1. Las raíces históricas
La Providencia quiso que el descubrimiento correspondiera a la nación que durante todo el siglo XVI, crucial en la conquista, alcanzaría sin lugar a dudas el primer rango dentro del concierto europeo, y mundial, en lo territorial, en lo político, en lo económico, en lo militar, en lo Intelectual, en lo espiritual y aún en lo artístico. España fue la superpotencia de esa hora, después de una apasionante evolución milenaria. Superadas las oscuras etapas prehistóricas, entró en la edad de hierro por Imperio de un pueblo Invasor, el celta, que, mezclando su sangre con las tribus íberas preexistentes, originó la estirpe celtíbera, base de la composición racial de las comunidades hispanas. Esa estirpe se asomó a los avances culturales de Oriente entre los siglos VIII y VI antes de Cristo: sucesivamente, fenicios, griegos y cartagineses se asentaron en sus costas mediterráneas y le dejaron sus aportes comerciales, navieros, artísticos. Y cuando el meridiano de la historia comenzaba a pasar por Roma, los españoles resistieron largamente el intento anexionista latino, que quedó definitivamente sellado hacia el comienzo de la era cristiana, después de una durísima defensa dos veces centenaria que revela los quilates guerreros de los celtíberos.
España, convertida en provincia del Imperio, recibió indirectamente a través de éste la influencia del pensamiento y del arte griego ya florecidos, y directamente de Roma elementos de unidad: tales la concepción político-administrativa, el derecho, la lengua del Lacio, las construcciones monumentales, en especial las carreteras, los propios dioses. Recibe, pues, valiosos elementos culturales de la metrópoli, pero le llega a dar también emperadores brillantes como Trajano, Adriano y Teodosio el Grande, y pensadores del fuste de Séneca; además se constituye en insigne provincia romana pues absorbe lo importado sin perder su estilo. éste se vería realzado por la Fe de Cristo, que llega, concomitantemente con el proceso de su Incorporación al Imperio, de la mano y de la boca de aquella Iglesia de los Apóstoles representada por Santiago y otras numerosas expresiones del martirio y de la santidad. Esa Fe fue penetrando en las comunidades íberas y les imprimió un carácter que será cardinal en la conformación cultural de la hispanidad.
El cristianismo se constituiría en la levadura, en el espíritu de una realidad que en la etapa provocada por la invasión de los bárbaros visigodos, 400 a 700 de nuestra era, se manifestaría a través de Isidoro de Sevilla, paradigma de esta época y verdadero fundador del derecho político español cuando le espetaba al rey Recaredo esta advertencia: “Rey eres si respetas el Derecho, y si no, no lo eres”, sentencia recogida por el Fuero Juzgo. Los visigodos, lo más refinado del mundo bárbaro, hicieron su contribución cultural y racial a Iberia. Pero esa contribución no sería la última.
2. Decisivos tiempos medioevales
A principios del 700 se produce la irrupción árabe a la península Ibérica, con lo que ésta se transformará durante ocho siglos en frontera oeste de la Cristiandad europea, asediada por distintas parcialidades bárbaras prácticamente por los cuatro costados, sitio del que saldrá finalmente airosa. En España, esa resistencia secular a la cultura y al brazo armado del Islam transformó a los habitantes de los distintos reinos Hispánicos, según la calificación de Menéndez y Pelayo, en pueblo de teólogos y soldados. Ese acendrarse en la Fe y en la milicia caballeresca fue preparando a la Madre Patria para su destino de grandeza en un medioevo pleno de expresiones de santidad y bizarría que darían sus óptimos frutos en otros órdenes. En lo político, se profundizó la herencia conceptual de San Isidoro: los reinos españoles fueron Estados de derecho con reyes que sabían que su oficio debía enderezarse al logro del bien común, y donde la participación popular tuvo cauce en las Cortes y en los concejos o cabildos. En lo jurídico, esa concepción del reino como Estado de Derecho permite Incluso abrir senda al aporte popular en la conformación de la costumbre como fuente del Derecho y prepara él ambiente para el florecimiento de monumentos Jurídicos como el Código de las Siete Partidas de Alfonso El Sabio, de perdurable vigencia en el encuadramiento legal de la vida española y americana, que facultan calificar a la Madre Patria como hija dilecta de Roma en este