Historia Constitucional Argentina
CAPITULO 8 | 1. La generación del 80
Sumario: La generación del 80. Su filosofía. La educación. La familia. Conflictos con Roca será justamente la figura líder del grupo, acompañado por su concuñado el Dr. Miguel Juárez Celman, coetáneamente gobernador de la provincia de Córdoba y su sucesor en la presidencia de Hombres como Leandro N. Alem, Aristóbulo del Valle, José Manuel Estrada, Pedro Goyena, Miguel Navarro Viola y otros, no menos destacados, debieran ser considerados integrantes de esta generación. Pero, ya sea por su discrepancia con aspectos esenciales de la filosofía que sustentaran los mencionados primeramente, que le dio tono y estilo a la época, ya sea porque en la mayoría de los casos no detentaron el poder en la medida que permita señalarlos como responsables del acontecer político-institucional y económico-social en que estuvieron inmersos, sus nombres no resultaron tan representativos de la época mencionada. Por el contrario, en aspectos esenciales aparecen como opositores de principios y conductas, apotegmas y actitudes que normalmente se atribuyen a su generación, que enjuiciaron severamente. Su filosofía Sarmiento, cuyos escritos tanto pesaran en los exponentes humanos del ‘80, refiriéndose a Herbert Spencer, le afirmaba en carta a Francisco P. Moreno, de abril de 1883: «Bien rastrea usted las ideas evolucionistas de Spencer que he proclamado abiertamente en materia social... Con Spencer me entiendo, porque andamos el mismo camino»639. Eduardo Wilde, por su parte expresaba: «Las ideas spencerianas hicieron su aparición en el gobierno de Roca, en la memoria del ministro de Instrucción Pública, Justicia y Culto y más que por su novedad, por su justicia, fueron favorablemente recibidas e hicieron camino... Herbert Spencer, ahora, la potencia intelectual más grande en el mundo y el cerebro más erudito de la tierra!»640. Spencer (1820-1904), ejerció decisivo imperio en la mente de los hombres del ’80. El positivismo básico de su esquema filosófico lo adquirió de su predecesor, el francés Augusto Comte (1798-1857)641, otra de las luminarias de esos políticos argentinos 642. Comte afirma esencialmente que el único objeto de la ciencia es lo positivo, esto es, lo real y útil, cierto y preciso, relativo y orgánico; en una palabra, exclusivamente lo que cae bajo la percepción de nuestros sentidos 643. Desecha por lo tanto la edad teológica o religiosa, y consiguientemente la revelación como fuente del conocimiento. Rechaza asimismo la edad metafísica negando que el hombre pueda explicarse los fenómenos cósmicos a través de entidades abstractas: almas, causas, potencias, etc., con lo que impugna la propia posibilidad de una metafísica. La edad positiva es la única científica; en ella el hombre alcanza el conocimiento a través de la experiencia, consignando con precisión matemática las relaciones entre unos hechos sensibles y otros hechos sensibles, llamando a dichas relaciones leyes naturales. No hay Dios, no hay alma, no hay trascendencia, no hay teología ni metafísica válida. Hay solamente ciencias experimentales, y entre las mismas la sociología es la que aspira a mejorar la vida comunitaria. Ella estudia las condiciones generales de la vida del hombre en convivencia con los demás: la estática social; y las leyes de la evolución o progreso de la sociedad humana: la dinámica social. Es precisamente este elemento de la filosofía comtiana, la evolución, el progreso, el que impresiona vivamente a Spencer. Confirmando el cerrado positivismo de Comte, concibe el origen del cosmos como la condensación de la nebulosa primitiva, constituyéndose así el sistema solar. En éste, la combinación mecánica de los átomos simples origina moléculas compuestas, y la concentración y complicación de éstas forman las primeras células. Y así, en un proceso de creciente complejidad y perfeccionamiento, aparecen las neuronas, la sensación, la materia mental, y luego la percepción, la imagen, el concepto, el juicio, el raciocinio 644. Surgen subsiguientemente formas de vida cada vez más complejas: planta, animal, hombre, en lucha contra el medio ambiente para adaptarse a él, y en lucha entre sí para poder subsistir: la lucha por la existencia. El hecho de que el más fuerte prevalezca sobre el más débil, aparece como conveniente, porque en ello le va al cosmos su mejoramiento. Esta concepción spenceriana relativa a la evolución de la sociedad posee los siguientes caracteres: 1°) La evolución o progreso es un factor necesario; 2°) Es meramente biológico, temporal y natural, y en consecuencia, sólo provoca mero dominio del hombre sobre la naturaleza; y 3°) la concepción en sí es optimista. El progreso es necesario, en cuanto no lo determina la voluntad libre del hombre, sino que está impulsado por leyes de cumplimiento ciego e inexorable que estimulan la constante transformación social. Es meramente biológico natural y temporal, dado que no existiendo finalidad trascendente