Sumario: Ibarra y el asesinato del Gobernador Heredia — Panorama político del noroeste — La Madrid y la Coalición del Norte — Ibarra y la organización nacional — La sublevación de 1840.
La marcha del federalismo en el país, seguía a pesar de todos los sobresaltos causados por la situación internacional, firmemente asentada sobre sus bases sustentadoras. Una, la que daba origen a su institucionalidad empírica. La unión nacional se mantenía por el vínculo del Pacto Federal y sobre él, se delimitaba el derecho público de la Confederación. Otra, más realista y efectiva, la daba el aval popular masivo que hacía invulnerable el orden político federal. Sin perjuicio de ello, las distintas regiones procuraban sus anhelos comunes, mediante nuevos tratados interprovinciales. Aunque, nuevamente se aproximaban horas desgraciadas en el interior.
El gran atalaya federal del norte, continuaba siendo Juan Felipe Ibarra. A pesar de los celos con que alguna vez fuera disminuido, entre sus propios correligionarios, no podía discutírsele esa preeminencia. El Gobernador de Tucumán, Gral. Heredia, empeñado en sostener la soberanía argentina en la guerra con Bolivia, le reconocería ese patriarcado al mentar alguna de sus obras públicas. Por eso, los posteriores distanciamientos con el mismo Heredia, no amenguarían la solidaridad que recibía de los estados vecinos. Catamarca lo expresaría mejor que nadie. Una ley de su legislatura del 8 de Setiembre de 1836, reconocía a Ibarra en el grado de Brigadier General, de esa Provincia. Y afirmaba que ese honor le era conferido, “en mérito a los grandes servicios prestados a la Federación” 1.
Nuevas convulsiones intestinas, preludio del año 40, venían ahora a sacudir el orden conquistado. Ibarra se hallaba negociando un nuevo Tratado interprovincial entre Santiago, Catamarca y La Rioja, cuando sobrevino el asesinato del Gobernador de Tucumán, el 12 de Noviembre de 1838. Juan Felipe se apresuró a precaver las consecuencias fatales, para la unión nacional, que en esos momentos podrían desatarse. Y sin pérdida de tiempo, hizo presente su influencia, antes que el gobierno cayera en manos de los agazapados enemigos. Para ello, el 12 de Noviembre, se dirigió a los gobernantes provisorios y les prevenía: “Que está dispuesto y pronto a trabajar con infatigable celo, en favor de la tranquilidad que se presume haya sido alterada, al mismo tiempo que proteger las leyes y libertad de los Tucumanos, y la conservación de la única causa querida y proclamada por los pueblos: la Federación”2. Si bien ello refleja un cálculo político futuro, la velada amenaza iba confirmada por el apoyo de Catamarca y La Rioja.
De esta manera se fue asfixiando a transitorios gobernadores de la provincia vecina, dudosos en su filiación federal. El prestigio de Ibarra renacía en el noroeste. Su larga conservación del poder y su férreo federalismo, lo hacían un hombre de consejo. Al orientar esa vasta fracción regional, participó de las renovaciones provinciales que siguieron a la muerte de Heredia, en la crisis norteña.
Como en Salta se constituyera en esos días un gobierno, cuyo ejecutivo formaban dos personas, Ibarra se creyó obligado a intervenir. Justificando su participación en los entretelones locales, decía en carta del 29 de Noviembre al Gobernador Piedrabuena: “Jamás se ha visto un poder ejecutivo compuesto de dos personas, sino de una, tres, cinco, etc., siguiendo los números impares para que nunca lleguen casos de empate. Exceptuamos de esto a la antigua Esparta donde había dos Reyes, pero aun allí un tercer poder moderador, cual era el de los Eforos servía para tener uniformes a ambas majestades”. Y terminaba con sorna, diciendo que éste sería el modelo que el ex-Gobernador de Salta, para retener el mando, “ha querido imitar nombrando dos Gobernadores, seguramente con la esperanza de ser el Eforo de ellos” 3. La cita histórica y la enseñanza que aplicaba, sirvieron para terminar con la situación salteña, eligiéndose a don Manuel Sola como Gobernador titular. Esta referencia, concuerda con muchas otras citas de la antigüedad clásica, que Ibarra matizaba en sus escritos. Eran los sedimentos de su formación cultural, y del trato frecuente con las notabilidades de su época, que brindan una realidad distinta de la imagen salvaje lucubrada por algunos escritores.
