Presidencia del Gral. Justo José de Urquiza
Juicio sobre el período urquicista
 
 

Todo cuanto aconteció durante la primera presidencia constitucional argentina, y que sucintamente hemos expuesto, no fue sino el proceso originado por el pronunciamiento de Urquiza del 1º de mayo de 1851 y la victoria de la coalición entrerriano-brasileña en Caseros. Julio Irazusta ha sintetizado el estado del país durante el bienio 1849/50 166, que quizás hubiera permitido a Rosas, auxiliado por Urquiza, jefe bizarro éste del ejército de la Confederación, consolidar definitivamente la soberanía político-económica argentina, reconstruir al menos en parte la integridad territorial del ex Virreinato del Río de la Plata, y organizar definitivamente al país sobre la base de la plataforma jurídica consuetudinaria elaborada por el Dictador durante veinte años, tomando como punto de partida el Pacto Federal del 4 de enero de 1831. Pensamos que si Urquiza se hubiera avenido a continuar secundando la política de Rosas, habría contribuido ciertamente a dar cima a un Estado poderoso, rector de una Nación unida, libre y satisfecha, y a prepararse la sucesión tranquila del mando de una sociedad política con muchos de sus graves problemas solucionados. Llevado por las insinuaciones de los emigrados, por la impaciencia de sus ambiciones personales y por una errada intuición, buscó en la alianza con el Brasil el medio que le posibilitara llegar al poder. Púsose así a navegar en las peligrosas aguas de la diplomacia del Imperio, nuestro secular antagonista en el momento poco oportuno en que la Confederación, con las relaciones diplomáticas rotas afilaba su espada para exigirle respeto en todos los aspectos, pero especialmente en el territorial, fluvial y de la política internacional continental, en general y platense en particular.


Caseros, que Ernesto Palacio considera como “una derrota nacional y la frustración temporaria de nuestro destino” 167, significó la quiebra de la resistencia del régimen rosista a la sanción de una Constitución por medio de un cuerpo deliberativo. Dicha resistencia se había fundamentado en que los sucesivos congresos habían sido caldo de cultivo de discordias y conatos antinacionales. Se abrió así el camino al Congreso Constituyente de Santa Fe, cuyo fruto, la Constitución del 53, fue pagado a un precio demasiado alto: pérdida de extensos territorios, establecimiento de la libre navegación de los ríos interiores, concesión de privilegios al extranjero, apertura del país a la avidez del capital anónimo 168 y postergación sine die del desarrollo pleno de las posibilidades económicas del país en el campo de la industrialización.


En el curso de este trabajo ha podido verse un panorama de las primeras consecuencias de la actitud tomada, por Urquiza al rebelarse en 1851. Durante su presidencia se asiste, en el plano político, al resquebrajamiento de la unidad paciente y vigorosamente lograda en el período anterior. Una Confederación y un Buenos Aires separados que pudieron haber terminado definitivamente segregados. Incluso la Nación estuvo expuesta a una balcanización de no haber reaccionado el instinto patrio a tiempo. Ese instinto patrio incubado en las horas heroicas de la lucha por la independencia contra la Madre Patria y contra el bloqueo franco-inglés. Si ramas maestras como el Alto Perú, la Banda Oriental y el Paraguay se habían desprendido del tronco común, bien pudo pasar lo mismo con Buenos Aires o la Mesopotamia o el Chaco o la Patagonia o el Norte. Caseros nos dejó casi como en 1820. Sólo nos salvó del despedazamiento un aspecto nacido entre uno y otro hito histórico: el sentimiento nacional que brotó fecundo entre ambas fechas y que en 1852 nos hacía sentir partes de un mismo todo.


En ese mismo plano político obsérvese que la misma Constitución sancionada, que hemos calificado como fruto del pronunciamiento, no significó instrumento de democracia estable y garantía de las libertades locales, pues desde el instante mismo en que comienza su aplicación a la realidad concreta, se inician los procedimientos electorales fraudulentos y las intervenciones federales indiscriminadas, con lo que el observador puede preguntarse en que consistía la vigencia del nuevo orden jurídico fundamental implantado si se comenzaba por violar desde la base el régimen representativo republicano y federal consagrado en el artículo primero. Tampoco, desafortunadamente, el nuevo estatuto terminó con la preponderancia de Buenos Aires. Este proceso no alcanza a perfilarse en esta presidencia. Desde Pavón en adelante, por el contrario, el predominio del Puerto se acentúa hasta tomar proporciones que algunos autores no han trepidado en calificar de monstruosas, especialmente desde el 80 en adelante. Y la que hasta promediar el siglo había sido la hermana mayor dueña de la Aduana y con ella de la llave del tesoro, detenida en intentos de mayor hegemonía por las ciudades de tierra adentro de efectiva vida autónoma en lo político y de fecunda actividad artesanal en lo económico, se convertiría en la despótica hermanastra que ahogaría con violencia y venalidad electoral esa vida autónoma, en la despótica hermanastra que a fuerza de libre cambio e influencia usuraria, transformaría en “provincias pobres” a las otrora autosuficientes economías locales. Es verdad que esto no se vislumbra en esta presidencia como se ha dicho. Pero los sucesos de San Juan son un augurio, y la indigencia del tesoro de la Confederación y la estrechez en que se desenvuelve la vida material en las provincias en este periodo, con arrendamiento final de las aduanas a Buschental por ejemplo, son algo mas que un preanuncio de la futura mezquindad de medios con que el interior desenvolverá su vida en un futuro inmediato.