y espiritual, todo se reduce en el hombre a una ascendente perfección somática que se da solamente en el tiempo sin ninguna aspiración sobrenatural; no hay planos verticales sino chata horizontalidad. El progreso ineludible de las ciencias exactas, permite, por otra parte, un creciente dominio de la naturaleza, fruto de la técnica. Unido este fenómeno al permanente y automático desarrollo biológico cada vez más perfecto del ser humano, se avizora una edad de oro para los habitantes de este mundo. De allí el optimismo exultante, que fue una de las características sobresalientes de Occidente en la última etapa del siglo pasado y primera del presente. Spencer no explicará cómo lo más perfecto puede ser causado por lo menos perfecto, cómo el proceso puede moverse sin que nadie lo impulse, cómo pueden existir leyes portentosas sin legislador inteligente. Pero su filosofía se adaptaba al liberalismo exigido por las fuerzas del mercado, para superar resabios de conciencia que no querían admitir que los endebles pudieran quedar a merced de los poderosos. Su esquema mental se ajustaba al espectáculo de la física, la química, la mecánica, la patología, la etiología, todo el ámbito de la ciencia, modificando las condiciones de la vida humana y la propia faz del planeta, creando una atmósfera de ingenuo y soberbio convencimiento de que el dolor humano producto de la guerra, la pobreza, la enfermedad e incluso la muerte, serían a breve plazo sólo un triste recuerdo. Los apotegmas spencerianos se acomodaban a la tendencia a liquidar valores tradicionales, que aparecían corno criminales tijeras que pretendían cortar las alas del hombre en su vuelo hacia un futuro, donde campearían soberanos la lucidez, el placer, la seguridad. Se conciliaban con la euforia ambiente, convencida de que el hombre-dios acabaría con el mismo Dios, enredado y exánime en las redes de ese progreso matemático indefinido, irrefrenable. Con esta ideología como herramienta de trabajo, se comprende el por qué del quehacer de nuestra dirigencia política del ‘80. La educación En el pensamiento comtiano, las edades teológica y metafísica estaban superadas, y según Spencer, las inflexibles leyes del progreso no tenían una finalidad trascendente, cuyo motor pudiera ser el amor practicado por el hombre libre en tránsito hacia su destino superior, como es básico para nuestra cultura de signo cristiano. Para estos positivistas, el progreso persigue un objetivo inmanente al propio sistema que sirve: un mero perfeccionamiento biológico y mental del hombre en un plano terráqueo, cosa que se logra mediante la lucha por la existencia, idea que en Carlos Darwin (1809-1882), otro de los paradigmas de la generación del ‘80, adquiere primordial significación 645. Dentro de esta composición de lugar, si Argentina había sido introducida al mundo greco-romano-cristiano por Los hombres de la generación del 80 bebieron en las aguas del pensamiento de Echeverría, para quien, como vimos, el papado era el Anticristo, y en los países católicos la conciencia era esclava 646; y en las de Sarmiento, que acompañó decididamente a esa progenie en sus proyectos y realizaciones en materia cultural y de instrucción pública, y que tanto pesó intelectualmente en ella. Sus escritos contienen pasajes de extrema dureza respecto de la institución que pusiera en funcionamiento en nuestras tierras valores y entes que aun hoy nos son vertebrales. El sanjuanino consideraba a Córdoba «la provincia más atrasada, más ignorante, como resultado de tres siglos de educación jesuítica, franciscana, conventual», porque consideraba que «la educación clerical, monacal, de monjas y frailes mata la inteligencia y la estorba desenvolver su capacidad»647, y elucubraba protestantinizar a Con este mentor no es raro, que Roca, tan prudente en sus expresiones, en cartas a Enrique B. Moreno, de junio de 1884, dejara estampados estos conceptos: «Los jacobinos de sotana pretenden gobernar a los pueblos con el hisopo y la hoguera en plena luz del siglo XIX. ¡Bárbaros!»649. Su mano derecha en el campo de la instrucción pública, Eduardo Wilde, usaría conceptos aún más contundentes y directos: «¿Que es la religión? Un cúmulo de necedades con olor a incienso»650. Juárez Celman también tiene frases que descubren su transitar por los mismos caminos. Así, en pleno Senado de Podrían multiplicarse las citas que demuestran la posición mental de los responsables políticos en la década del ‘80 respecto de una temática tan crucial. Pero conviene ahora que hagamos referencia al haz de medidas que aquellos responsables, toman en materia tan delicada como la de reorientar las pautas culturales de La más importante de todas, la que más honda huella dejó en el ser nacional, fue sin lugar a dudas la implantación del laicismo en la enseñanza, con la sanción de la ley nacional no 1.420 en el curso del año 1884. No haciéndose eco del llamado que imperaba de las entrañas espirituales de la tierra, de fidelidad a