Encuentro de dos mundos
La evangelización
1. Documentos que fijan objetivos No todo quedó en el campo de la promoción material. En sus palabras de Santo Domingo, Juan Pablo II expresó, respecto de la obra espiritual: “En el aspecto evangelizador, marcaba la puesta en marcha de un despliegue misionero sin precedentes, que, partiendo de En efecto, producido el descubrimiento, desde la primerísima hora de la incorporación de América al mundo conocido, 2. Un clero reformado Antes de entrar a considerar todo el profundo significado que tuvo el concepto de evangelización, es menester aclarar que el clero arribó a América en profusión; prácticamente, no hubo expedición en que no se previera la venida de religiosos, y fue un clero reformado. Mucho antes que Roma, como fruto del Concilio de Trento, lograra disciplinar al clero que debió afrontar los tiempos modernos, España, durante el reinado de los Reyes Católicos, lo había conseguido merced a los desvelos del cardenal Jiménez de Cisneros. Con severidad, logró moralizar las costumbres de quienes estaban consagrados a Dios, e hizo observarlas reglas que regían la vida de las comunidades religiosas de tal manera, que la falange de misioneros que vinieron a América, clérigos y frailes, con las excepciones que no hacen sino confirmar la regla, cumplieron con denuedo y virtudes acrisoladas sus menesteres apostólicos. Los primeros en llegar a nuestras playas fueron, generalmente, frailes especialmente franciscanos 302 y dominicos. Los siguieron mercedarios y agustinos, y ya en la segunda mitad del siglo XVI lo hicieron los jesuitas, de tan famosa labor misionera en toda América. Concomitantemente, se Iban creando obispados y arzobispados a todo lo largo y lo ancho de 3. El problema idiomático Bueno es que lo vayamos diciendo: la evangelización no consistió solamente en la difusión del Nuevo Testamento y la administración de la vida sacramental. Juan Pablo II lo subraya en su discurso con meridiana claridad: “Por su parte, en la labor cotidiana de inmediato contacto con la población evangelizada, los misioneros formaban pueblos, construían casas e Iglesias, llevaban el agua, enseñaban a cultivar la tierra, introducían nuevos cultivos, distribuían animales y herramientas de trabajo, abrían hospitales, difundían las artes, como la escultura, pintura, orfebrería, enseñaban nuevos oficios, etc.”. En otras palabras, según lo dijera el gran virrey del Perú Francisco de Toledo, los indios “para aprender a ser cristianos tienen primero necesidad de saber ser hombres 303. Para esto, era menester ponerse en contacto con las diversas parcialidades aborígenes que hablaban numerosísimas lenguas. Y como era ilusorio pensar que esas comunidades aprendieran el español, habida cuenta de sus generalizadas limitaciones intelectuales, entre otros obstáculos, fueron los misioneros los que se entregaron a la ardua tarea de estudiar los idiomas autóctonos: hubo, en suma, que “superar las barreras de las lenguas”, “componer gramáticas y vocabularios” de ellas, llegar al “dominio de numerosas lenguas indígenas”, según el decir de Juan Pablo II. Monumento de la lingüística universal que honra a El aprendizaje de las lenguas aborígenes, que les permitió a los misioneros enseñar a leer y escribir a los indios, hizo que la temprana introducción de la imprenta en Méjico en 1536 y en Perú en 1582 posibilitara que el mundo aborigen gozara de los frutos de este invento trascendental para la cultura popular. No sólo se publicaron catecismos y confesionarios, dice Pereyra, sino toda clase de obras, hasta de medicina, arte militar y náutica 308. De no haberse producido el acceso español a América, ¿cuándo el orbe precolombino habría arribado a este progreso cultural? 