Poco después, confesaba en carta al Gobernador Brizuela de La Rioja, del sentido de su presión sobre Tucumán, donde elementos de confianza, como el confidente don Juan Mendilharzu, le mantenían informado. Era un método de Ibarra, demostrativo de su habilidad para la estrategia y la propaganda. Nunca le faltaron misteriosos “agentes” para informarle de los pormenores vecinos. Otro tanto, haría con Rosas, informándole de los cambios en Tucumán, Salta y Jujuy, en los que había tenido participación. Si se arriesgaba a solicitar el reconocimiento de sus nuevos gobernantes, fundaba sus opiniones en hechos nada despreciables. Así se lo hace saber a Rosas, de la situación jujeña, el 5 de Diciembre de 1838: “El nuevo Gobernador de allí, es don José Mariano Iturbe, patriota del año 10 y antiguo guerrero de la Independencia, hombre de honor, de juicio y de aptitudes, y del cual se puede asegurar que es incapaz de traicionar a la causa de la Patria. Ha sido mi amigo desde la infancia y en tan larga serie de años, me consta que su reputación se ha mantenido siempre sin mancha. Voy a reconocerlo en su carácter, y suplico a Usted lo haga igualmente” 4. Con Iturbe habían combatido juntos en el Regimiento N° 6 y en la batalla de Salta, anudando desde entonces la camaradería que movía las palabras de Ibarra.
La nueva situación creada en el noroeste, brindaba la ocasión de realizar una concurrente política institucional y socioeconómica. Pensemos que para 1839, Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca y La Rioja, uniformes con Santiago, significaban un poderoso bloque amasado con paciencia por Ibarra. Desgraciadamente, éste no contó con la circunstancia internacional, que sería utilizada por los unitarios locales y emigrados. Tal imponderable era aprovechado por los doctores liberales, para intentar la destrucción de todo el régimen federal.
Concurrieron a ello, los coletazos de la guerra con Bolivia. Entre las responsabilidades de su Presidente Santa Cruz, no descartaba Rosas la sospecha del asesinato de Heredia. Después, la misión del agente francés Juan Pablo Duboué, y por último, la agresión internacional. Ibarra tuvo que hacer frente a ambos problemas, complicados con la conjuración planeada en Santiago por don Domingo Cullen, refugiado después de la muerte del Gral. Estanislao López 5.
Si don Juan Felipe hubiese sido encandilado por las “luces” unitarias, se hubiera repetido la suerte de las provincias vecinas. Porque en el ánimo de los nuevos gobernantes, penetró en seguida el incienso y la quimera sugestiva de la “ilustración”. De ahí, que los flamantes gobernadores, comenzaran retaceando el derecho de intervención, que a consecuencia del Pacto Federal, daba fundamentos a Rosas para participar en los conflictos internos. Y que luego, desconocieran los términos de adhesión a los fines constitutivos del Estado Confederal, fijados por el Tratado de 1831, con el retiro a la delegación de relaciones exteriores.
Cuando ya la intriga comenzó a planearse, se volvieron a Ibarra con promesas y halagos. El 16 de Enero de 1839, le escribía el Gobernador Cubas, de Catamarca: “Debemos nombrar una cabeza que dirija los negocios y establezca sus relaciones con los Gobiernos exteriores, y ésta no debe ser otra que la de usted” 6. La perspectiva, significaba nada menos, que unir mediante nuevo Tratado a todo el noroeste en un inédito bloque regional. En Ibarra, se depositaría su dirección, retirando a Rosas el manejo internacional. De no ser conocida la lealtad y firmeza de don Juan Felipe, ¿quién hubiera resistido la oportunidad brillante que se le exponía? Máxime, cuando con ello se colmaban los viejos anhelos del interior postergado.
Nada podía hacerse sin conocimiento del Caudillo santiagueño. Esa preocupación se manifiesta en la correspondencia de una de las cabezas del movimiento, el Dr. Salustiano Zavalía, al Gobernador Sola. En las preliminares, advertía el hábil político tucumano, por carta del 26 de Enero de 1839 publicada con otras similares en “La Liga del Norte” de M. Sola (h): “Lo que nos resta solamente es reducir a nuestras ideas a nuestro común y apreciado amigo Ibarra. Es muy importante que este señor tome parte en estos negocios, y, si no lo conseguimos, le rogaremos que nos absuelva del compromiso en que estamos de no apartarnos de su modo de pensar”. Zavalía era Ministro de Piedrabuena en Tucumán, y opinaba por el núcleo dirigido por Marco Avellaneda. La figura de Ibarra era pues, temida e imprescindible para los doctos liberales tanto como para los rústicos gobernadores provincianos.
