La escuadra Anglo-francesa en el Paraná
14. Ordenes de volver
Sumario: Carne con cuero. — La escuadra correntina. — Recibimos órdenes de volver. — El invierno se aproxima. — Buques apresados. — Un paso difícil. — Los tigres. — Los baquianos del río. — Sujetos por la popa. — Cambio súbito y frío intenso. — Llegada a Esquina. — El árbol de la sangre. — Cacería de perdices. — El valor de una chaqueta vieja. — Comercio honesto. — Avestruces y venados. — Un panorama. — La quemazón. — Noticias de abajo. — Llegada a la Bajada de Santa Fe. — Escapada del Harpy. — Jactancias de Rosas. Un caballero de Goya que me había oído decir cuánto desearía yo gustar la carne con cuero 1, o sea la carne asada en el cuero del mismo animal, envió en el día siguiente una ternera al barco. La traía un gaucho experimentado. La llevaron a tierra, frente a la Alecto y se dieron a preparar este delicado plato sudamericano. Cuando todo estuvo listo, mandaron la carne al barco en un bote. En apariencia, era muy oscura y sucia y venía ensartada en largas estacas. Esto hizo reír mucho a los cocineros y mozos de comedor, pero, eso no obstante, resultó muy tierna y de sabor excelente. Estuvimos confinados varios días en las inmediaciones del barco por las violentas lluvias. Ocupábamos el tiempo en cortar madera, de la que cargábamos diariamente gran cantidad para llenar los amplios pañoles, porque el carbón se iba con rapidez. En una de esas mañanas, muy temprano, llegó, procedente del sur, la escuadra de Corrientes. Eran cinco lanchas cañoneras y dos goletas; estas últimas tomadas al enemigo. Traían noticia de la captura de la goleta Obligado, de manos de un oficial inglés y bajo la acción de las baterías de San Lorenzo. Nos sentimos muy inquietos por conocer los detalles de esa pérdida pero se nos contestó con un rechinar de dientes y nada más. Los correntinos traían órdenes para nosotros de volver al sur porque el río bajaba con mucha rapidez. Se hizo pues todo lo necesario para cargar leña y otras cosas y estar listos para una partida inmediata. Mayo 6. Miércoles. Cuando todo estuvo listo y las calderas bien dispuestas, levamos anclas y bajamos el río muy decididos y a pesar de ir con una sola máquina. Vimos gran cantidad de nutrias que sacaban la cabeza del agua para dirigir al buque una mirada de sorpresa; y también unos monos negros que chillaban y nos hacían muecas desde los árboles, a veces a distancia de quince yardas. Ahora las márgenes del río habían cambiado, en parte, de apariencia. Las altas hierbas y los juncos comenzaban a secarse y de todas partes el agua corría rápidamente hacia el río por efecto de la bajante. Los árboles, sin embargo, estaban tan verdes como antes y el único síntoma de la proximidad del invierno, era el aspecto marchito y seco a veces de los pastos. Algunos de los barcos remolcados que iban en el convoy, quedaron en Goya, uno que otro en tierra, lo que nos hizo dudar de si se presentarían o no en el punto de reunión ahora designado, que era el Cerito [sic] de Santa Fe, el 19 del mismo mes. De ser ciertas las noticias traídas por la escuadra correntina sobre la situación formidable de las baterías de San Lorenzo, los barcos que se quedaran atrás, podrían considerarse caídos en una trampa porque, naturalmente, no habrían de aventurarle después aguas abajo 2. A las once a. m. anclamos por la popa con el fin de sondar un paso muy malo y peligroso. El piloto volvió de hacer sus observaciones a la una, y dijo que estaba “muy malo” porque habría, a lo más, once pies de agua y en dos o tres partes todavía menos. El canal era tortuoso y en un determinado lugar formaba un ángulo recto con la corriente. Por eso pensó que difícilmente podríamos salvar el paso. La Alecto no parecía dispuesta a pasarlo, sobre todo porque el agua bajaba cada vez más. Pero la demora de otro día, o quizá de una hora, podría dejarla presa por ocho meses. De ahí que optara por ceñirse la cintura preparándose para el ataque y con toda su fuerza se fuera sobre el obstáculo. Afortunadamente arremetió por el centro del paso y apenas si tocó fondo. Por fin llegamos a la última vuelta y la corbeta embicó la parte menos profunda, que no tenía diez pies de