Juan Felipe Ibarra y el federalismo del Norte
La guerra civil en Santiago del Estero
Sumario: Pronunciamiento unitario contra Ibarra — Muerte del Coronel Francisco Antonio Ibarra — Los Ejércitos de Fracasada en Julio de 1840, la expedición de Se tentó entonces, recurrir a la sublevación interna, con los pocos unitarios residentes en Santiago. Aprovechando la concentración de tropas en la ciudad, iba a encabezar la revuelta el Comandante Domingo Rodríguez. Era éste, un militar a las órdenes de Ibarra, de origen español, completado con otro connacional, el comerciante José María Libarona. Participaban en la conspiración el Juez Pedro I. Unzaga, y los Capitanes Santiago Herrera, Mariano Cáceres y Ramón Roldan. Era un movimiento de la burguesía, cuyos dirigentes, los Palacio y Olaechea, ya manifestaron sus discrepancias con el poder vitalicio de Ibarra. En la madrugada del 24 al 25 de Setiembre de 1840, estalló la revolución. Al concurrir a enterarse de la agitación militar, el Jefe del Polvorín de la ciudad, Coronel Francisco Antonio Ibarra, fue asesinado sorpresivamente a lanzazos 2. Su hermano Juan Felipe, anoticiado de ello, logró montar su flete y ganar la orilla opuesta del río con algunos fieles soldados. La historia volvía a repetirse, pero la experiencia parecía no haberles enseñado nada a sus enemigos. Constituida el La historia actual, se ha ocupado de condenar los padecimientos personales sufridos por los jefes sublevados, sin estudiar la conducta de Ibarra y su responsabilidad de gobernante. Condenamos la crueldad innecesaria, ejercida contra Unzaga, Herrera y Libarona, especialmente. No podríamos justificar tales actos inhumanos, pero sí explicarnos el drama íntimo que afectaba la psiquis de Ibarra, hasta llegar a reacciones tan extremas. Debe recordarse, el afecto entrañable que le unía a su hermano Francisco, a quien los sublevados asesinaron, también implacables. El Coronel Ibarra se hallaba cumpliendo su deber en su acantonamiento, cuando los revolucionarios lo mataron a lanzazos. Y el Coronel Ibarra, estaba solo entre sus enemigos. La persecución y el exterminio de los conjurados, que hizo Ibarra, era la que le esperaba a él, de triunfar los otros. Por otra parte, el mismo 28 de Setiembre, el primer acto oficial al reconquistar el poder, establecía: “Declárase traidores de lesa patria a todos los salvajes unitarios que hubiesen suscripto el acta de destitución del cargo de Gobernador en la persona del Exmo. Brigadier General Don Juan Felipe Ibarra, como asimismo, a los instigadores y autores del horrendo y alevoso asesinato perpetrado en la persona de Don Francisco Ibarra, Coronel de Milicias de No debe extrañar lo hiperbólico del lenguaje, ni de las medidas. Toda conspiración fracasada, entraña los mismos peligros para sus desgraciados protagonistas. Toda victoria de la autoridad, por medio de la fuerza, acostumbra hoy mismo, tomar esas medidas con el vencido. Las revoluciones, y los revolucionarios, gozan o sufren, ganan la gloria o el dicterio histórico, según que triunfen o sean aplastadas. Además, no todos los que firmaron el Acta contra Ibarra, sufrieron las penas de los jefes rebeldes, pese a cuanto afirma el Decreto citado. La muerte en el cepo, o el confinamiento al campo del Bracho, Fortín de Frontera, sólo se aplicó a los cabecillas bien individualizados. El resto de los firmantes, no fue asesinado ni enchalecado pese a cuanto se diga en la truculencia folletinesca. Más allá de las consideraciones sentimentales, el triunfo de Ibarra sobre sus enemigos lugareños, trasciende al plano político nacional. La caída de Santiago hubiera significado la derrota federal y la pérdida del Norte. La firmeza de Ibarra al oponerse a Quizás muchos de sus protagonistas, creyeran de buena fe en el mérito de derrocar a Ibarra, cansados de su largo y omnímodo gobierno. Toda cruzada emprendida en nombre de la libertad, entusiasma nuestros espíritus y simpatías. Entonces también se actuaba así, convencidos por una hábil propaganda y sin saber que servían inconcientemente, otros fines. Detrás del telón, se escondían los intereses de la expansión imperialista europea, y eso, naturalmente no se alcanzaba a ver claro en aquellos días. La suerte argentina fue que el pueblo humilde y provinciano, lo intuyera certeramente. Y que caudillos como Ibarra, aún al recurrir a los extremos de la fuerza, se comportaron a riesgo del dicterio postumo, y expusieran la condenación histórica de su nombre, para lograr la sobrevivencia eterna de la patria. La ideología y la quimera habían calado hondas sugestiones en los gobernantes pasados al unitarismo. Creían en una acción de resonancias heroicas, sin medir el fracaso de aquellas insostenibles empresas. En Tucumán, asiento central de Como en el cruce del Niemen, trasladada aquella majestuosa escena, al ámbito selvático americano, podía ser evocada: “En el firmamento ardiente y puro Perezosamente se funden las nubes Y toda la naturaleza yace envuelta Como