Juan Felipe Ibarra y el federalismo del Norte
El crimen de Navarro y sus consecuencias
 
 

Sumario: La Convención Nacional de Santa Fe — Asesinato del Coronel Dorrego — Repercusión en el interior — Paz e Ibarra — Réplica ante La Madrid.



La caída del régimen unitario, aunque no era suficiente para solucionar los problemas pendientes, abría el camino a otras salidas favorables. Los triunfos de los jefes federales, movieron a la Junta de Representantes de Santiago a felicitar al Gral. Quiroga, tan ligado al terruño, y al Gobernador Ibarra. El 8 de Julio de 1827, delegó en uno de sus miembros, el expresarles los sentimientos de júbilo que les animaban. La asunción del gobierno bonaerense por Dorrego, se consideraba también una victoria santiagueña. Así lo entendió la Junta, que el 13 de Setiembre, resolvió confiarle la representación de las Relaciones Exteriores en nombre de la Provincia. Y por leyes sucesivas, proponer una Constitución federal y aceptar la invitación de. Córdoba para concurrir a un nuevo Congreso, cuya sede “no debe ser en Buenos Aires”. En la misma sesión del 14 de Setiembre de 1827, votóse una expresión de gratitud para los ex-diputados Dorrego, Ugarteche y Mena, “por la fidelidad e integridad con que han desempeñado el alto encargo de que fueron investidos, asegurándoles que la Legislatura de Santiago, trasmitirá sus nombres a la posteridad para que sean respetados”. En cambio al resto de la representación, Frías, Taboada y el Pbro. Juan A. Neirot, se mandaba comparecer a contestar de su conducta, adversa al mandato de la Provincia 1.


El sentimiento superior de la Patria, enfrentada a una guerra internacional con el secular enemigo lusitano, no era olvidado en el interior. Dorrego fue víctima en el poder, de las creaciones políticas y económicas del unitarismo. Supeditado a la banca extranjera y endeudado, el país no podía continuar la lucha en defensa de su integridad territorial, amputada tan luego en la región que más fuerte contribuyera al federalismo. El gobierno de Ibarra ofreció enviar fuerzas y la Legislatura, acordó “que atendidas las circunstancias tristes en que ha quedado esta Provincia en la última guerra que ha sostenido para conservar su Independencia, se obliga y reconoce la parte que proporcionalmente le corresponde con arreglo a sus escasos recursos”, a sostener el crédito contraído por Buenos Aires 2.


Los mecanismos institucionales funcionaban normalmente en la Provincia, y la estabilidad de su autonomía, era resultado de un vivir sin alardes ni jactancias conquistadoras, en la cordura de esas democracias patriarcales. En ese sentido, Ibarra era un receptáculo abierto y realista, en sus ideas organizativas. Así lo demostró de nuevo, cuando se buscó reunir la representación nacional, en otro intento constituyente federal.


Clausurando aquel año pródigo en sucesos, la Legislatura elegía el 31 de Diciembre de 1827, al Pbro. Mena y a don José Antonio Medina como Diputados por la Provincia a la Convención Nacional convocada en Santa Fe 3. Los antecedentes de Mena, su compenetración con el principismo federalista y su actuación en el Congreso pasado, hacían de él, un honroso representante. Su compañero de mandato, habiendo fallecido Medina, fue don Urbano de Iriondo, nativo de Santa Fe, hombre de cultura, historiador, parlamentario y amigo personal de Ibarra y López. Como siempre, el Caudillo santiagueño se rodeaba de lo más relevante de su medio y del país, haciendo brillar los prestigios de su pueblo en los escenarios nacionales.


Esa participación era parte del profundo plan político que querían realizar los pueblos federales en su edad constituyente. La meditada concurrencia a Santa Fe iba acompañada de las Instrucciones que diera la legislatura, el 18 de Marzo de 1828; mandato claro y categórico en sus enunciados. Se facultaba a la Convención a crear un ejecutivo provisorio con poderes expresamente delegados, “sin ingerirse en los negocios particulares de las provincias para que éstas dependan exclusivamente de sus administraciones respectivas”. Las atribuciones de ese gobierno nacional y su integrante, debían ser aprobadas por las provincias. No podría hipotecar sus rentas ni negociar empréstitos sin autorizarlo cada legislatura. “Los Diputados de esta Provincia —decía el Art. 7*— manifestarán a la Convención con el más alto empeño, la necesidad que tiene la República de Obispos... para que entre en relaciones con la Silla Apostólica... y demás bienes que consulten la quietud y sosiego de la conciencia de los fieles”. Se reglaría el número, forma y lugar del próximo Congreso Constituyente, quien propondría a las provincias un proyecto de Constitución representativa, republicana, federal, que conformase por lo menos a las dos terceras partes de ellas. Los estados disidentes, quedarían libres para organizarse entre sí, conservando los vínculos de unión con el resto, y el compromiso de no someterse a poderes extraños, ni a otro país, en resguardo de la integridad nacional 4.