Ibarra meditaba a largo plazo, más allá de las tentadoras ofertas que ofrecían, erigirle en jefe de media república. Recordando la dolorosa experiencia de tantos años, comprendía la índole de los peligros externos que amenazaban al país. Porque una sola fisura del frente federal, hubiera sido la piedra de toque para nuestro desmembramiento territorial. Precisamente lo que buscaban las potencias imperiales, era esa fisura en el sistema soldado por Rosas. E Ibarra tenía dignos antecedentes en ese campo. Aun fresca, estaba su enérgica protesta ante el gobierno inglés, por la ocupación de las Islas Malvinas, enviada en nombre de su Provincia el 23 de Febrero de 1833 7. Ahora, la Confederación exhibía al mundo, un ejemplo de resistencia antiimperialista. Ejemplo único y memorioso, que llevó al Libertador San Martín, a ofrecer su espada para salvar la Independencia nativa.
A Ibarra se le proponía la posibilidad de organizar una alianza antíporteña en todo el interior. Contestó condignamente y el 3 de Febrero de 1839, respondía a Cubas: “Hablando a Usted con la franqueza propia de nuestra amistad, debo decirle que no solamente debemos estar prevenidos, sino también contra los pérfidos consejos que los unitarios disfrazados se atrevan a darnos, bajo la máscara del bien público, con el detestable fin de ponernos en el caso de dar pasos falsos, para de este modo hacernos perder nuestra verdadera fuerza, que consiste en la perfecta unidad de sentimientos y marcha política que hasta aquí hemos observado. La medida de retirar las facultades concedidas al ilustre Argentino, nuestro amigo el Gral. Rosas, forma parte del plan que los unitarios se han propuesto para dar en tierra con la Santa Causa de la Federación; porque creen que de este modo complicarán más la posición del Sr. Rosas y echarán abajo esa columna fuerte que en la provincia de Buenos Aires sostiene el gran edificio federal” 8.
Simultáneamente con esta respuesta, se dirigía al Gobernador Brizuela, ante incitaciones similares. Afirmaba que para contrarrestar la prédica enemiga, se habían remitido a Tucumán, Salta y Jujuy, las bases de un nuevo Tratado redactado por Ibarra, para “que los unitarios no puedan meter los dientes” 9. Esperaba el Caudillo santiagueño, unir de esa forma, a Catamarca y La Rioja, evitando la dispersión que preveía. De esa manera Santiago mantendría la unidad federal, al conciliar los recelos provincianos sobre Buenos Aires. La provincia jugaba el papel fundamental, dando homogeneidad al interior, frente al enemigo interno y externo.
Sabedor que Salta y Jujuy se movilizaban tras la organización constitucional, Ibarra quería salirles al encuentro. No necesitaba para ello, más que recordar sus antecedentes en ese sentido, pero prefirió hacerle conocer antes, la situación a Rosas. En carta del 25 de Febrero, después de narrar la efervescencia de ambas provincias, decía: “Habrá visto Usted en el estado en que se han hallado todas estas provincias, y que ahora, estando como está concluida la guerra de hecho, urge más que nunca recibir sus Constituciones, en las que nos deberá decir cuanto debamos hacer con el objeto de obtenerlas” 10.
Rosas por su parte, demostraba en sus respuestas, el afán de hacer partícipe a Ibarra de la responsabilidad en mantener la unión nacional. A la vez, poníase de manifiesto, que la trama venía siendo armada desde el año anterior, por el enviado francés Aimée Roger y la traición de Cullen. De ahí que estos episodios, muevan a Julio Irazusta a escribir: “Ibarra era insustituible por su prestigio y su capacidad. Y su estratégica posición en el centro de la República lo convertía (en las delicadas circunstancias de 1839) en arbitro de la política mediterránea” 11. Finalmente, convencido por Rosas, Ibarra entregó a Cullen, cumpliendo con obligaciones del Pacto de 1831, cuyo Art. 79 comprometía a las provincias a no dar asilo a ningún perseguido, y ponerlo a disposición del Gobierno que lo reclamare.
