Juan Felipe Ibarra y el federalismo del Norte
Consolidación del régimen político, económico y social de los caudillos
Sumario: Santiago y el Congreso de Córdoba — Solidaridad de Ibarra con Bustos — La economía federal y el progreso del interior — Nuevo Congreso en 1824. La figura del Gral. Juan Bautista Bustos, aumentaba su influencia, con los empeños por reunir en Córdoba un Congreso Constituyente de neta idiosincracia federalista. Buenos Aires aceptaba a regañadientes, porque la fuerza de los caudillos litorales la obligaba a acceder. Ibarra en cambio, adhería con todos sus entusiasmos a la organización nacional. Con anterioridad, Santiago se aprestó a enviar a Córdoba su Diputado y volvió a elegirse al Dr. Mateo Saravia, con anterioridad ya electo en la convocatoria de 1820. Este vino a ser el primer representante a un cuerpo nacional, por la provincia, en uso de sus propias facultades. Era Saravia distinguido abogado nativo de Salta, donde ocupara importantes funciones. Como Coronel de Caballería contribuyó a formar las fuerzas de la independencia, y su largo vivir en el campo santiagueño, donde ayudara a Las necesidades afrontadas por el nuevo estado, hacían imposible sostener con los medios presupuestarios comunes, los gastos de su representante. Saravia sugería entonces, la aplicación de tributos especiales con ese fin. Al aprobarlos Ibarra el 12 de Octubre de 1821, en una de sus primeras medidas de orden económico, comenzaba a manifestarse una orientación fiscalista tendiente a manejar el mercado con una protección reguladora de la libre competencia. Los alcances impositivos que dominaban toda la mente de la época, se ofrecían como únicas salidas valederas en una economía succionada, que sólo podía defenderse mediante controles del mercado interno, invadido por el aluvión importador 1. Estos gravámenes desaparecieron en Mayo de 1822, una vez fracasado el Congreso de Córdoba y vuelto Saravia sin cumplir su mandato. En realidad, el Congreso fue saboteado por las maniobras dilatorias de Buenos Aires, que nunca adhirió a él con sinceridad. El pensamiento centralista seguía latente en las instrucciones dadas a sus representantes y a partir de Agosto de 1821, la influencia rivadaviana comenzó los argumentos sobre la “inoportunidad” de reunir el cuerpo nacional. Y los delegados porteños trabajaron en la persuasión de esa inconveniencia, a sus colegas de las otras provincias. Ibarra, fue de los más decididos gobernantes, e insistió hasta los últimos extremos para reunir el Congreso en Córdoba. A fin de participarle sus intenciones, el Gobernador Bustos destacó a Pacheco de Melo. Cuando aún el Congreso corría peligro, Bustos hacía desesperados esfuerzos por reunirlo incluso sin Buenos Aires. El 27 de Noviembre de 1821 enviaba una Circular a los gobernadores, contestada por Ibarra en carta inédita del 13 de Diciembre, donde le reitera: “Ya he dicho en otra ocasión a ese gobierno que la voluntad de mi provincia está decidida por la instalación del Congreso General. Nada ha podido hacerla variar de esta idea, con la que debe V. E. contar en todo tiempo” 2. Dos días después, lo ratificaba con insistencia machacona y tajante. El 15 de Diciembre de 1821, escribía a Bustos en el siguiente documento inédito: “Son en mi poder las proposiciones que hace Pero el ideal constitutivo de ambos Caudillos, debía postergarse, porque Buenos Aires no quiere perder la dirección del Congreso, como tampoco sus beneficios geográficos y económicos. Cuando convenía a sus miras, argumentaba la “pobreza” de las provincias, para no sacrificarlas en una nueva Constituyente. Cuando después de la guerra civil, esa es una verdad y los federales repiten este concepto, se levantan unánimes los panfletistas unitarios para condenarlos. Naufragada la organización interna, podía Buenos Aires disfrutar su prosperidad en las fundaciones culturales rivadavianas, sin compartirlas con el interior, anegado económicamente. Apenas si algún pequeño reflujo de ese régimen, subsidiario del capitalismo europeo, llegaba hasta el Litoral, en razón de su ganadería y sus puertos. En cambio, toda la industria artesanal de las provincias arribeñas y cuyanas, gemía languideciente. Los gravámenes que se les obligaba a imponer como autodefensa, suplían sin mayor éxito en esa pequeña esfera, los efectos de la avasallante invasión industrial que vomitaba el puerto bonaerense. Calcula Juan Alvarez que para ese período, el volumen total de importaciones por el puerto de Buenos Aires, ascendía a los diez millones de pesos, superando a los dos millones y medio, los beneficios de la recaudación aduanera 4. De esas importaciones, más de cinco millones y medio correspondían a los artículos manufacturados ingleses que gracias al comercio libre, entraban a destruir en desigual competencia, la incipiente industria del interior. Buenos Aires que nada podía perder, pues nunca fue asiento de industria sino intermediaría y ganadera, aumentaba de esa manera su riqueza comercial y presupuestaria a costa de las provincias. “Un hecho fundamental para el desarrollo de las exportaciones del interior —dice un economista moderno— fue la