Sólo la superficialidad de los estudios sobre la evolución constitucional, ha podido hasta el presente, hacer olvidar la trascendencia de este aporte, donde con más de 20 años de anticipación, Santiago dictaba los términos de la Carta Magna de los argentinos. Aquella pequeña aldea norteña, sintetizaba las ideas que movilizaron hasta el sacrificio fratricida, a los pueblos en busca de organización. He ahí, la barbarie de los caudillos en función legislativa.


En Julio de 1828 se instaló la Convención Nacional en la ciudad de Santa Fe, como depositaría de las aspiraciones provinciales. El Diputado Mena la presidió, actuando con intermitencia en esas funciones. El cuerpo debió abocarse, primero, a ratificar la paz con Brasil a que había sido forzado Dorrego en la imposibilidad de mantener la Banda Oriental dentro de la soberanía argentina. Pero los anhelos de trabajo y paz, fueron violentamente conmovidos por la sedición del 19 de Diciembre y el increíble asesinato del Gobernador Dorrego. Su martirio, presagiaba nuevos y dolorosos desgarramientos. La Convención como suprema autoridad nacional, reaccionó, calificando su muerte como “un crimen de alta traición para el Estado”, y convocando a las provincias a defender “la causa de la gran mayoría de la República contra una minoría rebelde; la causa de la razón, de las leyes, de los derechos populares contra la fuerza militar” 5.


Santiago debe también, haber llorado absorta y asombrada, ante la rebelión que desataba tremendos males. Y la figura de Dorrego estaría en los recuerdos de sus amigos, y de cuantos veían en él, con orgullo, al magistrado del país, que contribuyeran a encumbrar. Santiago, debió evocar en su dolor, al otro hijo que también sucumbiera por decisiones estériles y torpes, y la memoria de Borges y la de Dorrego, estarían unidas en las devociones populares, clamando venganza.


La Legislatura ibarrista no vaciló entonces, en reforzar la autoridad nacional para salir de la crisis. El 4 de Febrero de 1829, facultaba a la Convención “para que pueda nombrar un Jefe a la República” a fin de combatir la sedición. Más tarde fue ratificada la elección del Gobernador Estanislao López como General en Jefe de los Ejércitos Federales, hecha por el cuerpo 6.


El caudillo santiagueño, estallando indignado, ofreció marchar con su pueblo para enfrentar a los asesinos de Dorrego. En dos comunicaciones inéditas, Ibarra hizo conocer sus propósitos al Gobernador Bustos, de Córdoba. En la primera, del 9 de Enero de 1829, le decía: “El Gobernador de Santiago va a hacer el último esfuerzo para marchar a vengar los insultos que se han hecho a la Nación, con el escandaloso movimiento del 19 de Diciembre; y cuando las dificultades sean tales que no se puedan vencer, le quedará el consuelo de caminar con su escolta y entrar a las filas de soldado y acabar allí su vida para no sobrevivir a los oprobios de la patria”7. Con bello patetismo, tocado por la amistad perdida, Ibarra desnudaba la exaltación de su alma.


En la segunda carta, sintiendo la responsabilidad de ser el custodio inflexible de la seguridad de la República en el Norte, le aseguraba: “Bien convencido el que suscribe de lo que debe expresarse de la facción que se ha hecho arbitra en Buenos Aires, se contrae exclusivamente a trabajar por la seguridad de las provincias que han jurado sostener la causa de la libertad, y le es muy grato protestar al Exmo. Señor Gobernador de Córdoba, que su marcha en todo y para todo será inalterable” 8.


Santiago estaba en pie de movilización. El 3 de Marzo la legislatura prorrogaba por seis meses más, el mandato de los diputados Mena e Iriondo 9. Mientras tanto, el país ardía entre los fragores de la guerra, confiado su destino a la fuerza de las armas. Otra gran esperanza de organización, agonizaba frustrada, ante el fin de la Convención Nacional de Santa Fe, el 14 de Octubre de 1829.