4. Faena de héroes y mártires Pero, volviendo a la evangelización, realmente la tarea misionera fue gesta de héroes y hasta de mártires. Luchando contra la naturaleza apocada e indolente, cuando no feroz, del aborigen, contra climas y topografías hostiles, contra el hambre y la sed, contra alimañas de todo Jaez, contra distancias inmensas, esa falange de religiosos fue creando la posibilidad de una nueva mentalidad/de una nueva cultura. Estremecen cartas que, como la que transcribimos, demuestran los extremos a que llegó la entrega de estas almas fundadoras. Pertenece a fray Antonio de Zúñiga, es de 1579 y estuvo dirigida a Felipe II: “Suplico a Vuestra Majestad humildemente considere que a veinte y cuatro años que le sirvo en esta tierra, y que por descargar vuestra real conciencia estoy muy menoscabado de mi persona, por haber andado a pie muchas leguas por tierras calientes y frías, montañas y ciénagas, sierras y valles, bautizando, casando, confesando, administrando los Santos Sacramentos; y predicando la palabra de Dios a los indios; de lo cual se me han recrecido muchas y graves enfermedades, de las cuales estoy tal, que con no pasar de 43 años, me juzgan los que me ven de más de 60; por lo cual suplico a Vuestra Majestad mande al Provincial... me de licencia para irme a Castilla, a descansar y a meterme en un rincón de un convento para aparejarme para morir” 309. Cayetano Bruno trae en uno de sus últimos trabajos, fruto de inestimable esfuerzo de investigación, algunos testimonios impresionantes relativos a los primeros evangelizadores en el ámbito rioplatense. Tal el caso de fray Luis Bolaños, apóstol del Paraguay, quien, hacia 1580, acompañado de fray Alonso de San Buenaventura, en las inmediaciones de las márgenes del río Guarambaré, fue protagonista de este relato de Felipe Franco: “Sabiendo que los indios de la provincia del río arriba se habían rebelado y estaban en sus ritos y ceremonias, cuarenta leguas desta dicha ciudad, los dichos dos padres solos y sin compañía ni escolta de españoles fueron y se metieron entre los dichos indios, y con sus predicaciones y buena doctrina los aseguraron y atrajeron a sí”. Frisaba entonces Bolaños los treinta años de edad; después de cuarenta años más de incesante bregar evangelizador y civilizador fundando reducción tras reducción, fue doctrinante en la reducción de Santiago de Baradero (hoy Baradero, provincia de Buenos Aires) de la que se retiró en 1625, “viejísimo y acabado”, según expresaba el síndico Juan de Vergara 310. Entre los evocados por Bruno figuran asimismo obispos; tal el caso del quinto obispo del Tucumán, fray Melchor Maldonado de Saavedra, que ejerció su dignidad desde 1634. Los miembros del cabildo eclesiástico de San Juan de Con sangre de numerosos mártires quedó regado el territorio de América en la gesta de la evangelización. Mencionaremos algunos casos que nos tocan muy de cerca porque se produjeron en territorio rioplatense. Como el ocurrido en 1628 en la región de las reducciones guaraníticas, que le costó la vida a los jesuitas Roque González de Otro caso de inmolación fue el del padre Pedro Ortiz de Zarate, jujeño, que, primeramente casado, al enviudar joven, se consagró al servicio de Dios. Hombre de fortuna, siendo párroco de Jujuy hizo obra de limosna crecida; se empeñó en evangelizar en el valle de Zenta a los indios tobas, quienes terminaron acribillándolo a flechazos y golpes de macana. En 1614 se produjo el Insólito martirio del jesuita Martín de Urtasum, de solo veintiséis años de edad, en la zona de las misiones guaraníticas, según referencia de Ruiz de Montoya: “De puro trabajo se nos murió el padre Martín de Urtasum, acelerándole la muerte, no ya la falta de regalos, médicos y medicina, que nada desto teníamos, sino la falta de sustento de hombres racionales” 313. Finalmente haremos mención de la sobrecogedora tragedia que sufrieron los padres jesuitas Gaspar Osorio y Antonio Ripario. Acompañados por el estudiante de 5. Algunas cifras El esfuerzo evangelizador quedará señalado mejor al aportamos algunos guarismos que dan idea de la inmensa labor de En toda América española, en 1623, el cronista