Encuentro de dos mundos
La obra cultural
1. Educación Bien puede decirse que La tarea educadora de Entre nosotros, los solos franciscanos llegaron a tener a su cargo unas sesenta escuelas primarias esparcidas sobre las rutas al Tucumán y al Paraguay, hacia mediados del siglo XVIII 341. ¿No es esto digno de admiración, teniendo en cuenta la época y el medio? No fueron solamente las escuelas conventuales, sino que muchas parroquias tenían sus establecimientos, porque el clero secular colaboró en este campo con eficiencia. Resulta impresionante comprobar, por ejemplo, que con don Pedro de Mendoza había llegado el padre Juan Gabriel Lezcano, quien empezó a enseñar las primeras letras a los indios puede decirse que recién desembarcado 342. En las misiones jesuíticas rioplatenses, la educación fue preocupación constante. Veamos algunos testimonios recogidos por Bayle de la pluma de algunos de aquellos misioneros. Del padre Oñate: “Todos los días acuden a la escuela los muchachos, mañana y tarde, a leer y escribir, y acuden con mucho fervor”; del padre Antonio Ruiz: “Aquí tengo una escuela de 400 muchachos”; del padre Cataldino: “Hemos empezado a hacer el padrón de estos pueblos... Hay 900 niños de escuela”; de la reducción de Loreto: “Tienen en una escuela 500 muchachos de leer y escribir, y en la otra, ¿Y qué enseñaron aquellos religiosos en sus primitivas escuelas? ¿Solamente la doctrina cristiana, urbanidad, a leer y escribir, a contar? Claro que no. Muchas de aquéllas enfrentaron la preparación de los aborígenes niños para la vida, enseñándoles un oficio o habilidad. Así, para ejemplificar, el gran educador Pedro de Gante, en Méjico, apenas realizada la conquista por Cortés, organizó una escuela de artes y oficios, denominada San Francisco, que llegó a contar con más de mil alumnos, y en la que se formaron latinistas, cantores, músicos, bordadores, canteros, imagineros, pintores, sastres, zapateros, herreros. Fue la primera escuela industrial de América. No fue la única. Los agustinos hicieron su experiencia en Tiripetio, Méjico: “En lo que más se esmeraron los primeros ministros, por evitarles la ociosidad a que son inclinados y de dónde se les recrecen muchos daños, fue que aprendiesen todos los oficios que son necesarios para vivir en policía, trayendo oficiales de fuera que les enseñasen la sastrería... Enseñárosles la carpintería... Aprendieron la herrería... Eran tintoreros, pintores... En lo que más se aventajaron fue en la cantería y samblaje... Al fin fue Tiripetio la escuela de todos los oficios para los demás pueblos de Michoacán... Desde ocho años comienzan a aprender a leer y escribir y se escogen las buenas voces para el coro... Músicos eminentes: alguno opositor a organista en la catedral de Méjico... Abundancia de Instrumentos de arco y viento” 344. En Quito, desde mediados del siglo XVI, en el Colegio San Andrés, los franciscanos enseñaban a los indios a leer y escribir, pero también canto y música, carpintería, zapatería, herrería, cultivo de la tierra. También en Quito, los agustinos erigieron una escuela para pintores, escultores e imagineros, algunos de cuyos egresados fueron exponentes de la escuela quiteña de bellas artes, que acumuló gran prestigio 345. Débese aclarar asimismo que la enseñanza elemental se administró asimismo a la mujer. En Méjico, Guatemala, Santo Domingo. Nueva Granada, las religiosas rivalizaban con damas piadosas, las beatas, en la educación de niñas y adolescentes. Esta educación comprendía no solamente el aprendizaje de la lectura y escritura, sino también el de las artes femeninas más específicas, como cocinar, coser, bordar, etc. En 1614, en Lima, ocho mil mujeres recibían educación 346. Entre nosotros, en Asunción, Córdoba. Santa Fe y Buenos Aires, damas de gran predisposición y caridad formaron a la mujer en sus casas. En esta última ciudad, por Iniciativa del padre José González Islas, funcionó a partir de 1755 el Colegio de Huérfanas de San Miguel, al que asistieron huérfanas y no huérfanas; allí se aprendió a leer y escribir, hilar, bordar, coser. El obispo San Alberto creó en Córdoba y Catamarca sendos Institutos para niñas huérfanas. Las monjas clarisas tuvieron escuela para mujeres en Mendoza. Sintetizando todo lo dicho en materia de educación primaria, bien caben estas expresiones de Bayle: “Cuando en Europa (en Europa, no en España sólo) la instrucción primaria andaba por los suelos, los Reyes disponen que en todas las poblaciones indias se abran escuelas de escribir, leer y contar” 347. En lo referente al nivel secundario, los estudios realizados preparaban para el acceso a la universidad. Numerosos establecimientos de este nivel patrocino Del Colegio de San Juan de Tratelolco egresaron Indios que enseñaron luego inclusive a religiosos jóvenes españoles o criollos. Como dice García Icazbalceta: “La raza Indígena daba maestros a la conquistadora sin despertar celos en ella” 348. Entre los catedráticos indios se recuerda a un Pedro de Gante, Agustín de Los colegios secundarios se fueron distribuyendo por todo Méjico en manos de franciscanos, agustinos, dominicos y clero secular. Con la llegada de los jesuitas, las fundaciones