1840 estaba ya, a las puertas de la historia. Desaparecidos Quiroga, López, Heredia, sólo quedaba Ibarra, de los antiguos sostenes de la causa federal. Al rehuir las sonoridades de gloria, con que le acariciaban los futuros insurgentes, primó en su espíritu la permanente fidelidad a su viejo ideal. No obstante las acechanzas internas y extranjeras, Ibarra fue el dique federal contra la Coalición del Norte.
Precipitó el pronunciamiento unitario, la llegada de La Madrid a Tucumán. Después de sus inicuas depredaciones en el interior, el general unitario desde el exilio, ofreció su espada a Rosas para regresar. Al servicio del federalismo, rivalizó en adulaciones a don Juan Manuel, consiguiendo ser enviado por éste a Tucumán, para retirar las armas argentinas guardadas de la guerra con Bolivia. Pero su tránsito no era fácil sin la aquiescencia de Ibarra, y Rosas se preocupó de obtenerla. El mismo La Madrid escribió a Santiago dando muestras de arrepentimiento. Y después de su arribo, el 19 de Marzo de 1840, Ibarra comunicó a Rosas el 21: “Lo he obsequiado con mi acostumbrada franqueza, después de haberle facilitado todos los recursos que ha pedido. Hasta este momento no puedo saber el recibimiento que le harán los Tucumanos, quienes como he dicho a Usted otras veces, sólo respiran unidad y francesismo, pero mediante la notoria influencia y prestigio del Gral. La Madrid en aquella provincia, no dudo que será satisfactoria. Yo he olvidado, según Usted me indica, todo lo pasado con respecto a él, y sólo tengo presente su nueva conducta y la honrosa confianza que Usted le ha dispensado” 12.
La indigna conducta de La Madrid, poniéndose al frente de la sublevación unitaria, no bien llegado a Tucumán, debió conmover a Ibarra. ¿Era esa la acción noble, de los soldados que invocaban la Libertad y la Constitución? Por algo, en el fondo de su alma, Ibarra nunca desechó temores sobre su veleidoso amigo!
Concretado el Pronunciamiento de Tucumán, el 7 de Abril de 1840, Ibarra contestó a las incitaciones de La Madrid el 13 de Abril: “Esta Provincia no tiene queja de ningún gobierno de la República, nadie la ha tiranizado, ningún Jefe de fuera de ella ha intervenido en su administración y de consiguiente contra nadie puede pronunciarse. Estando escribiendo esta carta, se ha presentado un soldado santiagueño que pasó contigo, y con las lágrimas en los ojos, se ha arrancado él mismo una cinta celeste que traía puesta. Esto no es de extrañar, desde que otro tanto se ha hecho con la divisa punzó en Tucumán, y desde que la opinión es uniforme en esta Provincia como todos lo saben”. Daba con humildad, una lección, al camarada extraviado, terminando por decirle: “Concluyo esta carta, suplicándote no hablemos más de política” 13.
Las cartas estaban jugadas, e Ibarra ocupaba su puesto de lucha. Lugar que no dejaría, hasta ver exterminada la Coalición del Norte, en la batalla de Famaillá, donde concurrirá con su caballería santiagueña al lado del Gral. Oribe en 1841.
La situación era difícil, por la peligrosa alianza gestada entre Tucumán, Salta, Catamarca y La Rioja. Ibarra dejó la Capital, para reclutar tropas en su Campamento de Pitambalá. Desde allí, detalló pormenores de la acción de La Madrid a Rosas, quien todavía dudaba de su veracidad. Y no solamente eso. Dolíase intensamente de la defección de su amigo Brizuela en La Rioja. Narraba la asonada de Jujuy que depuso esos días, al fiel Gobernador Iturbe, encumbrando un adherente a la Coalición. Tales sucesos le daban el convencimiento, de una inminente invasión a Santiago, por lo cual solicitaba armas: “Nada pido para mi provincia ni para mí, sino para el sostén de la Causa Nacional de la Federación, que todos hemos jurado defender hasta morir”; terminaba su carta del 20 de Mayo 14.