las líneas maestras de sus esencias históricas, a la cultura propia, sino respondiendo a las exigencias del cosmopolitismo que nos invadía, se plagió una ley extranjera dictada en Francia en 1880. Fue obra del ministro de Instrucción Pública, Julio Ferry, bajo el acicate de las logias secretas francesas cuyo Gran Oriente, en 1877, había decidido suprimir toda mención del Gran Arquitecto en sus documentos 652. La ley nº 1.420 desterró la enseñanza del dogma y la moral católicos en las escuelas del Estado nacional dentro del horario de clases. Dejaba dicha enseñanza de ser asignatura de promoción, pretendiéndose paliar la crudeza de la determinación, con el permiso para que ella se dictara antes o después de las horas de clase por ministros autorizados de los distintos cultos. La ilustración en los principios cristianos dada en los colegios, que tanto encarecieron Belgrano, San Martín y demás próceres fundadores de la nacionalidad, ahora sólo podría brindarse fuera del horario escolar sabiéndose de antemano de la impracticabilidad de la permisión, además de que no existían ministros en cantidad suficiente para impartirla. Lo sustancial para la formación humana de nuestros niños se soslayaba. Ellos conocerían el mundo de los números, de las letras, de los animales, de las plantas, de los astros. Harían incursiones en el pasado de las sociedades humanas, se internarían fugazmente en los vericuetos de la química; la anatomía o la higiene. Se asomarían a la comprensión de las lenguas extranjeras y aprenderían a manejar las cartas geográficas. Pero se los sentenciaba a ignorar su propia identidad humana, el significado de su existencia: origen del hombre, sentido del peregrinar en esta vida, finalidad trascendente, normas que regulan ese peregrinar y que permiten la obtención de una convivencia justa y pacífica, todos presupuestos indispensables para la obtención de la felicidad. Se condenaba a nuestros párvulos y adolescentes al desconocimiento de los elementos fundamentales que hicieron la cultura hispano-criolla, hija de la gran cultura greco-romana-cristiana. ¿Cómo habrían de inteligir e interpretar los fundamentos de dicha cultura, que era la propia, si se les escamoteaba el conocimiento de la trayectoria histórica, misión y enseñanzas de la iglesia Católica, verdadera protagonista del proceso que la fundara? ¿Cómo habrían de explicarse el pasado nacional los hijos de esta tierra, sin nociones sobre los principios fundadores –enseñados desde 1536, con la primera fundación de Buenos Aires, hasta 1884, en todos los institutos educativos de todos los niveles– que fueron piedra basal de la convivencia humana civilizada en el Río de Cuando los más conspicuos representantes de la generación directiva del ‘80 dentro del Congreso de Paradójicamente, la génesis del dictado de la ley nº 1.420 comenzó con la designación, por el presidente Roca, de Manuel D. Pizarro, católico ejemplar, como ministro de justicia, culto e instrucción pública. La labor educativa de Pizarro fue eficiente: abogó por la instauración de la enseñanza técnica, propició la creación del Consejo Nacional de Educación. Fue también de su iniciativa la reunión de una asamblea de profesores, maestros y peritos en educación, llamado Congreso Pedagógico, que habría de estudiar el estado de la educación en Un esos días, el ministro Pizarro fue sustituido por Eduardo Wilde, notorio anticlerical, incrédulo, y por ende, laicista. En las sesiones del año 1883, El Senado consiguió rechazar la reforma. Al año siguiente, el proyecto volvió a Los periódicos católicos « En el debate de la ley, el argumento principal de los partidarios de su implantación, fue la necesidad de no crearle problemas a la inmigración disidente, flojo argumento de Onésimo Leguizamón, en tanto podría haberse establecido el carácter optativo de la enseñanza religiosa, como lo había hecho la ley de la provincia de Buenos Aires de 1875. También se fundó en que no se le podía exigir a los maestros enseñaran una religión con la que no comulgaran. Otra objeción fácilmente rebatible, en cuanto en esos casos podía apelarse a los servicios de un maestro especial de religión, para dictar esta materia solamente. Los argumentos de los católicos se apoyaron en los postulados de Veamos otros aspectos de la ley. El ámbito de aplicación de la ley nº 1.420 fue La ley organizaba el gobierno escolar con el Consejo Nacional de Educación y con los Consejos Escolares de Distrito. El poder ejecutivo nacional nombraba directamente los vocales del primero, requiriendo el acuerdo del Senado para designar al presidente del organismo. Entre las funciones del Consejo, estaba dirigir la instrucción dada en todas las escuelas primarias de su jurisdicción, proponer el nombramiento de su personal, expedir los títulos de los maestros; etc. En cada distrito escolar funcionaría un Consejo Escolar de Distrito, integrado por cinco padres de familia designados por el Consejo Nacional de Educación; eran sus