por una niebla, por la tórrida modorra” 5. El 29 de Octubre de 1840, desde su Campamento General en Marcha, el Gral. Manuel Sola mandaba el ultimátum a Ibarra: “El 2° Cuerpo del Ejército de los Pueblos del Norte, ha ocupado en este día Ibarra dio, como Alejandro I, valga el símil, la callada por respuesta. Seguido de sus fieles cual otras veces, abandonó silenciosamente la capital ante el avance enemigo. Sabía por la experiencia, la imposibilidad de mantenerse ocupando territorio hostil y despoblado. La tierra árida y desierta, ofrecía inclemencias físicas y una tétrica soledad. Napoleón, blasfemando en Moscú, se exasperaba al no encontrar un ruso, ante quien exhibiera su genio para firmar cualquier cosa, con nombre de paz. Comenzó aquí, entonces, la guerra de recursos. Santiago estaba rodeada en sus límites: con Salta, desde el río Salado, con Tucumán, con Catamarca, por todas las direcciones incursionaban partidas unitarias. En el Barrialito, en Jiménez, las tropas de Sola libraron sus primeras escaramuzas, con soldados de Ibarra, que atacaban y desaparecían sorpresivamente. Esta peculiaridad de nuestros ejércitos populares y montoneros, sin igual en ninguna escuela táctica europea, abatía y desorientaba los ejércitos regulares. Ibarra, y todos los Caudillos nativos, la conocía en su doble aspecto ofensivo-defensivo; no tenían secretos para él, ni los campos ni sus paisanos. De haber operado en ámbito mayor, quizás se le hubiere parangonado a Kutussoff, ignorándose cuántas veces probó fortuna con esa sola estrategia natural. Cada bosque ribereño, guardaba el arcano de una partída pronta al desbande y a la reunión. Cada pisada presagiaba una aparición fantasmagórica que impedía continuar. Ni una voz, ni un “pasado” alentaba el camino de los invasores. Ganados y hombres habían desaparecido como por ensalmo, y un fuego calcinante se desprendía del polvo, enrojeciendo la visual. El terrible verano santiagueño y las secas represas, enloquecían de sed al forastero. No se recibió un parlamento en toda la campaña. Como ante las invasiones de Bedoya, del Coronel Deheza, sólo el avance indiferente por los montes solitarios. Hasta entrar el 4 de Noviembre en Santiago y tomar la ciudad. Un absoluto despoblado. Nadie recibe al Ejército unitario. Ninguna autoridad espera a los “libertadores”, ni una bandera de capitulación se inclina ante su fuerza material. Al contrario, cada hoja de los bosques vecinos a la banda opuesta del Dulce, es un bombero de vigilante astucia. El Gral. Sola buscaba en vano, algunos prosélitos con quienes simular constituido un gobierno en Santiago. Esa desesperación se trasparenta en su misma Proclama al llegar el 4 de Noviembre de 1840: “Habitantes de He ahí los fatídicos efectos del terror; la perfección del sometimiento alcanzado por la dictadura, dijeron los cronistas de la historia, recuerdese para evaluar un juicio, que las fuerzas unitarias venían precedidas del efecto psicológico de los “pronunciamientos” de las provincias coaligadas. Que eran numerosas y prometían al pueblo liberarlo de ese terrible yugo federal. A la sombra de sus armas hubieran aflorado las resistencias contenidas. En cambio, nada se pudo con la fidelidad a Ibarra, de las masas locales. Las palabras del Bando de Sola, cayeron en el vacío: “Tenéis pues ya mezclado entre vosotros, al Ejército Libertador: en vosotros consiste ahora adquirir cuanto antes vuestra libertad, si cooperáis decididamente, por el valor y las virtudes del 2° Cuerpo del Ejército del Norte” 8. Impotentes, los invasores tentaron luego la amenaza y el temor. El día 5 se disponía por un severo bando la leva de los ciudadanos aptos para el ejército, confiscación de reses y alimentos, caballos y armas. Prohibíase “bajo pena de la vida” el contacto, correspondencia o mensajes con los enemigos”. Tampoco ello dio resultado. El Gral. Sola debió lanzarse entonces a la persecución de Ibarra, tratando de darle caza, ya que la inactividad de la ciudad, a nada conducía. Marchó hacia el Sur, y libró en Sumamao una escaramuza con la guerrilla del Capitán Juan Quiroga que murió en la acción. Pasó Loreto sin encontrar un adherente y al fin debió escribir desde Salavina, el 17 de Noviembre a En cambio, debió reconocer desalentado el Gral. Sola, este aserto que reivindica a Ibarra y define la aceptación social de su régimen: “Nunca se ha mostrado más enemigo este salvaje país, de fuerzas que sólo venían a protegerlos —confiesa a El suelo santiagueño quedaba otra vez, en manos de Ibarra casi sin luchar. La derrota de Lavalle en Quebracho Herrado, obligaba a las fuerzas unitarias a volver replegándose al Norte, y así dejaron Córdoba, Sola y La suerte de En aquellos días, volvió a desarrollar Ibarra sus mejores influjos personales, con la intención de recuperar el predominio político interior, perdido durante el interregno unitario. Le ayudarían, en ese patriarcal protectorado norteño, sus protegidos, los Gobernadores de Salta y Jujuy. En la primera