Hemos tratado, ya que de plano económico-financiero hablamos, de bosquejar las penurias de un erario dilapidado en nuevas estériles luchas fratricidas, con una Confederación esquilmada en las horas próximas a Cepeda, golpeando a las puertas del Imperio en 1857 para lograr patacones a cambio de concesiones que será mejor no adjetivar, golpeando a las puertas del mismo Paraguay para hacerse de unos barcos y unas armas para enfrentar al enemigo interno, comprometiendo la soberanía nacional sobre el actual territorio formoseño. Mientras que como producto de la caída de las barreras aduaneras en Buenos Aires, el país vuelve a sumirse en la casi fatalidad de un destino exclusivamente pastor, sin ningún frente abierto a la posibilidad de un desarrollo manufacturero, ni aún elemental. Destino de proveedores de materia prima barata a los clientes europeos a quienes les abriremos de par en par las puertas de la tierra, con total libertad para el tráfico, y a quienes incluso les facilitaremos la autonomía de movimiento concediéndoles las vías férreas y la libre navegación fluvial, como les facilitaremos el manejo de los resortes monetarios y del crédito a fuerza de concesiones bancarias y empréstitos. De todo esto fue embrión la presidencia Urquiza. El futuro desenvolvería estos términos con una dinámica que estremece.


Finalmente, en el orden del manejo de las relaciones internacionales, se asiste durante este período al espectáculo de un Brasil que se cobra los buenos dividendos que le reporta su colaboración en el derrocamiento del sistema confederal, y de una Europa que asiste diligentemente a dicha operación de reparto deseosa de no quedar rezagada y obteniendo efectivamente claras ventajas.


La lucha entre los gobiernos de Paraná y Buenos Aires, es una circunstancia de debilidad aprovechada por las hábiles cancillerías brasileña, inglesa, francesa y norteamericana, para obtener una libre navegación de los ríos que ellas no habían concedido a nadie; territorios; reanudación del pago de viejos empréstitos; contratación de nuevos; libertad de comercio; neutralización de bases militares como Martín García; concesiones bancarias efectivas para sus súbditos y proyectos de concesiones ferroviarias para éstos, en condiciones harto favorables que pronto convertirían en realidad; alianzas para imponer tutorías en países hermanos, etc.


En este último aspecto, Uruguay fue pieza elegida en las combinaciones políticas patrocinadas por el Imperio, quien luego de Caseros tuvo en sus manos la posibilidad de pensar y actuar relativamente a la ex-provincia Cisplatina con una libertad de movimientos añorada durante el interregno rosista. Siempre presente en este período la diplomacia de Río de Janeiro en Montevideo, a veces del brazo con Urquiza, buscó anarquizar la Banda Oriental para crear el clima propicio a sus intenciones anexionistas. Incluso hizo sentir la fuerza de su ejército cruzando la frontera y ocupando la nación hermana, señoreando su escuadra en el Plata a todo lo largo de la costa oriental en desplantes inadmisibles. Fue el principio de una política que años después coronaría la potencia esclavista cuando convirtiera a Paysandú en una hoguera, Y si con Paraguay no se llegó momentáneamente a tales .extremos, se debió a que el estado guaraní contaba con la astucia y la intransigencia de Don Carlos, y el patriotismo endurecido de su pueblo. Pero aquí también todo llegó como un efecto de las dianas de Caseros. En 1870 terminaría la guerra de la Triple Alianza, porque “ya no había en el Paraguay varones mayores de diez años”.


Mientras la codicia internacional rodeaba el solar patrio y sus aledaños, los argentinos debíamos concretarnos a ver surcar las aguas del Paraná por las flotas de guerra de Brasil primero, de Estados Unidos después, rumbo a Asunción, donde debían cumplir misiones de intimidación. Se recordará la, frase del General Guido ante el hecho: “Me parece un sueño lo que estoy presenciando”. Era todo el símbolo de una época. Para aquellos en cuyos oídos aún resonaban los cañones de Obligado, aquello no podía ser sino un sueño.