atribuciones el cuidado de la higiene y moralidad en las escuelas, proponer el nombramiento de directores, subdirectores y ayudantes, el manejo de los derechos de matrícula, recaudación de rentas, etc. La ley creaba un fondo permanente para sostener el presupuesto escolar, que así era desvinculado de cualquier eventualidad económica o política. Integraban ese fondo distintas fuentes de ingresos que la ley determinaba taxativamente. Se exigía que los integrantes del personal docente poseyeran diplomas expedidos por las autoridades competentes. Otros aspectos denotaban el afán de precipitar la ruptura cultural a la que nos hemos referido. Durante el ministerio de Wilde, en la primera presidencia de Roca, se suprimió la enseñanza del latín y del griego en las escuelas de nivel secundario. Al eliminar el último, se impuso el estudio del alemán. Wilde explicaría: «Es el idioma de la ciencia, de las verdades vivas del laboratorio. El griego es para nosotros pesado e inútil, como un lujo asiático. Nuestro primer deber es civilizarnos»656. Mientras tanto se iba imponiendo el aprendizaje de una historia europea, especialmente la medieval, americana y argentina, distorsionada. A ello se refirió Ernesto Palacio al escribir: «Sin historia, sin catecismo y sin enseñanza clásica, la ruptura con la tradición resultaba así completa»657. La familia No fue solamente la educación la que sufriera el ataque de los ilustrados miembros de la generación del ‘80, imbuidos hasta la médula de positivismo progresista. La familia fue el segundo gran frente abierto en la lucha contra las instituciones básicas. El preludio fue la sustracción a la iglesia de su secular misión de inscripción de los actos fundamentales de la vida humana, que iba acompañada con la administración de la vida de la gracia a través de sacramentos específicos en cada caso. Por ley no 1.565, dictada durante el año 1884, se creaba el Registro Civil de En 1888, por iniciativa del ministro del interior Eduardo Wilde, se sancionó la ley 2.393, que únicamente aceptaba como matrimonio válido el contraído ante un funcionario público. El Estado nacional, que de acuerdo a El ataque a fondo contra esta última calidad fundamental, se llevaría a cabo durante la segunda presidencia del general Roca. El diputado nacional Carlos Olivera 658, prominente figura de la generación del ‘80, miembro conspicuo del círculo áulico de Roca y Juárez Celman, fue quien presentó el proyecto de divorcio ad-vinculum, contemplando en su texto vastas causales que habrían de permitir con amplitud y comodidad la disolución de la familia argentina. Al defender su proyecto, la pieza que produjo se diluyó en un mero exordio anticlerical, sin que fundamentara la conveniencia de la adopción de la novedad que propugnaba. Después de las exposiciones de Barroetaveña, que llegó a decir que dicho proyecto terminaría «de una vez por todas con los cánones del Concilio de Trento y dado un paso más hacia la civilización»659, y de otros oradores, que se pronunciaron en pro o en contra del mismo, le cupo al joven diputado tucumano Ernesto E. Padilla convencer a la mayoría de los integrantes de su Cámara, de los graves inconvenientes que el divorcio vincular provoca. Apeló a la fibra patriótica de sus pares expresando: «Queremos una nación, algo que sea propio, algo que sea argentino como es el territorio, algo que tenga significado en nuestra tradición, su traducción en nuestra historia... Por eso debemos cuidar la familia, como el crisol donde se funden las ideas y se unifican las tendencias, manteniendo en ella la fuerza de las propias tradiciones, de las propias ideas, que se imponen y que triunfan, imprimiendo color y forma a la masa. Es allí donde se forja el carácter nacional, es allí donde, si puedo decirlo, late la esperanza de la patria»660. El rechazo de la iniciativa por apenas cincuenta votos contra cuarenta y ocho, permitió que en ese aspecto de la familia, se viera entorpecida la corriente que llevaba a la ruptura del cordón umbilical que nos mantenía aun unidos a la vida de la cultura que acunó nuestra infancia comunitaria. Conflictos con La implantación del laicismo fue uno de los motivos de grave enfrentamiento con Roca elevó las aulas de teología del Seminario de Córdoba al rango de facultad dentro de Al morir Esquiú en 1883, el Cabildo Eclesiástico nombró vicario al deán Jerónimo Clara, quien en una pastoral especificó que ningún padre católico podía enviar sus hijos a Estando el Delegado Apostólico de La integración nacional - Extensión de las fronteras La conquista del desierto no terminó en 1879. Continuó por largos años, por el sur y por el norte. Desértica no era solamente En una larga etapa, que duró décadas, Argentina fue incorporando algo así como cerca de la mitad de su actual territorio, en una gesta en la que participaron militares, civiles y religiosos que merecen el reconocimiento de En el sur, a mediados de 1879, se había llegado al río Negro y al río Neuquén. En 