de estas provincias, había hecho elegir a su cuñado Manuel Antonio Saravia, al que ayudó con armas y tropas santiagueñas al invadir desde Metan. Su amigo Iturbe, estaba repuesto en el gobierno jujeño, y Gutiérrez era electo en Tucumán, aunque después rompía relaciones con Ibarra, por seducir al Ministro Gondra y llevarlo consigo 14. No extrañaría que nuevamente esos gobiernos, se dirigieran al Patriarca federal en busca de consejo e información. Desde 1841, la aureola prestigiosa de Ibarra era como un puente intercomunicante, que hacía de corresponsal entre los ángulos norteños y rioplatenses. Una copiosa correspondencia, cursada con dichos gobernantes, le daba características diplomáticas a su epistolario. En Bolivia se encontraba al servicio de Ibarra, el médico Gabriel Cuñado, relator fidedigno de los sucesos altoperuanos y galeno del ejército confederado. A la inversa, el acontecer porteño le era comunicado por el Dr. Eduardo Lahitte. Rosas designó a Lahitte, Agente de Negocios ante Bolivia y como la situación internacional le impidiera hacerse cargo, residía en Córdoba escribendo desde allí a Ibarra, con regularidad durante dos años. Tales atenciones, eran retribuidas con delicados presentes del Caudillo santiagueño, menesteres en que servíanle sus mensajeros, Lavaysse o algún otro viajero culto que visitaba las provincias 15. La adhesión de aquella democracia rural, no podía olvidar que las invasiones intestinas, significaban una disminución pecuaria, con la amenaza latente, para las manifestaciones económicas locales. Las armas de la civilización, se presentaron acompañadas de la promesa de libertad civil, con su inescindible secuela: la libertad comercial. Suficiente ya era para el interior, el espectáculo de un consumo que favorecía las arcas extranjeras y suplantaba las producciones locales. Como llevamos demostrado, la política federal tendió a preservar la capacidad autárquica de nuestra industria. Era una interpretación sinónima de la libertad, aunando la independencia nacional con su soberanía económica. Este rasgo común, cuya necesidad de defensa manifestara Ibarra antaño, inspiró nuevas medidas en este período, consonantes con las que en Buenos Aires intentaban rectificar el librecambismo clásico. El 23 de Abril de 1839, el Gobernador Ibarra, haciéndose cargo de la situación, había dictado el Decreto, cuyos considerandos eximen todo comentario: “Teniendo en consideración los graves perjuicios que resultan a la industria de la provincia, a causa de la libre introducción de algunos artículos de comercio que por su mérito aparente y moral, son vulgarmente preferidos a los de igual clase elaborados en el país: Ha acordado y decreta: Art. 1° Queda prohibida la introducción de toda clase de tejidos que se elaboren en Antes de anularse por la competencia desigual, llamada “libre”, nuestra capacidad de abastecimiento, había que recurrir a estos serios y graves extremos, que demostraban la profundidad de la situación creada a lo largo de 30 años. Los artículos de importación se vendían a bajos precios, en relación con los autóctonos. Su finalidad exclusivamente competitiva, buscaba la eliminación de la industria nativa, como base para la regulación exclusiva del mercado. Las prohibiciones no podrían cumplirse, entre las vicisitudes internas, el contrabando y las múltiples necesidades del consumo. Para remediar el asedio de varias direcciones, Ibarra volvió a insistir. En decreto del 10 de Julio de 1843, se explicaba: “1° Que la introducción de efectos ultramarinos importados a las Provincias del Norte de Se explica esta orientación que Ibarra mantuve hasta los días finales, en salvaguardia de la economía interior. Porque el drenaje continuo de oro y plata que sufrió el país desde sus primeros años, se hacía a costa de las provincias cuyos artículos no eran exportables, como los ganaderos bonaerenses. En cambio, desde Agosto de 1837, por una ley complementaria de Pero la importación, dando vuelta tranquilamente, se iba por los puertos del Pacífico. Y su entrada competitiva se hacía ahora, con los mismos efectos para el Norte, eludiendo las disposiciones legales con que El problema nunca desapareció del todo. Ibarra insistió, resolviendo el 19 de Junio de 1848: “Que los efectos de ultramar que se introduzcan a ésta por las provincias del Norte, se consideren como de procedencia extranjera y como tales, paguen el 30 % de derecho”. La aparente prohibición que podía afectar a las mismas provincias argentinas, era debida a la imposibilidad de distinguir en ciertos casos el origen de las mercaderías. Por eso, se considerarían comprendidas, sólo aquellas “que vinieren sin los documentos correspondientes que acrediten su procedencia de los puertos argentinos” 20. Estas someras manifestaciones del federalismo santiagueño, coinciden en el plano político y económico. En su transcurso, integran la más sensata orientación defensiva del ser nacional, encarnada en sus Caudillos populares. |
|