Ibarra volvía a ser asediado, en la nueva emergencia. Primero, con insinuaciones epistolares, luego, con las consabidas amenazas. Se volvían a equivocar con él, los generales de levita negra. Ellos debían reconocer que sin el esfuerzo santiagueño fracasaba toda política mediterránea, y sin Ibarra, nada podíase hacer para conquistar Santiago del Estero.


Su amigo José María Paz, es quien inicia conversaciones. Ambos estaban vinculados desde la juventud, cuando se encontraron en Jujuy, el año 1811, después del desastre de Huaqui. De ahí, que, cuando Paz huyera de Córdoba en 1821, vino a buscar la protección de Ibarra. El cual se la prestó durante los dos años que vivió en Santiago, no obstante los reclamos de Bustos. Después de tomar el gobierno de Córdoba, y desalojar a Bustos con el influjo de las armas unitarias. Paz inicia correspondencia con Ibarra, como para prevenir una reacción federal.


El Gral. Paz. se decidía a llevar las armas e instituciones unitarias al interior, como Lavalle en Buenos Aires. A consecuencia del motín de Diciembre, son los restos del ejército nacional, utilizados para arremeter contra las provincias federales. El manco cordobés, estaba solo en el centro mediterráneo, y por eso empieza protestando a Ibarra, que “jamás olvidaré tus servicios y tu amistad”, en carta del 25 de Abril de 1829. Y a fin de disfrazar las intenciones que traía de Buenos Aires, le aseguraba astutamente: “Verás mis miras y las de la fuerza que mando, no son porteños como se nos llama, somos provincianos que no queremos sino la felicidad de nuestro país y para nadie otro trabajamos; acompáñanos pues, querido Ibarra y demos este día de gloria a nuestra patria” 10.


Comienza así, iniciado por Paz, un numeroso epistolario intercambiado entre Abril a Octubre de 1829. Con generosidad, responde Ibarra, el 1° de Mayo: “Tu carta no sólo ha tranquilizado mi espíritu, sino que a toda la Provincia agitada estremosamente con tantas especies funestas de que vos venías a sangre y fuego” 11. La política de Paz, es simular anhelos de unión y organización nacional. Sabe que este tema es grato a los principios de Ibarra, aunque cometa en sus “Memorias” tantas inexactitudes e ingratitudes sobre su antiguo amigo y protector. Por eso, solicita la intercesión de Ibarra ante la Convención de Santa Fe y ante López, a los que protesta sus deseos pacíficos. Después, se queja por la invasión de Quiroga a Córdoba, como si ella no fuera un acto defensivo.


Siempre con sincero afán por la unión argentina, Ibarra contesta con nobleza incomparable. Gasta sus esfuerzos en reconciliar viejas adversiones. Instruye en ese sentido a los diputados santiagueños en la Convención. Escribe y utiliza los oficios de otros hombres prominentes, como el Diputado José Elias Galisteo, condiscípulo en el Monserrat y amigo de su confianza en el litoral.


Todo esto, mientras las partidas unitarias invaden Santiago. Hasta terminar sus ataques el año siguiente, con el derrocamiento de los gobernadores federales de La Rioja, Catamarca, Mendoza, San Juan y la provincia de Santiago, como desconfiaran Ibarra y López. Paz, con el acuerdo porteño, cumplía finalmente, con la premisa unitaria, que desde Salta enunciara el Dr. Gorriti a principios de 1829: “Devolver a la nada, con la espada y la bayoneta como únicos medios que han quedado para la salvación de la patria, el ominoso plan de los caciques”12. Hasta que Ibarra, reacciona afectado, y en una misiva del 14 de Setiembre, le contesta a Paz, que fingía dudas sobre la mutua franqueza: “Acuérdate que en las desgracias, es cuando más sirvo a mis amigos”13. ¿Llegaría a sentir algún remordimiento, la conciencia del Gral. Paz?


Cuando no es Paz, es La Madrid quien le escribe. Envía insinuaciones a Ibarra, o le invita a adherir a la política unitaria en el interior. Ibarra, como Quiroga, olvida agravios ante el afecto, nunca perdido por sus viejos camaradas. La Madrid, es el invasor de años atrás; el director de saqueos y vejámenes en su provincia. Es quien lo desaloja del gobierno y se befa al creerlo derrotado. Después, finge amistad y reconciliación. Le escribe al Jefe santiagueño, y éste le contesta. Ibarra, no guarda enconos para el antiguo compañero de Tucumán y Salta. Y así será, una y otras veces más.