La conjura unitaria ganaba oficialmente los gobiernos, comprometidos en la llamada Coalición del Norte contra Rosas. Pero, tampoco el astuto Ibarra, perdía tiempo en mover sus piezas estratégicas. Así comenzó a seducir al Coronel tucumano Celedonio Gutiérrez, obscuro militar de la Coalición. La necesidad de debilitar al enemigo, llevó a Ibarra a todos los extremos: promesas y dinero, se vaciaron por conductos secretos. Hasta que el 9 de Julio de 1840, el Coronel Gutiérrez, con su tropa de 200 milicianos abandona las fuerzas de La Madrid y se presenta en Santiago a las órdenes de Ibarra 15. Su penetración política y la impopularidad unitaria, apuraron el fracaso enemigo. Con la férrea sustentación santiagueña, la Coalición ya no podría bajar desde el Norte, más allá de Tucumán. De ahí los empeños en conquistar a Ibarra, y malogrados, el cauce hacia el oeste que debieron tomar las acciones bélicas. Aquí estaba, otra vez como antes, el muro geográfico y humano que haría posible los triunfos de Oribe y las derrotas de La Madrid y de Lavalle.
La cruzada se emprendía contra Rosas y los Caudillos, con la promesa de dictar la Constitución, como bandera. No obstante acusarse en bloque, a los federales por su barbarie, se los solicitaba para la Coalición y si acaso defeccionaban, el Jordán unitario los convertía en “civilizadores”. Así pasó con Ibarra, quien ante la insistencia de las solicitaciones, debió contestar a su amigo el Gobernador Sola de Salta. Lo distinguía con una respuesta negada a otros mandatarios rebeldes, en mérito a “nuestra antigua amistad”. Y en esa carta del 26 de Mayo de 1840, mostrando los rasgos distintivos del pensamiento histórico santiagueño, le decía: “Cuando Usted dice que el fin de ese grito que han dado, es la institución del país, yo debo decirle que Usted ha olvidado la historia de nuestro país y ha cerrado los ojos para no ver el estado actual de la República. Nadie es tan interesado como yo en obtener este bien inestimable; como se lo he dicho a Usted muchas veces, pero no quiero ni querré jamás que la Constitución del país sea obra de las bayonetas y de la exaltación de los partidos, porque en ese caso, sólo tendremos un cuadernito de Constitución que hará derramar sangre a torrentes, como ha sucedido en otras épocas en nuestras Repúblicas y en las demás de América. El Estado Oriental, Bolivia, Perú, Chile y Colombia han tenido muchas constituciones y yo quiero que me diga Usted, ¿cuál de ellas ha preservado a su país de las calamidades de la guerra civil? La razón de esto es muy claro pues nadie ignora que una Constitución debe ser el fruto de la paz, de la calma de las pasiones, de la sabiduría y de una saludable experiencia” 16.
La impecable construcción del texto argumental, su civilidad y sensatez, juntábase a una imposición practica de esos instantes de la vida nacional, Ibarra hacia ahora suyas, con pocas variantes, las respuestas que le diera Rosas en 1832, a él mismo, y a Quiroga antes de morir. Es claro que la oportunidad. no era idéntica, y de ello, aprovechaba Ibarra para recriminar: “Quien creerá que se invoca con sinceridad la Constitución, en estas circunstancias, en que la Confederacion Argentina esta empeñada en una guerra desastrosa contra Francia y el Estado Oriental? ¿Se constituye el país, haciendo causa común con los extranjeros que están hostilizando injusta y vilmente nuestros mismos pueblos? ¿Quién creerá que hablan de buena fe, los que gritan Constitución, declarando primero la guerra, como Ustedes han hecho, a otros gobiernos argentinos que están haciendo prodigios de valor y patriotismo para salvar el honor e independencia nacional? No diga Usted que sostenemos al Gobernador de Buenos Aires, ni a ningún otro, porque sostenemos únicamente la Independencia Nacional y la Santa Causa de la Federación, por la que hemos derramado nuestra sangre en 30 años” 17.
Estos temas fueron desarrollados repetidamente, en la nutrida correspondencia con que Ibarra rehusó su aporte a la Coalición del Norte. Desde Abril de 1840, en que La Madrid se pronunció con los tucumanos, hasta Setiembre en que se firmó el Tratado para la lucha de la Coalición, sus dirigentes acosaron a Ibarra tratando de convencerlo. El frente unitario, lo formaban los gobiernos de Tucumán, Salta y Jujuy con los ex-federales de Catamarca y La Rioja, y Lavalle en el litoral. Ibarra ya le había hecho presente al Gobernador Brizuela, en medio de finas recomendaciones para desandar el paso dado por los riojanos, otras idénticas sugerencias. En una notable carta del 14 de Mayo de 1840, puede leerse: “El criminal pronunciamiento de Tucumán es deshonroso a la Nación, porque cuando la Europa y la América tienen fija la vista sobre nosotros, y observan con asombro el valor y firmeza con que nuestra joven República está defendiendo su independencia y dignidad, ¿qué dirán las naciones, qué dirán los hombres libres del Universo cuando sepan que unos pocos gobernantes se declaran contra el grande Americano a quien todos admiran y cuyo brazo está estorbando que una nación europea humille vergonzosamente a los Americanos?”18.
