Las falsedades de los modernos cultores de la vieja leyenda negra irán muriendo con los proyectos liberticidas y estatolátricos que meten bulla hoy usando medios de comunicación, cátedras y el oficio de artistas a la violeta. Lo que quedará aquí en la Argentina será el juicio de los auténticos caudillos que han sabido interpretar el sentir popular, casi siempre casado con la verdad. Percepción fina de nuestro pueblo, que a través de la expresión de Hipólito Yrigoyen, manifestó estos conceptos aquel 4 de octubre de 1917 en que se declaraba feriado nacional el 12 de octubre: “la España descubridora y conquistadora volcó sobre el continente enigmático y magnífico el valor de sus guerreros, el denuedo de sus exploradores, la fe de sus sacerdotes, el preceptismo de sus sabios, las labores de sus menestrales; y con la aleación de todos estos factores, obró el milagro de conquistar para la civilización la inmensa heredad en que hoy florecen las naciones a las cuales ha dado, con la levadura de su sangre y con la armonía de su lengua, una herencia inmortal que debemos afirmar y mantener con jubiloso reconocimiento”. Parecer cabal de nuestra comunidad, que se hizo voz en Juan Domingo Perón cuando afirmó: “La riqueza espiritual que, con la Cruz y la Espada, España nos legó, esta Cruz y esta Espada tan vilipendiadas por nuestros enemigos y tan escarnecidas por los que con su falsa advocación medraron, fue marchitándose hasta convertirse en informe montón irreconocible, hecho presa después del fuego de los odios y de las envidias que había concitado con su legendario esplendor... ¡España, Madre Nuestra, Hija eterna de la inmortal Roma, heredera dilecta de Atenas la grácil y de Esparta la fuerte: somos tus Hijos del claro nombre; somos argentinos, de la tierra con tintineos de plata que poseemos tu corazón de oro. Como bien nacidos hijos salidos de tu seno, te veneramos, te recordamos y vives en nosotros!” 497. Y en otra oportunidad: “Recordar a Cervantes es reverenciar a la madre España; es sentirse más unidos que nunca a los demás pueblos que descienden legítimamente de tan noble tronco; es afirmar la existencia de una comunidad cultural hispanoamericana de la que somos parte y de una continuidad histórica que tiene en la raza su expresión objetiva más digna y en el Quijote la manifestación viva y perenne de sus ideales, de sus virtudes y de su cultura; es expresar el convencimiento de que el alto espíritu señorial y cristiano que inspira la Hispanidad iluminará al mundo cuando se disipen las nieblas de los odios y de los egoísmos”. Y más adelante: “Nuestro homenaje a la madre España constituye también una adhesión a la cultura occidental. Porque España aportó al Occidente la más valiosa de las contribuciones: el descubrimiento y la colonización de un nuevo mundo ganado para la causa de la cultura occidental. Su obra civilizadora cumplida en tierras de América no tiene parangón en la Historia. Es única en el mundo. Constituye su más calificado blasón y es la mejor ejecutoria de la raza, porque toda la obra civilizadora es un rosario de heroísmos, de sacrificios y de ejemplares renunciamientos. Su empresa tuvo el signo de una auténtica misión. Ella no vino a las Indias ávida de ganancias y dispuesta a volver la espalda y marcharse una vez exprimido y saboreado el fruto. Llegaba para que fuera cumplida y hermosa realidad el mandato póstumo de la Reina Isabel de “atraer a los pueblos de Indias y convertirlos al servicio de Dios”. Traía, para ellos la buena nueva de la verdad revelada, expresada en el idioma más hermoso de la tierra. Venía para que esos pueblos se organizaran bajo el imperio del derecho y vivieran pacíficamente. No aspiraban a destruir al indio sino a ganarlo para la fe y dignificarlo como ser humano” 498.