C. González Dávila calculaba en 70.000 las iglesias edificadas, en 500 los conventos y en más de 3.000 los religiosos dominicos, franciscanos, agustinos, mercedarios y jesuitas 317. Pero para fines de este siglo XVII Ramos Pérez calcula en 11.000 el número de religiosos existentes en América. El mismo autor computa el flujo de misioneros que venían de España a América, anualmente, según las siguientes cifras: siglo XVI: 90; Siglo XVII: 100; y siglo XVIII: 130. También destaca que, a medida que transcurría el tiempo, mayor era la proporción de religiosos criollos en relación con los peninsulares, prueba de que América española fue tierra fértil para el florecimiento de las vocaciones eclesiásticas 318. A principios del siglo XIX, Humboldt encontró en la ciudad de Méjico 23 monasterios, se entiende de hombres, y 15 conventos de monjas; sobre una población total de alrededor de 100.000 habitantes, más de 3.000 eran religiosos y religiosas 319. Todas estas cifras hablan bien claro de la potencialidad que alcanzó 6. Reducciones y misiones La evangelización del aborigen alcanzó una profundización notable en las reducciones y misiones, que sembraron por doquier especialmente los miembros de las órdenes religiosas. Así lo recuerda el Papa en Santo Domingo: “Al mismo tiempo, se van iniciando amplias experiencias colectivas de crecimiento en humanidad y de implantación más profunda del cristianismo, en formas nuevas de vida y sociabilidad mas dignas del hombre. Tales fueron los «pueblos hospitales» del obispo Vasco de Quiroga, las reducciones o colonias misioneras de los franciscanos, las extraordinarias reducciones de los jesuitas en el Paraguay, y tantas otras obras de caridad y misericordia, de instrucción y cultura”. El Papa comienza haciendo mención expresa de los “pueblos hospitales” del obispo de Michoacán, en Méjico, Vasco de Quiroga, hombre piadoso y erudito, que legó una biblioteca muy rica. Influido por El Papa hace asimismo referencia a las reducciones de franciscanos y jesuitas. Aclaremos que los términos misión y reducción se usaban en forma indiferente, aunque el primero parece que debía reservarse a toda labor apostólica efectuada en tierra de infieles que no se limitaba por razones de lugar y tiempo, especialmente cuando se trataba del primer intento evangelizador. En cambio, se habituaba llamar reducción a toda acción apostólica efectuada con indios infieles congregados en poblaciones estables, donde también se los humanizaba enseñándoles las primeras letras, las técnicas agrícolas y artesanales y hasta a defenderse de los ataques externos. Franciscanos, dominicos y agustinos poseyeron reducciones a todo lo largo y lo ancho de Entre nosotros, los iniciadores en materia de reducciones fueron los franciscanos, que evangelizaron a través de ellas el ámbito rioplatense desde fines del siglo XVI, como respuesta al llamado Tercer Concilio de Lima, realizado en 1581. La gran figura franciscana en esta obra fue fray Luis de Bolaños, que tuvo apoyo eficiente de ese valioso gobernante que fue Hernandarias, y quien fundó, entre otras reducciones, la de 7. Misiones Jesuíticas Los franciscanos fueron seguidos por los jesuitas, que realizarían en nuestras tierras las experiencias más apasionantes en lo referente a la fundación de reducciones; Juan Pablo II las llama “extraordinarias”. Ellas comenzaron, también con el apoyo de Hernandarias, hacia 1610, bajo la supervisión del Superior de Los jesuitas produjeron con sus reducciones una de las más fieles respuestas al espíritu altamente generoso de Eran también propiedad de la colectividad los bosques y yerbales, los productos que se exportaban, los barcos de transporte, los talleres, las viviendas, las estancias, según se ha visto 322. El gobierno civil de los pueblos, verdaderas repúblicas en pequeño, era ejercido por los cabildos, integrados por indios y aconsejados por los Padres, quienes se ingeniaron para reducir a los caciques