de este tipo se propagaron, como la escuela para indios San Gregorio en Méjico, 1586, hasta llegar a un número cercano a las veinte. También las órdenes religiosas multiplicaron las aulas preparatorias en Perú: tales los agustinos, mercedarios y dominicos. Al llegar los jesuitas, establecieron el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, donde erigieron cátedras de retórica, artes, teología y lenguas del país. Aquí, el virrey Francisco de Toledo fundó en Cuzco, en 1570, un colegio para los indios de la sierra y otro en Lima para los de la zona llana, a fin de que pudieran prepararse para el ingreso a la universidad junto con españoles y mestizos. Su sucesor, Martín Enríquez, fue instruido por La nómina de aulas preparatorias se enriqueció en Perú con el Real Colegio de San Martín, cuyo promotor fue el padre José de Acosta, y el Real Colegio de San Felipe y San Marcos, puesto en funcionamiento por Toledo. En el interior alto peruano. Potosí, Cuzco, Arequipa, En Quito, Nueva Granada, Guatemala, no faltaron aulas secundarias. Como no se careció tampoco de ellas en De la obra de 2. Universidades En el terreno de los estudios superiores, Los estudios que se cursaban en las universidades hispanoamericanas fueron similares a los cursados en las universidades europeas de la misma época: Teología, Jurisprudencia o ambos Derechos, civil y canónico, Medicina y Artes, correspondiendo estos últimos a los de Filosofía y Letras o Humanidades de hoy. Dice Luis Alberto Sánchez: “Las universidades fueron instituciones donde no se miraba a menos a los criollos. Los alumnos no estaban tan alejados de la función directora como en algunas modernas. Los rectores más notables fueron también criollos” 356. Tampoco se miraba a menos a los aborígenes. Así, el famoso Túpac Amaru fue alumno en Es verdad también que en el régimen de las universidades generales o públicas, como las de Lima y Méjico, tenía ingerencia la autoridad real; pero fueron las órdenes religiosas las que en la mayoría de los casos gestionaron en Madrid y Roma, respectivamente, las autorizaciones real y pontificia para su creación. La provisión de profesores se hacía por oposición y los exámenes de los alumnos eran severos. El gobierno de estos entes se hallaba en manos de sus profesores y de los doctores y maestros egresados residentes en la ciudad sede de la universidad y sus alrededores, los que elegían al rector. Haring manifiesta que poseyeron un cierto grado de autonomía frente a funcionarlos como el mismo virrey 357. Los derechos de matrícula eran exiguos, pero significativos los de graduación. Se otorgaban becas a estudiantes destacados pero pobres 358. Después de todo lo que se ha expuesto en torno de la beneficencia y la educación, se advierte perfectamente lo injustas que son las acusaciones a 3. Ciencia Juan Pablo II menciona y pondera los “conocimientos etnológicos e históricos, botánicos y geográficos y astronómicos” de los misioneros, y con razón. No hay mes que citar, en Etnología, al franciscano Bernardo de Sahún, autor de la “Historia general de las cosas de Bien se puede decir que las ciencias naturales dieron sus primeros pasos, en lo que después sería nuestra patria, de la mano de los jesuitas. De “prolífico al par que erudito a carta cabal” 361 califica Furlong al padre José Sánchez Labrador (1717-1798), cuyos estudios históricos, zoológicos, botánicos, cosmográficos, físicos, etnográficos y lingüísticos relativos al Rió de El padre Florián Paucke, que residió entre 1750 y 1767 en lo que es hoy la provincia de Santa Fe como misionero de los mocobíes, hizo estudios de la flora y fauna santafesina y chaqueña, dejando escritos de gran valor científico. Introdujo el lino en nuestra provincia 363. El padre Gaspar Juárez (1731-1804), santiagueño, realizó investigaciones fitológicas y publicó, con gran acogida de los especialistas europeos, lo que se considera como nuestra primera Historia Natural. Expulsado en 1767 con los demás jesuitas, para facilitar sus observaciones estableció un jardín poblado exclusivamente con plantas americanas en los alrededores de la ciudad donde se radicara en el exilio, Roma 364. Otro explorador de la fauna santafesina fue el padre Ramón María de Termeyer, quien se especializó en los arácnidos. Introdujo el gusano de seda; fue asimismo astrónomo 365. El jesuita Inglés Tomás Falkner fue matemático eminente, médico consumado, pero además botánico prestigioso, sin dejar de incursionar por la zoología y la paleontología; fue descubridor de restos de un gliptodonte a orillas del río Carcarañá 366. También fue paleontólogo el dominico Manuel de Torres, que en su población natal, Lujan, halló un megaterio que enviado a Europa hizo las delicias de Cuvier. Dicho megaterio se conserva aun en el Museo de Historia Natural de Madrid 367. En astronomía fue verdadero precursor el jesuita napolitano Pedro Comental. Conocido en su época como “el matemático”, hacia la primera parte del siglo XVII observaba desde nuestros lares el curso de los astros y los satélites de Júpiter 368. Ya lo hemos visto al jesuita Nicolás Mascardi efectuar observaciones astronómicas en la zona de Nahuel Huapi; fue