También María Eva Duarte de Perón, con su habitual franqueza y acento ardiente, supo escribir estos conceptos de reconocimiento a la Madre Patria: “Esa raza inmortal, descubridora y conquistadora, encontró en ese mundo nuevo el teatro ideal para el ejercicio de sus virtudes. Dictó leyes de humanidad y fraternidad doscientos años antes que los enciclopedistas osaran mencionar los derechos del hombre, dictó la igualdad ante el Creador de todas las criaturas y abonó con la sangre y con el alma de su pueblo los surcos del porvenir. De estas sementeras nacieron las naciones que glorifican hoy el tronco común del que proceden y del que están orgullosas. Porque América es la eternidad de España en el mundo de la civilización. La epopeya del descubrimiento y la conquista es, fundamentalmente, una epopeya popular. No sólo por sus hombres que cortaron horizontes y abrieron a los siglos las puertas gigantescas de un nuevo hemisferio, como Cortés, como Mendoza, como Pizarro y como Balboa, sino por la cruz que venía a la par de la espada. ésta era la herramienta del héroe aislado en el mundo agreste. Aquélla el signo de la paz, de igualdad y de amor entre los fieros defensores de la fe y los conquistadores para el reino de Jesús más que para el reino de Fernando e Isabel. La leyenda negra con que la Reforma se ingenió en denigrar la empresa más grande y más noble que conocen los siglos, como fue el descubrimiento y la conquista, sólo tuvo validez en el mercado de los tontos o de los interesados. A nadie engañó que no quisiera ser engañado. Y cuando cuatro siglos después del descubrimiento los hijos de los conquistadores reivindicaron su mayoría de edad y su derecho a vivir en libertad y al margen de tutelas, las naciones que florecieron del esfuerzo de sus héroes habían recibido de la Madre Patria lo que es privativo de la maternidad: la sangre de más de la mitad de su pueblo que había quedado en América, fructificándola, abonándola, y dándole razón de ser durante el período de la conquista y la colonización. Somos pues, no sólo hijos legítimos de los descubridores y conquistadores, sino herederos directos de su gesta y de la llama de eternidad que ellos transportaron sobre los mares”. 499
Del cauce conservador, también han brotado expresiones que han buscado en España las raíces de nuestro ser nacional. Nicolás Avellaneda, que fuera presidente en época en que se controvertiera mucho la verdadera tradición cultural argentina, a quien tanto debe la educación, uno de los constructores de la Argentina moderna, expresó en su momento: “El pueblo español tiene en la historia dos títulos tan suyos, que ningún otro puede disputárselos en la presente o en las antiguas civilizaciones. Es el único pueblo que haya descubierto un mundo y que respondiendo al don de Dios con abnegación sin ejemplo, se abriera enseguida sin vacilaciones las venas, agotando sus poblaciones para darle vida” 500, últimamente, el lúcido Ricardo A. Paz, poniendo una cuota de inobjetable cordura ha escrito: “En cuanto a lo que una nación concierne, la esencia de lo conservador yace en el sedimento secular que resume no tan sólo su carácter, sino el sentido de la propia identidad. Para nuestro país esto es lo criollo. No tanto lo hispánico, bien que de España hayamos recibido religión, lengua, cultura y ciertas costumbres, sino el sabor peculiar con que todo ello se ha dado después de su trasplante e hibridación en nuestro suelo. Esta Argentina criolla es la que no ha tenido expresión política conceptual, precisamente porque las fuerzas conservadoras no han sabido dárselas. Leyes, instituciones, ideologías y constituciones, para no hablar sino de la política, son todavía artículos de importación, más o menos adaptados a nuestra idiosincrasia” 501. Concepto con el que coincidimos plenamente, y que Ernesto Palacio lo expresara de esta manera: “Tenemos una manera peculiar de ser españoles que ha cambiado de nombre y se llama ser argentinos” 502.
De la izquierda que Jorge Ballesteros llama culta y civilizada, se han transcriptos en este trabajo expresiones de Carlos Fuentes y de Juan José Sebreli, por ejemplo. Y Eliseo Diego, que según un editorial del diario “La Capital” de nuestra ciudad de reciente data, reside, siendo cubano, en la tierra de Fidel Castro, y está próximo a éste, por supuesto nada hispanista el hombre, hace unos años pronunció estas palabras: “Los españoles hicieron atrocidades con los indios, pero las hicieron en una época en que lo atroz era la manera natural de actuar. Nadie recuerda hoy que en Inglaterra si se robaba una hogaza de pan se le cortaban las manos al ladrón. Y nadie recuerda hoy que Benito Juárez era un indio que presidió Méjico. ¿Dónde, en qué colonia inglesa o francesa hubo un indio presidente? Los españoles dejaron tras de sí naciones; los ingleses, factorías” 503.
Juan Pablo II, ese Papa grande, hace referencia a la “comunidad cultural hispanoamericana”, cuando dice en la alocución tantas veces citada: “Un dato consignado por la historia es que la primera evangelización marcó esencialmente la identidad histórico-cultural de América Latina. Prueba de ello es que la fe católica no fue desarraigada del corazón de sus pueblos, a pesar del vacío pastoral creado en el período de la independencia o del hostigamiento y persecuciones posteriores”. Y esa identidad histórico-cultural es la que exige una convocatoria que nos lleve a descubrirla en la historia, a defenderla con nuestra lucha en el presente y a proyectarla para que el futuro de pueblos que hablan la lengua de Cervantes y aún rezan el Padre Nuestro, sea un futuro de grandeza. Unidos en la decisión de ser fieles a nuestra identidad cultural, superaremos la embestida atea y materialista, cosa que ya se vislumbra, como supimos en su momento superar la confabulación jacobina.