a funcionarios dentro del Cabildo. Como expresa Zuretti acertadamente, “en la armonía entre los padres, los cabildantes y los caciques cifrábase toda la prosperidad espiritual y material de las reducciones 323. En su obrita, Arnaldo Bruxel pone de relieve lo brillante de la labor educadora, formadora de artesanos y trabajadores agrícolas y hasta creadora de artistas, que realizaron los jesuitas en las reducciones. No les faltaron a éstas imprenta, observatorio astronómico, servicio médico eficiente, con atención a domicilio inclusive, y un desarrollo en arquitectura, pintura, escultura, danzas, teatro elemental, música y canto, imaginería, orfebrería, realmente sorprendente habida cuenta de la época y del medio en que floreció. 8. Beneficencia A esta actividad se refiere el Papa en los párrafos transcriptos anteriormente, cuando menciona la apertura de hospitales por los misioneros. Mucho fue lo que Y así, además de hospitales, abrió y regenteó leprosarios, casas de huérfanos, casas para mujeres abandonadas o perdidas, asilos de mendigos, maternidades, montes de piedad, boticas, posadas de caminantes; corrió en ayuda de presos pobres e inhumó pobres de solemnidad. Parece que Buenos Aires ya tenía hospital en 1619, aunque precario, llamado San Martín. También, mujeres de singular caridad asistían a los enfermos pobres y hasta llegaban a hospedarlos en sus casas a pesar, a veces, de sus limitaciones de fortuna 330. En 1748, se hicieron cargo del hospital San Martín los betlemitas. Esta orden fue fundada en 1665 en Guatemala por el terciarlo franciscano Pedro de San José Betancourt, y sus miembros, que eran sólo hermanos legos, estaban consagrados a velar por los enfermos. Se extendieron por todo Méjico, Perú y otras regiones de América española. Además del hospital San Martín, atendieron hospitales en Córdoba, Mendoza y Salta, donde se hizo sentir su labor bienhechora, que Furlong destaca así: “Toda una agrupación de hombres, unidos por los votos religiosos, alejados de las preocupaciones familiares y sociales, consagrados por vida a la asistencia de los enfermos, educados para regir y cuidar hospitales, es ciertamente un hecho que el historiador imparcial no puede cubrir con el velo del innoble silencio o con el sambenito del menosprecio. Y cabe otra razón que a los americanos nos ha de hacer más simpática esta institución: nació en América y en ella, muy principalmente, se desarrolló, durante casi dos centurias” 331. Otra congregación religiosa dedicada a este menester de la atención de los enfermos, los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios, cuya fundación aconteció en España, instalaron un hospital en San Juan y trabajaron durante algún tiempo en Córdoba. Fuera de nuestros lares actuó No podemos dejar de mencionar que el hospital de Córdoba, según vimos, fue atendido por los betlemitas a partir de 1768, siendo fundado y sostenido con su propio peculio por Monseñor Diego de Salguero y Cabrera, un verdadero benefactor. También corresponde dejar sentado que prácticamente todas las ciudades de lo que es hoy Argentina, hacia el siglo XVIII, poseían hospitales; así, Tucumán, Jujuy, Santa Fe, Corrientes, Fue proficua la labor de beneficencia desarrollada por las hermandades de la caridad, organizaciones de laicos movidos por el objetivo de pallar el dolor humano. La de Córdoba costeaba la inhumación de los menesterosos, instaló un hospital de mujeres y llegó a proyectar un asilo de huérfanos. La de Buenos Aires daba sepultura a los pobres, construyó una sala para cuidar enfermos, fundó el famoso Colegio de Huérfanas y erigió un Hospital de Mujeres. Las casas para huérfanos, para mujeres abandonadas o perdidas, para mendigos, para vagabundos, para caminantes, pulularon en las principales ciudades hispanoamericanas. Hasta las boticas fueron atendidas por el espíritu caritativo de los religiosos; en el Río de |
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