alumno del gran maestro Atanasio Kircher, quien se gloriaba de haber tenido como discípulo a Mascardi, que estudiaba los astros desde Pero el más notable astrónomo de esta etapa fue el jesuita santafesino Buenaventura Suárez, cuyas observaciones y estudios “fueron justamente admirados, ponderados y editados en los centros culturales de Europa, y hasta en la exigente Universidad de Upsala” 370. Entre 1706 y 1739 trabajó en la reducción guaranítica de San Cosme y San Damián, donde, con la colaboración de los indios, a falta de instrumentos astronómicos venidos de Europa, los construyó personalmente; entre ellos, nada menos que un telescopio. En el período 1739-1750, fecha esta última de su muerte, pudo trabajar mes eficazmente con material importado. Su obra trascendente fue el “Lunario de un siglo”; ella y otras publicaciones merecieron el encomio de notabilidades como Vargentin, Celsio y Ciairaut 371. También se destacaron en astronomía otros jesuitas como el santiagueño Alonso Frías, Domingo Capacy, Matías Strobel, etc. Protogeógrafos fueron el franciscano Juan de Rivadeneyra, compañero de Garay en la fundación de Buenos Aires, quien describió la gobernación del Río de Es que los jesuitas poseyeron matemáticos de fuste, y de ellos, trabajaron en nuestra tierra Luis de Asimismo, quienes pusieron los cimientos de la ciencia histórica en este lugar de América fueron jesuitas: Nicolás del Techo, que escribió la “Historia de No es nuestro propósito hacer memoria de los médicos que generalmente acompañaron a los conquistadores como Gaboto, Pedro de Mendoza u Ortiz de Zarate. Ni tampoco evocar a los primeros médicos porteños, cordobeses, santafesinos y de otras ciudades recién fundadas. El que requiera noticias al respecto puede hallarlas en el erudito trabajo de Furlong sobre el tema que citamos aquí. Solamente queremos rescatar del olvido algunas figuras de religiosos que generosamente se brindaron para aliviar a los naturales, y pobladores en general, de sus enfermedades. Así, en las reducciones guaraníticas, atendieron a los indios de pestes, epidemias, catarros y practicaron sangrías los religiosos Juan de Salas, Roque González de Si durante el siglo XVII sólo hubo corazones de buena voluntad, con algunos conocimientos médicos elementales, así como enfermeros en las reducciones, en el siglo XVIII hubo médicos. El más grande de ellos, a juicio de Furlong, fue el hermano Pedro Montenegro; se curó de una tisis bebiendo por largo tiempo infusiones de guayacán, y desde ese momento se convirtió en un estudioso de las yerbas medicinales. Estuvo en el sitio de Colonia, en 1702, donde socorrió a los soldados heridos y apestados. Ejerció la medicina durante más de treinta anos. Escribió un tratado sobre la virtud curativa de las hierbas y otro de cirugía. De él expresó José Sánchez Labrador: “Entre todos sobresale el hermano Pedro Montenegro, cuyo estudio fue continuo en Merece asimismo ser mencionado el padre Segismundo Aperger, misionero ejemplar. Una tremenda peste que asoló a Córdoba en 1718 lanzó a Aperger a la tarea de aliviar a la población, especialmente a negros e indios; apelando a las hierbas medicinales, salvó numerosas vidas, y se reveló así un insigne herborista. Desde esa fecha hasta casi la hora de su muerte, en 1772, su pasión fue aliviar el dolor humano 377, Azara escribió de él: “se dedicó especialmente a la medicina y botánica, en cuyas facultades pasó en estos países por sapientísimo y en sus recetas y sentencias tiene aún hoy (1790) más crédito que las de Hipócrates y Discórides” 378. Nuestro conocido padre Tomás Falkner fue médico de profesión, recibido en su patria, Inglaterra, a diferencia de Aperger que aprendió el oficio mediante la práctica intensiva. Ejerció proficuamente en Córdoba, ciudad a la que acudían desde los más lejanos lugares pacientes que buscaban la ciencia del distinguido jesuita para aliviar sus dolencias o curarse. Falkner fue asimismo excelente herborista. Este notable ex calvinista, convertido al catolicismo y hecho sacerdote, recorrió Santiago del Estero, Tucumán. Santa Fe, Buenos Aires y 4. Arte. Arquitectura. Bien lo expresa Ramos Pérez: “Los españoles, como los romanos en su Imperio, dejarían de su paso por América las huellas admirables de su arte, como las de su cultura y religión quedaban en el alma del individuo. Lo español no fue provisional, sino eterno 380. De esas huellas haremos tina revista sumarísima, que al menos nos comunique superficialmente con lo trascendental del esfuerzo artístico de Lo más importante se hizo en arquitectura: España volcó en ella milenios de estilo que había asimilado transformándolos de acuerdo con su propia Impronta, en que se mezclaban ingenio, sensibilidad e inspiración. Vino a América el isabelino, que se había desarrollado en Lo que se construyó en América española en aquella época tiene una jerarquía de primera magnitud, sobre todo en Méjico, “donde el arte hispano americano alcanzó su mes alto grado de esplendor, principalmente la arquitectura religiosa, hecho explicable por el carácter evangelizador que tuvo la conquista de América”, según la autorizada opinión de Miguel Solá 385. Lozoya acota: “Los americanos del Norte, que buscaban en Méjico un estilo de vida tan diferente del suyo habitual, quedaron sorprendidos ante la majestad y la riqueza de las iglesias de En el actual territorio argentino, las expresiones arquitectónicas son más modestas, como que la nuestra fue la más pobre de las tierras del Imperio en América. También aquí predominó el barroco, aunque hubo aplicaciones del renacimiento italiano e influencias andaluza, mudéjar y aborigen, sin desestimar la presencia del churrigueresco en algunos altares de las iglesias. Al respecto, expresa Noel: “Nada es desde luego más claro y preciso, desde el Ecuador hasta el Plata, que esa fisonomía andaluza de nuestras moradas, de esa admirable expresión arquitectónica, que en razón a la situación geográfica en que naciera, y al soplo de sus artistas, supo fundir en mágico crisol el Incienso místico y el redo porte nobiliario de Castilla al voluptuoso ensueño del oriente invasor. A cada paso, a cada Instante, en una casona, en un portalón, en una reja, en el cimborio de una Iglesia del Cuzco, de Potosí, de Salta. de Córdoba o Buenos Aires, descubro un elemento decorativo ya visto en Jerez, Trujillo, Ecija o Sevilla; los festones de nuestras rejas, los azulejos de cúpulas y zaguanes, las archivoltas mudéjares de los pórticos, el retorcido moldurado de los frontones son réplicas ingeniosas en lenguaje americano de otros tantos elementos que prosperaron bajo el cielo andaluz” 388 También aquí el sentimiento religioso inspiró predominantemente a los constructores. Mencionaremos seguidamente algunos de los ejemplares mes conspicuos. En Córdoba impresiona por su tono sobrio y señero Muestra preciosa de nuestro arte hispánico es La llegada al Río de 5. Pintura Es difícil en pocas líneas dar una idea acabada de lo que se produjo en Hispanoamérica en materia pictórica, especialmente en Méjico, Nueva Granada y Quito. Durante la primera parte del siglo XVI se establecieron en Méjico talleres de pintura para indios; en esos talleres se pusieron en contacto la pintura española con la de los tlacuilos, pintores aztecas. Cortés fue acompañado por el pintor cordobés Rodrigo de Cifuentes quien realizó diversos retratos del conquistador y pintó un gran retablo cuyo motivo fue el bautismo de un cacique de TIascala; Cifuentes perteneció a la escuela de pintura que fundara en ese país fray Pedro de Gante. Buenos maestros tuvo Méjico en el siglo XVI: Alonso Vázquez, Pedro García Ferrer y Diego Becerra; quizás por ello el siglo XVII fue brillante en esta región, detectándose, dentro del carácter religioso que tuvo la pintura, una escuela donde Impera un doloroso ascetismo y otra donde predomina un dulce y suave misticismo 392. Se, destacaron Baltasar de Echave, llamado “el viejo”, discípulo de Juan de Juanes, Luis Juárez, Sebastián de Arteaga, uno de los más célebres pintores mejicanos, José Juárez, que con Arteaga marca, la culminación de la pintura mejicana, y Juan Rodríguez Juárez, llamado el Apeles mejicano. Miguel Cabrera fue el más famoso pintor del siglo XVIII. En Nueva Granada resplandeció Gregorio Vázquez, una de las cumbres de la pintura hispanoamericana, cuya fecunda obra introduce el realismo naturalista en el continente, aunque también descuella en la pintura religiosa. Supo emplear materiales que conocían los indios para obtener colores que fueron verdaderas creaciones 393. También mencionaremos en Nueva Granada al retratista Alfonso de Narváez. Según expresa Solá, “la ciudad de Quito, llamada Lima también tuvo su alta expresión en un discípulo de Miguel ángel, Mateo Pérez de Alessio, quien se radicó en esta ciudad, como su hijo, fray Adriano de Alessio, pintor y literato. Pérez de Alessio, que pintó en En Cuzco se desarrolló una de las más célebres escuelas pictóricas, cuya fecundidad queda revelada por el hecho de que se calcula que, desde el momento de la independencia en adelante, salieron de esa ciudad más de diez mil obras, la mayoría de autores anónimos, que en muchos casos fueron indios. Expone Ramos Pérez: “Se trabaja no para masas cultas y eruditas, sino para la demanda misional o para las sociedades criollas o mestizas del sur del continente. De aquí que se busquen afanosamente recursos llamativos, oros, colores brillantes que entran por los ojos y llaman poderosamente la atención de un pueblo de vida religiosa. Son, pues, motivos también medioevales los que determinan este arte; no se persigue el realismo, como en el resto de la pintura americana, sino el impresionismo, cuanto más sugestivo mejor. Es un arte popular, mestizo si se quiere, que se desborda en color, lo mismo que el barroco indiano se desarrollaba por la exuberancia” 398. El colorido y la imaginación de Juan Espinosa de los Monteros lo constituye en el más destacado pintor cuzqueño. Lorenzo Sánchez lo sigue: su “Asunción de Lo cierto es que en el período hispánico las paredes de Iglesias -y monasterios se llenaron de bellas expresiones del arte pictórico en Méjico, Guatemala, Santo Domingo, Bogotá, Quito, Lima, Cajamarca, Chuquisaca y Cuzco, efectuadas por maestros que, como el jesuita panameño Fernando de Rivera, enseñaron su arte a muchos, inclusive a indios; tai él caso del hermano Domingo, formado por Rivera, que descolló. En Perú fue célebre el indio Francisco Suárez. . De la labor pictórica en el Río de Ya se sabe que a fines del período de la dominación española se lucieron pintores como Miguel Aucell, el mejor de todos, José Salas y ángel María Camponesqui, españoles los dos primeros e italiano el último. Se seguía buscando inspiración en la temática religiosa. 