Una correspondencia inédita de Ibarra a La Madrid, en contestación a sus requisitorias, nos permite reiterar la firmeza conceptual con que desarma los argumentos del tucumano, y los vuelve contra su expositor. El 27 de Agosto de 1829, Ibarra responde a La Madrid y escribe: “Veo en ella tus repetidos consejos para que deje el gobierno con la seguridad de encontrar entre ustedes inviolables garantías; agradezco infinito tu amistosa oferta y cree que la admitiría si mi deber y el honor de esta Provincia no se opusieran a mis deseos” 11. La singular proposición resultaba graciosa, tanto como oportuna la respuesta de Ibarra, cumpliendo un deber patriótico de gobernante.


¿En qué pretextos se fundaba La Madrid, para sugerir a Ibarra, la idea de un renunciamiento? Este se da por aludido y aclara: “Observo que fundas tus consejos en falsedades, que si tú las ignoras yo te las haré ver. Me hablas de paisanos que maldicen mi nombre y andan desterrados por mí ¿Quienes son?”. Ibarra desenmascara las versiones antojadizas lanzadas por sus opositores políticos. Pero en la trastienda, le buscan sin desdeñar la adhesión de semejante “tirano”. En lo lugareño, individualiza a propósito, la única fuerza de oposición, que él considera como tal. Es el partido dirigido por los Frías, cuyas características ya señalamos. De éstos dice: “Entraron conmigo el año 20 con el fingido objeto de propender a la felicidad de esta Provincia y del país en general, pero en realidad para ver si satisfacían su codicia y ambición teniéndome de espantajo que cubriese sus maquinaciones; se engañaron redondamente y fueron refrenados en su principio, desde entonces me cobraron un odio y encono rabiosos” 15.


Quedaba así caracterizado, en palabras de su protagonista, cuanto afirmamos sobre las parcialidades urbanas que coadyuvaron en la Autonomía en 1820. También, sobre los propósitos de los capitulares, que al llamar a Ibarra, pensaban servirse de su fuerza, sin medir al actor de esta nueva etapa histórica. En aquel momento, los Frías llegaron tarde con su candidato, el Coronel Lugones. Aunque Ibarra, ni siquiera los objeta en las funciones oficiales que tienen o vuelven a ocupar, en tantos años. Al contrario, dícele a La Madrid: “Teniéndolos en mis manos nada les hice y si ellos salieron de esta Provincia ha sido con libre pasaporte mío, no desterrados. Te aseguro, que las veces que estos señores han vuelto a Santiago, como fue con Bedoya, y cuando tú viniste, fue con el fin de registrar el Archivo y robar documentos que de algún modo pudiesen comprometerlos” 16.


Con estos íntimos pasajes, Ibarra descubre en su más honda verdad, el motivo de los odios ilustrados, contra su persona. A ellos debamos correlacionarlos con lo que antes expusimos, y que ahora concuerda con justeza. Bien sabía La Madrid que estas palabras eran ciertas, como que a él mismo recurría en testimonio. A otro de sus argumentos sobre la despoblación de la campaña, también le rebate. Como si este endémico problema económico-social fuera causado por Ibarra, el Caudillo le contesta: “Algunas gentes de las fronteras habrán salido por la suma esterilidad del terreno y por la seca fatal de estos años, en esto obran como tú, yo y todo el mundo, obraría en igual caso; todos huyen de la hambre y buscan la subsistencia adonde pueden y quieren. Justamente en estos años casi hemos llegado al extremo de abandonar este pueblo por la falta del río y lluvias que fertilicen en nuestros campos... y ¿seré yo responsable de las calamidades que están fuera de la esfera del poder humano? No te engañes amigo, no atribuyas a falta de opinión lo que es efecto de las leyes constantes de la naturaleza” 17.