agua. Embistió a todo vapor y pasó sobre un resalto del fondo, al que golpeó con la parte inferior de la proa. El buque, por un segundo, pareció vacilar y se escoró pero se enderezó muy luego por sí mismo, siguió avanzando y pasó sobre el obstáculo de arena con fuerte chirrido y un golpe que lo sacudió de popa a proa. Con esto pudimos proseguir, aunque el tiempo estaba amenazante y el viento sur daba directamente sobre nosotros. Como íbamos ahora ligeros y sin obstáculo alguno, aparecíamos de pronto en una y otra costa sin anunciarnos y tomábamos de sorpresa a los tigres que se paseaban tranquilamente, yendo y viniendo sobre las playas de arena. En ciertos momentos estuvimos frente a ellos a distancia de veinte yardas. E1 más grande se escondió entre las matas, pero el más pequeño, sin ninguna preocupación, continuó su paseo con el paso peculiar de los felinos. Y antes de que pudiera prepararse ningún rifle o escopeta estuvimos fuera de distancia para tirar contra él. Mayo 7. Jueves. A eso de mediodía fuimos a popa para sondar otro mal paso a que nos acercábamos. Algunos días antes, uno de los baquianos correntinos había dicho que este canal se estaba cerrando muy ligero y que quizás no hallásemos más de cinco o seis pies de profundidad. Por lo general no dábamos crédito a lo que afirmaban estos navegantes de río que, con raras excepciones, era la gente más ignorante y mentirosa que pudiera darse, pero como el último informador había sido el hombre de mayor experiencia, le escuchamos con atención. Y con inquietud y zozobra esperamos la vuelta del oficial y del piloto que fueron en dos botes para buscar el sitio donde pudiéramos avanzar con seguridad. Sentimos gran alivio cuando volvieron diciendo que habían encontrado más de tres brazas en todas partes. Tal resultó la información del hombre “de mayor experiencia en el río”... Tratamos en seguida de levar el ancla, pero por la fuerte corriente que empezaba a sentirse de un lado de la popa, y por el viento que golpeaba casi tempestuoso por el otro lado, la proa levantó casi por encima del agua y produjo una tensión tal sobre el cable, que fallaron todos los esfuerzos y nos vimos obligados a detenernos toda la noche. Mayo 8. Viernes. El cambio en la temperatura fue muy notable en este día. Ayer el termómetro se mantuvo sobre los ochenta grados (Fahrenheit). El viento sopló de pronto del sudoeste, y el mercurio cayó en dos horas a cincuenta y cuatro grados (Fahrenheit), con una temperatura tan fría como la que sentimos en enero en Inglaterra. Hubo necesidad de dejar las ropas muy livianas que llevábamos para cubrirnos con ropa de lana y chaquetones. Y aún así difícilmente manteníamos el cuerpo en calor. Tuvimos mucho trabajo para levar el ancla por la misma causa que ayer y además por la estrechez del canal, pero al cabo se logró. A las once fueron percibidos cuatro buques en la entrada del río de Esquina. A mediodía anclamos entre ellos. Eran el Dolphin y el Fanny, ingleses, y el St. Martín y el Procida franceses. Aquí, fue confirmada la noticia de la pérdida de la goleta Obligado. Mayo 9. Sábado. Estuvimos ocupados todo el día en cortar leña para combustible. Hay un árbol que encierra en su corteza una especie de licor semejante en todo a la sangre. Es muy común y nos servimos mucho de él. Apenas heríamos su corteza la sangre manaba en grandes gotas 3. 11 de mayo. Lunes. Varios oficiales (yo entre ellos) fuimos este día a una partida de caza hasta Esquina. Después de una hora de remo llegamos a un desembarcadero próximo al ruinoso pueblo y sin tardar dimos comienzo a la cacería. Las perdices abundaban tanto y eran tan mansas que el cazarlas no constituía propiamente un deporte. Aburridos de esta especie de caza mansa fuimos caminando hasta una vivienda en ruinas donde había una guardia con un sargento. Entramos en conversación con los soldados y algunos estancieros de las inmediaciones. Mi vieja chaqueta azul de terciopelo despertó la curiosidad y la admiración de aquellas gentes, a pesar de hallarse en pésimo estado. Me la saqué y pregunté cuánto podría valer. Luego de bien examinada y previas algunas consultas, uno me ofreció por ella un novillo gordo y seis ovejas. La