente que lo hacía para entrar en el río principal en que estábamos nosotros. En unas tres horas y media, pasó junto a la corbeta, saludándonos mientras seguía dejando su estela. Hechos los preparativos necesarios, avanzamos juntos, pero como el poder de las máquinas del Firebrand era bien proporcionado a su tamaño, lo que no ocurría con la Alecto, resultó imposible marchar unidos, y aunque el Firebrand iba apenas más que a media marcha, poco a poco nos dejó lejos.

El único cambio en el aspecto del paisaje en el día de hoy, fue una línea de barrancas que corre oblicuamente al curso del río por alguna distancia: eran las alturas de San Pedro. A las seis pasamos frente al pueblo de ese nombre a distancia de unas tres millas en línea recta sobre las islas que semejaban un llano. Con los anteojos podíamos distinguir no solamente las casas, sino también la caballería enemiga, al parecer muy asombrada de ver aquellas dos máquinas negras, echando humo, que se deslizaban velozmente remontando el río no sólo contra la corriente, sino contra el viento. El pueblo de San Pedro parecía componerse principalmente de una iglesia y de un conjunto de ranchos de adobe. Pero téngase en cuenta que no éramos viajeros de tierra firme v que juzgábamos desde el mástil de un navío sin otro elemento que un Dolland digno de confianza. A eso de las ocho a. m. llegamos a Obligado y anclamos ahí cerca. éste era el lugar de las famosas baterías. Por razones que se creyeron prudentes, relacionadas con el servicio de S. M., quedamos en este lugar todo un día. lo que me dio oportunidad favorable para inspeccionar minuciosamente aquella posición. No pude sino llegar a la conclusión de que había sido elegida con gran pericia y cumplido conocimiento en materia de fortificaciones. Pero ¿de qué puede servir esta ventaja contra el poder y la aplicación científica de la artillería europea, que, según parece, fue uno de los factores de la victoria obtenida en Obligado?

El río en este lugar tiene un ancho de unas ochocientas yardas. A la parte del sur hay una pequeña barranca de unos treinta pies de alto con una superficie firme y plana. Sobre esta barranca, el enemigo había elegido las posiciones para sus diversas baterías. La orilla opuesta estaba formada por una isla con sus rasgos y caracteres naturales, vale decir tierra baja y rasa, expuesta a las inundaciones y entonces cubierta por pasto alto y fuerte. La corriente, por la estrechez del canal, se hace allí más rápida, dicen que de unos tres nudos. A estas circunstancias favorables se agregaba la colocación de una triple cadena a través del río, que descansaba sobre numerosas canoas armadas o barquichuelos, apoyados éstos a su vez por una bien armada y poderosa goleta. Rosas y sus agentes, enamorados de esta posición, la consideraban inexpugnable y capaz de oponerse a cualquier fuerza que pudiera remontar el río, y es verosímil lo que se nos dijo acerca del asombro del dictador cuando supo que unos pocos y pequeños navíos habían hecho pedazos sus formidables aprestos. Una circunstancia, por demás lamentable, es que gran parte —y muy grande— de la artillería de Rosas estaba constituida por ingleses. Esperemos que se hayan visto forzados a pelear, pero lo cierto, y muy cierto, es que pelearon. Ahora bien, el castigo que tuvieron fue muy severo porque la mayoría murió en el combate. Y Rosas ha de conocer bien la afición de los ingleses a los festines, porque en el campamento se descubrió una gran provisión de champaña, clarete, oporto y otros vinos, provisión que fue destruida durante la lucha.

A corta distancia se había formado un campamento de observación. La apariencia que presentaba era muy pintoresca: continuamente los enemigos galopaban de un lado a otro con sus ponchos y capas colorados. Enormes tropas de caballos y vacas pastaban en los campos cercanos y de ella se proveía el ejército, pero ¡ay! no estaban al alcance de nuestros hambrientos marineros. Porque en el momento en que hubiéramos intentado apoderarnos de un solo animal habría surgido en seguida una horda de caballería gaucha por todos lados y los hubieran conducido tierra adentro. La escasez de provisiones frescas era tan grande que el escorbuto se había propagado entre la tripulación a despecho de algunas legumbres plantadas en la isla, que, afortunadamente, habíamos ocupado. El autor de este libro había seleccionado una variedad de semillas y las traía para las islas Falkland [Malvinas], pero cuando advirtió el gran beneficio que podían prestar aquí, dispuso de una buena cantidad para formar una huerta.

Como la suerte, lo mismo que la desgracia, rara vez viene sola, el Firebrand volvió con un buen acopio de ovejas y ganado vacuno, que habían andado pillando cuando los encontramos el día anterior. Por eso ahora reinaba la abundancia. Y tanto, que por bondad de los oficiales del Firebrand nos hicimos de treinta ovejas, verdadera adquisición para nosotros después de un largo viaje y de la escasez de víveres que Montevideo, como ciudad sitiada, no estaba en condiciones de suministrar, salvo a precio tan alto que hubiera estado fuera de nuestro alcance. En este día llegó de arriba la noticia de que el general Paz avanzaba con éxito desde el Paraguay hacia Corrientes 4 con un poderoso ejército, de manera que esperábamos así, con pocos días más, poder entrar en una región amiga.