No bastaron las inclemencias físicas ni las invasiones libertadoras, para hacer perder popularidad a Ibarra. Antes, en ese momento, o años después, este contraste no cansa de desilusionar a los círculos liberales, empeñados en instaurar una democracia, a contrapelo del pueblo. En labios de La Madrid, una afirmación de este estilo, sonaba a herejía, que Ibarra no iba a dejar sin réplica: “Nadie más que tú debe conocer si yo tengo a mi favor la opinión de la Provincia, bien has visto cuando tu venida que la Provincia en masa te resistía y por eso fui siempre fuerte, en ese mismo grado estoy ahora: porque siempre fui fiel a mi deber y los ciudadanos me corresponden”18. Ahí está para testimoniarlo, esa correspondencia de 30 años, entre las multitudes y su Caudillo. Los fracasos de Bedoya, del mismo La Madrid, de Deheza, de Sola. De todos los que llegaron con más fuerza, a voltearlo del poder, y tuvieron que abandonar la provincia ante las deserciones, la hostilidad y la oposición del pueblo.


La etapa emprendida en ese momento por Ibarra, tendía a la unión y a la constitución nacional. ¿Podía La Madrid reprochar o aventajarle en algo sobre eso? Don Juan Felipe no dejaría la ocasión sin respuesta, cuando aquél le habla “sobre la urgente necesidad de evitar sangre y constituir la República”. Eran los socios del crimen de Dorrego, desencadenando de nuevo la guerra civil; los que atropellaron a Bustos en Córdoba; ¿eran ellos los que así amonestaban? Ibarra le contesta: “Este ha sido el fin de mis continuos votos, en prueba de ello recuerda que siempre fui el primero en concurrir a los Congresos o corporaciones nacionales que se han instalado para fijar la suerte del país. Siempre fui el primero en proponer tratados de amistad y concordia, como lo efectué cuando tú a la cabeza de Tucumán y yo a la de Santiago, combatimos por conseguir la organización tan deseada, aunque tu Provincia por un medio y la mía por otro. Permíteme que te diga que tú no quisiste conciliaciones, te cegaron tus pasiones o siniestros consejos, y aunque por algún tiempo calmaron, después han renacido, y ahora, ¿cuál ha sido mi conducta? Trabajar infatigablemente por cortar una guerra que tan caro cuesta a nuestra Patria. Fui el primero en invitar y rogar a Santa Fe para que tratase con el nuevo gobierno de Córdoba a ver si se impedía la guerra con el General Quiroga; la guerra ha tronado pero los Tratados se han celebrado y prometen un feliz porvenir. Así me he manejado amigo, y creo que he cooperado en lo posible a la pacificación, con que ya ves que antes de recibir tus apreciados consejos, obré conforme a ellos” 19.


La fina ironía de Ibarra, no alcanza a cubrir la sinceridad con que expone dolores pasados. Por eso se ilusionaba con la paz, que sería fruto de la política mediadora que ha venido tramando en sus correspondencias. El la cree asegurada con el Tratado que en esos momentos suscribían Córdoba y Santa Fe. Todo lo ha perdonado en aras de la tranquilidad del país. Y cuando recibe estos dardos de hombres que aún lleva en el afecto, Ibarra vuelve a ser el paisano sin dobleces, hecho al honor y la lealtad. Lamenta que las incomprensiones partidistas se interpongan. De ahí que incluya para La Madrid el siguiente párrafo: “Estuve convencido que este gobierno que presido sólo ha servido para dejarme sin calzones y para indisponerme con mis mejores amigos, aun aquellos a quienes más servicios he hecho; de consiguiente, creo que la ingratitud es efecto en ellos de las medidas políticas que siempre he adoptado, por lo que mejor me hubiera sido haberme quedado en la vida privada” 20.


¿Resistiría La Madrid sin sonrojos, tan claras alusiones ? Hay que convenir en la gran autoridad con que Ibarra enfrenta las indiscreciones del amigo-adversario. Con conocimiento de la falsedad de La Madrid, Ibarra se da por enterado de las intentonas contra Santiago, que prepara el Gobernador Javier López de Tucumán, y advierte su decisión de enfrentarlas. No pensaría que dos años después, volvería a Tucumán con Quiroga, obteniendo en la batalla de Ciudadela, la aniquilación del propio La Madrid.


Nadie tiene como Ibarra, la limpieza de conciencia sobre su proceder demostrada con el sereno patriotismo que epiloga su extensa carta a La Madrid: “Quisiera que llegara el tiempo en que la Nación nos tome una exacta cuenta a todos los gobernadores; deseo ardientemente que llegue esa época para que al fin conozcan los pueblos el verdadero origen de sus desgracias” 21.