1881, durante la primera presidencia de Roca, el teniente coronel Clodomiro Villar, aventó los últimos malones en la zona de Hacia 1883 se había completado la ocupación de Neuquén y la zona del lago Nahuel Huapi 662. Enviado por el gobernador del territorio nacional de Entre 1884 y 1888, el capitán Jorge Fontana, a pedido de los colonos galeses de Chubut, recorrió y reconoció lo que es hoy la provincia, fundando la colonia 16 de Octubre. En 1890 el capitán C. Moyano reconoció la cordillera en la zona patagónica, determinando la línea de las más altas cumbres que Argentina sostenía, debía ser nuestro límite con Chile. De Santa Cruz sólo se conocía el litoral atlántico. En 1883 el mismo Moyano había recorrido zonas de este territorio descubriendo, entre otras cosas, las minas de carbón de Río Turbio, explorando también el Lago Argentino. Entre 1881 y 1885 el comandante Santiago Bove y el comodoro Augusto Lasserre reconocieron las costas de Tierra del Fuego 663. El interior lo fue por Ramón Lista, en 1886. Junto a las fuerzas armadas realizó gran labor asistencial, educativa, científica y cultural en La acción apostólica de estos esforzados varones se extendió hasta las zonas más sureñas: Santa Cruz, Tierra del Fuego y Malvinas. Hubo trece casas de religiosos, ocho de hermanas de María Auxiliadora, oratorios festivos, capillas, colegios primarios y secundarios, escuelas agrícolas, de artes y oficios, etc. Estrada, desde La presencia argentina en En el ámbito chaqueño existía una línea de fortines a la altura de Malabrigo y Sunchales, en Santa Fe, destinada a contener las invasiones de los bravos abipones y tobas. Hacia 1870, se fundó la colonia San Jerónimo, al norte de Malabrigo, que no resistió el ataque aborigen. En cambio, la establecida frente a Corrientes, entre 1875 y 1876, pudo hacerlo, y por ello se llamó Resistencia. En 1872 el gobernador santafesino, Simón de Iriondo, estableció la colonia Reconquista, y poco después, en 1879, el capitán Luis Fontana fundaba Villa Formosa, entre los ríos Bermejo y Pilcomayo, en la margen derecha del río Paraguay. Durante la gestión de Roca, el ministro de guerra Benjamín Victorica condujo una expedición, durante 1884, con el objeto de ocupar la actual provincia de Formosa, pero sólo con éxito parcial, pues aunque se establecieron algunos fortines, la indiada no pudo ser reducida, facilitados sus movimientos por la naturaleza selvática del área, se refugiaron al norte del río Bermejo. En este río se estableció una «línea militar», desde su desembocadura en el río Paraguay hacia el este, con una longitud de cerca de En 1888 esa línea llegaba a la provincia de Salta. Lorenzo Winter, gobernador del Chaco, en 1899, realizó una expedición contra los indios tobas y mocovíes quienes, refugiados en Formosa, asolaban el territorio de su mando. La expedición fue un éxito, pero no completo. Entre 1907 y 1908, al coronel Teófilo O’Donell se le encomendó una nueva campaña contra esos indios, con instrucciones de actuar primero pacíficamente, con el objeto de atraerlos al amparo del gobierno nacional y facilitarles el mejoramiento de su situación, debiendo usar de las armas en caso contrario. Los resultados de la misión de este coronel permitieron el retroceso de los aborígenes hasta el río Pilcomayo. Entre 1911 y 1912 el coronel Rostagno continuó la tarea de toma de posesión de Formosa: ocupó 3.200 leguas cuadradas, redujo pacíficamente 8.000 indios y construyó caminos, precarios puentes, telégrafos y fortines. En 1917 el ejército había concluido prácticamente su labor en el Chaco y Formosa. Sin embargo, la resistencia aborigen, aunque ya muy débil, se prolongaría con incursiones de los pilagás, entre 1930 y 1933 666. Los franciscanos continuaron desarrollando su tarea misional en estas regiones, que habían iniciado en la etapa hispánica 667. Problemas limítrofes En el período correspondiente a este capítulo, 1880-1916, Con Bolivia El arreglo de límites con Bolivia, efectuado por un tratado firmado por nuestro canciller Quirno Costa en 1889, le significó a Por un tratado del 2 de noviembre de 1898, ya en la segunda presidencia de Roca, deferimos al arbitraje la solución del litigio, y al año siguiente el ministro de los Estados Unidos en Buenos Aires, William I. Buchanan, dividió salomónicamente la extensa región, de 73.000 km2, en dos zonas de similar superficie, y adjudicó una a cada uno de los países en conflicto. A cambio de una zona que nos pertenecía, rica e importante como Tarija, «obtuvimos» la mitad del páramo que era Atacama, que también nos pertenecía, debido a la división que hubimos de soportar con intervención de un tercero. Con Brasil Con Brasil arrastrábamos una vieja cuestión limítrofe, la última de todas. Como las anteriores se habían perdido, computando las existentes otrora, entre España y Portugal, era de esperar esta vez una mejor suerte. El territorio en cuestión es un hermoso cuadrilátero que linda al norte con el río Iguazú, al