política de libre cambio seguida por La economía del federalismo en cambio, partía de una concepción nacional de los intereses del país y del pueblo productor, encarando una política proteccionista. Era esa la necesaria para una nación que recién entraba al desarrollo económico, y no la inversa, aplicada desde Buenos Aires. Era nacional, porque equilibraba las necesidades de producción y de consumo del mercado interno, sustentando una complementación armónica entre las provincias. La defensa del provincialismo económico era garantía de una meta nacional. Los alcances de las producciones regionales, se enlazaban en un vasto intercambio complementario, con que cada provincia contribuía, en conjunto a la autarquía nacional. Era también de neto sentido interior. La economía federal buscaba mantener el equilibrio geopolítico, aunque no tuviera un cuerpo muy homogéneo de doctrina. Había que evitar el área de desplazamiento del progreso económico del interior mediterráneo, que partía de las regiones fundadoras, como Santiago. Aquí se radicaban las grandes masas nativas, la mayoría demográfica, y no en la costa portuaria como quería el capitalismo extractor. La economía federal, así como mantenía el epicentro económico del interior, orientaba el comercio y el intercambio hacia los mercados americanos. Las rutas comerciales del tráfico, miraban a los mercados de Chile, Bolivia y Perú. Ese había sido el rumbo hispánico, donde subsistían buenos mercados para la colocación de los excedentes de la producción nacional. Con el liberalismo se invirtieron las relaciones de interdependencia, y pasamos a ser los mercados subsidiarios de Juan Felipe Ibarra, tomó entonces conciente ubicación en el problema, encarando la protección de las producciones locales. Mandóse el 20 de Julio de 1822, designar los encargados de proponer los recargos “que los efectos ultramarinos paguen en esta Caja, con arreglo al corriente de la plaza”6. Los mismos fueron gravados en extensa enumeración del 6 de Agosto, aprobada por el Gobernador. Eran avalúos a la introducción de Irlandas y bramantes de algodón; bayetas y bayetones; alepines, panas, casimires y pieles, pañuelos, medias y sombreros; cuchillos flamencos, platillos y aceros, etc. Es decir, a los productos en que debíase proteger la industria local de la extranjera. Eso explica la preferencia en las manufacturas textiles, sí se recuerdan dos hechos importantes. El primero, de orden internacional. Inglaterra comenzó la revolución industrial, con la transformación de los productos textiles en las grandes fábricas de Manchester, Liverpool, etc. Ello le permitía colocarse adelante en calidad y bajos costos al producir en serie. El segundo hecho: era precisamente la artesanía textil la que hubo alcanzado mayor desarrollo en el interior norteño y altoperuano. Santiago en consecuencia, debía proteger su otrora floreciente ramo de hilados, teñidos y demás textiles, que fueran la base de su economía. Sin embargo, cuando Buenos Aires necesitó de las provincias para mantener el decoro nacional, Ibarra dio su parte de colaboración sin rencores. Así venía siendo desde 1810, aunque Entretanto, la lucha por la constitucionalidad argentina proseguía, con los altibajos propios de nuestras constantes históricas. A la irrupción popular de las provincias y a sus Pactos organizativos, sucedería luego, otra brega nacional. Esa pretensión hegemónica porteña, lograda por el tratado Cuadrilátero de 1822, llevaba a la convocatoria de un nuevo Congreso en 1824. La iniciativa aprobada en Buenos Aires por el gobierno de Martín Rodríguez, para “reunir lo más pronto posible Ibarra compartía con entusiasmo esos caros propósitos, y se convocó de inmediato a Los poderes otorgados, especificaban la participación santiagueña en el Congreso, a la que ajustarían su cometido. Santiago prometía quedar sujeta “a todas las decisiones de la soberanía”, proclamando la intangibilidad del concepto nacional. Pero se agregaba el ansia de constituir un gobierno superior, “análogo a los deseos de El 16 de Diciembre al iniciar sus sesiones el Congreso Nacional, se instalaba en Buenos Aires. El día 29 el Gobernador Ibarra le envía sus congratulaciones, recogiendo la ansiedad provinciana en favor de la organización del país. Decíale al Congreso: “Con un placer que no es dado a la pluma explicarlo se ha recibido en La provincia de Buenos Aires, por su parte, también había condicionado su intervención mediante una Ley del 13 de Noviembre de 1824. Iba a regirse, hasta Entretanto, la vida santiagueña transcurría, realizándose en la práctica, el ejercicio de una verdadera democracia empírica de indiscutible aceptación mayoritaria. En el juego simple de esos organismos legales, el derecho público avanzaba imponiendo una organización a tono con el Estado provincial. Así como del gobierno municipal se había pasado al territorio de la provincia, las instituciones evolucionaban desde el Cabildo al Poder Legislativo. Y éste no tardaría en ser creado por Ibarra, como una forma más, de fortalecer la autonomía y los derechos de Santiago del Estero. |
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