La Imagen Olvidada . Rosario Antigua
Epilogo
“Que no porque esté oscura. Pierde el ser hermosura, la hermosura” Quiero terminar el libro como lo empecé exponiendo en primera persona. Intenté hacerlo en forma sencilla y concreta evitando el lenguaje especializado que aleja la comprensión del común de la gente. Algunos hechos y circunstancias se hayan repetidos a los efectos de remarcar su importancia. No dejaré de lado, por supuesto, mi opinión personal sobre la historia narrada basándome en firme propósito de que todos debemos juzgar por nosotros mismos. Siempre me he manejado con sinceridad manteniendo la más honesta objetividad, debido que nuestro relato debe ser analizado sobre los carriles de la verdad y a veces qué difícil es encontrarla cuando se dispone de documentos e informaciones válidas en algunos casos y de polémicas o inexistentes en otros. Recurrí entonces a mis más profundas convicciones recordando y guiándome por aquello: Dios nos dice que la verdad está en el corazón del hombre. La realidad necesita para ser encontrada un buen método y nada mejor que basarse en el análisis de la misma con la razón y la fe, y considerando a la ciencia como un sistema de conocimientos verdaderos y ciertos de las cosas por sus principios y causas, y a la fe como una virtud fundamental que indica una luz con que, sin ver, creemos lo que Dios dice y lo que nuestra creencia religiosa nos propone, utilicé este camino como el más adecuado. El Papa Juan Pablo II nos cautiva cuando expresa “la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”. Por su parte Santo Tomás de Aquino sostiene que el hombre tiene dos medios para tratar los enigmas de la vida humana: la razón y la fe y por una combinación de ellas el hombre puede conocer todo lo que necesita conocer, siendo esta posición una de las grandes piedras angulares del pensamiento humano. Una buena amalgama llega profundamente al corazón de las personas cuando está formada por lo que se razona y se siente. Salvador Merlino, con delicado romanticismo, lo dice: “no hay ojo humano que haya visto al tiempo, ni mano de hombre que lo haya tocado. Pero el tiempo existe y lo sentimos como la presencia de Dios en cada flor que se enciende y en cada esperanza que se aleja”. Sin duda, toda empresa humana es un acto de fe. Señalé en mi tarea todos los esfuerzos y labores realizadas, pero además, he conocido personas, entidades y zonas referenciales y me he sumergido en hechos y acontecimientos que necesariamente impactan, logrando ser fuertemente atraído en mi espíritu por esa talla de madera del siglo XVIII, de figura sencilla, tal vez humilde, de trascendente presencia en la historia de Rosario. Nostalgias provocan determinados hechos históricos que sembraron nuestras más puras tradiciones, y nos llevan, con entereza y vigor varonil, a recordar con un toque de melancolía lo que nos transmitió Gustavo Adolfo Bequer: “Cuando volvemos en fugaces horas del pasado a evocar, temblando brilla en nuestras pestañas una lágrima pronta a resbalar”. Opinión personal: Bajo ningún concepto voy a eludir mi opinión sobre el tema fundamental de este libro. Se podrá coincidir o no sobre ella, pero la controversia leal será siempre fecunda y asegura la seriedad del intento. Ante ello y recordando permanentemente que la obra del hombre es la verdad, la belleza y el amor, forjando una filosofía de vida cuyo espíritu fortalece la honrosa altivez de los hombres libres, afirmo profundamente, sobre la base de la documentación y testimonios hoy existentes, acompañado por un sinnúmero de hombres y mujeres y de muchos académicos que se atreven a penetrar en los misterios de la vida; que Así lo pienso. Así lo siento. Así lo digo. |
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