sur con el río Uruguay, al este con los ríos San Antonio y Pepirí Guazú, que los brasileños mañosamente denominaban Chopin y Chapecó respectivamente, y al oeste con los ríos que hoy son denominados como San Antonio y Pepirí Guazú. Una zona de superficie aproximada a la provincia de Tucumán en la que, en 1980, si nos atenemos a las noticias periodísticas, se descubrieron napas petrolíferas. Por el tratado de San Ildefonso, firmado por España y Portugal en 1777, los ríos San Antonio y Pepirí Guazú eran en esa región los que por el este nos separaban de los lusitanos. Pero puestas las comisiones demarcadoras a la tarea de precisar cuáles eran esas corrientes fluviales, en una zona muy abundante en ellas, no hubo acuerdo, pretendiendo los portugueses ubicarlas más hacia el occidente de donde efectivamente se hallaban, con el evidente propósito de ganar la superficie cuadrilátera que hemos deslindado 672. Así quedaron las cosas hasta la presidencia de Nicolás Avellaneda, en que Brasil estableció colonias militares en la zona litigiosa. En 1882 nuestro gobierno creó el territorio nacional de Misiones comprendiéndola, y tras gestiones de arreglo diplomático de la cuestión suscitada, que incluyó el reconocimiento del terreno por una comisión mixta, cuya sede fue la ciudad de Montevideo, nuestro canciller, Quirno Costa, firmó un tratado en septiembre de 1889. Por sus cláusulas, Argentina y Brasil se comprometían a intentar llegar a un acuerdo definitivo respecto del litigio, en un plazo perentorio de noventa días. Pasado dicho plazo, si no había avenimiento, arbitraría en el litigio el presidente de los Estados Unidos, nación que en esos momentos «era en verdad un aliado directo del Brasil, al tiempo que competidor económico y adversario de Como consecuencia de lo pactado, el 30 de enero de 1890, ambas partes firmaban otro tratado, llamado de Montevideo, por haber sido signado en esta ciudad, por el cual Argentina y Brasil se repartían en partes, más o menos iguales, el territorio en disputa. Pero hete aquí que en Brasil se alzó virulentamente la opinión pública contra esta solución, a pesar que ella entregaba a ese país un área que pertenecía a Mal defendida Argentina ante el arbitro, como lo ha demostrado Scenna, suficientemente 674, el presidente de los Estados Unidos, Grover Cleveland, falló, en 1895, concediendo a nuestro adversario en la emergencia, toda el área litigiosa. Años después, el historiador Emilio Ravignani se sorprendió al encontrar en el archivo de nuestra cancillería, un gran acopio documental, que demostraba fehacientemente los derechos intergiversables de Argentina sobre ese territorio precioso definitivamente perdido. Ravignani narró que sus ojos se llenaron de lágrimas al advertir que ese legajo no había sido ni siquiera leído, y por ende mucho menos utilizado, por los encargados de defender los derechos sagrados de Con Chile La solución fue mucho más trabajosa y larga, y aun hoy, zanjado perdidosamente el problema del Beagle, subsisten algunas diferencias. Si como expresa Ernesto Quesada: «El principio del utí possidetis juris ha sido aplicado en las controversias de límites entre todas las naciones americanas de origen español: fue adoptado como regla del derecho positivo desde el primer tratado, reconocido e incorporado al derecho internacional por los congresos de plenipotenciarios americanos»676, Chile debió haber quedado reducido a ser lo que era El tratado de 1881 significó precisamente la concreción de un gran sacrificio territorial argentino, con la pérdida de los derechos a discutir el territorio al sur del Bío Bío, más el estrecho de Magallanes que nos pertenecía, la mitad de Tierra del Fuego e islas adyacentes en el Pacífico, y al sur del canal de Beagle, que también nos pertenecían. Es que durante la etapa del Virreinato, toda la zona aledaña al Estrecho fue gobernada desde Buenos Aires. El propio ministro de relaciones exteriores de Roca, Bernardo de Irigoyen, protagonista de la solución arbitrada, reconoció: «Las concesiones que hicimos fueron deliberadamente acordadas en favor de la paz y de los intereses comerciales de esta parte del mundo. En la región sobre la que admitieron el debate los gobiernos anteriores al que tuve el honor de representar, fue que se estipuló la transacción de 1881, conservando esta República una parte, y reconociendo la otra a Chile»678. El diario «El Nacional» opinó: «el tratado consagra un triunfo pleno y completo de la diplomacia de Chile», haciendo lo propio « Irigoyen reconoció que, incluso, actuó sin conocimientos precisos sobre la zona objeto del conflicto; en carta de 1876 confesaba al presidente Avellaneda, del que era a la sazón ministro de relaciones exteriores: «Le declaro que me encuentro en una posición difícil, por no decir desairada, cuando tengo que tratar las cuestiones internacionales... Hoy tenemos las dificultades con Chile y estamos sin más datos que los de la época colonial: no tenemos un informe científico, un