6. Escultura. Artesanías Ya Bernal Díaz del Castillo encomiaba en Méjico a entalladores indígenas como Marco de Aquino, Juan de También en escultura es la escuela quiteña la más renombrada de Hispanoamérica, heredera de los genios españoles como fueron el citado Martínez Montañés, Alonso Cano y Pedro de Mena. Las imágenes en maderas policromadas brillantes, producidas profusamente en los siglos XVII y XVIII por los talleres-escuelas de Quito, fueron solicitadas por iglesias, monasterios y particulares de todo el continente. En 1779 y 1787 se exportaron desde Guayaquil doscientos sesenta y cuatro cajones con esculturas y pinturas de esta región. Quizás el más brillante de los escultores de Quito es el conocido como Padre Carlos, que “levanta la técnica imaginera a su culminación. Es un artista de profundo sentimentalismo, que pretende impresionar por el camino contrario a como todos lo hacen. Huye de actitudes violentas y busca el efecto en una expresión mística que causa realmente asombro” 400; su “San Juan Bautista” es obra maestra, como el “San Ignacio” y el “San Francisco Javier”. José Olmos, posiblemente discípulo del Padre Carlos, y Bernardo Legarda fueron también eximios; la índole de este trabajo no nos permite citar otros numerosos exponentes de la extraordinaria escultura quiteña 401. La decoración interior de los templos fue en general de alta calidad, con sus altares, artesonados, molduras, pulpitos, cajonerías, sillones, palpitos, candelabros, retablos, nichos de las imágenes, portadas, ventanas, sillerías de coro, etc. En Méjico, este arte resulta deslumbrante. En Cuzco, Potosí y otras ciudades andinas aparece la mano indígena profusamente. Los techos mudéjares introducidos por Juan Díaz Jaramillo en Bogotá, y cuyos más sorprendentes ejemplares se harían en Quito, dejan estupefacto al observador, sobre todo el existente en la iglesia de San Francisco de Quito, de una belleza e ingenio sin par 402. En el Río de La imaginería o tallado de imágenes en madera, piedra, alabastro, arcilla o yeso, .cuya finalidad era el culto, fue importante entre nosotros, aunque muchas fueron las piezas que se trajeron del Alto Perú, Cuzco o Quito. Ese arte tiene un acento popular y mestizo notorio. Lozoya lo pone de relieve: “Hay, sin embargo, en América, en cuanto a las artes plásticas, un grupo numerosísimo de obras que alcanza extraordinario valor intrínseco y que será cada día más estimado en la historia del arte. Nos referimos al arte mestizo y anónimo, que, en contraposición con lo “provinciano”, reflejo más o menos afortunado de los tipos de En el norte argentino descollaron buenos imagineros, como Gabriel Gutiérrez, radicado en Salta, Tomás Cabrera, también en Salta, y Lázaro y Blas Gómez Ledesma, en Catamarca. En Buenos Aires, el tallista lusitano Manuel Coyto produjo piezas como el “Cristo de Buenos Aires”, en algarrobo blanco, que se encuentra en Otros aspectos de las artesanías en carpintería o herrería aplicadas a la arquitectura o vinculadas al mobiliario y la piafaría merecerían párrafos especiales, cosa que no nos permite la naturaleza de este trabajo. 7. Música Ya se han vertido algunos conceptos respecto de la música aborigen, que, en general, los españoles no apreciaron. Los sones y bailes de La música española que vino fue militar, religiosa y popular. Los españoles introdujeron castañuelas, guitarras, clarinetes, pífanos, trompetas, órganos y otros instrumentos. Negros, mulatos, indios, mestizos y blancos rivalizaron en el gusto por la música, que no reconoció fronteras raciales. Algunos músicos de relieve produjo Hispanoamérica, como el mestizo cubano Miguel Velázquez, el Jesuita José Dadey y Juan de Herreras en Bogotá, José ángel Lamas en Venezuela, Baltasar Reyes en Chile. Escuelas de canto y música, como la establecida en Méjico por fray Pedro Gante nada menos que en 1523, sólo cuatro años después de la conquista, revelan la alta cultura del pueblo español. La música llegó en Méjico a tal difusión, que ya a comienzos del siglo XVII se editaban partituras musicales 406 En el Río de Los jesuitas tuvieron en el Río de El más destacado de los músicos jesuitas en el Río de Juan Fecha, maestro de los lules, y Florián Paucke, que instruyó a músicos y cantores mocobíes, que inclusive tuvieron éxito en Buenos Aires, fueron también jesuitas de aptitudes en este arte. Como lo fueron Martín Schmid y Juan Mesner, que lo enseñaron a los indios chiquitos. 