campo. En lo social, se advierte en la España del medioevo una más rápida liberación del hombre que en el resto de Europa y una mayor movilidad entre los sectores. La servidumbre, que suavizó la situación de la esclavitud heredada del mundo pre-cristiano, va desapareciendo en España más aceleradamente que en el resto del continente y dando paso al campesinado libre: En el campo cultural propiamente dicho, aparecen en esta etapa los distintos Idiomas ibéricos, uno de los cuales, el castellano, se transformaría en lengua nacional, instrumento del anónimo Cid Campeador, con el que se expresaron luminarias como Gonzalo de Berceo, el Arcipreste de Hita y el Infante Juan Manuel, entre otros, cuyas producciones son como un anuncio del Siglo de Oro Inmortal de la lengua de Cervantes. Catedrales, palacios y mezquitas, bajo el Influjo de los estilos románico, gótico y mudéjar, son aun testigos de un florecimiento artístico Impresionante, mientras la pasión por la sabiduría, a partir del siglo XIII. Iría sembrando de universidades el suelo Ibérico, donde se formarían expresiones destacadas del pensamiento y de la ciencia; todo, en un clima de libertad notable para la época, con centros como Toledo, donde supieron convivir sabios cristianos, hebreos y musulmanes. Y en lo económico, el concepto de persona humana aceptado, que exige subordinación de lo material a lo espiritual, va logrando que el trabajo no sea considerado una mera mercancía más sujeta a la ley de la oferta y la demanda; así nació en las ciudades el principio del justo salario, que la original institución de los gremios, novedad medioeval, defenderá. También, los municipios y los gremios saldrán en defensa del consumidor, con lo que se abrió paso la noción del Justo precio. Economía de producción, y no de especulación, que abomina de la usura, a la que considera delito grave; economía de signo humano, que iría modificando el propio concepto romano, quiritario, de la propiedad, poniéndole primitivo fundamento a la idea de función social de la misma, que se agregaba a la tradicional función individual: esquema conceptual sobre el que trabajaría la escolástica. Y completando este cuadro panorámico de los valores que el medioevo español desarrollaría, en el ámbito asistencial no pueden dejar de mencionarse, por un lado, las cofradías, verdaderas expresiones de solidaridad, especie de sociedades de socorros mutuos de aquellos tiempos, auxilio del hombre en sus múltiples requerimientos de índole corporal y espiritual; y, por otra, los monasterios, que desempeñaron simultáneamente funciones hospitalarias, de asilo, escolares, de biblioteca obligada, de albergue para el viajero; y no pocas veces de taller, granja, academia, leprosario.
3. Los Reyes Católicos
Ese mosaico de reinos que fue la Iberia del medioevo llega así a la segunda mitad del siglo XV dividido en Castilla, en franca decadencia, en Aragón, robustecido por sus conquistas en Italia, que iban convirtiendo el Mediterráneo en un mar bajo su férula, y en tres reinos menores;
Navarra, Portugal y Granada; éste, en el sur español, último baluarte del Islam.
La Castilla de la primera parte del siglo XV presenta dos reinados. Juan II, monarca entre 1406 y 1454, debe luchar contra la levantisca nobleza que anarquiza el reino; se apoya en el brazo fuerte y en la mente lúcida de don Alvaro de Luna, a quien luego traiciona, entregado, como estaba, a la vida frívola. Su sucesor, Enrique IV, que reina entre 1454 y 1474, no es mejor. La nobleza crece en ínfulas frente a un monarca sin vocación política, que repudia a su primera esposa, la estéril Blanca de Navarra, y toma a Juana de Portugal como a su segunda mujer, de cuya hija, también de nombre Juana, todo el reino murmura no ser descendiente del rey, sino del favorito Beltrán de la Cueva; por ello, la niña Juana será para el vulgo “la Beltraneja”. Esta es declarada heredera de la corona ante la oposición de la nobleza, que califica al rey de impotente; y el débil monarca, cediendo a la presión, anula lo acordado y confiesa de esta manera sus limitaciones, con lo que logra solamente que la nobleza lo acuse de sodomía. Murió a poco envenenado. Tan lamentable y trágico reinado terminó con una lucha armada entre la parcialidad que apoyaba los derechos de la Beltraneja y quienes se inclinaban por la candidatura de Isabel, hermana de Enrique IV. Estos últimos triunfaron, e Isabel subió al trono.
