Encuentro de dos mundos
Héctor B. Petrocelli
Lo que a veces no se dice de la Conquista de América Ensu discurso del 12 de octubre de 1984 en Santo Domingo referente a las coordenadas de la evangelización en el pasado y en el futuro de América Latina, el Papa Juan Pablo II menciona el “encuentro entre dos mundos”; esto es el choque, al tiempo del descubrimiento, entre el mundo europeo que España representaba pero de una manera muy especial, y el mundo americano, ámbito donde se desarrollaban diversas culturas de significación dispar. Con el objeto de captar debidamente las verdaderas alternativas de este encuentro, así como sus auténticas consecuencias, es menester primero acercarse al conocimiento de lo que era el imperio español conquistador y lo que eran esas culturas aborígenes. Como observación preliminar puede calcularse en forma aproximada que ambas realidades se hallaban a una distancia de alrededor de tres mil quinientos a cuatro mil años. En efecto: las culturas autóctonas Inferiores no habían salido del neolítico, y las superiores, si bien habían Ingresado en la edad de los metales, pues las más avanzadas habían llegado a la etapa del cobre, desconocían el hierro. Por tanto estaban estas últimas, dado el grado de su evolución, en la era que los europeos habían transitado entre los tres mil y los dos mil años antes de Cristo. 1 Una pregunta que surge naturalmente es la de si las culturas indígenas, sin el auxilio íbero, hubiesen arribado al escalón cultural en el que el viejo continente estaba en el siglo XV. José Vasconcellos entiende que la barbarie de las Instituciones sociales y religiosas aborígenes no llevaba a ningún progreso, y que aun conquistando formas técnicas y políticas muy evolucionadas, los frutos de ese avance Jamás hubiesen llegado a los producidos por la cultura asiático-europea. 2 Ballesteros Gaibrois acepta este criterio pues razona que ni aun los pueblos más desarrollados perdieron contacto con mitos y leyendas primitivos, que todavía hoy es posible encontrar entre los indígenas inferiores de las “reservas” norteamericanas o de las selvas sudamericanas. El orden moral y religioso aborigen, dice Ballesteros, era lo suficientemente elemental y limitado como para permitir una mudanza positiva de esas comunidades; les faltaba un credo liberador que les dispensara un “sustratum” verdaderamente moral que sirviera de palanca para impulsar progresos en otras áreas culturales. 3 Morales Padrón ha escrito que “era, en general, un mundo pobremente tecnificado, abrumado por el fatalismo cosmogónico de sus creencias”. 4 De ese fatalismo, tan pernicioso para cualquier intento de superación, sería sacada la realidad precolombina por el credo liberador por excelencia que incorporaría a América a |
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