412 La mayoría de los maestros mencionados y tantos otros eran también hábiles constructores de instrumentos musicales, como órganos, oboes, arpas, violines, flautas, etc., que, al ser inventariados en las reducciones guaraníticas, pasaron del millar. Es precisamente en éstas “donde los hijos de San Ignacio de Loyola desarrollaron una tarea musical sorprendente. Formaron músicos, organizaron coros y también orquestas y bandas. El pueblo guaraní, con predisposición para la música, respondió admirablemente, y no sólo asombraron con su ejecución instrumental y su canto en las funciones litúrgicas, sino que se los oyó entonar canciones cuando marchaban hacia el trabajo o mientras lo realizaban 413. El padre Antonio Sepp, uno de los maestros músicos jesuitas, escribió: “En las embarcaciones tocábamos nuestros instrumentos musicales y cantábamos; y sucedió que los indios de aquellas costas nos oían, y atraídos por la música acudían a la ribera y escuchaban complacidos aquellas armonías... Lo característico del genio de los indios es, en general, la música. No hay instrumento, cualquiera que sea, que no aprendan a tocar en breve tiempo, y lo hacen con tal destreza y delicadeza, que los maestros más hábiles se admirarían” 414. Bien quedan demostradas así las afirmaciones de Juan Pablo II en su recordada disertación de Santo Domingo cuando hace referencia al uso de la música como elemento fundamental del arsenal misionero. 8. Literatura En el campo de las letras hispanoamericanas, lo que se escribió fue digno de los reinos incorporados al Imperio que produjo el Siglo de Oro Español. Tres notables poemas épicos en lengua castellana se escribieron en, o con motivo de América: “ En el siglo XVII sobresalieron dos cronistas de excelente prosa. Por un lado, Garcilaso Inca de En la poesía dramática y en el teatro, Méjico da a la lengua española un gran exponente, Juan Ruiz de Alarcón, “una de las cuatro figuras mayores del gran teatro español del siglo XVII, con Lope de Vega. Tirso de Molina y Calderón”, dice Henríquez Ureña, quien agrega: “Su comedia más conocida, La verdad sospechosa, fue imitada en Francia por Corneille en Le menteur, y así resulta el antecedente mediato de Moliére” 415. También Méjico aporta una poetisa de primera magnitud, sor Juana Inés de En el siglo XVIII aparece nuestro ya conocido mejicano Carlos de Sigüenza y Góngora, polígrafo destacado, poeta, y novelista con “Los infortunios de Alonso Ramírez”, obra de indudables méritos. Asimismo sobresale en Perú el varias veces rector de En tierras del Río de El primer poeta que puede calificarse como argentino fue el cordobés Luis de Tejeda. Lector asiduo en su juventud de las obras clásicas, no fue su vida en esa etapa de las moralmente más recomendables. Pero, fallecida su esposa. Ingresó en la orden de Santo Domingo y entonces produjo el poema “El peregrino de Babilonia”, en el que relata aspectos desanconsejables de su vida pasada, su conversión y entrega a la profesión religiosa; en la segunda parte, luce su mística mariana con una serie de cantos dedicados a las soledades de María Santísima. Ya en el siglo XVIII, fueron poetas el obispo Manuel Azamor Ramírez y el canónigo santafesino Juan Baltasar Maciel; éste cantó las victorias de Pedro Cevallos sobre los portugueses, y fue asimismo precursor de la poesía gauchesca con su romance “Canta un guaso en estilo campestre los triunfos del Excelentísimo Señor Don Pedro de Cevallos”. Quizás el primer poeta porteño fue Manuel de Lavardén, con su conocida “Oda al Paraná”. También se lo considera autor de la tragedia “Siripo”, primera obra teatral que se estrenó en Buenos Aires, en A lo largo de tres centurias de literatura hispanoamericana se advierte, en el siglo XVI, influencia renacentista, moderada por el sentimiento religioso de la hispanidad. En el siglo siguiente, es el barroco, manifestado en 9. Poesía popular Página aparte merecen las expresiones literarias populares. Refranes, romances, cuentos, cantares, leyendas, poesías varias, vinieron en los labios de gallegos, castellanos, andaluces, vascos, aragoneses y recibieron la impronta americana de mestizos, criollos e indios, que acomodaron ese arte a su índole, a sus modos. Dieron así origen a un folklore riquísimo que Juan Alfonso Carrizo recogió entre nosotros recorriendo las provincias del Norte y el N.O. Así, la espiritualidad literaria popular española floreció adaptada en nuestras primitivas comunidades. Fue lo que Sierra llama el “trasplante de la poética popular” hecho que resultó posible porque el medio .humano, americano admitió, sintiendo como suya propia, esa espiritualidad. Es que España “logró que su propia lírica popular alcanzara a constituir la esencia espiritual del hombre de Hispanoamérica” 417 sin pretender sujetarlo a sus propias formas. Por ello, esa producción literaria americana -coplas, refranes, glosas, canciones de cuna, cuentos, leyendas- tuvo estilo y caracteres peculiares, pero un alma común, producto de la aculturación. Carrizo lo expresa así: “Los cantares de los paisanos nativos de los Valles Calchaquíes, los de los gauchos de Valga como muestra la transcripción de algunas de las coplas de autor anónimo que Carrito escuchara de nuestros paisanos del norte en las primeras décadas de esté siglo, y cuyo origen, en muchos casos, ha de buscarse en la etapa de la dominación ibérica. En ellas afloran los ideales hispano-criollos y las referencias a la tierra, pedestal elemental de la patria