ésta, que había contraído matrimonio con el heredero de la corona de Aragón, Fernando, cuya espada había contribuido poderosamente al encumbramiento de su consorte, fue una rara expresión femenina, en la que se dieron cita talento, firmeza y virtud. Complementóse admirablemente con las aptitudes políticas y guerreras de Fernando. Dice Terrero que “los Reyes Católicos gobernaron durante treinta años Castilla y Aragón, y este reinado puede reputarse por uno de los más gloriosos de cuantos ha tenido España. Al desconcierto sucedió el orden, a la flaqueza del poder, la energía, y se puso más de relieve por el contraste con la anarquía del período enriqueño que venía a cancelar. Se pasó a una era de espléndidas esperanzas que pronto se trocaron en tangibles realidades. Alboreaba una nueva Edad” 5. En efecto, en esta etapa España logra la unidad y el orden Indispensables para cualquier política de grandeza. Los reyes conquistaron Navarra y Granada y encauzaron los bríos de la nobleza con estas luchas, con la conquista de América y con las guerras europeas; los que, levantiscos, no aceptaron cumplir con su función militar fueron sometidos con rigor. La Corte fue un ejemplo de austeridad y sencillez, con lo que se afianzó la justicia y se reformó el clero, al que se lo redujo a la austeridad, a la disciplina y. en el caso del clero regular, al cumplimiento de las respectivas reglas. Se desarrolla en lo intelectual, literario y artístico una labor cultural de ribetes humanísticos sorprendentes, a cuya cabeza estaba Isabel. España lograba así el nervio y el alma que le permitirían volcarse a América, construyendo un Imperio que sería la primera potencia mundial en el siglo XVI y aun, en parte, del siglo siguiente: “Las tres generaciones representadas por los reinados de los primeros Habsburgos, Carlos I (1517-1556), Felipe II (1556-1598) y Felipe III (1598-1621) presiden la época áurea de la historia de España, caracterizada por su hegemonía en el mundo” 6.
4. La primacía mundial
Esa preponderancia ibérica no fincaba solamente en una extensión territorial que abarcaba buena parte de Europa y América y sectores de Asia y áfrica, en una envidiable unidad política, en la cabeza de la cual se hallaron dos príncipes de la talla de Carlos 1 y Felipe II, en ejércitos y escuadras potentes y bizarros, en una riqueza acrecentada por los tesoros brindados por América, en pensadores y Juristas de gran nivel, en artistas que generaron todo un Siglo de Oro en literatura y la gloria de una pintura con ejemplares como Velázquez, Murillo y El Greco 7. Inclusive, fue más que eso: fue la experiencia de una superpotencla que no se movía por la fuerza del dinero, de las armas, o de la propaganda, o la insidia, como únicos Instrumentos de poder. Este Imperio, en su hora más memorable, se motivó desde la Corte para abajo, hasta abarcar los estratos sociales inferiores, primordialmente, por la Fe, por un ideal religioso. Esto le permitió luchar en toda Europa contra la heterodoxia, sin descanso, e incorporar todo un mundo a la Verdad, esforzadamente. Asimismo, por boca del jesuita Diego Lainez, pudo afirmar en Trento, con su discurso sobre la justificación, la paridad existente entre todos los hombres respecto de su salvación, librada al propio esfuerzo individual ayudado por la gracia 8. Este principio, enfrentado con el protestante de la predestinación, sería básico en la definición del apotegma de la libertad e igualdad discernida por la Providencia a toda la humanidad sin distinción de raza, sangre, talento, sexo o posición económica o social, y precedería como pórtico luminoso a la elaboración de los fundamentos del derecho internacional, esto es, la afirmación de la libertad e igualdad de todas las naciones, que sería obra de fray Francisco de Vitoria, y de los cimientos del Derecho político moderno que pondría el P. Francisco Suárez con su doctrina populista del origen del poder.
De tal manera, no pudo haber discernimiento más acertado en la elección de un pueblo que, representando acabadamente la cultura greco-latina-cristiana, tuviese la misión de irradiarla en el vasto escenario americano. España poseía la fortaleza material, el cúmulo de valores indispensables y el espíritu misionero necesario para emprender la magna tarea de incorporar aquel mundo estancado en la prehistoria a las páginas de la historia. Historia que fue vibrante y aleccionadora, llena de miserias y grandezas como todo lo humano, escrita por ese nuevo mundo con los elementos que pondría en sus manos la patria de Isabel, de Ignacio de Loyola, de Lainez, de Vitoria, de Suárez, de Cervantes, de Velázquez. Por algo la Providencia eligió a España como nación protagonista de esa incorporación, que es hecho central en la historia de la humanidad. Lo expresa tácitamente Juan Pablo II, que recuerda un concepto análogo de León XIII: “La Carta del Papa León XIII, al concluir el IV centenario de la gesta colombina, habla de los designios de la Divina providencia que han guiado el hecho de por sí más grande y maravilloso entre los hechos humanos, y que, con la predicación de la fe, hicieron pasar una Inmensa multitud a las esperanzas de la vida eterna”.