viaje, un reconocimiento siquiera al que podamos dar pleno crédito». Y en 1892, el ministro de relaciones exteriores admitía: «lo que guardan las montañas argentinas y la gran cordillera que debe separarnos de Chile, es en mucha parte menos conocida de nosotros que las montañas lunares que el telescopio nos revela»679. Es debido a esta falta de nociones e información, que el artículo 1° del tratado de 1881 entre Argentina y Chile especificaba: «El límite entre Chile y Se estableció que el Estrecho de Magallanes sería chileno, salvo el extremo oriental, pero quedaría neutralizado, no pudiendo Chile artillarlo, mientras que la costa atlántica de El trazado concreto de los límites en la cordillera, originó serios problemas. Hasta Tierra del Fuego el límite eran las altas cumbres que dividían las aguas, pero resulta que a partir del paralelo de 40°, no siempre las altas cumbres dividían las aguas. Cuando en 1888 se nombraron las comisiones demarcadoras, Argentina insistió en que el límite tradicional eran las altas cumbres, y Chile el «divortium acquarum». Las diferencias involucraban la posesión de un extenso territorio de 94.000 km2. En marzo de 1893 se firmó un protocolo adicional al tratado de 1881, por el cual se declaró que Chile no podía pretender punto alguno sobre el océano Atlántico ni Argentina sobre el Pacífico. Pero en la parte cordillerana subsistieron serias diferencias entre el perito argentino Francisco P. Moreno y el chileno Diego Barros Arana, el primero aferrado a las altas cumbres, que había sido la divisoria tradicional, y el segundo a la división de las aguas. En 1896 se acordó entre ambos países deferir al arbitraje de la reina de Inglaterra el litigio, si los peritos persistían en no entenderse 680. No obstante el acuerdo, en previsión de un posible conflicto armado con Chile, que estaba en condiciones técnicas superiores para afrontar tal evento, pues poseía una escuadra con siete acorazados y un ejército fogueado en la guerra del Pacífico, el presidente José E. Uriburu ordenó la compra de nuestros primeros acorazados, la construcción de un puerto militar en las inmediaciones de Bahía Blanca y el trazado de un ferrocarril que llegara a Neuquén. Además fueron convocados 1.800 oficiales y 20.000 conscriptos para realizar entrenamientos bélicos en Curamalal. Todo esto entre 1895 y 1898. Los belicistas chilenos incitaban a una pronta guerra para evitar que Argentina lograra su rearme; pero el presidente Federico Errázuriz, todo un prudente patriota, no escuchó esas voces. Al terminar su presidencia en 1898, Uriburu, había logrado cierta paridad en materia de armamentos y escuadra de guerra. Su sucesor, el general Roca, elegido entre otras cosas por su pericia militar, ante la eventualidad de un conflicto con Chile, decidió reunirse con su similar chileno, Errázuriz, encuentro que se produjo en Punta Arenas en 1899. Ambos presidentes produjeron el hecho conocido como «abrazo del Estrecho». Pero había otra cuestión. La guerra del Pacífico había terminado con la firma del Tratado de Ancón, entre Chile y Perú, y el de Tregua, entre Chile y Bolivia. Chile, vencedor en la guerra, por esos tratados, se había quedado por diez años con el litoral boliviano sobre el Pacífico, lo que enclaustró a dicho país, y con los distritos peruanos de Tacna y Arica. Se comprometió a los diez años a realizar plebiscitos en ambas zonas, para resolver en definitiva la suerte de esas áreas. El plazo había vencido en 1893, y Chile no había cumplido con su compromiso. A partir de allí, especialmente entre 1900 y 1901, la opinión pública argentina acompañaba con calor a los dos países hermanos en su demanda frente al expansionismo chileno. La prensa trasandina y la argentina se pusieron belicosas. Los chilenos acusaron a Argentina de supuestas actividades en la zona disputada del lago Lacar. Hubo actos de adhesión y homenajes a Perú y Bolivia en Buenos Aires. En 1901 se reunió en Méjico Hacia mediados de 1901, fuerzas militares chilenas construían caminos en la zona disputada con Argentina. Nuestro ministro de relaciones exteriores, Amancio Alcorta, protestó airadamente, y el peligro de la guerra se hizo de aquí en más, inminente. Ambos contendientes intensificaron su compra de armamentos. Argentina convocó sus reservas, y el 10 de diciembre se sancionó la ley de servicio militar obligatorio. La opinión pública, mayoritariamente, sigue la opinión de Zeballos, quien afirma en una conferencia: « En ese diciembre de 1901, la guerra parecía inevitable. El 24 de ese mes, nuestro representante en Chile, Epifanio Portela, abandonó la legación argentina en Santiago, y el 25 el ministro de guerra Pablo Ricchieri hizo firmar al presidente Roca el decreto de movilización general. Según Indalecio Gómez y Victorino de En los famosos «Pactos de Mayo», que firmara con Chile en mayo de 1902, Argentina se comprometió a «respetar en su latitud la soberanía de las demás naciones sin inmiscuirse en sus asuntos