naciente y escenario del deambular de nuestro hombre: Santiagueño soy, señores; Yo no niego mi nación: En la copa del sombrero Traigo chañar y mistol 419. Son palabras que se estremecen ante las virtudes de la mujer amada, fundamento de la familia vernácula: Bella es la luz de la aurora, Bello el fulgor de la estrella. Pero es más bella que todas El alma de mi morena 420. Conceptos que aluden al peregrinar fugaz por este mundo, arrancan estas reflexiones; Las glorias de este mundo Son transitorias, Que duran mientras pasan Por la memoria 421. O son expresiones que evocan el fin último del hombre, que es la entrega a Dios: Al Niño recién nacido Todos le traen un don, Yo soy pobre y nada tengo: Le traigo mi corazón 422. Tierra, familia, llamado a la humildad. Dios: filosofía popular, elemental, que bebe en el cristianismo Su mensaje de profundo contenido humano. Lo mismo pasó con los sones musicales populares que vinieron de España. Boleros, guajiras, zambas, vidalas, corridos, cuecas, tristes y estilos, recibieron la influencia vernácula sin perder su sustancia y, mucho menos, el sentido de su mensaje. 10. Imprenta. Periodismo. En 1535, quince años después de su conquista, ya una imprenta funcionaba en Méjico por obra de Esteban Martín, destinado a venir al Río de Perú tuvo imprenta por obra de Antonio Ricardo en 1584, quien imprimió un catecismo en español, en quichua y en aymara 425. Sucesivamente, tuvieron imprenta Puebla en 1640, Guatemala en 1641, las misiones jesuítico-rioplatenses en 1700 426, Debe aclararse que la gran masa de libros provenía de España, poseedora desde antiguo de un arte impresor destacado. En lo que respecta al periodismo, diremos que los primeros periódicos, uno alemán de 1615 y otro inglés de 1619, parecerían haber sido precedidos, si nos atenemos al dato de Haring, por una hoja volante con noticias impresa en Lima en 1594 429. Méjico tenía su “Hoja volante” en 1621, que daba información de los sucesos europeos. Todos éstos son los primeros balbuceos del periodismo; en verdad, meras hojas volantes. Si se considera como primer verdadero periódico el “Public Intelligencer”, inglés, de 1663, debe tenerse presente que Méjico tuvo el suyo en 1722, “ 11. Libros. Bibliotecas. En ésta, se leyó muchísimo, como la prueban las listas de libros declarados al embarcar, las numerosas bibliotecas existentes y los inventarios de las sucesiones. Algo se produjo, como hemos visto, en las prensas de nuestro continente. Lo más vino de Se leyó de todo, salvo lo que atentaba contra el dogma católico y la moral, o que tratara sobre nigromancia y hechicería 433. Pedro de Mendoza trajo obras de Erasmo, Virgilio y Petrarca. Al segundo adelantado, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, no le faltaron textos de Alfonso El Sabio, fray Luis de Granada, Molina, Matienzo, Kempis. Jiménez de Quesada, además de ser hombre de letras, trajo una multitud de obras de primera calidad. Ya en 1571, Lima tenía una librería. Del inventario de las obras pertenecientes al librero limeño Juan Jiménez del Río, se colige que cualquiera de los libros que se leían en esa época en Europa era posible comprarlo en Perú a escasos años de su conquista. Y José Toribio Medina dice que entre 1584 y 1824 la imprenta de Lima publicó 3.948 obras, nada menos. Libros de carácter religioso, cartillas para aprender a leer y escribir, gramáticas de castellano, latín y lenguas aborígenes, códigos, como el de las Partidas, libros de caballería, obras de literatura clásica griega y romana, libros de poesía, cancioneros, obras de teatro, novelas, tratados de filosofía, historia, arquitectura, medicina, derecho, etc., circularon por doquier. Los más cotizados autores fueron consultados y leídos: Ariosto, Nebrija, Garcilaso, Boscán, Manrique, Mena, Ercilla, Santillana, Vives, Cervantes, Oviedo, Acosta, Gomara, Erasmo, Virgilio, Petrarca, Marcial, Cicerón, Camoens, Calderón de Con semejante fervor intelectual, no es raro que las bibliotecas fueran muy ricas. Fray Alonso de En el Río de Ya en el siglo XVIII son renombradas varias bibliotecas: la del canónigo Baltasar Maciel, con más de mil volúmenes de teología, historia, literatura y derecho; la del intendente Ignacio Fernández; la del tesorero de Cuando ya producida Terminamos este punto con las siguientes palabras de Bayle: “España pensó en centros de enseñanza aún no pasados los apuros de la conquista y en el hervor de los torbellinos de las revueltas civiles. Y llevó imprentas y, en cambio de los cajones de plata y oro, envió cajones de libros. Como hispanoamericano, debo manifestar que me siento poseído de un íntimo placer al declarar que el origen de las bibliotecas hispanoamericanas se debe a la sabia política y generosidad de nuestra madre patria”. 439 12. El teatro. Otras diversiones. El tono de la vida. Entre las distracciones de los hispanoamericanos, en el período tratado, se encontraba la lectura de libros de caballería, novelas picarescas y pastoriles y el drama en verso, que también se representaba. Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón de En el Río de Documentalmente se sabe que en Buenos Aires funcionaban “corrales”; así fueron llamados entonces los teatros, desde 1723, aunque es probable que antes haya habido espectáculos. Calderón de Fiestas con motivo de la boda de un rey, nacimiento de un príncipe o éxitos de las armas, en las que participaban todas las clases sociales, ferias, torneos y justas, corridas de toros, pasos de armas, teatro, mascaradas, riña de gallos, carreras de sortijas, juegos de cañas, simulacros de batallas, pelota vasca, partidas de caza, juegos de salón como ajedrez, naipes, damas, juego del volador, comparsas de disfraces, etc., se contaban en el arsenal de diversiones de comunidades cuya nota distintiva fue la alegría. A tal punto eso, que Morales Padrón ha podido escribir: “La sociedad virreinal jamás fue monástica, oscurantista, conventual, según ha pretendido más de un tratadista y según siguen diciendo otros. Fue una sociedad que pecó más por exceso de alegría, lujo, juergas, bailes, fandangos, zaranbandas y fiestas. Sobre el triste folklore indígena, se superpuso toda la desbordante alegría peninsular y los cantos y danzas de los negros, espontáneos y desenfadados, dando vida a un mundo cuya alegría se ha desparramado por los bordes continentales y ha inundado a los otros continentes” 441. 13. La santidad Esta alegría creemos que no era solamente expresión frívola de uno de los pueblos más joviales del mundo, el pueblo español, que supo traer ese gozo a América. Era una alegría profunda, que se enseñoreó del espíritu de los integrantes de todos los grupos sociales, especialmente de los que en La evangelización fue, pues, una fuente de alegría. Los esforzados misioneros, algunos de ellos mártires, muchos de santidad acrisolada, hicieron al hombre americano más hombre, y sobre él edificaron esa fuente de alborozo que es el cristianismo. A la santidad autora de esa transformación liberadora del poblador americano hace referencia Juan Pablo II cuando, hablando del común sustrato de matriz católica, de fe común a los diversos pueblos, dijo: “Un sustrato que alcanzó cotas de santidad admirables en figuras ejemplares y cercanas a su pueblo como Toribio de Mogrovejo, Rosa de Lima, Martín de Porres, Juan Maclas, Pedro Glaver, Francisco Solano, Luis Beltrán, José de Anchieta, Mañanita de Quito, Roque González, Pedro de Bethancour, el hermano Miguel Febrea Cordero y otros”. Todos esos arquetipos de la práctica de las virtudes en grado heroico fueron los obreros más conspicuos en la tenaz faena de la liberación del hombre americano. San Pedro Claver, reconfortando negros esclavos en las pestilentes bodegas de barcos repugnantes; San Francisco Solano, aventurándose en la geografía áspera y entre parcialidades hoscas, buscando con ardor almas atraídas al fin por las melodías de su instrumento y su verbo cariñoso; Santo Toribio de Mogrovejo, renunciando a nobleza y bienes en aras de su predilección por la pobreza y los pobres, infatigable defensor del Indio, arzobispo modelo, amado entrañablemente por el pueblo peruano; Santa Rosa de Lima, patrona de América, que desprecia su belleza en la búsqueda de Ellos, los santos conocidos y la legión de santos anónimos, nos elevaron a la calidad de gente según la expresión de fray Francisco de Paula Castañeda: “Eche V. una ojeada rápida sobre la conducta de nuestros políticos en la década anterior y verá que en vez de fomentarlo todo lo han destruido todo, no más que porque no está como en Francia, en Londres, en Norteamérica o en Flandes. ¿Cómo hemos de tener espíritu nacional si en lo que menos pensamos es en ser lo que somos...? Nos hemos ido alejando de la verdadera virtud castellana que era nuestra virtud nacional y formaba nuestro verdadero, apreciable y celebrado carácter... Pero los demagogos, los aventureros, los sicofantes, los tinterillos, los zoilos indecentes, impregnándose en las máximas revolucionarias de tantos libros jacobinos, cuantos abortó en el pasado y presente siglo la falsa filosofía, empezaron a revestir un carácter absolutamente antiespañol, ya vistiéndose de indios, para ser ni indios ni españoles, ya aprendiendo el francés, para ser parisienses de la noche a la mañana, o el inglés para ser místeres recién desembarcaditos de PIymouth. Estos despreciables entes avanzaban al teatro para desde las tablas propinar al pueblo ya el espíritu británico, ya el espíritu gálico, ya el espíritu britano-gálico; pero lo que resultó fue lo que no podía menos que resultar, esto es, una tercera entidad, o el espíritu triple gauchi-británico-gálico, pero nunca el espíritu castellano, o el hispano-americano e íbero-colombiano, que es todo nuestro honor, y forma nuestro carácter, pues por Castilla somos gente” 447. Rescatamos, en fin, esta expresión de Castañeda que proféticamente profirió en el siglo XIX, porque puede aplicarse a los indigenistas de hoy: “Vistiéndose indios para ser ni indios ni españoles”; ideólogos trasnochados que pretenden reivindicar culturas precolombinas de privilegio, opresión, enormidades y atraso, a pesar del relumbrón de ciertos avances, despreciando la opción del propio indio, que, bautizándose, eligió la liberación; en el decir de Castañeda, ser gente. |
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