Y en una segunda misiva, del 20 de Mayo: “No se alucine ni piense que a nadie alucinará eso que dice Usted: Que está dispuesto a sostener el partido que le demarque su pueblo; porque toda la República sabe que los valientes riojanos han pertenecido y pertenecen siempre a la Causa Nacional de la Federación. Si unos cuantos unitarios que había en La Rioja, como por desgracia los hay en los demás pueblos, han levantado ese grito de ignominia y vergüenza, esto no puede ni podrá Usted nunca decir que sea el voto de su Provincia... Esa constitución que Usted invoca en su Pronunciamiento, debe ser el fruto de la paz, de la sabiduría y de la calma de las pasiones. Que los unitarios dejen de trastornar a los pueblos y de promover desastres, entonces la Confederación Argentina se dará una Constitución oportuna, sabia, estable y conforme al voto de los pueblos. El pretender ahora este gran bien, es como tocar la campana llamando a guerra civil y a que de este modo seamos fácil presa del extranjero que nos está hostilizando” 19.
Una realidad primitiva pero sin desfiguraciones, servía al aserto de Ibarra. En cada caso, el mismo iba acompañado por la confirmación popular necesaria. Juzgar aquellos acontecimientos con los cánones jurídicos de nuestra época, sería caer en la miopía de quienes hacen del juicio histórico, una política sin adecuación al tiempo y al medio. Por eso, el pensamiento de Ibarra, trasuntaba una realidad social indiscutible y una voluntad mayoritaria de netos perfiles representativos.
No solamente la acción epistolar e ideológica, significaría la participación de Ibarra frente a la Coalición del Norte. La guerra no tenía secretos para este viejo soldado, y sabía practicarla, en todas sus fases. A la captación de Celedonio Gutiérrez, sumóse bien pronto la del Comandante Pérez, también pasado de las filas de La Madrid a las federales. Su sobrino, el Capitán Cruz Antonio Ibarra, desde Ancaján, hace frente al paso de las fuerzas de La Madrid, librando escaramuzas en el departamento Choya. A la par de estos sucesos, Ibarra fomenta y protege la insurrección de la sierra catamarqueña, donde se ha pronunciado a su favor el Coronel Ramón A. Pinto 20.
A fines de Julio, el ejército de Santiago pasa a la ofensiva sobre Tucumán, y obtiene la victoria en el combate de Sauce Grande. Pero pronto debió replegarse, derrotada en varias acciones la fuerza de Celedonio Gutiérrez, y en inferioridad material las santiagüeñas. Entonces Ibarra explicó con sinceridad la táctica que había trazado y después se cumplió: “Yo no puedo presentarles una batalla decisiva —decía al Gobernador López de Córdoba— porque no tengo más fuerza que la caballería, al paso que ellos tienen caballería, infantería y artillería; pero voy a tenerlos hostilizados a toda hora, de modo que no descansen un momento” 21. Mediante una estratégica y hábil táctica de montoneras, fue imposible la permanencia enemiga en territorio santiagueño.
La Madrid había escrito antes, en un desesperado esfuerzo por neutralizar la acción de Ibarra, con la amenaza imperativa: “O con nosotros, o abiertamente contra nosotros”. Así corolaban, en una disyuntiva de hierro, su pretendido principismo los jefes unitarios. Colocándose en la misma alternativa y blandiendo la misma dicotomía, que acusaban en los federales. La guerra psicológica se valía además, de todos los medios del maquiavelismo político. La Madrid hizo gala de mentiras e intrigas sin cuento, para ganar a los gobernadores federales. Les denunció supuestos planes de asesinatos urdidos por Rosas contra ellos. Especialmente para convencer a Ibarra, el más remiso, se valió de las amenazas de la fuerza francesa y de Lavalle. Cuando todo fue inútil, se valieron de vías más expeditas para voltearlo.