oferta no me convino porque yo quería pieles de tigre y plumas de avestruz; además el hombre aquel me ofreció con malicia mucho menos de lo que la prenda valía porque se paga en Bond Street, en Londres, a unas tres libras. Y aunque muy usada, aquí valía tanto como si fuera nueva. Los novillos y ovejas ofrecidos no valían ni cinco pesos. Por eso no acepté el trueque y traté de explicar los principios del comercio honesto, pero sin resultado. Entonces ofrecí la chaqueta en la mitad de su valor, por pieles o plumas de avestruz, pero como el procurárselas requería tiempo, mi propuesta no tuvo resultado. Después de comer carne con cuero hasta quedar satisfechos, dimos una vuelta a caballo por el campo. Encontramos una tropa de trece avestruces y varios venados, pero no matamos ninguno porque no estábamos preparados para caza mayor. Al volver al embarcadero nos sentimos sorprendidos por la belleza del panorama y por la fertilidad del suelo. La tierra era ondulada del modo más bonito que pueda imaginarse. Desde una pequeña eminencia gozábamos de la vista pintoresca ofrecida por numerosos arroyos (en Inglaterra hubieran sido llamados grandes ríos) que serpeaban hasta desaguar en el Paraná. Las márgenes estaban franjeadas por árboles muy grandes: daban la impresión de las avenidas de un bosque, y el espeso follaje, al reflejarse en el agua, la oscurecía, no obstante su clara transparencia. Los guaraníes, o indios de la costa, podían percibirse a lo lejos en la costa opuesta del río. De pronto nos vino la idea de que, si prendíamos fuego al pasto, no haríamos ningún daño y tendríamos un gran espectáculo; no sólo eso, sino que, según la doctrina de muchos agricultores, no teníamos duda de que sería de gran beneficio para la tierra. En seguida pusimos aquello en ejecución y con la ayuda de un fósforo Lucifer, prendimos fuego al pasto. En seguida se propagó como el llamado “fuego griego” y en el espacio de pocos minutos sobrevino un incendio magnífico que aumentó durante todo el día, y al entrarse el sol percibimos enormes nubes de humo que llenaban el aire hasta perderse de vista. Jueves 14. Todavía estuvimos trabajando en llenar con leña los depósitos para el carbón. Al caer la tarde vimos a la distancia un bote que luchaba con la corriente. Esto nos puso en gran inquietud y curiosidad porque sabíamos que traería noticias. Cuando llegó, pudimos comprobar, con gran satisfacción, que traía la valija de correspondencia de febrero, procedente de Inglaterra, y que se había separado del Lizard que estaba a unas cincuenta millas abajo por falta de piloto. Supimos también que el pobre Lizard había sufrido serios daños al pasar por San Lorenzo. Habían muerto dos oficiales y dos marineros y traían varios heridos. Todo se debía a la captura de la goleta Obligado, mandada con órdenes de hacer detener a todos los buques e impedir que remontaran el río. Todo el tiempo hasta el viernes por la mañana, fue ocupado en cortar leña y cuando hicimos acopio suficiente, emprendimos la marcha aguas abajo, dejando allí dos buques para guardar el convoy. El sábado por la tarde, a la una, anclamos en Santa Fe 4 con el resto de la escuadra del Paraná. Allí comprobamos, sorprendidos, que el pequeño Harpy, había subido también y pasado frente a las baterías. Lo había hecho tan cerca de las barrancas, que pocos cañones le alcanzaron, solamente aquellos colocados en puntos salientes y en posición inclinada. Había sufrido bastante, pero solamente una persona, su comandante, se hallaba herida. Y nos alegramos, por otra parte, de que hubiera traído las valijas de correspondencia de un mes después que las recibidas en el día anterior. Mucho nos divertimos al saber que Rosas había dicho: —Ni un solo barco más de los salvajes ingleses ha de remontar el río porque mis baterías van a hundirlos a todos. La gente creía sin reservas en estas jactancias y cuando el Harpy pasó por Rosario, fue acompañado desde tierra por coches de cuatro caballos y por numerosa cabalgata para ver cómo lo hundían en San Lorenzo. Muy grande habrá sido la desilusión, cuando vieron aquel buque pequeño evadir las baterías con tanta habilidad. |
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