internos ni en sus cuestiones externas». Con lo que aceptábamos tácitamente la expansión chilena en relación con sus avances territoriales sobre Bolivia y Perú. En contraposición, Chile prometía no expandirse territorialmente, salvo «el cumplimiento de los tratados vigentes», haciendo alusión a los de Ancón y Tregua. Además, ambas naciones convinieron aceptar el arbitraje británico en la controversia limítrofe, y a limitar sus armamentos, renunciando por cinco años a comprar o construir buques de guerra, que para peor, nos descolocaba frente a Brasil. El juicio de Palacio es lapidario: «Si bien los ‘pactos de mayo’ tuvieron la virtud de impedir una guerra para la que no había a la sazón motivo suficiente, no hay duda que la extensión de los compromisos que por ellos adquirimos significaron una disminución de nuestra personalidad internacional, de acuerdo con la más genuina tradición del régimen»682. Personalidades notables condenaron los Pactos: a las ya mencionadas favorables a apoyar a Bolivia y Perú, agregaremos las de Mariano Demaría, José Nicolás Matienzo, Vicente Gallo, Matías Sánchez Sorondo, Lisandro de En noviembre de ese año 1902, se conoció el arbitraje británico: de los94.000 Km, 40.000, serían para Argentina y el resto para Chile. Sin embargo, algunos problemas subsistieron, como la posesión de las islas Nueva, Picton y Lennox, que para Chile estaban al sur del canal de Beagle y para nosotros no. En realidad, lo que buscaba Chile era proyectarse sobre el Atlántico con la posesión de dichas islas 683. Con Uruguay El problema fue la soberanía sobre el río de En 1907 hubo incidentes. Zeballos, a la sazón nuestro canciller, veía la mano de Brasil detrás de Uruguay. La misión de Roque Sáenz Peña a Montevideo en 1910, logró la firma de un protocolo que dejaba librado al futuro el arreglo de la cuestión. Organización de los territorios nacionales En 1862, por ley no 28, se estableció que el Congreso fijaría los límites de cada provincia; se determinó que las tierras fuera de ellas serían nacionales. En 1869 el senador Oroño proyectó la creación de cinco territorios nacionales: En 1878, ante el reclamo de algunas provincias que habían avanzado ocupando con habitantes el «despoblado» respectivo, se decidió prolongar la provincia de Buenos Aires en 2.000 leguas, Mendoza en 1.600, Córdoba en 1.600, San Luis en 400 y Santa Fe en 300. En ese mismo año se creó el territorio nacional de En 1884, durante la primera presidencia de Roca, por ley n° 1.532 se dividieron los «despoblados» en nueve gobernaciones: Aquella ley también organizaba los territorios nacionales. Al frente de cada uno de ellos se colocó a un gobernador, nombrado por el poder ejecutivo nacional con acuerdo del Senado, que duraba 3 años, pudiendo ser reelecto. No tenía independencia administrativa y menos política: era un funcionario que dependía del ministerio del interior, que dictaba reglamentos y ordenanzas para el fomento y seguridad del territorio, bajo la supervisión de ese ministerio, haciendo cumplir las leyes nacionales. Era jefe de la policía y su sede sería la capital del territorio. Cuando éstos llegaran a los 30.000 habitantes, podían tener legislatura, con limitadas atribuciones. En la práctica, al llegar a esa población, los territorios nunca instrumentaron ese organismo. En pueblos con más de 1.000 habitantes, habría consejos municipales elegidos por el pueblo, que recaudarían los impuestos. En cada capital existiría un juzgado letrado, y en los distritos con más de 1.000 habitantes, un juzgado de paz. Así se irían preparando los territorios para cuando les llegara la oportunidad de convertirse en provincias, cosa que ocurriría al llega a los 60.000 habitantes, previa decisión del Congreso de Consolidación del gobierno nacional A partir de 1880 cesa la larga lucha civil que asoló a nuestra República prácticamente desde sus albores. El proceso de consolidación de las instituciones mucho tuvo que ver con la figura del general Roca, militar y político consumado, que inauguró su período de gobierno bajo el lema «paz y administración». La ciudadanía, en la década de El clima de progreso material que se vivió en la época, en ciertos aspectos ficticio, como se verá, contribuyó a que la autoridad nacional se afirmara. Pesaron también otros factores: la llegada del aluvión inmigratorio de italianos y españoles, que venían a trabajar duro sin importarles la brega cívica; la extensión de las vías ferroviarias, que fue conectando a las fuerzas de seguridad con rapidez hasta los lugares más alejados de En el próximo capítulo haremos un rápido recuento del avance del ejército en cuanto a organización, capacidad operativa y alta técnica a partir de la fundación del Colegio Militar en 1870, lo que posibilitó que se convirtiera en agente que, como ninguno, contribuyó a mantener una disciplina social avanzada, con el consiguiente fortalecimiento del poder político. |
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